Por Nino Ramella
Por ser el titular de una empresa de alcance nacional podría suponerse que las despedidas a Antonio Néstor “Quique” Cabrales han de responder al consabido protocolo de tal circunstancia. No será así, al menos en la ciudad en la que nació y en la misma en la que acaba de dejarnos.
Los marplatenses, independientemente del grado de amistad o conocimiento con él, sentimos que la noticia de su muerte implicará la ausencia de alguien que se ganó el aprecio de una comunidad a fuerza de ser consecuente con algunos valores y sentimientos que compartimos los lugareños.
En principio su arraigo con Mar del Plata no se expresaba tan solo por su permanencia en ella. En cada entrevista que concedía una y otra vez remarcaba la imagen fresca y joven de la ciudad y lo positivo que había resultado eso para su empresa. Un producto hecho en Mar del Plata sale a venderse al interior del país y cae simpático, sería diferente si yo estuviera establecido en otra ciudad de la Provincia de Buenos Aires, se me haría más dificultoso venderlo, en Mar del Plata se me facilita, afirmó en una sesión del Concejo Deliberante cuando se lo declaró ciudadano ilustre.
La otra virtud de Quique era su su sencillez. Pudiendo presumir de sus logros no sólo no lo hacía sino que remarcaba el origen humilde de su familia.
Hace muchos años me contó una anécdota que porque le hace honor hoy comparto con ustedes. “Cuando mi madre, embarazada de mí, comenzó con trabajos de parto mi padre fue a pedirle prestado el teléfono al dueño de un almacén -al que él ya le vendía café- para llamar a la partera. El hombre en chiste le dijo que se lo prestaba siempre y cuando me pusiera su nombre. Mi madre quería ponerme Enrique y se enteró bastante después que mi padre me había anotado Antonio Néstor. Mi padre simplemente le dijo que me llamara como quisiera pero que él no iba a perder a su mejor cliente”.
Por eso Quique alardeaba de que su destino de empresario estuvo marcado desde la cuna.
Un aspecto inseparable de la persona de Quique Cabrales era su sentido de familia. Tuvo un permanente reconocimiento a su padre que tomó como referente en el trabajo y en la vida recordando que sus valores de “humildad, el trabajo, la honestidad, pedir las cosas por favor, dar las gracias, querer a la gente, tener perseverancia, tener lealtad…” era algo que incorporaron muy sólidamente él y sus hermanos.
Pero hay una persona que asociamos inmediatamente cuando hablamos de Quique y esa persona es Coca Sebastiani, su mujer. “Coca es un pedestal mío de la vida, me apoya y me alegra en las tristezas, me fortalece en las debilidades y es lo que necesita tener un hombre de empresa, tener un apoyo en la casa porque en la vida del empresario también hay debilidades, también se llora”.
La familia, claro está se completa con sus tres hijos y varios nietos. “Tengan por seguro que la nueva generación de Cabrales está vacunada para no vender la empresa”. Esa no venta era una obsesión para Quique. En el momento del uno a uno le habían ofrecido una suma millonaria en dólares que él no aceptó. “Imaginate -me comentó un día-…si hiciera eso no me alcanzaría lo que me dieran para pagar un psiquiatra que le de sentido a mi vida”.
Hoy la ciudad despide a un hijo dilecto y lo hace con un sentimiento que no puede ser tomado más que como un premio a quien en su vida no sólo contribuyó a engrandecer una empresa sino también a enriquecer la imagen y virtudes de la ciudad que compartimos.