La Ciudad

Cumplió su condena y tira del carro de la vida para recibirse de abogado

Ernesto Bonifacio pagó un "error" con cuatro años de prisión. Completó la secundaria y comenzó a estudiar Derecho tras las rejas. Construyó una familia y retomó la carrera en libertad. Hoy, busca trabajo y recoge cartones para alimentar a sus hijos.

Por Gonzalo Gobbi (@gonzalogobbi)

Detrás del carro con cartones del que Ernesto tira por las calles hay una historia de luces y sombras, condena y superación, encierro y libertad. Pasó cuatro años en prisión por “un error” cometido a sus 18 años y desde el encierro terminó la secundaria, empezó Abogacía y creó el primer programa de radio emitido desde la cárcel. Se las rebuscó como pudo para subsistir, quedó en la calle, formó una familia en Mar del Plata y hoy cartonea mientras estudia en la Facultad de Derecho con el sueño de recibirse para transformar su vida y la de su familia.

Ernesto Bonifacio (39) nació en Merlo y desde el 2010 reside en la ciudad, donde conoció a Claudia, su esposa, tuvo a Atenea, su primera hija, hizo amigos y pasó por varios trabajos (más changas que empleos). A simple vista, es un alumno más de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Sin embargo, inició sus estudios preparando libre las materias, sin profesor y leyendo hasta dos libros por día en una oscura celda de la Unidad N° 30 de General Alvear.

Contraste. El futuro abogado junta cartones en su carro por toda la ciudad para sostener a su familia y costear los estudios.

Su vida siempre ha tenido obstáculos. Su madre falleció cuando tenía 9 años y quien “le dio el apellido”, como define a su padre, se hizo cargo de él. A los 10 años salió a vender sahumerios en la calle, a los 12 comenzó a trabajar en la construcción y a los 14 se convirtió en peón. Sin un rumbo claro, le contó a LA CAPITAL que creció en “una ciudad violenta”, comenzó a practicar boxeo y a relacionarse con “personas violentas”.

En 2002, a los 18 años, cometió un “error” que pagó caro. Intentó seguir la “enseñanza” de su padre de “defender a la familia”, pero se “equivocó” e hirió con un arma de fuego a dos personas que habían usurpado una pequeña casa de su familia mientras discutía con ellos para desalojarlos.

“No tenía ninguna noción jurídica. Reaccioné violentamente y en medio de un forcejeo les disparé, los herí y me entregué”, relató Ernesto. Tiempo después, por ese episodio, fue condenado por doble tentativa de homicidio a una pena de 6 años y 6 meses de prisión.

Entrevista. Ernesto comparte su historia y un café con LA CAPITAL.


El encierro

Inicialmente fue alojado en una comisaría durante dos meses, donde no tuvo visitas, hasta que luego fue trasladado a la unidad de General Alvear, donde había problemas de hacinamiento, enfermedades e infecciones, y los internos debían cumplir 16 horas de encierro sin ver la luz del sol. Pasó allí tres años preso.

Un hermano de la pareja de su padre integraba la barra brava de Boca y le ofreció “ayuda” para “salir de la cárcel”. Ernesto eligió cumplir su condena. “Si salgo, ¿qué voy a hacer de mi vida sin profesión ni estudio?”, pensaba.

De chico soñaba con ser piloto de avión, luego pensó en volverse boxeador y comenzó a entrenar. Pero con la secundaria inconclusa se vio privado de su libertad, y decidió aferrarse a los libros para “ocupar el tiempo”.

A fuerza de voluntad y devorándose hasta dos libros por día, completó el Secundario. Una vez, mientras veía una película en la cárcel junto a un profesor (“Puente de espías”, con Tom Hanks en el papel de un abogado), a Ernesto se le abrieron los ojos: el rol del abogado captó su atención y, casualmente o no, la carrera de Abogacía era la única que podía estudiar desde la unidad penal. No lo dudó y se anotó.

Otra vez, obstáculos. Ese año no se anotaron los profesores y resultó inviable rendir en el lugar. “Nos hicimos un grupo de compañeros con otros detenidos y formamos un centro universitario. Nos dieron un aula para reunirnos (no había pabellón universitario) y se creó un movimiento contrario al Servicio Penitenciario”, dijo. Compartió ese grupo junto a uno de los integrantes de “los 12 apóstoles” que habían liderado el sangriento motín de Sierra Chica.

Pero no todo eran malas compañías. Ernesto creó una sana amistad con Mauro Campos, su “compañero de estudio”, un hombre que logró recibirse de abogado pese a “quedar ciego por mala praxis durante una operación en la cárcel”.

Juntos se “comían los libros”. Eran trasladados de Alvear hasta La Plata para ir a rendir. Al cabo de un mes y medio prepararon, rindieron y aprobaron cinco materias.

El estudiante de la UNMdP repasa sus apuntes antes de entrar a cursar.

Hoy Ernesto recuerda sin nostalgia aquellos crudos años de encierro en los que el estudio se había vuelto una ventana. Revive su condena estando en libertad, yendo a la Facultad de Derecho de la UNMdP, donde tras decenas de idas y vueltas logró retomar la carrera, y hoy se divide entre los libros, su familia, su casilla del barrio Don Emilio y el carro con el que junta cartones, su medio para subsistir y estudiar.


Resocialización

La resocialización es el proceso que busca que una persona pueda reintegrarse a la sociedad. La definición suena esperanzadora, pero el camino no es lineal.

Ernesto aprendió mucho adentro de la cárcel. Afirma que “el derecho es sentido común” y que “detrás de cada cosa, hay una ley”, pero advirtió en el contexto de encierro algo más llano.

“Hay algo que ves adentro: a cualquiera le puede tocar estar en la cárcel. A cualquiera”, dijo y explicó que en las unidades carcelarias “la mayoría de los detenidos están por delitos comunes, no hay grandes ladrones, narcotraficantes o condenados por defraudación de los fondos públicos”, sino personas por “robos menores, cada vez más pobres”.

Además, notó que en su unidad de 3000 detenidos “solo había espacio para que 500 estudiaran”, así que “nadie te incita e estudiar adentro” porque “a nadie le interesa que salgas resociabilizado”, marcó.


“Hay algo que ves adentro: a cualquiera le puede tocar estar en la cárcel. Pero a nadie le interesa que salgas resociabilizado”.


Ernesto escapaba del encierro a través de la lectura. Al leer, sentía que su capacidad “iba en aumento”. Aferrado a los libros de Derecho, al rendir (libre) las primeras materias debió ser trasladado a la cárcel de La Plata. Recuerda que al subirse con su compañero de estudio al camión de traslado, juntos repasaban la materia mientras en el asiento de atrás unos detenidos les robaban las zapatillas a otros. El estudio era un escape, pero la cárcel no dejaba de hacerse sentir.

En La Plata encontraron “otras condiciones” de vida. Había un pabellón universitario y una biblioteca, era “más avanzado”. Así que luego de rendir y aprobar las materias, pidieron el traslado definitivo a esa unidad. Hicieron el “mono” (envoltorio de sus pertenencias personales) y después de tres años de prisión en Alvear, Ernesto siguió cumpliendo su condena en la capital bonaerense.

“El estudio tenía otro rol ahí. Iban profesores de la Facultad de Derecho y criminólogos. Pude lograr que me trasladaran a la Facultad para rendir Internacional Público y Derecho Constitucional”, siguió y remarcó: “Yo quería recibirme, aprovechar el tiempo. No quería salir sin herramientas”.

Pero ante este avance, otro obstáculo. Un problema administrativo con los permisos para salir a rendir le impidió seguir dando exámenes. Ernesto quedó “anclado”, leyendo pero sin poder rendir.

Fiel a su estilo, buscó alternativas. Se anotó en el concurso de poesía “Francisco Paco Urondo” y obtuvo una mención (por su poesía “Poeta que naciste eterno”) que le entregaron en un gran acto en la Biblioteca Nacional.

No conforme con eso, fue por más. Buscó cursos y talleres para “ocupar el tiempo” y encontró un taller de periodismo gráfico y radial. Le encantó.

Sin preverlo, se convertiría en el primer conductor de un programa de radio (“El Puente”) desde la cárcel. Su historia llegó a Clarín, Revista 23, el programa La Liga, América Noticias y hasta medios del extranjero dieron cuenta de esta experiencia inédita, desde Argentina, con Ernesto Bonifacio como conductor.


El Puente

Entre 2005 y 2006 surgió la posibilidad de hacer un programa radial desde la cárcel. “Seleccionaron a varios detenidos, nos entrevistaron y me eligieron a mí por el perfil y porque el delito que había cometido no era el común denominador. Me veían como una persona común que cometió un error”, explicó Ernesto, quien dos días después se encontró haciendo su primer programa de radio.

“La radio tiene una magia especial. Yo conducía y entrevisté por ejemplo al padrino del programa, Gastón Pauls, a China Zorrilla, la Tigresa Acuña, Adolfo Pérez Esquivel, ministros e incluso a Felipe Solá cuando era gobernador”, recordó.

Artículo publicado en el Diario “Hoy” de La Plata.

“El Puente” tuvo su trascendencia. La experiencia atraía a muchos pero alarmaba a algunos dentro de la cárcel. Claro, era un puente de comunicación entre lo que sucedía adentro, y el afuera. “Los agentes mismos tenían miedo de que yo hablara con un ministro. Una vez me agarró el director de la Unidad y me dijo: ‘Estuve escuchando el programa Bonifacio, guarda con lo que hablás. No va a ser cosa que un día te despiertes en Sierra Chica'”. No les gustaba. Pero yo no estaba ni de un lado ni del otro”, aclaró.

El programa finalmente “se levantó por falta de pago” y con el tiempo volvió a hacerse en Radio Provincia. Para ese entonces, cuatro años y un mes después de haber entrado a la cárcel, gracias a su buena conducta y empeño, Ernesto recuperó su libertad.

Afuera, la calle

Bonifacio quedó en libertad asistida y retomó su vida en Merlo. Continuó yendo como invitado al programa de radio y, gracias a las relaciones que había hecho con el área de Prensa de Jefatura, obtuvo algunos trabajos y medios para subsistir. Afuera, sin embargo, lo esperaba otra vida.

Su hambre de aprendizaje y estudio continuó. Se anotó en la carrera del Profesorado de Historia, peleó contra el estigma y el dedo acusador de haber estado preso, pero a pesar de algunos (pocos) gestos de ayuda, no le ha resultado fácil resociabilizarse.

“Cansado” de la vida en Buenos Aires, decidió venir a Mar del Plata. La ciudad fue “un respiro”. Hizo de todo. Trabajó en un lavadero de autos, como mensajero, peón de albañil, en las vías del tren, una chatarrería y hasta cuidó autos, pero todo era inestable.

Sin poder “acomodarse” y con el “autoestima por el piso”, Ernesto quedó en situación de calle. Iba a dormir a la Plaza Pueyrredon. Gracias a un hombre, se acercó al Hogar “Nazareth”, donde terminó viviendo casi un año.

En esta etapa de exclusión, algo cambió. “Conocí el Desayunador Don Bosco y su buena gente, que me hizo reflexionar. ¿Por qué estoy en esta situación? Yo tengo que salir adelante, me empecé a plantear y me propuse volver a estudiar“, relató.

A pesar de la voluntad, como siempre, un obstáculo. Debía viajar a La Plata para validar el cambio de facultad. Por esos días hacía changas y consiguió un pasaje a través de Desarrollo Social para ir a hacer el trámite.

Afortunadamente, Ricardo Máspero, a cargo del Desayunador Don Bosco, se enteró por un tercero del viaje de Ernesto. “Ricardo fue un ángel de la guarda, me ayudó muchísimo. Me consiguió ayuda a través de Don Bosco en Buenos Aires y me recibieron con los brazos abiertos. Pude hacer el trámite en La Plata, a donde tuve que viajar algunas veces más”, dijo muy agradecido.

Mientras tanto, debía ganarse la vida. A través de un conocido consiguió un trabajo de pocas horas como seguridad en un boliche. No tenía ropa. El primer saco que usó para ese trabajo se lo dieron en el Desayunador. “Yo iba a trabajar con el saco y no contaba que estaba en la calle, hasta que al final nos hicimos amigos con un muchacho, le conté y me dio lugar en su casa”, continuó. De ahí en más, se centró en poder volver a estudiar.


Estudio, familia y trabajo

Para todo estudiante aferrado a su carrera, la facultad es una prioridad. Para Ernesto, no es la excepción. Le dedica todo el tiempo que puede a leer y asiste a clases. Sueña con recibirse y está convencido de que lo logrará. Piensa dedicarse al derecho penal. “Con un título le voy a cambiar la vida a mi familia”, sostiene con la mirada en alto.

Hoy Ernesto tiene una nueva prioridad: la familia que formó con Claudia (43), una mujer que ya tenía cuatro hijos y con quien tuvo a Atenea, su primera hija, hoy de apenas 5 años. Con su pareja cumplirán siete años juntos en noviembre.

Viven en una casilla en el barrio Don Emilio, que terminó de levantar gracias al IFE en la pandemia, desde donde sale con su carro a juntar cartones. La comida, escasea.

Hasta antes de la pandemia trabajaba en un depósito de chatarra, pero luego quedó sin trabajo. “Me gano la vida juntando cartón, nadie me da una oportunidad laboral. Yo quiero un trabajo digno. Mi familia para mí es todo. Lo que hago, es por ellos. Vivo al día. Cocino y me doy maña con lo poco que tengo para darle sabor a la comida. Algunos días no tengo nada”, admitió con la voz entrecortada.


“Estudio y me gano la vida juntando cartón, pero quiero un trabajo digno. Mi familia es todo y lo que hago, es por ellos. Vivo al día, cocino y me doy maña para darle sabor a la comida, pero algunos días no tengo nada”.


Ernesto es un luchador incansable, un emprendedor con una voluntad inquebrantable que cumplió su condena y está decidido a reintegrarse plenamente en la sociedad. No busca limosnas, sino un trabajo para ganarse la vida y recuperar su dignidad. Cada día es un nuevo comienzo.

Ernesto recoge cartones en su carro, asiste a la universidad con el sueño de convertirse en abogado y se entrega por completo a su familia. Con ingenio, crea soluciones con lo que tiene. Ernesto está decidido a dejar atrás las sombras y vivir en libertad, construyendo un nuevo capítulo lleno de esperanza y oportunidades.

El objetivo. “Con un título le voy a cambiar la vida a mi familia”, sostiene Ernesto con la mirada en alto.

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