El verano y el turismo abren la oportunidad para los vendedores ambulantes que recorren las playas. Muchos llevan años en el rubro y despliegan estrategias de "marketing playero" para sumar ventas.
La multitud de turistas y marplatenses que se vuelca a las playas en verano abre históricamente el juego para los vendedores. Hombres y mujeres que caminan “de punta a punta” vendiendo lo que pueden, lo que tienen, lo que conocen, lo que consiguen. Al rayo del sol, a precios bajos, y con la simpatía como principal estrategia para ganar clientes, recorren la arena caliente rebuscándosela.
Por más insólito que parezca, “unos cuantos” turistas y también marplatenses se olvidan de llevar la malla al ir a la playa. Pasa seguido, más de lo que se cree. A veces las prendas se rompen -ocasionalmente las vuela el viento- y ahí el carro de “ropa de playa” invita a resolver el problema.
Gustavo arrastra no uno sino tres pesados carros por la arena. “Muevo uno, vuelvo, agarro el otro, lo muevo y así, todo el día, de la mañana hasta que baja el sol, con el día nublado o con 35 grados, salgo a laburar”, le contó a LA CAPITAL en Cabo Corrientes, en medio del recorrido.
“Se vende, la gente mira y muchos compran. Tengo mallas para hombre a 400 pesos, bermudas a 450 y después pareos y vestidos a distintos precios, entre 350 y 450. También sombreros y remeras”, indicó Gustavo.
Es su quinto verano consecutivo con esta actividad, un “rebusque” que más de un marplatense despliega en la costa, aprovechando el calor y el movimiento turístico.
“Me ayuda a mantener a mi familia; algo se saca, pero tenés que andar todo el día, de punta a punta”, insistió el vendedor tirando de los carros, tres unidades de madera y fierros con percheros y cuatro ruedas de bicicleta que hace 15 años circulan en verano por las playas de Mar del Plata.
En los minutos que Gustavo frenó su tarea para dialogar con LA CAPITAL, varias personas se acercaron a consultar y algunas compraron. “Están muy buenos, se nota que son de buena calidad y lo vemos siempre por acá”, comentó una señora, que enseguida estrenó su nuevo pareo.
Palito, bombón…
Un grito inconfundible. Pueden cambiar las épocas y las modas, pero aquel niño que veraneaba en Mar del Plata y hoy ya de adulto trae a sus propios hijos a la ciudad identifica al instante al hombre de blanco que pasea la arena con su caja colgada al hombro que conserva el frío de los refrescantes helados.
Luciano es relativamente nuevo en el rubro. Es su segundo verano. “Mi viejo antes vendía y bueno, para seguir la tradición hoy salgo yo”, contó entre grito y grito que heredó de su padre: “Helado…. hay palito bombón helado”.
En esas pocas palabras se reduce el “marketing” de cualquier vendedor ambulante y alcanza con cambiar “helado” por “coca” o “panchos” para que el mensaje llegue y el apetito pida uno.
“Camino toda la playa, recargo los helados y vuelvo. Se vende, la verdad que se está vendiendo aunque el tiempo viene medio flojo y eso no ayuda, pero vino gente, más que otros años”, dijo. Los helados más económicos cuestan 25 pesos, y después tiene de 50 y 100, según el gusto.
“Los chicos piden y el papá o la mamá le dan el gusto. ¿Quién no se comió alguna vez un heladito en la playa? Es así, no queda otra. ¡Helado!”, continuó Luciano, estirando la “o” en cada grito, pisando entre la arena.
Palabras cruzadas
Otro clásico. Por más tablet, Iphone o celular con juegos y dispositivos electrónicos al alcance de la mano, la costumbre se mantiene intacta: tomar sol con unos mates y hacer unos crucigramas.
Para quienes no tienen la costumbre, la opción se presenta en forma imprevista. Carlos, oriundo de Buenos Aires y con varios años de experiencia recorriendo las playas de Mar del Plata y Villa Gesell vendiendo “de todo un poco”, no grita para ofrecer su producto; le resulta más afectiva otra técnica: dejarlo unos segundos y “sin compromiso” junto a las ojotas o la lona playera de los turistas.
“Camino todo el día por todos lados y algo se vende. Más que nada antes del mediodía, de 10 a 12 y después a partir de las 15 o 16, a la hora del mate”, contó.
Su producto incluye tres revistas dentro de un folio transparente con varios crucigramas, pero también sopas de letras y sudokus, entre otros juegos. “Vendo las tres revisas juntas, con juegos que te duran por lo menos una semana, más la lapicera (bic) para rellenarlos, todo por 100 pesos, un regalo”, dijo con una sonrisa.
“A veces voy a la Popular, pero se vende más en Varese o en Cabo Corrientes. Hay que ver el día y la zona, la gente. Ando por todos lados igual”, contó Carlos, que hace casi 10 años vende los crucigramas.
Antes hacía panchos y los vendía, hasta que descubrió que podía ganar lo mismo trabajando las mismas horas, pero sin arrastrar el carro bajo el sol ni lidiar con los proveedores. “Hago la mía y con esto ayudo a mi familia. Laburo a full todo el verano, de enero a marzo”, indicó.
La estrategia de Carlos funciona. Sigilosamente y con simpatía se acerca a cada familia o pareja, deja unos momentos el “kit” envuelto en nylon y reparte unos diez antes de regresar uno por uno para intentar cerrar la venta. “Prefiero que haga crucigramas y no que esté todo el día con el celular”, indicó un hombre que le compró a Carlos las revistas por 100 pesos. “El tipo se la rebusca, labura, hay que estar todo el día al rayo del sol vendiendo”, pensó en voz alta, valorando el esfuerzo de los protagonistas del rebusque en las playas.