Es el autor de "Un crimen japonés", una novela atravesada por ninjas, detectives, ritos, teatros y danza. "El estilo de conducción política en mi novela es bien peroncho", define.
La decapitación del padre y la vejación de la madre de Yutaka Tanaka, el personaje principal de “Un crimen japonés” de Daniel Guebel, actos cometidos por un grupo de ninjas sin identificación, mueven al protagonista a una investigación detectivesca a identificar al agresor, recuperar la cabeza de su padre y reparar el honor de su madre, con un despliegue de ritos, teatro, danzas y marionetas autómatas en una provincia japonesa del medioevo donde no falta el humor, el drama y la poesía.
Guebel (Buenos Aires, 1956), quien ha escrito más de veinte libros entre cuentos, novelas y obras de teatro, no solo hace visible la matriz del relato policial, la historia de amor y engaños, intrigas palaciegas y traiciones en “Un crimen japonés” (Random House, 2020) sino que también se inscribe con esta valiosa pieza dentro de una larga tradición literaria de la escatología literaria, de los imaginarios del más allá que empieza 2750 años antes de Cristo con Gilgamesh descendiendo a buscar a su amigo Enkidu; sigue en la Odisea; en la Eneida; en la literatura cristiana y se cristaliza con la “Divina Comedia” de Dante.
En esta charla, el autor cuenta sobre los pormenores de la novela, cómo la fue construyendo y las intertextualidades que posee.
-¿Cómo trabajaste pensando el imaginario del lector argentino para construir esta historia que transcurre en la provincia de Sagami (Japón) en el siglo XIV?
-¿Existe un lector argentino? Cuando alguien lee, ¿tiene puesta la escarapela? Creo que más allá del modo en que resuena una palabra, se percibe una alusión o se entiende algo en las distintas partes del planeta, un lector es siempre un rastreador, un detective. Solo que en vez de seguir la pista del fugitivo por una ramita de cerezo quebrada y caída sobre la nieve o un pisotón en la hierba, lo que el lector busca son los rastros del placer del escritor. Si están, su lectura se apodera de ese goce. Por supuesto, el exotismo tiene su encanto, habrá quienes gusten de la “japonesería” de mi novela, de la invención o reconstrucción de una civilización y una cultura distantes en tiempo y espacio. Y otros podrán leerla como una versión confusa y caprichosa de nuestro período de formación nacional, de las disputas entre unitarios y federales. A veces, pienso al protagonista, Yutaka Tanaka, como un Facundo Quiroga, un Tigre de los Llanos, y a su antagonista Ashikaga Takauji, el Shogun de Japón, como un Rosas o un Perón. De hecho, en el libro hay unas tres o cuatro páginas donde el Shogun debe optar entre las recetas económicas “liberales” y las “desarrollistas” adaptadas al paladar peronista. De hecho, el estilo de conducción política en mi novela es bien peroncho. Como me contó una vez un menemista: “El General decía que cada peronista lleva en su mochila el bastón de mariscal. Lo que no aclaró es que la mochila la carga la señora”. Y en “Un crimen japonés”, mientras los hombres guerrean, las mujeres se ocupan de las cuestiones del amor, de la intriga y del manejo de los asuntos de Estado. Dicho esto, aclaro que dama Ashikaga no es Cristina.
-¿Con qué detective del policial literario compararías a Yukata Tanaka?
-Con Edipo y con Hamlet, que son a la vez investigadores y víctimas.
-A Yukata Tanaka se le aparece un fantasma interno para poder vengarse de los samuráis que matan a su padre y ultrajan a su madre. ¿Cuál puede ser el paralelismo con el fantasma del padre de Hamlet?
-Por supuesto, el libro está tramado con una lectura de “Hamlet”, empezando con el fantasma del padre, que pide venganza. Ahora, sin ánimo de corregir a Shakespeare, siempre me pareció débil el método de reconocimiento que instrumenta el príncipe danés para encontrar al asesino de su padre. La idea es genial, la resolución, inverosímil: hacer aparecer la verdad empleando los recursos de una representación teatral. Así que lo que hice fue detenerme en esa inverosimilitud y cristalizarla, repitiéndola a lo largo de mi novela como intentos sin resultados. Cuando algo falla varias veces, se convierte en estilo. Por supuesto, “Un crimen japonés” es una novela policial, pero de manera invertida, porque el detective investiga y no resuelve el enigma (o el enigma se resuelve con alguna de las pistas desparramadas en la telaraña de versiones, de intrigas, de sospechas y acusaciones sucesivas).
-¿Cuáles son las diferencias entre la muerte en Occidente y en la cultura japonesa que se plantea en la filosofía de la novela?
-“Lo japonés”, tal como nos lo cuenta su arte y su historia, une muerte y honor, es una especie de fatalismo cósmico, propio de las sociedades más primitivas. En Argentina, la muerte voluntaria es un episodio de la psicopatología. Si cometiste un hecho aberrante y sos descubierto, primero negás el hecho y después contratás a un abogado para que acuse de difamación al denunciante.
-¿Hay algo también de la desesperación de no poder cumplir el rito de enterrar al familiar, como le sucede a Antígona?
-Completamente. Recuperar el cuerpo, lavar el honor, cumplir los rituales fúnebres para que el alma del muerto, ya vengada, encuentre su reposo en el inframundo. Y otra cuestión shakespeariana. ¿Cuál es la verdad que oculta el silencio de la madre de Yutaka Tanaka? ¿Por qué, luego de su violación y del asesinato de su marido, no cometió seppuku? ¿Acaso es responsable secreta de los hechos? Es un misterio que también subyace en una lectura de “Hamlet”. ¿Fue Gertrudis cómplice del asesinato de su marido, o solo su gozosa beneficiaria? La verdad está en boca de las mujeres, pero esas bocas se mantienen cerradas o hablan para seducir, cautivar, ocultar, desviar. Un poco al modo de las sirenas de Homero, también.
-¿En qué línea de la narrativa argentina ubicarías “Un crimen japonés”?
–En la línea de los viajeros ingleses que descubrieron la Argentina y contaron la fascinación por la distancia, la diferencia y lo nuevo. Con el defecto de que nunca viajé a Japón.
-En tu novela aparecen distintos estilos del teatro japonés mencionados, y un tablado donde se “teatraliza la realidad”. ¿Cuánto de esa interpretación se escenifica en tu novela?
–Diría que la realidad no se teatraliza, sino que el teatro construye la realidad. En “Un crimen japonés”, es claro que Yutaka Tanaka busca que en las distintas maneras de representar la escena de la muerte de su padre (a la que él no asistió y solo conoce por versiones), se produzca un “efecto de verdad”, es decir, de piedad, terror y arrepentimiento, y que el criminal admita su responsabilidad. ¿Habrá leído Yutaka Tanaka la “Poética” de Aristóteles o al menos “La busca de Averroes” de Borges?
-¿Cuánto hay de simulación en la historia y en el contexto en el que se desarrolla la investigación del crimen?
-Todo. Casi todo. En todos. Menos en Yutaka Tanaka, que busca sin saber y no miente pero busca la verdad en la política, la guerra, el amor, y por último en la producción de una ilusión estética.
-¿Tienen los personajes alguna forma de acceder, aunque sea de forma temporal, a esa verdad que va mutando?
-Verdades provisorias, desmentidas siempre por nuevas verdades. Mi cita favorita, de Epícteto, que leí en el “Tristram Shandy”: “Lo que perturba a los hombres no son las cosas en sí, sino las opiniones sobre las cosas”.