por Jorge Ocaña
BRUSELAS, Bélgica.- Con ingenio y astucia, las galerías bruselenses se reinventan para esquivar las restricciones por la pandemia. El galerista Antonio Nardone es ejemplo de estas pequeñas argucias, pues decidió “camuflar” su galería como tienda gourmet, mezclando cuadros con pasta y aceite de oliva, para tener el estatus de servicio esencial y evitar así cerrar su negocio.
“Es una galería ‘detrás’ de un supermercado, pero la idea no es para nada original porque el arte es esencial, no solo la comida”, contó a EFE Nardone en alusión a las nuevas restricciones impuestas en Bélgica a finales de marzo cuando se volvieron a cerrar comercios no esenciales y se limitó la entrada a comercios no prioritarios con cita previa.
Poco después de que el Gobierno belga anunciara las nuevas medidas este coleccionista registró su galería situada al sur de Bruselas como una tienda de comida de alto ‘standing’, no como un gesto de protesta contra los poderes gubernamentales, sino para poner el foco en la importancia del arte.
“En una crisis así de dura no hay flechazos por obras de arte, la gente gasta su dinero en cosas seguras. La idea de encontrar nuevas fórmulas es hacer volver al cliente con una sonrisa para que así vuelvan a tener flechazos”, relató.
En este particular ultramarinos las estanterías repletas de marcas y productos variopintos, las grandes cámaras frigoríficas y las cajas registradoras son sustituidas por obras de arte abstracto y esculturas surrealista elaboradas por jóvenes promesas del arte.
Las únicas pistas que podrían hacer pensar que no nos encontramos ante una galería usual son un indicativo a la entrada y dos mesas sobre las que reposan unas botellas de aceite, pasta y otros productos italianos que se pueden adquirir por unos 107 dólares junto a una bolsa de papel decoradas con una obra original de los artistas con los que trabaja el coleccionista.
“La idea original no es solo vender espaguetis y comida italiana, es vender la bolsa. Le pedí a mis artistas que realizaran una pintura en las bolsas”, explicó el también historiador del arte.
Siguiendo la estética abstracta de la galería, rostros, brochazos y formas geométricas decoran una de las caras de estas bolsas que son firmadas y fechadas por los artistas y que incluso algunos clientes no usan para transportar la comida por miedo a romperlas.
La original idea ha producido un efecto llamada en la ciudad y ha atraído a curiosos y nuevos clientes, logrando vender más de una treintena de bolsas desde que esta galería inaugurara su nueva etapa.
Aunque dice que esta idea no se prolongará mucho más allá de lo que duren las restricciones, no descarta que en el futuro la gastronomía y el arte sigan muy presentes en su galería como, por ejemplo, realizando degustaciones de café.
“Mi idea es encontrar nuevas posibilidades de ver el arte y si alguien viene aquí para beber un buen café y ver arte, para mí es maravilloso”, señaló entre risas.
Tecnología al servicio del arte
Para mantener un contacto cercano con sus clientes y el público, la tecnología ha sido la mejor aliada de Alice Van den Abeele, que regenta la galería bautizada con su nombre en Bruselas.
“Tenemos clientes que no quieren arriesgarse a venir por lo que les mandamos vídeos de las obras e incluso hacemos videoconferencias enseñando la galería”, contó a Efe Van den Abeele, quien prefiere pensar en el “día a día” y en las exposiciones a corto plazo.
Sin embargo, estas nuevas vías, aunque ayudan a atraer a nuevos aficionados internacionales, no pueden compararse con la experiencia real ante la dificultad que supone explicar las sensaciones que producen las obras al verlas de forma física.
“Para las personas que conocen el trabajo les es más fácil recrear la sensación de estar de pie frente a la obra, pero para aquellos que nunca lo han visto es más difícil de convencerles de comprar algo”, admitió.
Como en muchos otros momentos de la historia, renovarse o morir es la máxima del arte en tiempos en los que la pandemia ha exacerbado las carencias del sector.
EFE.