por Diego Romero
Siguiendo la línea del encuentro anterior, donde comentamos el filme Found Footage 3D, hoy compartiremos una película de un subgénero o estilo (seguimos esquivando ese debate y lo seguiremos haciendo) hermano del metraje encontrado, el mockumentary. Otra coincidencia es que también esta realización se hace cargo de su origen independiente, tanto es así, que asume la forma de un falso documental de vampiros. Y si hablamos de falso documental o mockumentary y vampiros quizá estemos hablando de los dos tópicos más bastardeados, maltratados y usados hasta el cansancio en el cine. Sin embargo “Casa Vampiro”, como se la conoció en Argentina, sale airosa del desafío y prueba de ello son los numerosos reconocimientos cosechados en festivales alrededor del mundo.
Esta película que fue presentada en 29º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, sin dudas un gran hallazgo de los programadores, parte de una premisa argumental sencilla: un equipo documentalista sigue las peripecias cotidianas de un grupo ecléctico de cuatro vampiros que comparten el alquiler de una antigua casona en Wellington, Nueva Zelanda.
Así, en esta especie de reality vampírico nos vamos metiendo en la cotidianidad de los personajes y vamos conociendo sus historias y orígenes. De esta manera podemos observar lo difícil que les resulta a estos seres inmortales organizarse para ver quién lava los platos o ser testigos de los problemas que pueden tener a la hora de producirse para ir al boliche, porque, como ya sabemos, las criaturas de la noche no se reflejan en los espejos.
También nos vamos enterando de que el más viejo de los cuatro tiene más de 8.000 años y el más joven 189 y cada uno representa los diferentes arquetipos de vampiro que circularon por la historia del cine, desde Nosferatu, pasando por el Drácula de Coppola, hasta llegar a los de la serie Crepúsculo.
Sin dudas sus directores, Taika Waititi y Jemaine Clement, también protagonistas, sabían de qué estaban hablando al encarar la realización de Casa Vampiro. Así, si bien se puede ver sin uno estar muy al tanto de los pormenores del mundo monsteril, la película se disfruta mucho más si se conocen los tópicos de la mitología de vampiros, puesto que los directores recurren a ellos con frecuencia para hacerlos chocar con la más vulgar cotidianidad. Y es precisamente en ese cruce donde el mito se desmitifica y se resignifica desde el humor provocando la risa. Un buen ejemplo de la eficacia humorística con que los realizadores y guionistas manejan esta operación es la contundente y antológica respuesta a cámara que da Vladislav ante la pregunta de por qué los vampiros prefieren alimentarse con la sangre de víctimas vírgenes.
Más allá del guión y su indudable eficacia para generar humor del bueno, esta realización también cuenta con otros puntos altos. Las actuaciones no tienen altibajos y hasta uno adivina que esa solidez grupal es producto de haberse divertido mucho durante las grabaciones. La banda de sonido es otro punto alto. Y la elección estética de falso documental fue sumamente acertada. Así los movimientos de la cámara en mano, los fuera de foco y el uso del zoom son utilizados inteligentemente en favor de la historia. Además en los planos secuencia típicos de documental están muy bien logrados los efectos especiales, sobre todo teniendo en cuenta el bajo presupuesto de producción.
Se ve que hacer una comedia de terror no es cosa fácil. Y esos chupasangre que supieron hacernos reír en La danza de los vampiros parece que se tomaron su tiempo, como buenos seres inmortales que son, para volver a divertirnos en What we do in the shadows. Bienvenidos, los estábamos esperando.