Gustavo Ripke, el "8" de la Selección campeona del ’70, no llegó a vivir un año en esta ciudad y dejó un recuerdo eterno. Aquel título le permitió lograr su aspiración de jugar profesionalmente. Años después, tras una grave lesión que lo sacó de las canchas, otra vuelta olímpica, en un Mundial y al lado del más grande, lo dejó a mano con la vida.
Por Sebastián Arana
Gustavo Ripke no llegó a vivir un año en Mar del Plata. Esos meses, sin embargo, le cambiaron la vida. Venía con un sueño trunco: jugar en la primera de Boca. “Llegué hasta Reserva, no era tan fácil entonces. Pude haber ido a jugar a Once Caldas a Colombia, pero no me animé. Tal vez me haya faltado un representante en aquel momento. Y entonces Adolfo Pedernera, que entonces trabajaba en Boca, me dijo que viniera a Mar del Plata a verlo al Turco Saba, que era amigo suyo”, le cuenta a LA CAPITAL el “8” de la Selección campeona.
Era marzo de 1970. “Vine el mismo día que cerraba el libro de pases. Saba me dijo que ya había cerrado su plantel en Kimberley, que tenía todo lo que necesitaba, pero me hizo el puente con la gente de Aldosivi y firmé para ellos sobre la hora”, agrega.
“En el Puerto conocí una gente espectacular. Tato De Angelis, Valastro, el Flaco Ruiz, Quique Mústico… Los llevo siempre a todos en mi corazón. Pasé un año espectacular en Aldosivi”, recuerda.
Pasadas las primeras fechas de adaptación, Ripke comenzó a mostrar lo que valía. En la sexta jornada del torneo (derrota 2-3 vs. Quilmes) metió sus dos primeros goles y terminó esa campaña con once conquistas. Muchas para un jugador que hoy se definiría como un volante mixto. “Ocurre que le pegaba bien a la pelota”, explica con sencillez.
El famoso Kimberley del ’70 ganó aquel campeonato, seguido por San Lorenzo y Quilmes. Aldosivi terminó compartiendo el penúltimo lugar con River, aunque mantuvo con comodidad su lugar en Primera. “Yo sabía interiormente que la posibilidad de volver a trascender otra vez en el fútbol era jugar el Argentino para la Selección de Mar del Plata.
Y les metía fichas todos los días a Miccio y a ‘Gambardela’ Martínez para que le hablaran de mí a Pacheco”, confiesa Ripke.
“Un jueves -continúa- ‘Gambardela’ me dijo que fuera a jugar un amistoso con ellos. No estaba muy preparado, nosotros entrenábamos de noche cuando los muchachos volvían de laburar en las lanchas. Pero anduve bien en esa práctica y al final Pacheco me dice: ‘Mire, si no tiene nada que hacer, vuelva el jueves próximo’. Ese día me fue todavía mejor. La rompí, hice un par de goles. Pacheco se va y no me dice nada. Pero al rato viene el profe Tauler y me habla. ‘Si tiene zapatillas con suela de goma, mañana a las nueve de la mañana lo espero en el Piso de Deportes’, me dijo. Yo vivía en un departamento en Falucho y Buenos Aires, me quedaba cerca. A la mañana, antes de ir a entrenar, fui a tomar un café. Abrí un diario y un título decía: ‘Ripke, última incorporación del seleccionado’. Ya estaba adentro”.
De todos modos, a Ripke no le resultó sencillo ganarse un lugar entre los titulares. “Jugamos dos o tres amistosos y Pacheco no me puso. Tampoco jugué con La Pampa y Bahía Blanca. Recién debuté en la ida con Olavarría y entrando en el segundo tiempo. Ese día llovía mucho y en el entretiempo me dijo: ‘Prepárese que va a entrar’. Y me hizo esperar todavía más de un cuarto de hora. Finalmente entré y anduve muy bien. Hice un gol y al día siguiente los diarios pusieron que mi entrada había cambiado el partido. Algún tiempo después ‘Gambardela’ me contó que Pacheco comentó: ‘No pensaba que Gustavo jugara tanto’. Desde ese día, ya no salí más“, relata.
“Esa Selección jugaba mucho, cubríamos bien toda la cancha. Tocábamos de primera, cambiábamos de frente. Me resultó sencillo entrar al equipo porque tenía un buen funcionamiento. Olavarría acá nos complicó, pero finalmente no nos pudo seguir el tren. Y fue uno de los equipos con más personalidad que integré. Claro que después de lo que vivimos en la revancha en Olavarría pensábamos que ya nada nos podía voltear”, resume.
No hay charla con un jugador de aquella Selección en la que no aflore ese recuerdo. “Ese momento nos unió mucho a todos. Tuve mucho miedo en Olavarría. En un momento entró una piedra al vestuario y volcó una botellita de alcohol sobre la camilla de masajes. Y detrás tiraron una sombrilla incendiada. Se generó un principio de incendio. La gente luchaba por entrar, un policía nos quiso sacar por el túnel hacia la cancha, pero terminamos
retrocediendo porque en la cancha había más gente. Volvimos al túnel y en eso escuchamos caminar hacia nosotros.
Pensé que estábamos listos. Pero eran botas de cuero. Había llegado el Ejército. Ahí vimos el cielo. Igual nos costó salir. La gente paraba hasta las ambulancias para revisar si iba alguno de nosotros. Estaban como locos”, aporta sobre esa tarde de furia.
“Los equipos del cuadrangular final eran todos buenos. Pero nosotros teníamos una buena mecánica y teníamos dos cartas bravas: la habilidad de Loyola o la velocidad de Miccio. Con todo lo que se hablaba del último partido con Mendoza, nos sorprendió encontrarnos ganando por dos goles en el primer tiempo. Después descontaron y nos apretaron. Pero, por todo lo que vivimos en Olavarría, estábamos muy fuertes mentalmente y aguantamos bien”, comenta sobre la noche consagratoria.
“Recuerdo -agrega- que poco después Alberto J. Armando invito a la Selección para intervenir en el torneo de verano. Le jugamos de igual a igual a todos los grandes. Boca nos ganó injustamente sobre la hora, con Independiente fue 3-1 abajo sólo porque nos hicieron jugar al día siguiente. Mostramos una muy buena imagen. Y después de ese torneo Miccio se fue a México y a mí me compró Colón de Santa Fe“.
“Cuando vine de Boca a Aldosivi pensé que se terminaba lo mío en el fútbol grande. Aquella Selección fue una bisagra para mi carrera. Jugar en ese equipo me permitió reinsertarme en el profesionalismo. Y quedó una relación para toda la vida y que me hace regresar seguido a Mar del Plata”, finaliza.
Diego, México ’86 y la otra vuelta eterna
Gustavo Ripke, a fuerza de buenas actuaciones, se ganó un lugar en aquel Colón de Santa Fe que se asentó en primera división en los primeros años de la década del ’70. Desgraciadamente para él, ese sueño de jugador de primera que persiguió con tanta determinación duró muy poco. En un partido del Metropolitano de 1973 televisado a todo el país, el uruguayo Líber Arispe, titular ocasional en un Independiente que estaba enfocado en la conquista de otra Copa Libertadores, le entró con tanta fuerza que le rompió la tibia y el peroné. “Cuando parecía me recuperaba, me tuve que volver a operar. Esa lesión fue el fin del fútbol profesional para mí“, se lamenta Ripke.
Lo que vivió esos años en Santa Fe, sin embargo, fue tan fuerte que el “8” de la Selección campeona eligió esa ciudad para hacer su vida y se dedicó a la fabricación y venta de ropa deportiva para, de alguna manera, seguir ligado al fútbol.
Ripke logró su objetivo. En 1985 incursionó fugazmente en el periodismo deportivo como comentarista de LT14 de Paraná durante la participación de la Selección en las eliminatorias clasificatorias al Mundial de México. Las relaciones que cosechó en el mundo del fútbol le permitieron lucirse. En un momento en el que Carlos Bilardo estaba muy cuestionado y la relación del equipo nacional con la prensa era pésima, él pudo lucirse profesionalmente por su llegada al “Profe” Ricardo Echevarría, al que había conocido en Colón, y a otros ex “sabaleros” del plantel como Enzo Trossero y Pedro Pablo Pasculli. “Ellos me pasaban buenos datos. ‘¿Estas seguro?’, me preguntaban mis compañeros. Y tenía la posta siempre”, se enorgullece.
Un año después, ya sólo como hincha, Ripke viajó a México para acompañar a esa Selección, que le había abierto sus puertas. “El Profe me hacía pasar a la concentración y solía prenderme en los ‘picados’ posteriores a las prácticas. Pasculli me había regalado un juego de camisetas y Bichi Borghi el otro. Hasta último momento estuve pendiente de si usábamos en la final con Alemania la habitual o la azul alternativa. Cuando me lo confirmaron, me fui al Estadio Azteca vestido de futbolista con el juego albiceleste. Con camiseta, pantalón y medias”, recuerda.
“Tenía mucha confianza en el equipo. Lo único que tenía en mente era entrar a la cancha a festejar y sacarme una foto con Diego. Cuando terminó y ganamos, salté el foso y lo busqué. Donde iba Maradona, iba yo. En un momento se me acercó un tipo de seguridad y me tomó del brazo para apartarme porque tenía que empezar la ceremonia de coronación. Pero me dejó. Y después di la vuelta al lado Diego y la Copa. Salí en varias fotos. Cuando terminó la vuelta olímpica, me metí en el vestuario junto a los jugadores. En la puerta había un policía, pero se apartó para dejarme pasar. Recuerdo que lo habían agarrado de punto para tirarle agua al masajista de Diego en Nápoli, que en todo momento acompañó al equipo. En un momento, me fui a la puerta a tomar un poco de aire. Y me encaró Rummenigge que venía para saludar a Diego. ‘Congratulations’, me dijo en inglés. ‘Buen partido’, le contesté”, narra Ripke aquellos minutos inolvidables.
“Cuando volví a la cancha, así, todavía vestido jugador, aún había mil y pico de hinchas festejando. Se me acercaban y me preguntaban quién era. ‘Eh, ¿qué pasa?, ¿no me conocés?‘, les decía…Terminaron todos dando otra pequeña vuelta olímpica atrás mío. Y yo salté el foso y volví a la platea. No sabés cómo me miraban. Pude tocar y besar la Copa. ¿Sabés una cosa? Esos minutos que viví junto al equipo campeón del mundo en México me compensaron por aquella lesión que me cortó la carrera”, finalizó.
El guión de vivir tiene muchos giros inesperados. Un destino no demasiado prometedor puede cambiar el futuro para siempre. En el camino pueden aparecer destinos inciertos o lesiones fatales. Y, al mismo tiempo, vueltas olímpicas al lado de un Dios que todo lo cura. Gustavo Ripke conoce bien esos cambios de dirección del destino.