La Ciudad

Cuando una “ciudad flotante” amarró en Mar del Plata

A 25 años de la llegada del portaaviones "Kitty Hawk". Todo tipo de reacciones generó la llegada de un portaaviones norteamericano en noviembre de 1991.

El 11 de noviembre de 1991 arribó a la costa marplatense el portaaviones norteamericano “Kitty Hawk”, escoltado por la Fragata Paul y rumores sobre las conductas sexuales y morales de sus más de 5 mil tripulantes. Ya se cumplieron 25 años del acontecimiento, que generó desde “cholulismo”, atracción cultural y física- y una hiperquinética actividad comercial que les permitió a los marplatenses vinculados al turismo “hacerse la primavera” a partir del millón de dólares que -según trascendió- habrían quedado en las arcas de la ciudad.

El motivo de la visita fue un operativo de ensayo con la Flota de Mar de la Armada Argentina y la Aviación Naval, después del apoyo norteamericano a los ingleses en la Guerra de Malvinas. Era, recordemos, la época de las “relaciones carnales” bajo la presidencia de Carlos Menem.

La “ciudad flotante” estaba fondeada frente a Cabo Corrientes, una estructura gris enorme que desplazaba 80 mil ochocientas toneladas y tenía 318 metros de eslora; algunos supermercados; dos peluquerías; una lavandería; dos snack bar; un hospital con 65 camas; 6 salas de operaciones y quirófanos; 5 dentistas; 7 restaurantes y 2.400 teléfonos para 5.302 tripulantes de los cuales 150 pertenecen a la oficialidad.

La visita se prolongó durante 4 días y la estadía en Mar del Plata se debió a la necesidad de reaprovisionamiento del portaaviones, que se dirigía hacia el Atlántico para tomar el océano Pacífico y navegar al norte hacia San Diego, sede de su base. La cuestión fue que no podía cruzar el Canal de Panamá y debió optar por una ruta más larga.

Los “marineritos” firmaban autógrafos

La confusión y la fantasía llevó a pensar que los visitantes eran gallardos militares norteamericanos, los “marines”, infantes de marina de Estados Unidos. Pero en realidad, se trataba de “navies”, tripulantes como electricistas, mecánicos, pintores, enfermeros, dentistas, cocineros y técnicos en computación.

La excepción fue la presencia de unos pocos pilotos de guerra y muchos policías militares que, por su función específica, estaban capacitados para tomar las armas si la situación así lo requería.

De todos modos, el desconocimiento de su verdadera ocupación había levantado voces de oposición contra la visita de “militares imperialistas”, en un reclamo de chauvinismo casi espontáneo y poco fundamentado.

La más que cálida recepción de la gente se patentizó en el pedido de autógrafos a los “navies” yanquis, que lejos de ser estrellas de Hollywood, no dejaban de sorprenderse.

Si bien los rumores de la llegada a la ciudad de 700 “profesionales del amor” resultaron infundados, la actividad nocturna en cabarets, boliches y burdeles resultó intensa y fecunda para los bolsillos de quienes explotaban esa actividad.

Los bares agotaron su stock de cervezas nacionales, reiteradamente alabadas por los visitantes. Sorprendidos gratamente por la belleza del tramo costero y la edificación de la ciudad, los visitantes aprovecharon para pasear por ahí y hacer deportes. Miraron mucho y no compraron demasiado ya que el cambio no los favorecía y los precios a veces los espantaban.

Llamaba la atención entonces observar carteles recién colocados en las fachadas de los negocios, donde se veía el valor de las prendas en australes -moneda nacional de la época- y dólares.

En tanto, representantes de sectores eclesiásticos y de diversas agrupaciones políticas habían levantado la voz, tanto por supuestos acuerdos para fomentar la prostitución y por temor a que la ciudad se transformase en un gran burdel, como por considerar que podía tratarse de una muestra de la política imperialista norteamericana de expansión.

Así, en el monumento a los caídos en la guerra de Malvinas, ex combatientes e integrantes de partidos de izquierda quemaron una bandera norteamericana e instaban a que “el halcón Kitty regrese a su nido”.

Los boliches nocturnos montaron la propaganda para “enganchar” a los visitantes. Así, los desaparecidos Russia y Feeling iniciaron una competencia dirimida en favor del último que, según señaló una crónica de Clarín, utilizó a chicas de Madajos para entregar volantes y “parlar cara a cara” a los muchachos y así convencerlos de las bondades del lugar.

Solidaridad

Entre tanto desenfreno dionisíaco, los tripulantes del portaaviones se hicieron tiempo para reparar escuelas, como el caso del derruido patio de la provincial N° 13, de Arturo Alió e Ituzaingó. Los pibes no entendían nada, pero agradecieron con gestos elocuentes tan grata labor.

El magnetismo fue implacable y los “simpáticos marinos” -como fueron calificados erróneamente por el ciudadano de la calle- se ganaron a los marplatenses con su amplia sonrisa y predisposición al diálogo. La calle se había transformado y miles de marplatenses lucían remeras con inscripciones del Kitty Hawk; otra muestra de la comunión entre extranjeros y nativos.

Como era de esperar, la extraordinaria visita atrajo la atención de los medios de prensa de todo el país, que fueron invitados a subir a bordo del gigante del mar para conocer sus instalaciones, cargadas de la imponente tecnología de punta norteamericana.

La viveza criolla no descansó y durante una de esas visitas desapareció una videocasetera.

Características

El Kitty Hawk había sido botado el 21 de mayo de 1960 y puesto en servicio el 29 de abril del siguiente año, luego de ser construido desde el 27 de diciembre de 1956 en el astillero New York Ship Building Corp. Camden (NY) y experimentado un proceso de prolongación de su servicio en 1985. Su plataforma de vuelo medía 318,80 metros de largo y 76,80 de ancho.

La velocidad crucero que soportaba en 1991 era de 35 nudos. Podía transportar siete millones y medio de litros de nafta de avión y más de 80 aviones y helicópteros, entre los que se encontraban los Grumman F 14 Tomcat, Grumman A6 Intruder, A7 Corsairs y F/A18a Hornet. Este tipo de buque transportaba aviones clasificados CTOL (Conventional Take of Landing), es decir, de despegue y aterrizaje convencional, distinto al de los Harrier británicos que lo hacían en forma totalmente vertical, sin tomar impulso.

Entonces poseía cuatro catapultas a vapor para el despegue y aterrizaje de aviones antisubmarinos S3 Vicking y helicópteros SH 3 Sea King. Llevaba asimismo tres lanzadores de misiles de defensa puntual Sea Sparrow, sistema Phanlanx de defensa puntual de misiles, contando también con cuatro turbinas y ocho calderas. Su costo original: 264,5 millones de dólares.

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