María Cristina Chiama es una narradora comprometida con lo controversial histórico, con fuertes apelaciones y al mismo tiempo capaz de sobreimprimir toques poéticos y sutilezas en su lenguaje.
Por Sebastián Jorgi
El primer relato de este libro, Bayer, un historiador en Patagonia, está estructurado en seis capítulos: Osvaldo Bayer; Ernesto Jáuregui; Mercedes Carriqueo; Federico Rauch; El desierto, y El malón de la paz. Podríamos conjeturar, en los límites de una nouvelle. Pese a que cada capítulo tiene cierta independencia formal, el hilo semántico transita desde el comienzo hasta el último. En otoño de 2018, Ángela, periodista del diario Esquel y Ernesto su pareja se instalan en una cabaña con la idea de un cambio de vida. Reciben la visita de un anciano:
“Es un placer volver a este hermoso paisaje. Aquí había decidido en 1958 vivir con mi esposa y mis cuatro hijos para siempre. Pero como el destino pega sus vueltas, hoy estoy acá para ver a algunos amigos. Aún recuerdo el día que tuve que abandonar Esquel forzado por la orden de un juez que me acusaba de muchos delitos…Volvió a pasarme muchos años después cuando las Tres A me condenaron a muerte por mi libro La Patagonia rebelde”.
Y sí: se trata de Osvaldo Bayer, el visitante que le contará a Ángela, “recorrida por una descarga eléctrica”, historias que abarcan temas de la dictadura. “Soy Ángela Risso, vengo de Rauch, provincia de Buenos Aires, nos hemos instalado con mi esposo Ernesto aquí”. Tal el primer capítulo Bayer que se enlaza con el segundo, Ernesto Jáuregui, que mientras tanto lee el diario Esquel en su versión digital, donde se entera de los crímenes cometidos por el gobierno de Hipólito Yrigoyen que fusiló a 1500 trabajadores en aquel tiempo.
Confieso que a esta altura del libro se me erizó la piel. El crescendo se acentúa en Mercedes Carriqueo, que le relatará a Ángela lo que pasó en Cushamen en enero de los años 50, durante el despojo, bajo el insulto de los expropiadores, primero las casas y luego las estancias que terminaron en manos de los ingleses. Denunciaba el diario La chispa, “Es urgente que los legisladores aclaren el despojo de Cushamen”. Y pasamos al capítulo Federico Rauch, en la que María Cristina Chiama retoma el diálogo entre Ángela y Osvaldo Bayer. Es destacable la mano de la narradora que imbrica el quid de la visita del autor de La Patagonia rebelde. Dice Bayer: “En 1963 estuve en la Biblioteca Popular de Rauch, ciudad de la provincia de Buenos Aires, dando una charla sobre estos temas, sugerí a los pobladores cambiar el nombre de Rauch por Arbolito, los milicos me recluyeron dos meses en una cárcel de mujeres”.
El clímax de este primer relato, Bayer, un historiador de la Patagonia, se acentúa en el capítulo El desierto, en el que la autora deja como en off la voz de Bayer, en la que aparecen en escena Mansilla, Rosas, Calfucurá, donde se torna insoslayable la defensa de los pueblos indios.
Culmina el relato con El malón de la paz, en el que Ángela retoma la lucha de los pueblos insertando la historia-denuncia de Osvaldo Bayer. Me dije en este momento de la lectura, el homenaje que brindaba en este relato al periodismo comprometido, obviamente a Osvaldo Bayer en la voz de Ángela Risso, un amalgama dialéctico para desmenuzar cuestiones de una Argentina atrapada, como decía Antonio Pagés Larraya, entre lo hermoso y lo trágico.
Y entramos ya en el segundo relato, Cita en Old Baileys, una hostería en el que Lila Oriola, encuentra trabajo de cocinera. Su dueño es Rory Kindelán, “un hombre de cabello rojizo, ojos claros y rasgos criollos”. El nombre Rory proviene de un rebelde irlandés del siglo XVI. Conversaciones sucesivas entra dueño y empleada desgranan, por así decirlo, confidencias. Le cuenta a ella que en las costas de Irlanda suelen hallarse selkies, “criaturas con el extraño don de poder deshacerse de su piel de foca y transformarse en mujeres muy lindas”. Dos turistas se agregan a este cuadro, Pedro y Sara que vienen de un viaje largo por las ruta 3. Sara se recuesta a descansar, mientras Pedro conversa con el dueño de la hostería Rory. Ella se rinde al sueño y tiene una pesadilla, despierta sobresaltada al momento que entra Pedro. Un cuento con claves: Sara toma la tablet y escribe, “quien escribe desova, se transforma en pez”. Notación que el lector deberá tomar debida cuenta.
Y llega la hora del desayuno, en la que Rory, siempre conversador, acuciado por las preguntas sobre el pasado del irlandés, quien al fin los invita a que den un paseo por la gruta, dejando un halo de misterio…María Cristina Chiama engarza con habilidad el humor, porque detrás del paseo vendrá un desenlace, digamos, cuasi mágico, una especie de metamorfosis que tendrá cierta coherencia con el principio, en que irrumpió el tema misterioso de los “selkies”.
El siguiente relato, Aracné en el lago Pulmarí, está dedicado a sus mujeres tejedoras de los años 90, donde vuelve a aparece el apellido Carriqueo y nuestra autora va otra vez por la Historia : en 1883 fue la última batalla entre el ejército y los mapuches. La congregación de la comunidad entera comenzaron a hacerse en el taller, lugar férreo de resistencia por la recuperación. Y otra argucia mágica expone con maestría nuestra narradora para el cierre de esta pieza.
El paso al relato Clarita y el mago (con una cita de Rayuela de Julio Cortázar, “¿Encontrarían a la Maga?)” también se las trae, pensé al leer el interrogatorio de la policía a una señorita que denuncia la desaparición de su madre. La denunciante trae un manuscrito, que deberá el oficial. La operatio de un cuento dentro del relato entra en vericuetos fantásticos, en viajes de una tal Clarita por Buenos Aires, Montevideo y El Bolsón, “lugar que Clarita adoraba…donde vive toda suerte de gente..adivinos y hechiceros que sazonan sus predicciones…”. Un elemento juega: el espejo y una rara grieta aderezan este manuscrito, que no es el de una botella…
El comienzo de Invisibles nos pondrá en la pista de su trama: “Percibieron el primer signo al llegar a las rucas: en ellas descubrieron que las pieles en que dormían y hacían el amor no estaba sobre el piso. Esa misma noche, la segunda señal se presentó de modo abrupto, puesto que no hubo forma de encender la fogata que ardía siempre en medio de la vivienda”. Y el misterio crece, porque tampoco encontrarán los collares, prendedores y aros, también habían desaparecido. Nuestra narradora pone un indicio, todo será obra de Ngunechen, uno de los seres espirituales en las creencias del pueblo mapuche. Y seguirán vicisitudes en serie hasta el final.
Sin duda, en este punto pensé en las vivencias de María Cristina Chiama en el sur, pensé en el despliegue de una autobiografía, que se confirma en el relato siguiente, Detrás de una pantalla: “Hoy me puse a pensar en sobre cómo todavía apoyo las manos en el ordenador cada día, para sortear el miedo de no hacerlo bien”. Y en este despliegue engarza, por así ilustrar al lector de estas notas, raccontos que mencionan a Bruno, su abuelo médico, que la cuidaba cuando, siendo niña, tuvo la tos convulsa en Chacabuco. Los toques poéticos entran en juego en su narrativa, y los espacios oníricos harán su papel. Sutilezas de una contadora que detrás de una pantalla espeja su propia vida.
Un relato —prefiero cuento en el caso de Talamera, por la tensión excitante— de notable maestría. Sucede en pandemia y nuestra narradora observa desde su balcón a tres muchachos que cazan palomas en la trampa, donde caerán muchas. La mirada de la personaje narradora continúa en la noche y en otra madrugada donde escuchará golpes en el departamento del lado derecho de su vivienda y así, hasta que ya de día alguien toca el timbre del portero eléctrico. Se trata de un vendedor de medias. Me dije que el humor aderezaba el tránsito de la escritora mientras observa y hace el inventario de la vida. De la propia y la de los otros, precintando un neo-objetivismo. Imagino que se divierte mientras está escribiendo.
En la segunda parte, ¡Tres cuentos escritos en el taller de Nicolás Bratosevich, en 1976! Caramba, me dije, nada menos que el insigne Brato, un profe de aquellos. Venir de tan lejos y con tanta solidez, es bastante. El beso, el primero de la serie, se trata de un flirt de secundaria, entre la protagonista narradora y un muchachito que está en tercer año, uno más adelantado. Ofrece la candidez, cierta inocencia y digamos, en ese beso, un despertar al amor, “un hormigueo muy especial”. Encuentro, tal el título del segundo, ya sucede en tiempos de Facultad, entre Lucio y Nora. Unas caminatas, idas y vueltas por Plaza Francia, el Bajo y Retiro será el escenario de este cuadro que culmina un primero de enero…Y cierra esta serie Policías y ladrones, donde varios chicos suelen jugar a la pelota en una parroquia, liderada por el hermano Juan. Una tarde la pelota caer por enésima vez en la pensión vecina y la dueña. “una bruja” no se la devuelve. Entonces deciden jugar a policías y ladrones, camino a un dramático desenlace.
Y llego con la lectura a la última parte, Homenajes. El primer relato Atajos, dispara un acápite: “En torno de ellos crecía un ominoso silencio. Nunca más. CONADEP”. La referencia es un golpe directo por lo explícito en nuestra controvertida historia de los 70, tema que retoma nuestra narradora contando un cuadro patético. “Llueve pesadamente contra los barrotes de un ventanuco inaccesible y el cielo se desgarra a pedazos, mientras una muchacha cierra su paraguas y se resguarda en un zaguán abierto”. Todo es una argucia onírica: se trata de una mujer prisionera (vuelve a reiterar la frase, “detrás de un ventanuco inaccesible” en el avance del relato), se escuchan voces en off, “insultos, gritos, sonidos guturales y alarmantes silencios.”
Tendrá tus ojos, un relato dedicado a Césare Pavese, juega con un desdoblamiento, una suerte de monólogo donde repasa a Garcilaso, Miguel Hernández, Neruda, entre otros insignes poetas. Transcurre esta especie de catarsis un día de septiembre, en el que irrumpe la voz del gran actor italiano Vittorio Gassman. Un collage íntimo, escrito a través de la “enamorada del muro”. Otra sutileza. Y el siguiente, Querido Brato: dos puntos, es una carta muy cariñosa al inolvidable profesor Nicolás Bratosevich, conmovedora misiva, “el amor nos redime de este no saber ni cómo ni cuándo ni dónde trasnochar los sentidos”. No menos conmovedora será Cartas de tía Dora, cuyo fortísimo lazo afectivo durante toda la vida impregna esta serie de misivas que María Cristina recibirá en la Patagonia. Culmina con un par de referencias al cine, La Strada de Fellini y Breve cielo de David José Kohon.
He leído y releído De Patagonia y otras latitudes, convencido de una narradora comprometida con lo controversial histórico, con fuertes apelaciones y al mismo tiempo capaz de sobreimprimir toques poéticos y sutilezas en su lenguaje. Apasionadamente.
Autobiografía de María Cristina Chiama
María Cristina Chiama nací en Buenos Aires en 1952. Me recibí de profesora en Letras en 1977 pero ya desde el 1976 integraba lo que fue un hito en mi vida: el Taller de Nicolás Bratosevich donde comencé a escribir de otra forma. A los 25 años me fui a trabajar en la docencia a Patagonia para residir finalmente en Esquel durante 14 años de donde guardo recuerdos increíbles y el conocimiento de tanta gente, paisajes, además del contacto con las culturas galesa y mapuche. Si bien mi primera publicación fue en Buenos Aires en una revista de General Pacheco, en la Patagonia seguí escribiendo y un grupo muy inquieto de gente motorizó publicaciones varias. Mi vida familiar se incrementó pues nacieron tres de mis cuatro hijos. En 1992 por razones múltiples nos trasladamos todos a Laboulaye, en Córdoba. Nueva etapa en la docencia y la coordinación de talleres y escritura además de algunas publicaciones colectivas y trabajos pedagógico-didácticos. Mis publicaciones ficcionales son: Poemas para afirmar las alas, 1988; Nouvelles: Celebración de la sangre, 2013 y Guardia de cenizas, 2015; En breve, Microrrelatos,2019; De Patagonia y otras latitudes,2021;Poemas al paso, 2023 y Susurrados (Micropoemas) 2023.