Este artículo de la Revista Caras y Caretas publicado el 28 de febrero de 1903, y enviado a Fotos de Familia por el Prof. Julián Mendozzi. ilustró uno de los artículos del suplemento editado por LA CAPITAL el 10 de febrero pasado, aniversario de la ciudad. Lo transcribimos a continuación:
El carnaval de Carlos Pellegrini
Nadie hubiera imaginado que el doctor Carlos Pellegrini, tan adusto en fotos y bronces, jugaba al carnaval en la rambla que llevaba su nombre.
Debemos remontarnos a 1890, año agitado: Revolución del Parque, renuncia del presidente Miguel Juárez Celman y asunción de su vice, Carlos Pellegrini. Otra noticia aflige a los habitué de la “Biarritz Argentina”: el mar devora la primera rambla de madera. Nadie niega que era rústica e inarmónica, pero resultaba funcional a los cenáculos y garbeos veraniegos. El asunto amerita la intervención del nuevo presidente, quien consigue que los turistas inicien sus vacaciones con una rambla más cómoda y coqueta. Queda aclarado así el origen de su nombre.
Saltamos a 1903. Ahora Pellegrini es senador nacional y capea tormentas. Su viejo amigo y consorte de causa, el presidente Julio Argentino Roca, lo ha desairado al retirar sin aviso de la Cámara de Diputados el “Proyecto Berduc” para refinanciar la deuda externa. La pelea derivada de ese acto, sumadas a otras cuestiones, divide al hegemónico Partido Autonomista Nacional entre “roquistas” y “pellegrinistas”.
Pero ahora el legislador de frondosos bigotes se toma un descanso en Mar del Plata, costumbre que ejercita desde los albores del balneario. Tiene 56 años y sufre problemas de salud que le permitirán vivir sólo hasta mediados de 1906. Sin embargo, juega al carnaval en la rambla que lleva su nombre. Un artículo publicado por Caras y Caretas el 28 de febrero de 1903 narra la anécdota y la certifica con fotos: una del doctor Pellegrini “al hacecho” y otra “tirando una bomba”.
El cronista juzga la vida de playa “muy “fashionable” y muy reconstituyente, pero algo monótona”. Y rebatiendo creencias sobre los hábitos estivales en la belle epoque, nos sorprende con esta acuarela: “El elegante balneario ha congregado durante este carnaval una buena parte de la mejor sociedad bonaerense, que se la ingenia por pasar el rato de la manera más agradable y menos onerosa posible. La charla en la rambla o en los vastos salones del Bristol es interminable…”.
También sugiere que los contubernios políticos empiezan a germinar en los veranos marplatenses, echando quizás –esto lo añadimos nosotros- raíces perennes. Dos de los operadores aparecen mencionados. Uno es el doctor Mariano Paunero, hijo de Wenceslao, el reputado general. Y otro es el senador Miguel Cané, cuya vocación por escribir será su pasaporte a la posteridad. De hecho, dos décadas atrás publicó Juvenilia, la novela que le dio fama literaria. Y recientemente redactó la Ley de Residencia, que desde 1902 permite la expulsión de extranjeros sin juicio previo. Son ellos, Paunero y Cané, “los preparadores obligados de las conferencias políticas más o menos casuales y de los acercamientos entre los espíritus más distanciados”.
No escapa al cronista la floración de un séquito que procura beneficios, valiéndose de la proximidad y la convivencia que el veraneo otorga. Es aquí donde la anécdota del juego con agua empieza a asemejarse a una metáfora. Y donde la colorida crónica veraniega se despoja de su enmascarada inocencia: “El carnaval en el balneario no tiene sino un cultor: el doctor Pellegrini. Los demás turistas no son sino aficionados que acompañan por compromiso al ilustre hombre público, encendiéndole una vela a una débil esperanza…”. “Y el doctor Pellegrini, que no se ha hecho ilusión ninguna acerca del afecto o la adhesión de quienes le acompañaban a divertirse con cierta parsimonia, tuvo ocasión para decir sin asomo de ironía: La mayor parte de los que vienen aquí creen que están en carácter disfrazando sus intenciones”.
Luego del verano Pellegrini terminará su período como senador y en 1906 será elegido diputado nacional, cargo que ejercerá pocos meses, hasta su fallecimiento. En uno de sus últimos discursos dirá: “Pasan los años, cambian los actores, pero el drama o la tragedia es siempre la misma; nada se corrige y nada se olvida y las bonanzas halagadoras, como las conmociones destructoras se suceden a intervalos regulares cual si obedecieran a leyes naturales”.-