Por Luis Tarullo
Todo parece indicar que la relación gobiernos-sindicatos seguirá siendo la misma durante largo tiempo, más allá de los colores políticos con los cuales esté teñido el poder.
Un período de gracia (que con poca originalidad se denomina “luna de miel” para el actual y el resto de los casos), una ristra de reclamos, fotos de los presidentes y otros mandamases con los dirigentes, presiones y concesiones mutuas.
Ello incluye las sempiternas etapas de separaciones y reconciliaciones entre los gremialistas que bailan al compás de sus intereses y de acuerdo al menor o mayor grado de afinidad que tengan con quienes habiten la Casa Rosada y la Quinta de Olivos.
Y, por supuesto, si la cosa se pone espesa empieza a funcionar la catapulta -juntos o separados- para lanzar los consabidos cascotazos contra el rancho de quienes tienen la llave para abrir los grifos que hidratan sus espíritus sedientos.
Como se ha visto desde la llegada de Mauricio Macri a Balcarce 50, las consignas se vienen cumpliendo al pie de la letra.
Y rápidamente empiezan a verse los frutos de una relación que, no obstante, tiene una agenda de sinsabores elaborada desde antes del 10 de diciembre.
Ello, habida cuenta de que, también se sabía, las primeras medidas del gobierno color amarillo no iban a traer aparejadas las alegrías con las que algunos podían ilusionarse.
Inflación continua, sinceramiento del dólar y tarifazos son un cóctel demasiado pesado como para no generar una resaca importante en los bolsillos, la producción y el mercado de trabajo.
Encima, los intentos por morigerar esos efectos son apenas una aspirina, porque el magro cambio en el Impuesto a las Ganancias le perdona la vida a unos pocos salarios pero el tributo homicida sigue tan orondo como desde hace más de década y media, cual tirador en un pelotón de fusilamiento.
Es en este panorama clásico donde los dirigentes de cuño peronista deciden ir tomando algunos recaudos y cumplir la promesa que se hicieron durante el gobierno anterior, rejuntándose otra vez.
Con la novedad de que en tiempo récord replicaron algunas medidas con sus propias iniciativas, como en el caso de Ganancias, aunque con perspectivas de éxito más que relativas por ahora.
Sin embargo, viejos zorros conocedores del paño donde se juega el billar del poder, amenazan con ajustar severamente el cordón del zapato del gobierno y prometen aflojarlo a cambio de algo (un “algo” que habitualmente no es sinónimo de “poco”), respetando el legado de Augusto Timoteo “Lobo” Vandor, el mejor ejecutor del “apretar para negociar”.
Y ese algo es aquello ante lo único que nunca dudan en blandir -ojo, solo durante un tiempo- la bandera blanca: plata para las obras sociales, quintaesencia de los sindicatos.
El Ejecutivo -mejor dicho los Ejecutivos, desde Carlos Menem hasta hoy- sigue parado sobre parte del dinero de esos entes de salud, la que corresponde a los tratamientos complejos. En términos económicos, un verdadero bocado de cardenal.
La cifra, desde entonces, casualidad o no, se mantuvo en niveles parejos de una punta a otra: entre 2.500 y 3.000 millones de dólares. Tras la devaluación del gobierno de Macri y con el dólar legal único a unos 15 pesos, la equivalencia transformó esa cifra en unos 1.700 millones de dólares.
Es necesario usar la moneda estadounidense para notar con más precisión la montaña de plata que, de acuerdo con los criterios establecidos antaño, debería haber vuelto regularmente a las obras sociales (casi todos entes privados, salvo las de los trabajadores públicos) pero sigue en cajas estatales.
Es cierto que los sindicatos dejaron mucho que desear cuando el manejo de esos dineros era exclusivamente suyo. Pero el pase de manos tampoco fue garantía y, peor aún, las prestaciones de salud gremiales en muchos casos enflaquecieron.
En cuanto a hechos concretos actuales, está pasando lo que pasó una y mil veces: el gobierno y los gremios acordaron negociar para concretar la transferencia de unos 2.100 millones de pesos o 180 millones de dólares (algo así como el 10 por ciento del reclamo histórico). Y seguir calculando para el futuro.
En síntesis, retoma su marcha la rueda principal de la conveniencia mutua, y la continuidad de la armonía y los beneficios compartidos dependerá de cómo se porte cada una de las partes. Claro que en estas historias, como siempre, hay, en el medio, otros millones de actores alejados de los devaneos del poder que necesitan dejar de ser depositarios del humilde rol de postes caídos.