por Monseñor Gabriel Mestre
En un mundo donde abunda la información y los datos de todo tipo es posible que en poco tiempo cualquiera de nosotros, navegando un poco por el mundo virtual con nuestra PC o nuestro móvil, podríamos elaborar estadísticas más o menos certeras sobre la pobreza en nuestra casa común o en cualquier región del planeta. Sin embargo, esto solo, no serviría de nada para responder a este gran desafío de nuestro tiempo. Vivimos inmersos en ambientes donde un cierto exceso de diagnóstico no ha ayudado a superar la realidad que en las palabras se quiere superar. Hablar mucho de la pobreza y cuantificar datos sobre ella no alcanza, no es suficiente…
Por eso, tal vez, tengamos que pasar del discurso de la pobreza al compromiso con el pobre. Es verdad que esto podría ser solo una cuestión terminológica y nada más. Pero si lo interpretamos bien nos ayudará a dar el paso, a dar el salto que creo que es necesario dar en este momento.
El pobre no es una estadística, el pobre no es un número, un dato cuantificable… el pobre es un ser humano de carne y hueso. El pobre tiene un rostro concreto y habita muy cerca de nuestra vida en los contextos y ambientes donde nos movemos.
El Papa Francisco nos quiere ayudar a pasar del discurso de la pobreza al compromiso con el pobre. Por eso, en su genio pedagógico y pastoral, ha instituido por primera vez este año la Jornada Mundial de los Pobres. Así como hay una Jornada por la paz, las vocaciones, las comunicaciones sociales y otras áreas, el Papa quiere dar un lugar relevante al pobre.
En el mensaje de su primera Jornada nos da varias claves para reflexionar y, sobre todo, para actuar. Invito a leer todo el texto; aquí solo cito algunas frases sugerentes.
El título, tomado de un versículo de la Biblia, es ya todo un programa: “No amemos de palabra sino con obras” (cf. 1Jn 3,18). En las primeras líneas marca el contraste entre las palabras vacías y los hechos concretos con respecto al pobre. Nos invita a un verdadero encuentro con los pobres de nuestro entorno para poder compartir con ellos. Insiste en reaccionar contra la cultura del descarte y el derroche para hacer propia la cultura del encuentro con todos, especialmente con el hermano más pobre. Textualmente nos recuerda que estamos llamados a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad.
¿Quiénes son los hermanos más pobres que habitan en mi entorno? ¿Los tengo reconocidos en los distintos ambientes donde me muevo? ¿Descubro su rostro…? ¿Qué puedo hacer por ellos? ¿Soy capaz de compartir la vida con los pobres propiciando una verdadera cultura del encuentro? ¿Qué paso puedo dar en este tema hoy…?
Algo para pensar y mucho para hacer… Pasar del discurso de la pobreza al compromiso con el pobre.
Quiero destacar los distintos organismos y pastorales de la Iglesia que desarrollan, como el mismo Papa Francisco lo dice, el generoso ingenio de la caridad, para acompañar a los hermanos más pobres: noche de la caridad, Caritas, desayunos y merenderos, carpas misioneras, atención de los enfermos y ancianos, oratorios, hogares y paradores nocturnos, servicios a personas con adicciones, atención a hermanos en situación de calle… la lista de servicios, gracias a Dios, sería muy larga. Agradezco con sinceridad y de corazón a todos los que trabajan en estos espacios de la Iglesia. También pondero y valoro la tarea de otras confesiones religiosas y diferentes organismos no confesionales que realmente se comprometen con los pobres. Aliento a una colaboración efectiva, más allá de nuestras diversas creencias o perspectivas ideológicas, en la medida que el común denominador sea pasar del discurso de la pobreza al compromiso con el pobre.
(*): Obispo de Mar del Plata