"Los caballeros de la noche", editado por Sudamericana, es un thriller que rescata una historia real de una banda criminal formada por inmigrantes que tenían recelo de los argentinos. El objetivo, robar un cadáver y pedir rescate por él. Los investigadores, la recientemente creada Policía Federal. El libro, la prueba de que Balmaceda puede dedicarse al género que se proponga.
Por Dante Galdona
El historiador Daniel Balmaceda pasó por Mar del Plata a presentar su último libro, Los caballeros de la noche, un thriller sobre una historia real novelada. En la Argentina de 1881, una banda de inmigrantes decide robar el cadáver de la mujer más rica del país, fallecida recientemente, y pedir rescate a sus deudos. El cementerio de Recoleta, en refacciones por ese entonces, es el lugar donde transcurre gran parte de la historia, pero también el libro pinta a la perfección la Buenos Aires de esos años, con las oleadas de inmigrantes, la alta sociedad y la federalización de la República Argentina, que llevó a crear una policía diferente a la de la provincia de Buenos Aires: la Policía Federal.
Balmaceda, en su paso por el Gran Hotel Provincial de Mar del Plata, habló de este trabajo con LA CAPITAL.
-¿De qué va este libro del que todo el mundo está hablando?
-La verdad es que esta historia pegó bastante sí, con un efecto bastante bueno, pero para mí fue una incertidumbre porque era mi primer trabajo de ficción. Tuvo un período muy extraño porque en un momento pensé que la ficción iba a hacer que el hecho real en el que está basado pierda verosimilitud. A mí me parecía que podía contar la historia a partir de los expedientes, de la investigación, pero que si lo hacía novela se podía perder algo.
-¿Por qué?
-Por la veracidad de ciertos hechos, porque por ejemplo en un momento de la historia hay un policía disfrazado de guarda colgado de un tren. Eso en 1881 en Buenos Aires parece que es más una recreación. Tenía miedo de perder el verosímil de los hechos reales, de perder la verosimilitud de la historia, por lo tanto lo que terminé haciendo es una narrativa, una novela con los instrumentos de la ficción, pero sin alejarme de ninguna manera del hecho real. Eso es para mí la clave de este libro.
El historiador posa con su libro delante de la estatua de un lobo marino. / Fotos: Mauricio Arduin.
-Contame un poco de la banda.
-Es una banda de inmigrantes. En la época en la que la Argentina de 1880 y 1881 estaba recibiendo oleadas de inmigrantes muy fuertes, principalmente de Italia y de Europa en general, una época en la que desde Europa miraban hacia el Norte o hacia el Sur y decidían si iban hacia Nueva York o hacia Buenos Aires, tenían como intermedio Río de Janeiro también como una posibilidad, pero los grandes polos migratorios fueron estas dos ciudades. Así que Buenos Aires era el ingreso al territorio argentino. Entonces aparece este grupo completamente heterogéneo en cuanto a sus nacionalidades, en cuanto a sus actividades, etcétera, que terminaron unidos en esta cruzada común y se denominaron Los caballeros de la noche, ellos se autodenominaron Los caballeros de la noche. Con la particularidad de que de día llevaban adelante vidas normales -uno era mozo, otro era proveedor, otro era oficinista, otro era mucamo- y que a la noche delinquían. Otra peculiaridad es que era una asociación ilícita en la que no estaban admitidos los argentinos porque decían que los argentinos no eran personas confiables. Entonces, si vamos a delinquir, vamos a delinquir entre nosotros y no con argentinos.
-¿Por qué crees que usaron tanta sofisticación para conformar la banda? Era casi un club, hasta tenían tarjetas de presentación.
-Exactamente, querían guardar el anonimato. Entonces cada integrante de la banda pasaba a ser directamente un número, hasta compraron máscaras para en un momento hacer alguna actividad sin reconocerse entre ellos, tenían diplomas y formularios de ingreso y yo creo que eso fue todo una proyección que hizo el belga acá. Los dos jefes, los creadores de la banda, fueron un noble belga de veintisiete años y un español nada noble de 41. El belga tenía ideas sofisticadas y, si bien no se puede determinar, porque hay entredichos en los careos, resulta evidente que fueron todas creaciones del belga, que hasta mandó a hacer sellos para que quede una marca sin que quedara en símbolos la unión de toda esta banda.
-Hoy en día es impensado eso porque es como dejarle a los investigadores todo servido para que recolecten pruebas.
-Exactamente. Es justamente lo que tenían ellos, era una red para manejarse en el anonimato y sin embargo mucho de eso en cuanto apareció ya en aquel tiempo comenzó a mostrar los caminos para los investigadores. De hecho quizá manejarse con menos protocolo les hubiera permitido ser más anónimos.
-Empezaron a nombrarse a partir de un número alto para parecer una banda con muchos miembros.
-La idea de los fundadores fue comenzar por el número 7007 y cada integrante era un múltiplo de siete, entonces el primero fue 7007, el segundo 7014, y esto a los que iban ingresando les daba la idea de que realmente era una organización de miles de personas cuando en su mejor momento habrán sido doce como mucho. Es lo más curioso para mí, esa manera de pensar todas estas cosas cuando todavía no sabían cuál era el delito, el primer gran delito, el primer gran golpe que iban a dar. Sabían organizarse pero todavía no tenían el objetivo, es muy raro.
-Al final el delito que cometen es un delito que funda toda una jurisprudencia.
-Se estudia todavía en la carrera de derecho, lejos de espoilear, como decimos ahora, al libro nunca lo voy a explicar tan bien como en esos textos. Finalmente la banda termina secuestrando el cadáver de la mujer más rica de la Argentina en aquel tiempo, doña Inés Indart de Dorrego, y pidiendo un rescate. Algo que además fue escandaloso porque la amenaza de ellos era que iban a incinerar el cuerpo y eso en 1861 era para la familia algo terrible, para una familia tan cristiana, tan católica como los Dorrego, era una blasfemia. Entonces estaban preocupados por esa situación. Ellos sabían de esta costumbre de no incinerar a los muertos, se sabía que la incineración era considerada algo pecaminoso y entonces fueron por ese lado. Es decir, le estaban diciendo a las herederas que ya no iban a tener más con ellas a la madre, no iba a estar más en ese cajón en una época en que la familia iba muchas veces al panteón, a veces dos veces por semana, a sentarse a conversar junto a la bóveda de sus difuntos, como si fuera una reunión social prácticamente. Pero lo curioso es que por supuesto la relación con los muertos era muy cercana al punto de que no era nada más llevarle unas flores a un cuerpo sin vida, era una forma de interactuar y estar allí cerca, compartir los deudos con los difuntos, compartir con sus muertos sus temas, sus conversaciones. Muy raro para nuestra época.
Foto: Mauricio Arduin.
-Me traés la imagen del cementerio de Recoleta, que es muy pintoresco. ¿Fuiste a recrearte la imagen de los hechos en el cementerio?
-Sí. Lo primero es que cuando vos ingresás al cementerio hay tres fechas en el piso en los mármoles: 1822, cuando se creó el cementerio; 1881, cuando se refacciona a la medida de la alta sociedad argentina; y una refacción posterior al año 2000. En el año 1881, cuando Los caballeros de la noche decidieron robar el cadáver, el cementerio estaba con una cantidad de obreros y de trabajo de obra durante meses y meses, lo cual les facilitó un poco la tarea porque inclusive cuando empezaron a buscar a los responsables a los primeros que miraron como posibles ladrones del cadáver eran algunos de los que trabajaban en la obra.
Además, el cementerio lo que justamente te da es la posibilidad de investigar un lugar que todavía se preserva desde aquel tiempo y entender cómo fue el esfuerzo que hicieron estos sinvergüenzas para quitar el cadáver de donde estaba y llevarlo lejos, pero siempre dentro del cementerio, para esconderlo, con lo que significaba un cajón tan pesado como era el de doña Inés, porque era una madera cara. El cementerio, y esto también se lo puede experimentar de noche hoy, es un poco un laberinto por las diagonales que tiene, que salen como rayos hacia todas partes y realmente había que ver de noche dónde escondían ellos ese cajón para después de cobrar el rescate devolverlo a su lugar de origen. Esa experiencia en el cementerio fue muy interesante hacerla de noche.
-Además con la tecnología de la época, que tampoco era tan fácil iluminarse.
-Hoy cuando vas al cementerio de noche tenés las luces de todos los edificios. En aquel tiempo la Recoleta era un lugar de poco tránsito de noche, era más bien peligrosa, cercano a la ribera, que era conocida como Tierra del Fuego, se le decía Tierra del Fuego por el presidio de Tierra del Fuego y se decía que todos los delincuentes andaban por esa zona. Así que había que andar por ahí de noche como hicieron estos señores.
-Contame un poco de los integrantes de la banda.
-Para que quede claro, ninguno había sido un experto delincuente, sino que se entusiasmaron con esta idea y se convirtieron en delincuentes. Salvo el creador, el belga, que ya tenía un pasado turbio. La historia de Los caballeros de la noche se inicia en Bélgica.
-¿Cómo te llega la historia? Ya la habías tocado un poco de costado en otro libro pero no es una historia que ande en el imaginario argentino, muy pocos la conocen.
-La conocí a través de mi mujer, de Silvia, que es abogada y en sus épocas de estudiante la estudió por esto de la tipificación del delito de secuestro de cadáver o de robo de cadáveres. Ella lo aprendió someramente en la Facultad. Y entonces a partir de allí conocí la historia, el tema es que el gran salto lo di cuando pude leer los dos voluminosos expedientes de mil fojas cada uno que hay en el Archivo General de la Nación, escritos con letras de médico, como si fueran recetarios, por supuesto que a pluma, donde confluyen cantidad de letras distintas, distintas caligrafías, de repente venís leyendo ochenta o noventa fojas muy mal escritas y encontrás a alguien con buena caligrafía y es como un oasis. La lectura de ese expediente me abrió los ojos al tema de las grandes aristas que no estaban todavía bien en la superficie de esta historia.
-Y decidiste saltar del registro habitual tuyo, evitar el registro academicista o de un expediente y entrar al de un thriller. ¿Cómo te sentiste con esa experiencia? ¿Es distinta para alguien acostumbrado a la no ficción.
-Para alguien acostumbrado a la no ficción es un paso importante. Por supuesto no los nombraría nunca, pero recuerdo muchos casos de autores que han hecho este paso y no les ha ido bien. El tema es que para la ficción a mí me dio siempre la sensación de que tenía todavía que aprender mucho antes.
-A mí me dio la sensación de que ya tenías experiencia en ficción.
-No leo mucha ficción por culpa de la cantidad de trabajo de investigación, casi siempre estoy leyendo archivos o libros de historia argentina, pero para prepararme sí hice una especie de curso de lectura de autores diversos, más para entender, para estudiarlos, y tratar de ver qué podía yo aprender de cada uno de ellos. Desde Agatha Christie hasta Cristina Pérez. Doy el caso de Cristina porque es mi amiga y porque Cristina justamente siendo periodista abordó temas de ficción, por supuesto Sacheri…
-Se nota algún registro de crónica también.
-Por supuesto. Y también hay que tener en cuenta otro soporte de investigación, que son los periódicos de la época. El periódico de la época tenía esa narrativa de crónica para estos temas policiales y sobre todo para algo como este tema que recorrió el mundo y entonces era como llegar a la redacción y decir “acá tengo una muy buena historia para contar. Secuestraron un cadáver, una banda que se hace llamar Los caballeros de la noche”, y entonces el periodista se emociona con algo así, porque la crónica para muchos de los que hemos transitado redacciones es un momento fascinante, porque uno se permite invitar al lector a que lo acompañe en ese camino de la historia.
-Como trama secundaria pero a su vez necesaria surge la historia de Marcos Paz y de la primera Policía Federal.
-Bueno, para mí fue muy importante lo de la policía. Lo copado de esto es justamente que en el expediente vos tenés nada más que a los criminales que van a declarar, los careos, y los que los investigan que son los policías, los jueces, están simplemente con una firma, lo que me obligó a tratar de investigar justamente a esa policía. Entonces tenemos una banda que se forma en 1881, un cementerio que se reconstruye en 1881 y una policía que nace a fines de 1880 con la creación de la Capital Federal, la federalización de la República Argentina, y con la creación de lo que fue la Capital Federal nació la policía de la Capital. Todo en el mismo momento. Entonces cuando en 1880 con la asunción de Roca se creó la Capital Federal, hubo necesidad de separar lo que era la policía de la provincia de Buenos Aires con la policía de la Capital y ahí nació esta policía con un joven Marcos Paz de 37 años y su grupo de comisarios, como Pablo Tasso y sobre todo Isidoro Acevedo, un personaje increíble. Te llevo a Acevedo porque en ese momento en que investigaba a Los caballeros de la noche tenía a su hijita de cuatro o cinco años, Leonor, a quien le enseñaba a leer, y era nada más y nada menos que Leonor Acevedo, que después se iba a casar con Borges y va a ser la madre de Jorge Luis. Increíble que en medio de toda esta historia apareciera la conexión con Leonor, la madre de Borges.
-¿Vos te das cuenta que es una historia muy cinematográfica? ¿Hay alguna idea de llevarla al cine?
-Por supuesto que sí, hay ideas. Yo prefiero no involucrarme, por supuesto que voy a colaborar con la producción que termine haciéndola pero es una obra de arte. El artista, en este caso en cine, hará su interpretación de la historia. El cine es una obra de arte aunque sea una serie, por lo tanto uno no puede pretender que la idea que uno tiene de Los caballeros de la noche, lo que plasmé en el libro, termine siendo igual.
-Entonces hay algo concreto.
-Hay conversaciones fuera del país. Entonces estoy esperando como espectador y no como un crítico. Estoy esperando a ver qué hicieron con lo que yo escribí.