por Gabriela Urrutibehety
gabrielaurruti.blogspot.com.ar
El lector que escribe un diario lee “Hospital Posadas” de Jorge Consiglio, una novela que se desarrolla en tres tiempos diferentes. Un vendedor de instrumental médico en una entrevista con un cliente encuentra un nombre de alguien que conoció hace tiempo y remonta la historia hasta los años 80. El médico y el nombre remiten al hospital Posadas y de ahí se llega a los 70, cuando en ese lugar funcionó un centro clandestino de detención bajo las órdenes directas del general Bignone.
Como la memoria, el relato trabaja por imágenes, pequeños cuadros, fragmentos que se van hilando desde el presente del narrador hasta armar la figura de Cardozo –ese nombre- y de lo que pasó años atrás.
El lector que escribe un diario copia un fragmento: “Ahora, a propósito de la más pura casualidad, me reencuentro con su historia. Siento que el pasado se me viene encima. Entonces, casi sin darme cuenta, empiezo a reconstruirlo.
Hago de Cardozo un personaje, mi personaje. Uso la imaginación. También los aportes de la memoria”.
En el párrafo copiado encuentra dos cosas: por un lado, la explicitación del proceso de construcción de la novela, a través del cual se pasa del nombre al personaje.
Y, por el otro, la particular respiración de la prosa, escondida en unidades breves, casi versos. Los capítulos tienen una disposición similar: breves, concentrados en una imagen o una escena, divididos a veces en bloques, como estrofas. Además, cada tanto, irrumpen las partes llamadas “tomas”, juego de ambigüedades entre el significado cinematográfico y el militar de la palabra, que vuelven, destacadas en la diferencia tipográfica, a los hechos de la dictadura.
Como en el proceso del recuerdo, hay una historia que se retacea –la que viene de las resonancias- escondida detrás de la cotidianeidad del narrador. A esta vida del hoy del narrador el afuera se le impone: no sólo el de la mención de Cardozo sino la demolición de la casa vecina, la muchacha punk, el fiambrero del supermercado chino o el kiosquero.
Tal como encontró el nombre, va encontrando otras historias (alguna le va pasando) a las que el lector se asoma como si fueran ventanas, la ventana desde la que se asoma el protagonista para ver el progreso (¿progreso?) de la destrucción del palacete de las hermanas Flers.
El marco de la ventana recorta, como recorta la narración. Por eso, el lector que escribe un diario piensa que en muchos sentidos la novela está contada desde la mirada. “Desde la ventana de la cocina, además de la obra, veo otras ventanas. Muchas. Incontables. Hay una que prefiero a todas las otras. Es un rectángulo en el que siempre hay una luz encendida”, copia el lector.
La memoria, también, es como una serie de ventanas –Microsoft ha formateado nuestro cerebro- a la que cuesta más o menos acercarse para espiar. Y de asomarse a esas ventanas estas armada la historia de Cardozo, desde los finales de la dictadura, atravesando la vida del país, hasta su presente de paciente internado en el Hospital Posadas, en una magnífica escena final que el lector decide no escribir, por si alguien decide espiar el diario que está escribiendo.