AMANCIO Y LA “CASA SOBRE EL ARROYO” .
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“Siempre la llamé ‘La casa sobre el arroyo’.” El que dice eso es Amancio Williams: su voz se oye mientras gira el carrete de una grabación y empiezan a superponerse en pantalla las imágenes de una de las viviendas más originales, poéticas y paradigmáticas de la arquitectura moderna argentina, incluida por su programa y resolución entre las mejores cien casas unifamiliares del mundo en el siglo XX. A la construcción se la conoce, también, como “Casa del puente” y está en Mar del Plata: diez años atrás ardía en un incendio intencional, un episodio que quiso completar sin éxito una deconstrucción por el camino del abandono, del choreo, del pillaje y la rotura sin ton ni son. En 1947, cuando Williams viajó a Europa, Le Corbusier le dedicó veinte páginas de su revista para hablar de su obra y sus proyectos, y lo consideró “el mejor arquitecto de América”. Por el bien de la objetividad, hay que decir, de acuerdo, que a esa altura Williams era, aquí, un defensor óptimo del ideario conceptual del maestro suizo. Más adelante tendrían esas trifulcas que suelen armarse entre tipos de egos muy trabajados, pero por entonces a Williams se lo veía en Sucesos Argentinos mostrando un cuadro pintado por Le Corbusier, que en la dedicatoria del reverso anotaba “A mon ami…”.
De este arquitecto argentino nacido en 1913 en Buenos Aires, de la concepción de su trabajo y de “La casa sobre el arroyo” cuenta y muestra Amancio Williams, el primer largo documental de Gerardo Panero, que se exhibió en varios festivales de América y Europa y se estrena este jueves en el Cultural San Martín. “Lo más sorprendente es que no haya podido construir casi nada, que a pesar del enorme reconocimiento que tiene hoy, y que tenía, alcanzara a hacer sólo una obra completa, la casa en Mar del Plata –dice Panero–. Hizo muchísimos proyectos, desarrolló mucho sus ideas y toda su vida siguió investigando, pero sólo quedó esta casa. Él viene de una familia muy intelectual y conserva una mirada de artista de la arquitectura. Y evidentemente lo fue. Se negó a salir de eso, y si al pasar a la concreción sus proyectos de algún modo se desvirtuaban, se abstenía de seguirlos, o de firmar como autor. El hizo, por ejemplo, una obra para el Instituto Schere, sobre la calle Juncal, pero como después de diseñarla entera le hicieron algunos cambios, ya no la tomó como suya, no firmó los planos. Y siempre se mantuvo en su lugar de figura, sin concesiones. Hasta el último día de su vida fue así.”
De eso van a cumplirse, pronto, 25 años: Williams murió el 14 de octubre de 1989. Empezó estudiando tres años de Ingeniería y largó: se apasionó con ser aviador. En el ’34 piloteaba uno de los tres aviones que le dieron la bienvenida a Buenos Aires al Graf Zeppelin. Luego retomó los estudios, pero ya para ser arquitecto: se recibió en 1941. “Mi arquitectura es esencialmente espacial, y trata de dejar el suelo libre –dice en esa cinta que reproduce el documental–. Y esto es muy importante para el planteamiento y el urbanismo de los hombres.” Ideas ilusionadas de los ’40 que Panero pone a dialogar con sostenidas tomas aéreas que muestran la densidad de la ciudad de Buenos Aires. “Las nuevas ciudades no destruirán ni aplastarán la naturaleza, la pondrán en valor –teorizaba Williams–. Utilizarán el suelo en un porcentaje mínimo para apoyar sus estructuras. Podrán construirse sobre parques y praderas. Las ciudades le deben devolver al hombre lo que le quitaron: la luz, el aire, el sol, el goce del espacio y del tiempo, lo que necesita para su salud física y mental. Las horas que hoy pierde estérilmente en el transporte, y que podría aprovechar para la producción, el descanso o el placer.”
Era hijo de Alberto Williams, fundador del Conservatorio de Música de Buenos Aires y compositor prolífico que trabajó mucho con la tradición del folklore argentino: su música es banda de sonido del documental de Panero. Amancio diseñó y construyó esta casa para su padre entre 1943 y 1945: elevada tangencialmente sobre el arco laminado de hormigón que cruza de un lado al otro del arroyo que pasaba entonces por ese predio de dos hectáreas, la plataforma del piso de la vivienda ponía en contacto a sus habitantes con las copas de los árboles, con los sonidos del viento y las hojas, con el quehacer de los pájaros. Claudio, director del Archivo Williams y uno de los ocho hijos de Amancio, revisa durante todo el film el cúmulo de planos dibujados por su padre para esa casa. “Hizo unos seiscientos –apunta Panero–, y el dato es impresionante, porque para vivienda a lo sumo se hacen unos treinta.” Williams diseñó todo con una meticulosidad que impresiona, desde las tulipas hasta los picaportes, desde las chimeneas hasta el piso de tacos de algarrobo, o las ventanas corredizas que podían acumularse en los extremos de los lados, para conseguir mayores aberturas. Hizo decenas de pruebas para dar con la mejor piedra posible para el hormigón, y luego de desencofrar se mandó un trabajo adicional para que esa piedra quede a la vista. Una obra de arte. A la que le llegarían los malos tiempos. Algunas fotografías muestran el piano de Alberto Williams, destrozado. La estructura soportó las llamas. Dos años atrás, la intendencia de Mar del Plata inició por fin una tarea de rescate. Parece muy difícil reconstruirla tal como Amancio la inauguró hace setenta años, pero al menos se repusieron los vidrios, se están digitalizando los planos, se preservó el sitio, se organizaron visitas guiadas.
Mejor suerte corrió la casa Curutchet, en La Plata, la única obra de Le Corbusier en América latina. Williams jugó un papel indispensable para que su construcción se llevara adelante: fue quien trabajó sobre las ideas locas que el maestro suizo mandaba desde allá, para que desde la imaginación y el papel pudiera pasar a la construcción. El documental cuenta esa historia y cómo los dos, por correspondencia, planos que van y que vienen, discuten “desde sus lugares de figuras del Olimpo” y terminan entrando en crisis. Para hacer su película, Panero entrevistó a la esposa de Williams, Delfina Gálvez, a dos de los hijos del matrimonio y a una decena de arquitectos especializados en su historia y su obra. A lo largo de cuatro años y medio de trabajo rastreó y consiguió mucho material desperdigado, como una filmación casera de unos gigantescos paraguas o sombrillas que Williams hizo para una Exposición en Palermo, en la que llega a verse al arquitecto parado encima de uno (sobre la costa de Vicente López hay unos similares, construidos en su homenaje). Los había pensado como cubiertas multiuso para varios proyectos, entre ellos el de tres hospitales en Corrientes que le encargó el ministro Carrillo durante el primer peronismo. También proyectó, por dar un par de ejemplos más, un aeropuerto elevado sobre pilotes en el Río de la Plata y una sala de conciertos para que su acústica sea igual de nítida en cada una de sus ubicaciones. “Si bien su figura está por ahí más asociada a la clase alta, sus obras y sus ideas están pensadas para la comunidad y hacia los argentinos –concluye Panero–. De alguna manera en eso puede asociárselo con la obra de su padre, en tratar de rescatar una cultura propia. Amancio podía haberse ido del país cuando tuvo oportunidad, y sin duda podía haber concretado más obras basadas en sus ideas. Yo creo que él apuntó a tratar de hacer algo que quede acá y que sea representativo de una idea de país. Es una mirada personal sobre él y es, a la vez, el mayor aprendizaje que me dejó haber conocido su historia y haber hecho esta película.”
POR: Berlanga , Ángel .
EN : Diario “Página/12” del día 10-8-2014
AMANCIO Y LA “CASA SOBRE EL ARROYO” .
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“Siempre la llamé ‘La casa sobre el arroyo’.” El que dice eso es Amancio Williams: su voz se oye mientras gira el carrete de una grabación y empiezan a superponerse en pantalla las imágenes de una de las viviendas más originales, poéticas y paradigmáticas de la arquitectura moderna argentina, incluida por su programa y resolución entre las mejores cien casas unifamiliares del mundo en el siglo XX. A la construcción se la conoce, también, como “Casa del puente” y está en Mar del Plata: diez años atrás ardía en un incendio intencional, un episodio que quiso completar sin éxito una deconstrucción por el camino del abandono, del choreo, del pillaje y la rotura sin ton ni son. En 1947, cuando Williams viajó a Europa, Le Corbusier le dedicó veinte páginas de su revista para hablar de su obra y sus proyectos, y lo consideró “el mejor arquitecto de América”. Por el bien de la objetividad, hay que decir, de acuerdo, que a esa altura Williams era, aquí, un defensor óptimo del ideario conceptual del maestro suizo. Más adelante tendrían esas trifulcas que suelen armarse entre tipos de egos muy trabajados, pero por entonces a Williams se lo veía en Sucesos Argentinos mostrando un cuadro pintado por Le Corbusier, que en la dedicatoria del reverso anotaba “A mon ami…”.
De este arquitecto argentino nacido en 1913 en Buenos Aires, de la concepción de su trabajo y de “La casa sobre el arroyo” cuenta y muestra Amancio Williams, el primer largo documental de Gerardo Panero, que se exhibió en varios festivales de América y Europa y se estrena este jueves en el Cultural San Martín. “Lo más sorprendente es que no haya podido construir casi nada, que a pesar del enorme reconocimiento que tiene hoy, y que tenía, alcanzara a hacer sólo una obra completa, la casa en Mar del Plata –dice Panero–. Hizo muchísimos proyectos, desarrolló mucho sus ideas y toda su vida siguió investigando, pero sólo quedó esta casa. Él viene de una familia muy intelectual y conserva una mirada de artista de la arquitectura. Y evidentemente lo fue. Se negó a salir de eso, y si al pasar a la concreción sus proyectos de algún modo se desvirtuaban, se abstenía de seguirlos, o de firmar como autor. El hizo, por ejemplo, una obra para el Instituto Schere, sobre la calle Juncal, pero como después de diseñarla entera le hicieron algunos cambios, ya no la tomó como suya, no firmó los planos. Y siempre se mantuvo en su lugar de figura, sin concesiones. Hasta el último día de su vida fue así.”
De eso van a cumplirse, pronto, 25 años: Williams murió el 14 de octubre de 1989. Empezó estudiando tres años de Ingeniería y largó: se apasionó con ser aviador. En el ’34 piloteaba uno de los tres aviones que le dieron la bienvenida a Buenos Aires al Graf Zeppelin. Luego retomó los estudios, pero ya para ser arquitecto: se recibió en 1941. “Mi arquitectura es esencialmente espacial, y trata de dejar el suelo libre –dice en esa cinta que reproduce el documental–. Y esto es muy importante para el planteamiento y el urbanismo de los hombres.” Ideas ilusionadas de los ’40 que Panero pone a dialogar con sostenidas tomas aéreas que muestran la densidad de la ciudad de Buenos Aires. “Las nuevas ciudades no destruirán ni aplastarán la naturaleza, la pondrán en valor –teorizaba Williams–. Utilizarán el suelo en un porcentaje mínimo para apoyar sus estructuras. Podrán construirse sobre parques y praderas. Las ciudades le deben devolver al hombre lo que le quitaron: la luz, el aire, el sol, el goce del espacio y del tiempo, lo que necesita para su salud física y mental. Las horas que hoy pierde estérilmente en el transporte, y que podría aprovechar para la producción, el descanso o el placer.”
Era hijo de Alberto Williams, fundador del Conservatorio de Música de Buenos Aires y compositor prolífico que trabajó mucho con la tradición del folklore argentino: su música es banda de sonido del documental de Panero. Amancio diseñó y construyó esta casa para su padre entre 1943 y 1945: elevada tangencialmente sobre el arco laminado de hormigón que cruza de un lado al otro del arroyo que pasaba entonces por ese predio de dos hectáreas, la plataforma del piso de la vivienda ponía en contacto a sus habitantes con las copas de los árboles, con los sonidos del viento y las hojas, con el quehacer de los pájaros. Claudio, director del Archivo Williams y uno de los ocho hijos de Amancio, revisa durante todo el film el cúmulo de planos dibujados por su padre para esa casa. “Hizo unos seiscientos –apunta Panero–, y el dato es impresionante, porque para vivienda a lo sumo se hacen unos treinta.” Williams diseñó todo con una meticulosidad que impresiona, desde las tulipas hasta los picaportes, desde las chimeneas hasta el piso de tacos de algarrobo, o las ventanas corredizas que podían acumularse en los extremos de los lados, para conseguir mayores aberturas. Hizo decenas de pruebas para dar con la mejor piedra posible para el hormigón, y luego de desencofrar se mandó un trabajo adicional para que esa piedra quede a la vista. Una obra de arte. A la que le llegarían los malos tiempos. Algunas fotografías muestran el piano de Alberto Williams, destrozado. La estructura soportó las llamas. Dos años atrás, la intendencia de Mar del Plata inició por fin una tarea de rescate. Parece muy difícil reconstruirla tal como Amancio la inauguró hace setenta años, pero al menos se repusieron los vidrios, se están digitalizando los planos, se preservó el sitio, se organizaron visitas guiadas.
Mejor suerte corrió la casa Curutchet, en La Plata, la única obra de Le Corbusier en América latina. Williams jugó un papel indispensable para que su construcción se llevara adelante: fue quien trabajó sobre las ideas locas que el maestro suizo mandaba desde allá, para que desde la imaginación y el papel pudiera pasar a la construcción. El documental cuenta esa historia y cómo los dos, por correspondencia, planos que van y que vienen, discuten “desde sus lugares de figuras del Olimpo” y terminan entrando en crisis. Para hacer su película, Panero entrevistó a la esposa de Williams, Delfina Gálvez, a dos de los hijos del matrimonio y a una decena de arquitectos especializados en su historia y su obra. A lo largo de cuatro años y medio de trabajo rastreó y consiguió mucho material desperdigado, como una filmación casera de unos gigantescos paraguas o sombrillas que Williams hizo para una Exposición en Palermo, en la que llega a verse al arquitecto parado encima de uno (sobre la costa de Vicente López hay unos similares, construidos en su homenaje). Los había pensado como cubiertas multiuso para varios proyectos, entre ellos el de tres hospitales en Corrientes que le encargó el ministro Carrillo durante el primer peronismo. También proyectó, por dar un par de ejemplos más, un aeropuerto elevado sobre pilotes en el Río de la Plata y una sala de conciertos para que su acústica sea igual de nítida en cada una de sus ubicaciones. “Si bien su figura está por ahí más asociada a la clase alta, sus obras y sus ideas están pensadas para la comunidad y hacia los argentinos –concluye Panero–. De alguna manera en eso puede asociárselo con la obra de su padre, en tratar de rescatar una cultura propia. Amancio podía haberse ido del país cuando tuvo oportunidad, y sin duda podía haber concretado más obras basadas en sus ideas. Yo creo que él apuntó a tratar de hacer algo que quede acá y que sea representativo de una idea de país. Es una mirada personal sobre él y es, a la vez, el mayor aprendizaje que me dejó haber conocido su historia y haber hecho esta película.”
POR: Berlanga , Ángel .
EN : Diario “Página/12” del día 10-8-2014
Prof. Julián Mendozzi.