Algunos tienen orejas dispuestas (dispuestas a escuchar al otro), y las de muchos otros están permanentemente indispuestas.
Por Jorge Luis Manzini *
La oreja es una especie de embudo enroscado y aplastado compuesto básicamente de piel, algunos músculos, y pedazos de cartílago que le dan su forma, y que rodea el inicio del conducto auditivo externo, donde se inicia la audición. Habitualmente disponemos de una a cada lado de la cara (donde termina, y empieza la nuca, digamos).
Es un órgano atávico, lo que se ve porque escucharíamos igual si no las tuviéramos, casi no se mueven, no tienen forma realmente de embudo ni son direccionables como las de los caballos por ejemplo, lo que les permite distinguir con más certeza de dónde viene el ruido.
Nos sirven, por ejemplo para sostener los anteojos o ahora, en época de pandemia, los barbijos… Los viejos almaceneros solían usar una oreja para sostener el lápiz con el que harían la cuenta.
Pueden estar a la altura de los ojos o más abajo, más cerca entre sí. Las hay grandes, medianas, chiquitas y aún minúsculas; redondas y alargadas, también despegadas u orejas en pantalla o “en asa”, arrepolladas, y también con el extremo superior en punta como las del Dr. Spock de “Viaje a las estrellas”, las de las hadas y los elfos, y dicen que las de los vampiros y demonios; pueden ser verticales o inclinadas, o con el lóbulo prominente…Y también hay quienes no las tienen.
Cuando hace frío se ponen violetas y duelen, y son asiento de indeseables sabañones.
Muchos las perforan, tradicionalmente en el lóbulo, pero últimamente en cualquier zona que esté a la mano, y cuelgan de ellas aros (“aretes” o “pendientes”) o se insertan piercings muy diversos.
“Calentarle” las orejas a alguien es darle un tirón de orejas simbólico, o sea reprenderlo por alguna conducta o hábito. El tirón de orejas punitivo también puede ser real, lo cual hoy en día está cancelado, y visto como maltrato. También puede que a uno le tiren de las orejas para felicitarlo por su cumpleaños (con más suavidad que el tirón de castigo, por favor).
Algunos tienen orejas dispuestas (dispuestas a escuchar al otro), y las de muchos otros están permanentemente indispuestas: “¿Todo bien?”, y te dejan contestando maquinalmente “Todo bien”, con lo que si después de responder al saludo querías contar algo que te pesa, perdiste el tren. Las orejas dispuestas convierten ipso facto a quien las posee en una especie de psicoterapeuta, sobre todo por teléfono, aliviado el interlocutor por el solo hecho de haber encontrado al fin un semejante que le dé bolilla.
Ocurren cosas que hacen que uno se tape las orejas, otras que se las calientan, y otras más que le entran por una oreja y le salen por la otra.
Se puede ser oreja, o sea chismoso y buchón. También están los manyaorejas, con los que hay que tener cuidado si uno detecta el hábito, no porque vayan a comerte las orejas, sino porque es probable que buchoneen cosas inconvenientes al superior, sea la señorita, profe, jefe…;también se los llama chupamedias, olfas…Y cuando alguien te quería desafiar a pelear, sobre todo en la escuela hace muchos años, te mojaba la oreja (escupiendo primero el dedo con el que te la iba a mojar).
Como orejas famosas citaré la oreja de Van Gogh, o sea la que Van Gogh, en un brote psicótico, después de cortársela, le envió a una mujer que trabajaba en un prostíbulo, el grupo musical que lleva ese nombre, y las de “El petiso orejudo”, criminal serial de principios del siglo XX en Buenos Aires, cuya historia y estatua en tamaño natural se pueden ver en la cárcel de Ushuaia.
Esto es todo lo que hoy puedo decir a propósito de la oreja.
* Médico. Aprendiz de escritor
Mar del Plata, marzo de 2022