Por Juan Facundo Dominoni*
*Juez de Familia 4 Mar del Plata
Análisis de la violencia simbólica en los medios de comunicación
El presente tiene como eje la entrevista efectuada por el conductor Nicolás Repetto en uno de los noticieros de mayor difusión en la Argentina, que diariamente se transmite los mediodías por el canal Telefé.
En dicha nota, al entrevistar a una mujer que había sufrido una situación de acoso callejero, le formula la siguiente pregunta: “¿Es posible o no estar a la 1 de mañana en un subterráneo vestida sexy?”. A renglón seguido manifiesta como justificante: “Aclaro una y mil veces que no es que justifique ningún tipo de acoso. Estás en todo tu derecho de ir vestida como quieras. Lo que queremos empezar a investigar es si vas de noche vestida muy sexy, si conviene hacerlo o no conviene. Sería útil saberlo”.
A fin de analizar la misma partiré de la reflexión de Pierre Bourdieu quien definió a la violencia simbólica como aquella “violencia amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce especialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento […] del reconocimiento o, en último término, del sentimiento”, (Bourdieu, 2000:12), concatenada con el concepto de socialización, que no resulta ser sino el proceso por el cual las persona aprenden y hacen suyas las pautas de comportamiento social de su entorno.
Así, teniendo en cuenta al sociólogo Anthony Giddens, para quien el aprendizaje nunca cesa, desde el nacimiento hasta la muerte, si el conjunto de ideas y prácticas que una cultura atribuye a hombres y mujeres, otorgando roles propios de la masculinidad/femineidad es desde hace unas décadas ‘performativo’ tenemos que preocuparnos seriamente de este tipo de comunicadores.
¿Por qué? Por dos razones que estimo de importancia:
1) Porque los medios de comunicación, tal lo señalado por Patricia Poppe, “pueden ser un instrumento eficaz para transmitir a la sociedad el progreso alcanzado en el cambio en las relaciones entre las parejas y la sociedad en conjunto. En el área de la violencia doméstica, los programas de comunicación pueden contribuir en la construcción de nuevas normas sociales que reviertan la creencia de que esta forma de violencia es natural y debe ser tolerada por las familias y la sociedad en conjunto” (Poppe, Patricia “Uso de los medios de comunicación para prevenir la violencia doméstica” en ‘El costo del silencio: Violencia doméstica en las Américas’, Morrison Andrew R. y Loreto Biehl María Editores, Banco Interamericano de Desarrollo, Washington, 1999, pág. 185).
2) Por otro lado, al ser necesario el cambio en diferentes aspectos (v. gr.: comportamientos humanos, normas sociales y legislación) y pudiendo los medios de comunicación constituirse en un bastión necesario para lograr un cambio de paradigma en la cuestión medular de la violencia, los mismos contribuyen a posicionar a la violencia doméstica y de género como un problema social que merece un llamado de atención a los poderes del Estado.
El correlato o sustento de lo manifestado por el conductor importa partir de una construcción lingüística y simbólica que en nada ayuda a alcanzar la igualdad de derechos y salir de las posturas patriarcales y machistas, pues otra vez vuelve a ponerse el ojo crítico o revisor en la mujer, a quien se la estaría acusando de vestirse provocativamente y, con ello, ser la instigadora del delito; en tanto que con la aclaración posterior se visibiliza aún más el machismo de exigir a la víctima su resistencia frente al acoso. Así, con fines informativos, se logra desde el medio de comunicación poner en tela de juicio y culpabilizar a la víctima por provocar a un hombre con su pollera corta a la una de la madrugada. ¿Y si se partiera desde la lógica inversa, esto es, si la mujer acosada dijera “quiero provocar con mi pollera corta, y qué?”, eso daría derecho o justificaría el acoso o una posible violación? De ninguna manera.
Lo planteado por el conductor da cuenta que pese a la visibilización de la violencia de género, las políticas públicas llevadas a cabo y los logros alcanzados por el feminismo (sumados los muchos que faltan), los medios de comunicación reproducen al día de hoy noticias con sesgo machista; más aún cuando – como en este caso – el periodista es un varón. A tal conclusión arribo teniendo en cuenta el Proyecto de Monitoreo Global de Medios, cuyo informe mundial se realiza quinquenalmente, siendo el último del año 2015.
En efecto, en la cultura patriarcal, la mujer vista como un ser inferior o débil en relación al hombre macho, no puede andar sola a la noche, menos si encima va vestida provocativamente porque de sufrir algún tipo de acoso, violación o muerte, es culpable de la propia violencia que sufre, debiendo atenerse a las consecuencias quizás, peor aún, por estereotiparse en ser una “chica fácil”.
Predomina allí el discurso culpabilizador de las víctimas, preocupante, pues las sociedades se reproducen simbólicamente por medio de un sistema complejo de símbolos y significantes a través de los cuales se transmite una concepción determinada del mundo (Marugán Pintos, Begoña 2009: 96).
Conforme lo anterior, la pregunta y justificación de la misma constituye una muestra más de la violencia machista.
En este caso, violencia simbólica que como tal se sustenta en una conducta relacional que rebasa el nivel de lo aceptable y cuyo origen -afincado en los valores patriarcales- tiene como pilares la intocable jerarquía de poder y dominación de los fuertes (hombres) sobre los débiles (mujeres).
A partir de ello, debemos tener presente que en los análisis que se realicen sobre violencia contra la mujer v.gr.: en artículos de prensa, la mirada debe direccionarse a los procesos y a las relaciones de dominio que provocan las situaciones de violencia (generalmente invisibilizados) y no solamente congelar las imágenes de un estado de victimización, porque —de ser así— es muy probable que no se logre concienciar a la sociedad de que la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres tienen por objeto reafirmar las relaciones de dominio de género a fin de mantener o incrementar la subordinación de éstas al sexo ‘fuerte’.
Aspectos comunes en la formulación de noticias periodísticas que desvirtúan la realidad violenta plasmando dicha invisibilización de la relación de dominio del violento por sobre la víctima, exhibiéndolo a aquél (en la gran mayoría de los casos) como ‘víctima de su propio instinto violento, imposible de sosegar’, al punto tal de patologizar al agresor (llegando hasta a justificarlo) y mostrar a la mujer como sujeto de actitud pasiva, sumisa y débil en la cual el común denominador es el rótulo de ‘drama pasional’ hubo sido moneda frecuente. En otras publicaciones se destaca la existencia de ‘fuertes discusiones y agresiones mutuas’ relativizando la violencia masculina y culpabilizando a la mujer en la reacción del hombre, en particular en cuestiones en donde se aprecia la vulneración sexual de aquélla, aun dentro del seno de la pareja o matrimonio.
La noticia no debe ser banalizada: debemos tener en claro que la información que brinde una imagen parcial o negativa de la mujer podrá incidir —de hecho, incide— negativamente en el colectivo social y la falta de respuesta judicial a casos de exposición mediática indirectamente provocarán una mayor dependencia de las mujeres maltratadas para con los sujetos violentos.
Por ende, la forma de tratar el tópico y bregar por la concientización de la violencia de género en nuestra sociedad debería consistir en la ampliación de la representación de la mujer con imágenes que reflejen la realidad tal como es, con una correcta utilización y concisión en el lenguaje informativo, una adecuada capacitación de las personas que abordan este tipo de eventos dado que los mismos no constituyen una noticia convencional: en la violencia de género se afectan derechos humanos de raigambre constitucional tales como el derecho a la vida, la dignidad, la integridad física y psíquica y la salud de las víctimas que repercuten no solo en las víctimas sino en la sociedad toda.
Uno de los caminos para lograrlo, debe ser exponer públicamente los casos de violencia simbólica; y, como en este caso, a petición de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires, intervengan los organismos nacionales encargados de evaluar y erradicar la violencia vertida por los medios de comunicación conforme se encuentra previsto por el art. 6 de la Ley 26.485 (Ley Nacional de Protección Integral de las Mujeres) al indicar que se entiende por violencia mediática “aquella publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio de masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, así como la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la desigualdad del trato o construya patrones socioculturales reproductores de desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”.
Si se aborda de tal modo la cuestión, se evidenciará en forma clara la raíz del problema y se podrá decir que nos encaminamos realmente a la tolerancia cero en materia de violencia de género, ubicando adecuadamente el problema. Caso contrario, la información que viertan los medios de comunicación integrará y consolidará dicho flagelo si se hace hincapié en v.gr.:
1. Representar a las víctimas de la violencia masculina como responsables de la agresión;
2. Preguntar qué ha hecho la mujer para provocar o causar la violencia;
3. Excusar al agresor de cualquier forma, sea por estar “obsesionado”, enamorado, celoso, entre otros supuestos;
4. Exhibir y mostrar una falta de equilibrio en el tratamiento que se le brinda a la víctima y el que se le dispensa al agresor; y,
5. Representar al agresor como un loco, un monstruo o un psicópata y paralelamente ignorar la naturaleza estructural de la violencia contra las mujeres (7);
6. Señalar la ausencia de refugios destinados a las mujeres y niñas víctimas de violencia, todo lo cual conlleva a que aquéllas no tengan otra opción de seguir conviviendo con quien las maltrata; y, por último,
7. Detallar ciertas deficiencias o prestación irregular de las medidas de protección: sea del servicio de líneas telefónicas (v.g.: 102, 0-800) o la falta de publicidad de datos para la localización de los centros de asesoramiento, de asistencia jurídica, refugios y/o planes de asistencia a las víctimas.
Finalmente, debemos hacer mención al contexto internacional, en el cual observamos que existen asociaciones que intentan poner énfasis en que los medios de comunicación ‘pueden hacer y aportar más en contra de la violencia de Género’.
Entre ellas destacamos la asociación española “Red Activas” que, considerando necesaria una contribución mayor para luchar contra dicho flagelo, estima que “no sólo importan los casos de mujeres que mueren a manos de sus parejas o ex parejas, sino que también es necesario denunciar la violencia que está presente en el lenguaje, en los medios de comunicación, etc. y que está legitimando socialmente la violencia de género en todas sus manifestaciones, ya sea física, sexual, laboral. También consideramos esencial el papel que los medios juegan para visibilizar el trabajo de las mujeres para erradicar la violencia de género u luchar por la igualdad desde las organizaciones de la sociedad civil”.
Por otro lado, la Agrupación de Periodistas de la U.G.T. de España considera que “promover la igualdad y luchar contra el machismo, tanto de las redacciones como en la información, es la contribución esencial de los medios de comunicación para erradicar la violencia de género” [www.madrid-womans-week.com/?p=740].
Paradigma actual:
Conforme se desprende de lo anterior, la situación de nuestro tiempo ha variado notablemente. La violencia contra la mujer es una problemática que ha trascendido el ámbito privado puesto que ha evolucionado de ser considerada una problemática de escasa trascendencia social y jurídica a ser entendida como vulneración a los derechos humanos de las mujeres. Y es a partir de ciertos infortunados sucesos de género, que se ha comenzado a discutir acerca de una necesaria mayor visibilización.
Si bien existen dos posiciones acerca de la visibilización de la violencia de género. Por un lado, se sostiene que tales casos resonantes son los movilizadores de la sensibilidad social. En contraposición, encontramos a quienes se inclinan a considerar que a partir del acceso de la mujer periodista a puestos jerárquicos y de responsabilidad en las redacciones de los periódicos, el flagelo abandona su oscurantismo y se instala en la agenda de la prensa y medios de comunicación en general; sea cual fuere la postura que se tome consideramos que resulta necesario analizar detalladamente los mecanismos que la producen y, contar con una adecuada publicidad mediática, lingüística y simbólica.
Los movimientos de mujeres son fundamentales para ello, al intentar dejar en claro que la culpa no es de las mujeres, ni de su ropa, ni de sus elecciones, sino de una cultura que no educa en la igualdad de género.