Una madre y su hijo huyeron de la guerra. Una familia marplatense les da refugio hace dos semanas gracias al "Programa Siria" de visado humanitario.
por Gonzalo Gobbi
@gonzalogobbi
La cotidianeidad de dos familias a 12,600 kilómetros de distancia se alteró por completo en apenas dos semanas. En Siria, atravesados por una guerra atroz, con violencia extrema en las calles, muertes y desaparición de personas, una mujer y su hijo esperaron más de un año “el llamado” humanitario de Argentina. En una alejada zona de Sierra de los Padres, un matrimonio decidió abrir mucho más que las puertas de su casa a esta familia de refugiados. Hoy, traductor de Google mediante, la única distancia entre ambas es el idioma y la cultura: solo los separa la mesa que los reúne bebiendo un fuerte café árabe en el comedor de un cálido hogar entre las sierras, donde la interculturalidad y la solidaridad garantizan un tiempo de paz y tranquilidad, lejos de un mundo en guerra.
La historia comenzó hace un año y medio. Paula Florencia, una empleada pública argentina casada con un albañil español, se transformó en “llamante”, sin saber aún qué significado real tenía esa palabra. Noches antes su hijo menor se desveló mirando un documental en Netflix sobre la cruda realidad en Siria y los más de cuatro millones de “desplazados” en Oriente y la idea cobró vida.
“Fue por conciencia de mis hijos”, resumió Paula al recibir a LA CAPITAL en su hogar, sobre una calle de tierra donde literalmente termina Sierra de los Padres. “El más chico quedó recontra impactado con el documental y pasaron dos cosas: me preguntó, ‘si Argentina estuviera en guerra, ¿nadie en todo el mundo nos ayudaría?’, y después pensé: no me gustaría jamás que mis hijos estuvieran en esa situación y nadie los ayudara”.
Lo que siguió, en tiempos de hiperconectividad, fue una búsqueda en Google: “Cómo ayudar a la gente en Siria”. El recorrido virtual la conectó con un grupo de voluntarios ligados a la realidad en los países árabes, y éstos le recomendaron contactar a la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) para acceder a una lista de sirios que buscan “llamantes”: los habitantes del país en guerra desde 2011 no pueden salir sin alguien que los patrocine.
La respuesta a todo fue “Programa Siria”, una herramienta de la Dirección Nacional de Migraciones que consiste en un programa especial de visado humanitario para extranjeros afectados por el conflicto de Siria.
Hodina y Charles
Una mujer siria de 43 años, peluquera profesional, se inscribió en este registro desde su ciudad, Latakia, la localidad en la que vive el polémico presidente de Siria, Bashar al-Ásad. Se trata de Hodina, quien anotó su nombre y el de su hijo, Charles (14), pidiendo refugio fuera del país.
Paula, con sus ganas de ayudar, y Hodina, con su necesidad de huir, se contactaron primero vía Whastapp y comenzaron a conocerse, traduciendo cada mensaje del árabe al castellano y viceversa.
Desde hace dos semanas, tras un año y medio de trámites ante la embajada en Damasco y en el Líbano, Hodina y su hijo adolescente están viviendo en Sierra de los Padres en la misma casa que Paula, su marido y sus dos hijos.
La historia de la “llamante” contiene una conexión más con la guerra en Oriente. “Mi marido es español, yo viví 12 años en España. En el 2010 él estuvo en Libia cuando el país entró en una guerra civil y quedó atrapado. Fue la gente de allí quien lo ayudó a salir”, contó y agregó: “En Europa las guerras se viven más cercanas. Pero ahí tomamos conciencia de cómo la gente queda atrapada y empezamos a pensar en la guerra de forma diferente”.
Y sobre Hodina y su hijo, quienes llegaron en un vuelo hace dos semanas a Argentina, remarcó: “Son tranquilos, amables y respetuosos. No son migrantes que eligen irse, sino personas que si su país no estuviera en guerra, se quedarían. Solo quieren salvar su vida”.
Integración
Mañana, Charles, el hijo de Hodina, empezará las clases en la Escuela Técnica N°3 de Mar del Plata. Garantizar la educación de los refugiados es responsabilidad de los “llamantes” del Programa Siria, como así también ofrecer vivienda, comida y acceso a la salud.
El traductor de Google es lo único que por ahora rompe la barrera del lenguaje: no hablan español, pero “se adaptan como pueden, un día a la vez”.
Por lo pronto, el Programa contempla un curso de interculturalidad en la escuela para afianzar la integración, pero a la vez Paula busca a un profesor de español o un traductor. Están en tratativas con la Dirección de Derechos Humanos del Municipio, a través de Sonia Rawicki.
Mientras, los ayudan a integrarse como pueden. Parte del proceso es doméstico y se ocupan a diario de proponerles ejercicios para enseñarles palabras en castellano: objetos, acciones, conceptos de peluquería y todo lo posible.
Durante la visita de LA CAPITAL, junto a una exótica cafetera árabe que Hodina trajo entre pocas pertenencias para beber el café como le gusta, varias hojas con palabras en español traducidas al idioma yacían sobre la mesa.
La integración se nutre de lo cotidiano. Hacer las compras, cocinar, interactuar con la gente, identificarse con un entorno y un clima tan diferente, de los 30 grados de la ciudad de Latakia al frío, el viento y el barro del invierno entre calles de tierra en Sierra de los Padres.
“De a poco se van adaptando”, indicó Paula finalmente, convencida de que “podrá encontrar trabajo como peluquera” si le brindan esa oportunidad.
“Lo que se necesita es abrir la cabeza y estar dispuesto a ayudar y ocuparse de otras personas”, dijo frente a la sonrisa de Hodina y su hijo, reflexionó: “Siempre hay excusas para no ayudar. Somos un país solidario cuando tenemos la oportunidad. Mucha gente debería sensibilizarse y siempre hay alguien que quiere dar una mano, por eso es importante que el Programa Siria se conozca”.
— Huir de la guerra sin dejar de mirar atrás
Las normas de confidencialidad del Programa Siria impiden entrevistar en forma directa a los refugiados. Fue la “llamante” quien contó parte de la trágica historia de esta familia abrumada por la guerra.
“Hay más de 4 millones de personas desplazadas y alrededor de 500.000 muertes por la guerra. Latakia, donde vivían, es una ciudad dentro de todo segura, pero para lo que es Siria: no hay ‘tantas bombas’, pero desaparece mucha gente: más de mil personas este año”, explicó Paula.
Hace años, la guerra hundió a Siria en los bombardeos, la falta de agua y alimento, el desempleo y una desesperada migración. Hodina y Charles dejaron lejos a parte de su familia, pero lo más duro “no es la distancia, sino las condiciones en las que quedaron”, sin saber si los volverán a ver. Hoy están en permanente contacto telefónico, celebrando cada nuevo día de vida. También se escriben entre los refugiados. Cada bombardeo “detiene el tiempo”.