Una mirada a Santiago de Chile, una ciudad con enorme influencia de costumbres estadounidenses.
por Marcelo Solari / Desde Santiago de Chile
Concluyó el mes y el último día de octubre coincide con la celebración de Halloween, o noche de brujas, por si hace falta traducción, a esta altura de la influencia de esta festividad que en origen pertenece a una cultura muy diferente de la que identifica a estas tierras.
Globalización mediante, las calabazas iluminadas, el “dulce o truco” y los disfraces alusivos han ganado terreno en Sudamérica.
No tanto en Argentina. O al menos no tanto como aquí, en Chile. Los negocios están adornados al efecto, las camareras lucen vestimentas al respecto y, sobre todo los jóvenes, disfrutan de fiestas específicas. Realmente, por aquí es todo un acontecimiento, potenciado incluso por el fin de semana largo.
La referencia a la celebración que termina siendo más divertida que atemorizante, tiene que ver con la enorme influencia del “american way of life” (estilo de vida estadounidense) que incide directamente sobre unas cuantas costumbres de los chilenos.
Sucede que la impresión inicial para buena parte de los argentinos que llegan por primera vez a Santiago de Chile es de cierto parentesco con Buenos Aires. Una ciudad muy grande, con una enorme área metropolitana, cosmopolita y con cierto grado de inseguridad, especialmente a determinadas horas y en determinados sectores.
No obstante, cuando uno comienza a familiarizarse con la capital chilena, a recorrerla y a prestar mayor atención, aparecen diferencias apreciables. Por esa misma influencia mencionada, Santiago es, arquitectónica y funcionalmente, mucho menos “europea” que Buenos Aires.
Además, mientras la “ciudad de la furia” argentina está recortada sobre el anchísimo Río de la Plata, la capital trasandina está rodeada por las imponentes montañas andinas y la bordea un mucho menos imponente río Mapocho.
Eso sí, el microcentro santiaguino tiene numerosos puntos de contacto con el porteño. Próximas al Palacio de La Moneda y/o la Plaza de Armas hay una serie de calles peatonales muy comerciales, con multitud de músicos tocando diversos instrumentos, pintores exhibiendo sus obras y variopintos artesanos, con inequívocas reminiscencias de la zona de Florida y Lavalle.
Es un área que, de un tiempo a esta parte, cuatro o cinco años, ha empeorado visualmente. Casi tanto como -según aseguran los propios lugareños- se ha incrementado la delincuencia. En ese sector abundan las personas en situación de calle, imagen que no colabora para una mejor percepción de esos lugares emblemáticos: la sede del gobierno chileno y el núcleo del centro histórico de la ciudad.
Como suele ocurrir en las grandes capitales, especialmente en los países con una marcada desigualdad socioeconómica, el contraste es notable si uno se dirige hacia las comunas de Providencia y -sobre todo- Las Condes, en donde la prosperidad es el rasgo distintivo, en algunos casos, rayando la opulencia.
Desde prácticamente cualquier punto de la ciudad se puede divisar la Gran Torre Santiago, el emblema del Costanera Center, el centro comercial más grande del país. La torre en cuestión, de 300 metros de altura, tiene 62 pisos y una vista espectacular de toda la ciudad (acceder al mirador tiene un costo de 12.000 pesos chilenos). Es el edificio más alto de Sudamérica.
Por lo demás, y éste es un notable punto a favor, la ciudad cuenta con decenas de kilómetros de ciclovías, muy bien señalizadas, las cuales permiten transitar con seguridad por diferentes sectores y generan que mucha gente se movilice en este medio de transporte.
En cambio, las características climáticas ocasionaron algunos inconvenientes para aquellos que no suelen ser precavidos con indumentaria “por las dudas”. Sucede que por sus características de ubicación y entorno, Santiago posee una amplitud térmica considerable. Y entonces, muchas veces no es sencillo acertar con la vestimenta. Sin contar que los propios anfitriones aceptan que esta primavera tiene mucho más de otoño que otra cosa, casi todos los días amanece nublado o con niebla (Santiago de Chile también presenta una aureola de smog permanente), con temperaturas que han llegado a un mínimo de 5 o 6 grados. Gradualmente aumenta por la mañana y, si se despeja, cuando aparece el sol el calor se siente de verdad (el termómetro ha llegado hasta los 26 o 27 grados). Pero cuando anochece, la marca cae drásticamente y vuelve rápido a menos de 10. Si no se lleva una campera en la mochila, se lo pasa mal, sobre todo porque varias competencias son al aire libre.