Opinión

De la deuda a Villa Gesell

Por Jorge Raventos

El presidente Alberto Fernández continúa en Europa sus gestiones encaminadas a la renegociación de la sofocante deuda que soporta el país.

Con el viaje que está en marcha en estos momentos, antes de cumplir dos meses de gestión el presidente argentino habrá tomado contacto cara a cara con media docena de destacados líderes mundiales, entre ellos el Papa Francisco.

También con el pontífice Fernández habló de la deuda (“Hará lo que pueda para ayudarnos”, explicaría el Presidente), pero la conversación se extendió a otros temas que preocupan al Papa: la lucha contra el hambre, la extensión de la pobreza y la desigualdad social, los trabajos por la reconciliación y el cierre de la grieta (“El Papa y yo tenemos una obsesión, que es unir a los argentinos -declararía Fernández-. La Argentina tiene que terminar con el tiempo de las diferencias. Hay que respetarnos”). Hay relaciones significativas entre grieta, desigualdad, pobreza deuda y violencia social.

Ante el Papa el Presidente no se refirió al proyecto oficial de despenalizar el aborto, pero el tema surgió posteriormente con el secretario de Estado del Vaticano, monseñor Pietro Parolín. Era inevitable. Como señalamos aquí una semana atrás: “El Presidente argumentará con franqueza los motivos por los que decidió respaldar la despenalización del aborto, que son, a sus ojos, de carácter sanitario y en modo alguno están ligados a ideologismos extremos de índole antirreligiosa. Fernández no espera recibir aprobación en este punto, pero sí comprensión.” Parolin reiteró la postura de la Iglesia: la protección de la vida desde la concepción.

Como Fernández declaró que el tema no había sido tratado con el Papa y un boletín de prensa de las conversaciones consignó el concepto expuesto por Parolín, hubo quienes quisieron leer en el episodio un conflicto asordinado. El Papa ordenó que la confusión se aclarara con un segundo comunicado de la Iglesia, que dejó asentado que, como había expuesto el Presidente, el tema no había sido tratado con el Pontífice.

Ni Fernández ni Bergoglio son personalidades que se ahoguen por tormentas en un vaso de agua. Los registradores de sonrisas papales deducen que “hubo onda” entre ambos argentinos. Y el Papa le recomendó a Fernández que cultive y conserve el sentido del humor.

Guerras de nervios

El Presidente tiene ahora en la agenda sus importantes reuniones con Emmanuel Macron, Angela Merkel y Pedro Sánchez. Siempre con la deuda como eje. Un 15 por ciento de los directores del Fondo Monetario Internacional son europeos.

Aunque las respuestas que Fernández viene cosechando son muy buenas, los críticos internos y los voceros de “los mercados” le cuestionan a su gobierno que no exponga con urgencia y claridad una propuesta económica integral.

El Presidente y su ministro de Economía, Martín Guzmán, están abocados, antes que nada, a la emergencia y a reprogramar los vencimientos de la deuda. Sin despejar esa incógnita, cualquier plan es un castillo en el aire.

El frenesí que muestran ciertos análisis, – entendible cuando sus fuentes son quienes especulan con los papeles de la deuda argentina-, intenta agregar presión a una situación que ya es de por sí exigente.

Tan pronto se logró esta semana la media sanción (casi unánime) de la ley que respalda la gestiones de reestructuración de la deuda y habilita instrumentos de negociación., el ministerio de Economía prometió hacer a los acreedores privados una “oferta sostenible” a mediados de marzo y comenzar con el Fondo Monetario Internacional reuniones formales (las informales ya llevan semanas) a mediados de febrero. La semana próxima se verá con Kristalina Georgieva en El Vaticano, donde mantendrán una charla privada además de compartir un panel organizado por la Academia Pontificia de las Ciencias.

Guzmán sigue un programa, no parece intimidado por las guerras de nervios y las presiones especulativas.

Deuda, grieta y otras intoxicaciones

¿Podría interpretarse el acompañamiento opositor a la ley que facilita la renegociación de la deuda como un puente para cerrar la famosa grieta?

Sería una conclusión precipitada: la oposición no quiso en ese asumir punto una intransigencia que hubiera sido contradictoria con la lógica de su propia gestión y hubiera  desafiado simultáneamente a la opinión pública y a los mercados.

Las cúpulas opositoras administran sus recursos y quieren reservarse munición para bloquear otras iniciativas del gobierno: por ejemplo, piensan impedir la designación del actual juez federal Daniel Rafecas como jefe de los fiscales.

Sucede, sin embargo, que el frente opositor está muy trabajado por tensiones internas. Aunque la mayoría de sus dirigentes coinciden en que les conviene preservar la unidad, ese deseo no alcanza a neutralizar las diferencias: algunas son ideológicas, otras, de temperamento, pero las que más pesan son las divisiones funcionales. Los gobernadores de Cambiemos, por caso, están tentados por la necesidad de no romper puentes con el poder nacional, fuente de recursos o de obstáculos: sus armas de presión las usan prioritaria o exclusivamente para defender intereses de sus distritos. Por ejemplo, en el toma y daca preparatorio de la ley de renegociación de la deuda, los mandatarios opositores (empezando por Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales) acordaron con el oficialismo la suspensión del pacto fiscal que en su momento (2017) había impuesto el gobierno de Macri a las provincias y las comprometía a no cobrar determinados impuestos propios. La mayoría de los diputados opositores no atados a la fidelidad a esos gobernadores no votó la medida, que se aprobó con un margen sumamente ajustado.

La conducción en ciernes del Pro – específicamente Patricia Bullrich- está lejos de los incentivos que influyen sobre los Ejecutivos locales. Por el contrario, en esa instancia consideran que deben marcar con claridad y firmeza su oposición al gobierno para no divorciarse velozmente del electorado militante de Juntos por el Cambio, ese que se movilizó en la última etapa de la campaña y permitió que Mauricio Macri cayera por una diferencia más estrecha de lo que podía preverse tras el resultado de las PASO.

El diagnóstico de quienes rodean a Bullrich pronostica que el gobierno de Fernández no podrá mejorar sustancialmente la situación económica y que las dificultades consecuentes irritarán a sectores de las clases medias (en ciudades y áreas rurales), Allí se da por sentado que la presidencia de Fernández es tributaria de un “pacto de impunidad” con el kirchnerismo y que éste se traducirá en medidas judiciales que serán un revulsivo extra de aquella irritación. Se preparan para capitalizar electoralmente y acaudillar políticamente las previstas reacciones. El reciente acto en el quinto aniversario de la muerte de Alberto Nisman fue una gragea de muestra de esa línea.

Pero el Pro mismo está fisurado: la imprudente filtración de muy infelices declaraciones de Mauricio Macri ante correligionarios patagónicos (donde el expresidente se muestra lúcido en cuanto a las destructivas consecuencias que podía acarrear el endeudamiento que desarrolló su gobierno y, al mismo tiempo, descarga culpas sobre sus subordinados) provocó un extendido jaleo interno, además de duras reacciones de los aliados radicales.

En paralelo, opiniones públicas de Jaime Durán Barba – ícono de la comunicación del gobierno macrista- sumaron irritación en las filas cambiemitas. En el marco de un extenso reportaje, el analista ecuatoriano caracterizó a Cristina Kirchner como “la mujer más brillante de la historia argentina” y consideró que “Macri ya fue. Hizo lo que pudo”.

No es una novedad que declaraciones de Durán Barba produzcan alboroto y protestas; sí lo es que el cuestionamiento abarque a todos los costados de Juntos para el Cambio, sin excluir a la propia Patricia Bullrich, potencial número uno de la fuerza que lo entronizó como gurú. El episodio es otra señal de crispación interna, indica que que ya ni siquiera se hacen esfuerzos por lavar los trapos sucios en privado.

Que casi al mismo tiempo se conociera la designación de Macri en un vistoso cargo de la FIFA de Gianni Infantino – un trofeo que seguramente debe más a gestiones de su amigo y agente de transferencias internacionales de jugadores Gustavo Arribas que a la conducción institucional del fútbol argentino o a sus principales clubes, que la consideraron escandalosa-, constituye un dato si se quiere banal, pero que contribuye a azuzar el malestar intestino y a estimular las fuerzas centrífugas.

Ese paisaje no sólo dificulta la superación de la grieta; más aún que eso, impide el ordenamiento razonable del sistema político y la construcción de canales orgánicos de expresión y contención de las pulsiones sociales, deja a sectores peligrosamente a la deriva, sumidos en la impotencia y acaso disponibles para aventuras sin rumbo.

O para formas anómicas y ominosas de violencia como las que se extienden cada vez más a menudo ante el estupor público.

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