El padre de Oscar Caballero naufragó con el buque "Pionero". La muerte provocó un cimbronazo en su familia. "Había que empezar a ver cómo se seguía, porque yo tenía 7 años y mi hermano 13 y no estaba más el sostén de la casa", recuerda el autor.
Dicen que el paso del tiempo todo lo cura y esa parece haber sido la consigna seguida por el periodista y escritor Oscar Caballero que, después de medio siglo, logró transformar la trágica desaparición de su padre en un libro.
“Augurios de una tarde feliz” relata el naufragio de “Pionero”, en cuya tripulación estaba el papá del autor, José.
A 50 años del hecho, Caballero -que en aquel entonces tenía 7 años- recuerda: “Ese día había un temporal muy fuerte y mi casa estaba llena de gente, del barrio, y después vinieron los parientes de Buenos Aires”.
“Me acuerdo de la conmoción y de mi vieja saliendo a la calle”, añade mientras confiesa: “No sé cómo se enteró ella, nunca hablamos ni mi hermano ni yo del tema. No hablamos, por ahí sí alguna anécdota de cómo se habían conocido con mi papá, pero no que tuviera que ver con el naufragio. Ni de grande le pregunté”.
Una vez concluida la búsqueda del barco, el autor rememora: “Mi vieja se puso de luto y se apagó la tele en mi casa. Había que empezar a ver cómo se seguía, porque yo tenía 7 años y mi hermano 13 y no estaba más el sostén de la casa”.
Los recuerdos de esa época se vuelven difusos, aunque resalta la vez que en el colegio -La Sagrada Familia- le pidieron que haga un dibujo sobre el Día de Padre y él creo “un árbol con un pajarito”. “La maestra me puso un visto, que no era una calificación. Hoy estaría todo el gabinete de Psicopedagogía analizando eso”, se ríe.
Catarsis
Ya de adulto, en 1987, ingresó a trabajar al diario El Atlántico y quizás motivado porque “ya cubría naufragios”, se decidió a ingresar al archivo y buscar las crónica de lo sucedido con su padre. Y hace tres años empezó con “Augurios de una tarde feliz”, que será presentado hoy en el Centro Gallego. En el inicio de la investigación llegó hasta el archivo de LA CAPITAL. “Fue duro ver la tapa, me emocionó como nada de lo que me pasó, era como un espectador”, reconoce.
Así fue que se decidió a escribir, pensando en una especie de catarsis. “Esto lo tengo que cerrar”, se dijo.
El inicio de ese trabajo podría considerarse como la sumatoria de señales. “Una conocida de mi padre me había contactado por Facebook, diciéndome que ella le había dado una mano cuando estaba desempleado y lo había hecho subir al Pionero y que cuando se enteró de lo sucedido sintió culpa”, cuenta.
Así, en “Augurios de una tarde feliz”, Caballero describe “el barrio, el fútbol, el origen de mis viejos -ambos llegaron desde Galicia en busca de un futuro mejor-, todo con humor”. Y la redacción de las más de las casi 200 páginas pudo funcionar como “un cierre” debido a que “un naufragio es un eterno esperar”. “Cada vez que mi viejo volvía a la noche del barco, golpeaba la persiana en la habitación de mi mamá. Ella se murió esperando eso”, dice.
Y esa espera se volvió silencio y ausencia de preguntas, aunque en otras casas se daba la misma situación. “Una vez me contacté con la hija del capitán del Pionero y nos preguntamos mutuamente qué sabíamos del naufragio. Ninguno de los dos sabía nada, ella me decía que era raro porque en la casa no se habla y yo le dije que no era raro, en mi casa tampoco se hablaba”, cuenta.
Dedicación
Además de ser una especie de “cierre” de su historia personal, Caballero le dedica el libro “a los que siguen esperando para siempre el retorno” y a esa gente les dedica “una mirada de compasión, sé por las etapas que van a pasar. Ahora hay más movilizaciones, antes se iba un rato a la banquina y listo, se resignaban públicamente”.
Asimismo, considera que “cada uno tiene la resignación como puede” y asegura que muchas veces soñó con su padre. “Siempre lo trataba mal, le recriminaba qué hacia, porque le decía que nosotros nos habíamos criado solos. Ahora ya hace mucho que no me pasa”, dice.
Las heridas se fueron cerrando y hasta reconoce: “Mientras lo escribía me emocioné pensando en el nene de 7 años”. Y reitera: “Con mi hermano no lloramos, no sé qué pasó. Es que no tenías un muerto ni un lugar a dónde ir a dejar una flor”.
A pesar de los avances tecnológicos, Caballero sostiene que los naufragios van a seguir debido a que “es una actividad de riesgo”.
— Una desaparición de la que se cumplen 50 años
Hace medio siglo, el naufragio de “Pionero” se conocía a través de la tapa del diario LA CAPITAL: “Dramática búsqueda del barco de altura Pionero”.
La crónica contaba que, con 9 tripulantes a bordo, el buque pesquero había realizado la última llamada a las 3.30 del 7 julio, anunciando que se encontraba en riesgo de naufragar, entre Punta Médanos y San Antonio.
En la crónica se explica que desde la embarcación hubo varios intentos de comunicarse con otras naves cercanas, hasta que logró contactarse con la Subprefectura local.
Si bien el llamado de auxilio no especifica las causas que provocaban el riesgo, se presumía que las mismas podían estar relacionadas con las dificultades en las máquinas, cuyo debilitamiento de propulsión en las condiciones climáticas imperantes -“de gruesa tempestad”-, hacían prácticamente imposible la navegación.
Después de conocida la novedad, la Subprefectura ejecutó el denominado plan de búsqueda y rescate. Pero el barco nunca apareció.
También se detalla que el Pionero era “un barco de pesca en altura de mediano porte y con matrícula en trámite, de 26,35 metros de eslora, una manga de 7,10 y un punta de 3,70 metros” y que la tripulación -que había partido del puerto local el 3 de julio- estaba conformada por Jorge Napoleone (patrón); el motorista Víctor Oscar Pites; el segundo patrón José Caballero Fariña; los marineros José Capellutti, Rafael Minetti, José Munuera y Salvio González; y los pescadores Alberto Pecka y Manuel Santana.