Por Juan Alberto Yaria (*)
“…el hombre es un animal inestabilísimo y de ahí su fortaleza para sobrevivir” (Dante Alighieri-citado por Prof. José Milmaniene en su último libro “Yo que soy polvo y ceniza”)
En una reunión de equipo con la infectóloga en Gradiva percibí en el equipo el temor al lado del cuidado en derredor del probable contagio del Covid. Sesiones de capacitación que son formas de cuidarnos y de expresar terapéuticamente los temores, muchos infundados y erráticos, pero no por eso menos válidos. Es la incertidumbre de hoy.
La cercanía de una probable muerte nos acerca a la humildad. No somos dioses como la soberbia indicaba en una post-modernidad orgullosa de sí misma y con la tecnología como su mano amiga y enterrando los dioses y los dinosaurios del pasado. Tiempos de entierro de la filosofía y de los clásicos. Tiempos de victoria. Éramos dioses y el transhumanismo nos daba ya un mundo de robots y de inteligencia artificial que todo lo iba a controlar y nosotros manipulando ese mundo.
Las drogas, especialmente la cocaína, que es la droga de los iluminados y de la iluminación momentánea y que cautiva y apresa se enlazaba en esta noción soberbia y altanera de la vida.
De repente como dice el título de un maravilloso libro de mi amigo y maestro de psicoanalistas Jose Milmaniene (de reciente aparición) que titula “Yo…que soy Polvo y Ceniza” (frase bíblica) todo pasa a ser evanescente y frágil. De repente, “lo sólido se desvanece en el aire” como diría Carlos Marx. El hombre parece recuperar su estatura, como lo decía en sus versos inolvidables Horacio. Los hombres pasamos como “nubes, casi naves, quizás sombras” y la omnipotencia y el Poder se ponen al servicio del derrumbe.
El virus derrota esa noción de ser Dios. La ciencia aliada de esa concepción yerra. No alcanza, tiembla, se equivoca, actúa a ciegas. Esto está más allá de los datos ciertos sobre la enfermedad sino sobre la tensión que implica lidiar con la incertidumbre, hasta marzo todo parecía estar controlado.
La muerte de un amigo, el miedo a nuestra probable muerte nos convoca a un acto de humildad en el vivir. Se acaban -aunque sea por un tramo de nuestra vida- la soberbia como modo de existencia.
La finitud y el “cuidate de ti mismo”
Volvamos a los griegos en el Oráculo de Delfos se leía: “cuídate de ti mismo, conócete a ti mismo, inquiétate por ti mismo, ocúpate de ti mismo”. El frontispicio señalaba la verdad de la tarea de ser seres humanos.
No a la omnipotencia o sea a la megalomanía del Ego como medida de todas las cosas. Ahí al pie del Monte Parnasos el griego en Delfos apelaba a un tercero, el saber no lo posee nadie, circula. Siempre la humildad estaba al lado de la verdad.
Lacan decía repitiendo a los clásicos: “La Humildad es la Verdad y la Verdad es la Humildad”. El mayor poder del hombre es reconocer su finitud y pequeñez y hacer circular preguntas.
En Delfos la apropiación del sí mismo es la máxima verdad; mientras que la soberbia es el desconocimiento de si mismo. Ahí las drogas ocupan un lugar central de desmentida de la realidad de nuestra pequeñez. Nos convertiremos delirantemente en la “medida de todas las cosas” y la violencia interrumpe cualquier discurso u opinión diferente. La cocaína como tónico buscado implica que el saber está en uno. Somos uno y no hay otros (lugar, por ende, de la máxima alienación).
Debemos hacernos cargo de nosotros mismos decía el Oráculo y esto es una afrenta al sentirnos poderosos y al poder. El poder es un desafío a la muerte y esta siempre triunfa. Solo “el amor es más fuerte que la muerte” como dice el Cantar de los Cantares (Antiguo Testamento). El amor como desasimiento de si y entrega hospitalaria al otro.
La caída de los dioses de la postmodernidad como la ideología, la técnica como valor eje, la crítica a los dinosaurios del pasado clásico por ejemplo había generado una verdadera narcosis con fascinación y embelezo en donde el hombre no tenía límites en un más allá del ego que era toda la realidad. La ciencia todo lo podía y era la aliada de esta narcosis colectiva.
La epidemia como política
Quizás valga recordar a Giorgio Agamben, uno de los grandes filósofos de Europa, que ha escrito un libro polémico en Italia (incluso se lo censuró en los medios italianos por la crítica al Estado de excepción que implicaba, según él, el uso político de la pandemia) y en toda Europa que se denomina “La epidemia como Política”.
Parte de un estudio del Consejo Nacional de Investigaciones de Italia y que dice que la epidemia de Covid “causa síntomas leves o moderados en el 80/90% de los casos, en el 10 -15% puede causar una pulmonía con curso benigno en la mayoría y que solo el 4% necesita cuidados intensivos”.
En realidad, él critica el uso político y mediático de la epidemia. Es un texto nuevo para leer, pero mi interés es que esta pandemia toca un momento de la cultura determinado mientras que a Agamben le interesa el estado de excepción (nazi-fascista -estaliniano) que se puede montar solo sobre ella.
No es mi intención tocar este tema que en realidad desconozco sino mostrar el rostro humano de la pandemia y sus consecuencias de stress crónico (ansiedad con depresión) en el hombre de nuestras tierras sobre el suelo del dolor y la perdida.
A mí me interesa marcar la lección de esta pandemia más allá de los intereses mediáticos, de empresas farmacéuticas, políticos, etc. Es que parece el tema de la muerte como algo próximo en una sociedad que ni siquiera enterraba y velaba a sus muertos (hecho nuevo en la historia de la humanidad en donde los ritos funerarios eran un reconocimiento a los ancestros y al futuro de todos).
¿Adonde vamos?
Lidiar con la incertidumbre es hoy una realidad que golpea nuestras mejillas. Edgard Morin nos enseña: “debemos aprender a vivir con la incertidumbre, es bueno tener certezas no falsas certezas”. El “Homo demens” (el hombre alocado y perdido) en termino de Morin se vale de certezas inconmovibles (cercanas al Delirio) mientras que el Homo Sapiens tiene la humildad de lidiar con la incertidumbre.
¿Adónde vamos? …el filosofo nos dice ya que estos son tiempos de filosofía: “la voz está nunca falta, hay que esforzarse y oírla, para ello hay de desechar otras voces (voces utilitarias , deseos de poder), tirar abajo las murallas, arrojar los muros de la vanidad si es que quieres oír; para más adelante seguir “la voz se da, nunca falta; el que falta suelo ser Yo, el que no oye, el que cierra la puerta cerrándome ante el otro negándose al Amor”. El dilema es escuchar y escucharnos.
Si no oyes, no hay Dios, eres tú mismo Dios. Oír es abrirse, escuchar es dejarse fecundar por la creación y hacerse parte de ella.
Preferí el enfoque de lo que nos pasa en nuestra intimidad que aquel que trata de dialectizar Agamben acerca de la utilización de la pandemia como la creación de un “Estado de excepción” en un marco autoritario. Me interesa aquello que sucede en la interioridad humana ante la desgracia aumentada o real.
(*) Director general GRADIVA – Rehabilitación en adicciones