Opinión

Dolarización o bimonetarismo: ¿opción o camino?

Por Ricardo Panza

El escenario electoral argentino se presenta incierto, resulta evidente que se necesita un cambio de rumbo. Más allá de los instrumentos, el cambio implica un “shock de empresarialidad”. Se necesita mucha iniciativa privada para salir de años de letargo de “estado presente” e invasivo, que no ha dado frutos valiosos para la sociedad en estos años, y se refleja en indicadores mediocres de performance económica.

Nuestro Estado, como cualquier otro, puede proveer ciertos bienes y servicios valorables por los ciudadanos dentro del territorio nacional, pero es incapaz de generar valor significativo para el resto del mundo. Ningún argentino “desea” dólares mirando los éxitos del plan americano de salud Medicare (que ofrece soluciones de salud para enfermos graves en Estados Unidos). Sólo las empresas privadas y un país que progresa pueden proveer bienes valiosos fuera de sus fronteras. Nuestra persistente crisis externa se debe, en parte, a esto. Es la consecuencia de años de sobrevalorar al Estado y despreciar el rol de la empresa privada.

Para retomar una senda de crecimiento sustentable se necesita respeto a la ley, a la propiedad privada y los contratos, institucionalidad estable, seguridad jurídica, estabilidad económico-financiera y una sana política monetaria y cambiaria. Este último requisito es objeto de debate en estos días y, dejando de lado cuestiones iguales o tal vez más importantes que esa, divide en una grieta imaginaria la opinión pública. Todo se reduce a dos opciones: dolarización o bimonetarismo. Pero no necesariamente sería “una u otra”; tal vez sea inevitable “una y después la otra”. No una opción, sino un camino.

La dolarización

Consiste en sustituir la moneda de curso legal existente por dólares estadounidenses, a un tipo de cambio prefijado, que podría ser el “de mercado”, tal como propone su principal impulsor. Para poner en práctica esto, se necesitan… dólares. Y el gobierno claramente no los tiene. La pregunta es ¿cuántos debería conseguir?

Repasemos a vuelo de pájaro cuántos billetes circulan (o están guardados esperando salir) en el país. Los agregados monetarios nos dicen que la “base monetaria” (circulante más reservas bancarias) son unos $ 6,5 billones; el agregado M1 (circulante y depósitos en cuenta corriente), $ 11,1 billones; M2 (incluye cajas de ahorro), es de $ 19,3 billones, y el más abarcativo posible en pesos, M3, (incluye depósitos a plazo y cheques cancelatorios), asciende a $ 37 billones. Al cambio de $ 745.- por dólar, unos 49.665 millones de dólares. No se incluyen aquí otras deudas pendientes del gobierno actual, como las importaciones atrasadas pendientes de liquidación y demás.

El dólar seguramente no mantendrá su cotización de aquí a diciembre, y para la eventual puesta en marcha de una dolarización en enero de 2024, éste podría valer unos $ 1.000.-. Esto implica que se necesitarían 37.090 millones de dólares (Fuente: informe monetario del BCRA). Pero téngase en cuenta que esos $ 37 billones crecen a un ritmo de $ 2 billones adicionales mensuales. Un blanco móvil.

Más allá del argumento formidable, cautivante y seductor para una sociedad abatida y harta de la inflación, no se ven alternativas posibles de conseguir los dólares imprescindibles para rescatar los pesos y convertirlos de inmediato, más allá de algunas alquimias improbables con títulos de deuda pública de poco valor. Ello sin considerar que el país queda automáticamente “atado” a la suerte de una moneda, para la cual no cuenta (ni contará) con un prestamista de última instancia. Una recesión no podrá ser atendida con herramientas monetarias de estímulo (recuérdese la pandemia de 2020), ya que se carecerá de política monetaria. El plan implica prescindir de un banco central. El penoso desempeño económico de Grecia (“eurizada” y contando con el Banco Central Europeo como prestamista) así lo atestigua.

A partir del momento “cero”, nuestro destino monetario será el mismo que el del país emisor de la moneda adoptada. Si el dólar se fortalece en el mundo, exportaremos menos, importaremos más, y aparecerá el “déme dos” de los argentinos cruzando las fronteras para comprar en países limítrofes. Si el dólar se debilita, los exportadores tendrán un momento de gloria, y la sociedad verá deteriorada su calidad de vida. No es que esto no haya sucedido nunca; lo importante es que, con la dolarización, renunciamos a tener los instrumentos para resolverlo.

La cotización “de mercado” comentada rige si “todos” los dólares se consiguen. Caso contrario, la dolarización no será posible. Si se consiguiera sólo una parte de los dólares necesarios, se esperaría una devaluación del tipo de cambio, al valor equivalente al cual la oferta monetaria podría ser recomprada. Por ejemplo, si sólo se obtienen 20.000 millones de dólares, la tasa de cambio implícita sería de $ 1.850.- por dólar. Puede imaginar el lector el desborde inflacionario que ocasionaría este cambio súbito.

Por último, una dolarización sin plan fiscal ni reducción dramática del déficit condenará al país al fracaso. No hacerlo provocará una inflación “en dólares”, que tornará el país más caro aún que los Estados Unidos y provocará crisis recurrentes de balanza comercial, endeudamiento externo, y, algún día del futuro, vendrá un salvador a liberarnos del “yugo dolarizador”, volverá a activar el Banco Central y su máquina de emisión, se hablará de la “soberanía monetaria”, se apelará a valores patrióticos diversos y demás. El típico péndulo de la política argentina.

El bimonetarismo

No es que en Argentina no haya dólares. Argentina es uno de los países más “dolarizados” del mundo. Basta con leer las noticias policiales y relevar “cuántos pesos” y “cuántos dólares” roban a inocentes cada día. Estamos llenos de dólares. Quien no los tiene es el Estado. ¿Por qué? Porque quiere pagarlos a la mitad de lo que valen; y la sociedad, a ese valor, no los vende. La brecha cambiaria del 100% es fiel reflejo del problema.

Imaginemos una solución accesible. Podríamos establecer las condiciones propicias para que, mediando confianza y seguridad jurídica, el sector privado ponga a circular dólares por la economía. En este ejercicio, a partir de enero de 2024 se podría tomar un café y una medialuna en un bar cualquiera por $ 1.000.-, o por 1 USD. Y esta dualidad existiría para todos los bienes de la economía. Se podrían pactar contratos de locación en pesos o en dólares, pagar o cobrar sueldos en ambas monedas y la economía se liberaría de las amenazas de ilegalidad por operar con dólares billete, previa reforma legal.

Luego de unos 18 meses, y mediando otras condiciones favorables, la confianza ganaría al temor y los dólares existentes empezarían, de una vez por todas, a circular, y a poner en marcha la economía. Lentamente la bimonetariedad se impondría, y en algún momento, unos 2/3 de la circulación monetaria serían en “dólares” y 1/3 lo sería en “pesos”. Ahí estarían las condiciones dadas para una dolarización… o no, si fuera necesario o conveniente ponerla en marcha.

Si las cosas no fueran tan bien, la demanda monetaria por pesos, frente a una preferencia absoluta por los dólares, colapsaría, y la cotización de la moneda local en términos de dólares podría implosionar. Estallido inflacionario mediante, no se tornaría la dolarización opcional, sino inevitable, como etapa final de un bimonetarismo no exitoso.

No tiene por qué pasar esto obligatoriamente. En Perú coexisten amigablemente ambas monedas, y la independencia del Banco Central (muchos presidentes presos y un solo presidente del Banco Central en más de 20 años lo demuestran) hizo que la moneda peruana tenga muy baja inflación y los particulares prefieran realizar contratos en moneda local a hacerlos en dólares. Hay otro futuro posible.

De todas formas, el debate no debería reducirse a decir que la propuesta es fantasiosa, o a tildar de fracasados a quienes alzan su voz poniendo énfasis en los inconvenientes. Un debate más serio sería necesario, y sin olvidar que hay tantas otras cosas iguales o más importantes que la elección de un sistema monetario, que han de resolverse ANTES de decidir sobre esto. Por eso decimos, no necesariamente es “una u otra”; tal vez sea inevitable “una y después la otra”. Depende de nosotros.


El autor es economista y docente. 

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