Llegar a Dublín, la capital de Irlanda, es una experiencia que despierta los sentidos, no sólo por la posibilidad de tomar una auténtica cerveza Guinness en alguno de los cientos de pubs que se desparraman por la ciudad, o de participar de la tradicional fiesta de San Patricio, sino por su mágica historia poblada de personajes de la talla de Oscar Wilde y Jonathan Swift, entre muchos otros.
El aeropuerto de la ciudad desconoce las grandes dimensiones de otros similares en las grandes capitales europeas, pero es funcional y cercano a la ciudad, aunque el celo de las autoridades migratorias es igual o mayor que en otros destinos.
Una vez arribado, el verde inunda todo el escenario, así como la amabilidad de sus habitantes que luego del trato un tanto severo de las autoridades migratorias, es un bálsamo que hace olvidar en segundos el tedioso trámite del ingreso.
Una muy buena zona para alojarse es el barrio de Temple, del que tomó su nombre el mítico Temple Bar, inaugurado en 1840 y lugar de peregrinaje del turismo internacional.
En las estrechas callejuelas de adoquines limitadas entre el río Liffey y la Dame Street se agrupan una serie de pubs donde la cerveza y la música en vivo son las grandes protagonistas de la noche de Dublín, enmarcadas por el paisaje urbano medieval que todavía se conserva fielmente en la zona
A los locales tradicionales como el Foggy Dew, el Brazen Head, el Nórdico o el Palace Bar, entre muchos otros, el barrio acoge durante el día diferentes mercados, como el Food Market (mercado de comida), o el Book Market (mercado de libros de segunda mano), además de galerías de arte y tiendas de moda alternativa.
Siempre paraguas en mano, por la persistente llovizna -aunque el sol puede sorprender en cualquier momento-, lo recomendable es recorrer las sinuosas y estrechas calles con la cámara de fotos lista una vez caída la tarde, cuando empieza la música y el barrio se colma de turistas y transeúntes.
Dublín es una ciudad cargada de significado cultural y alberga algunos de los mejores tesoros nacionales de Irlanda, incluyendo el Libro de Kells (un manuscrito considerado la pieza fundamental del cristianismo celta) y las bellas catedrales de Christ Church y San Patricio.
Para conocer cada rincón de la ciudad una muy buena opción, al igual que en muchas ciudades del mundo, es el Hop Off Hop On, micros turísticos que permiten subir y bajar cuantas veces se quiera en distintas paradas, que en Dublín se puede realizar en varias modalidades.
Por un poco más de 20 dólares el autobús turístico de Dublín ofrece tres rutas diferentes (azul, amarilla y roja, con mayor o menor recorrido), autoguiado en varios idiomas, incluido el español, que puede tener una duración de uno o dos días.
Es una buena opción para los turistas que quieran saber un poco más de la historia de esta fascinante ciudad, llena de curiosidades, como algunos detalles de la construcción de sus casas.
Según se va explicando durante el recorrido, las casas, por lo general de tres o cuatro plantas, tienen en sus pisos inferiores los ventanales mas grandes, achicándose en los superiores para pagar en su época una menor tasa de impuestos al vidrio, que parece era bastante elevado.
Con el imaginario puesto en la fiesta de San Patricio -“que exportamos a todo el mundo”-, como explicó orgulloso a este cronista un taxista local cuando le conté de la popularidad que tenía en Buenos Aires, lo mejor fue ir adonde comenzó esta historia.
Según la tradición, San Patricio utilizaba un pozo cercano a la catedral -cuyo actual edificio data de 1220- para bautizar a los conversos al cristianismo, y fue en ese punto exacto donde se erigió una pequeña iglesia.
Es irresistible apoyar las manos en esas piedras para tener la sensación indescriptible de estar posando las palmas donde lo hicieron millones de seres humanos a lo largo de los siglos.
Por dentro el templo no parece tal, sino un lugar de interacción, de ceremonia festiva, de espíritu irlandés puro, sin pompa pero con mucha historia y colorido, destacándose, para grata sorpresa del visitante, un cuadrado en el suelo donde descansan los restos del que fue Dean de la Catedral, Jonathan Swift, conocido en el mundo por su trilogía de Los Viajes de Gulliver, una crítica feroz a la sociedad de su época.
Además del púlpito desde donde Swift lanzaba sus vibrantes y satíricos sermones, en la catedral hay monumentos a destacadas familias irlandesas, lápidas milenarias, homenajes a presidentes del país, y un lugar llamado “El Rincón de los Descubrimientos” con distintas actividades interactivas.
Después del recorrido es hora de volver al Hop Off Hop On, que tiene una parada justo al costado de la catedral donde se encuentra un antiguo cementerio que llama la atención de los turistas.
Quizás por las bendiciones del Santo el cielo deja ver un pálido azul que permite ir en la parte superior del micro -sin techo- para respirar el aire fresco y descubrir la ciudad desde una posición de privilegio.
Las opciones para elegir son muchas y variadas a lo largo del recorrido, como el Trinity College (1542) que es la Universidad más antigua de Irlanda y una de las más antiguas del mundo, por cuyas aulas pasaron personalidades como Oscar Wilde, Samuel Beckett, y Edmund Burke, entre muchos otros, y en cuyo interior se encuentra el libro de Kells, un texto en latín de los cuatro evangelios creado por los monjes de Iona a principios del siglo IX.
Pero la curiosidad televisiva pesa más que cualquier otro estímulo y la parada elegida es la de otro imponente templo, la Catedral de Christ Church Dublin, en cuyo interior se encuentra el espectacular vestuario utilizado en la serie “Los Tudor”, que fue rodada casi íntegramente en Dublín.
Por supuesto que el edificio, que data del año 1030, tiene muchos otros tesoros para describir, con curiosidades como el gato y la rata momificados que quedaron atrapados en un tubo del órgano en la década de 1860, pero que serán expuestos en otra crónica junto a otros cientos de atractivos, cerveza Guinness de por medio.
(*): por Alejandro San Martín – Télam.