Por María Clara Areta y Alejandro Seselovsky (*)
De Pilatos para acá, lavarse las manos ha sido la metáfora unívoca de la cobardía. Y taparse la boca, la referencia política del descompromiso, del “no te metás”. Callarse. Ni hablar de que el otro hable, de taparle la boca al otro. Callarlo. No se pueden esperar grandes cosas de un virus que transformó el fascismo de estas acciones en la forma correcta de enfrentarlo. El gen del COVID-19 parece haber transformado la genética de nuestro vínculo con los otros. Lo que siempre fue egoísmo ahora es condición de solidaridad.
El contacto telefónico con un equipo de salud ya venía funcionando como un abaratamiento del sistema médico en países del primer mundo. Desde hace años uno podía llamar desde Nueva York por un dolor de garganta y te atendía un doctor en Pakistán, que por supuesto cobraba un ínfimo porcentaje que un doctor de NYC.
Entonces, ¿Cómo entender que el actual y enorme esfuerzo que hacen nuestros equipos de salud pública (y también algunos privados) no sea una derivación del “hable por teléfono porque es más barato” sino una muestra inexorable de responsabilidad y esfuerzo del sistema de salud?
El COVID-19 trastocó las condiciones de nuestra práctica: convirtió lo que considerábamos negativo en necesario. Lavarse las manos, taparse y tapar la boca, atender a los pacientes por teléfono deben ser procedimientos resignificados a partir de la pandemia y de la cuarentena. No hay práctica médica sin contexto histórico.
¿Qué acciones se desarrollan actualmente, a partir de la pandemia, por teléfono? El control de pacientes Covid positivos aislados en sus domicilios; el seguimiento epidemiológico de los contactos estrechos; la verificación de la evolución clínica de los pacientes dados de alta; el acompañamiento psicoterapéutico de los pacientes aislados en habitaciones de las instituciones.
Aunque la presencialidad del acto médico tradicional nunca será reemplazada, del todo, por la virtualidad, debemos dar respuestas actuales a problemas actuales. No se debe confundir logística con política, pero hay que reconocer que la logística forma parte de la política.
También hay un marco cultural dentro del cual la telemedicina es ejercida. Vivimos en la era del triunfo cultural del audio. Su caudal de masividad cotidiana ha producido nuevos estándares de amigabilidad con esta herramienta de la comunicación. Una deriva de esta victoria es el auge de los podcast como emergente masivo de las nuevas narrativas digitales.
¿Qué convierte a una llamada telefónica en un dispositivo de salud? La calidad de la entrevista. ¿Y qué convierte a la tele entrevista en una entrevista de calidad? No solo la obtención correcta de los datos y la orientación adecuada en el tratamiento, sino la oportunidad de que la persona entrevistada encuentre un espacio para su decir. Esta última es la gran diferencia entre un interrogatorio y una entrevista. Si la demanda de los propios pacientes siempre confirma el éxito de los dispositivos, la actual demanda de atención telefónica lo que está confirmando es el éxito del dispositivo telefónico.
¿Qué situaciones ponen en riesgo el éxito de esta intervención? Lo más frecuente es errar por exceso de distancia o exceso de cercanía, cara y ceca de lo tele.
El acto de la telemedicina corre el riesgo de convertirse en una situación robótica o en una psicoterapia amistosa. La robotización puede llevar a que el entrevistado abandone el procedimiento, decepcionado por la frialdad del trato. Y la excesiva empatía, por identificación, llevará a una “psicoterapia almibarada” que conducirá al pantano de la explosión de la afectividad sin conducción. Por frialdad o por exceso de calor, en ambos casos la entrevista fracasa. Son las dos caras del mismo desequilibrio.
El protocolo orienta y facilita porque entrega un marco epistemológico y epidemiológico, pero la resolución feliz de una telellamada no depende únicamente del protocolo, depende de las habilidades puestas en competencia en la entrevista: saber es saber hacer.
Un técnico de fútbol dibuja en el pizarrón del vestuario la jugada que imagina, el protocolo. Después, los jugadores deben ir y ejecutarla en el campo de juego, la telellamada. La cancha de la medicina es la clínica y los goles se hacen en la cancha.
El entrevistador y el entrevistado no existen previamente, sino que es la entrevista la que los hace existir. La entrevista bien lograda es la que transforma al que llama en entrevistador y al que es llamado en entrevistado.
La voz es fundante de esta escena clínica, y su dimensión -aspecto muy estudiado por el psicoanálisis- es fundamental. La enunciación y sus contenidos deben evitar la velocidad de las preguntas que pueden atosigar, la falta de respuestas que pueden angustiar, y cuidar los timbres, las cadencias, las modulaciones… hasta el volumen mismo de la voz.
“La clínica es soberana”, dice un axioma médico. Clínica viene de “kliné”, que puede traducirse como inclinarse ante el padeciente. Debemos trabajar para encontrar las condiciones éticas y técnicas que hagan posible que durante una llamada telefónica la clínica siga siendo soberana.
Experiencia
Los estudiantes de la Escuela Superior de Medicina (ESM) de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) van a trabajar con telemedicina y apostamos a que sea una gran experiencia clínica.
La escena ideal de la consulta médica es la televisada, la publicitaria, con un médico, preferentemente varón, lo más parecido al glamoroso de George Clooney o con la sagacidad del Doctor House.
El binarismo sexual también se juega en la fantaseada consulta médica, el profesional es varón, sano, inteligente y sabihondo y preferentemente buen mozo; la paciente es una mujer, ansiosa, enfermita y temerosa que va en busca del saber fálico-médico que colmará sus expectativas.
Pero en realidad, hace años que la medicina es una profesión en la cual el porcentaje entre mujeres y hombres se ha equilibrado, con gran avance de las chicas en las Facultades de Medicina de hoy. En nuestra ESM de la UNMDP, el porcentaje de mujeres es de aproximadamente el 70 por ciento.
La consulta médica ideal de la televisión ha sido actualmente deconstruida por una realidad agobiante, exacerbada por la pandemia del COVID-19 y por la cuarentena necesariamente aplicada como único recurso preventivo.
Los “idealizados doctores de la televisión” ahora son reales y se han convertido en médicas, médicos, trabajadores sociales, enfermeros y enfermeras, psicólogas y psicólogos y otros profesionales del equipo de salud que tienen a su cargo parte de la consulta con el paciente y su familia, por teléfono.
Le debemos mucho a los celulares pero más a la excelencia académica, al compromiso, a la plasticidad y al entendimiento de quienes conforman los equipos de salud. Porque cuanto mejor formado está el recurso de salud más riguroso pero más flexible es. No hay que confundir rigurosidad con rigidez. Acercarse físicamente al paciente infectado requiere un gasto altísimo de equipamiento médico y, como en otras epidemias, es el sector público el que hace los mayores (a veces únicos) esfuerzos en atender la crisis.
Aunque estemos ante un enorme desafío, somos nosotros los clínicos de hoy y nos orientamos por la enseñanza del doctor Ramón Carrillo quien escribió: “solo sirven las conquistas científicas sobre la salud si éstas son accesibles al pueblo”. En eso estamos, porque el pueblo también es soberano.
(*) María Clara Areta es psicoanalista. Médica Especialista en Psiquiatría y Psicología Médica. Profesora titular de Psicología Comunitaria, Social e Institucional y Salud Mental de la ESM de la UNMDP.
(*) Alejandro Seselovsky es periodista, escritor y docente de la UBA.