VILLA VICTORIA , LA CASA MAS FEA DEL BARRIO…
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“…Cuando en 1927 Victoria Ocampo instaló su casa prefabricada en Mar del Plata, el balneario más elegante de la época, escandalizó a la sociedad local por su estilo moderno y de madera, tan diferente a todas las demás.
La casa fue importada desde Inglaterra, luego de ser adquirida a la firma Boulton & Paul ltd.
Cuenta Victoria que la gente se acercaba a preguntar si acaso eso era una fábrica o quizás un establo. La nueva construcción era conocida en aquellos tiempos como “La casa mas fea de la ciudad”.
Victoria Ocampo era una mujer de mundo, y una adelantada, en este y muchos sentidos.
Alguna vez describió a esta casa de verano como “Un cubo blanco y austero, de terrazas al sol y al mar…”
EL INVENTARIO GENERAL DE 1973 Y OTRAS HISTORIAS EN “VILLA VICTORIA”.
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“Cerrado por Victoria”
En 1973, con la idea de una donación a la Unesco, Victoria Ocampo hizo el inventario de sus posesiones en Villa Ocampo y en la casa de Mar del Plata. Todo debía ser incluido y tasado: desde las cucharitas hasta la alfombra. Además debía ser fotocopiada su abundante correspondencia. Esta es la crónica de ese inventario contada por una de sus protagonistas.
—Ya contaste bastantes cucharitas por hoy, ahora vamos al cine…
De pie en el último peldaño más o menos seguro de la escalera, giré la cabeza para mirar a Victoria Ocampo desde arriba: la idea me hizo gracia y sonreí. Para ella esa sonrisa debió confirmar que no estaba demasiado cansada, posiblemente la única objeción que habría aceptado una persona tan poco acostumbrada al desacuerdo.
—Hay que salir en veinte minutos —dijo, antes de pegar media vuelta y dejarme allí, apoyada contra aquellos armarios grises del office que se estiraban hasta el techo y contenían cientos de platos, tazas, soperas, fuentes, jarras, juegos incompletos de porcelana o loza inglesa que desde la mañana venía enumerando uno por uno, pieza por pieza, para incorporarlos a las hojas de mi lista encabezadas con el título ligeramente ampuloso pero correcto de “Vajilla”.
En realidad no sentí temor alguno de ir sentada a su lado en el auto: Victoria ya era vieja en 1973, pero manejaba con desparpajo y Mar del Plata no era todavía una ciudad que en abril tuviera mucho tráfico (como ella, desafiante, insistía en decir —”Tránsito” es tan fea, comentó entre dientes con aquella voz profunda que tenía, mientras estacionaba frente al cine y con absoluta indiferencia incrustaba la rueda trasera contra el cordón—; me hace pensar en el tránsito de la Virgen —agregó—, o peor, en el intestinal).
Creo que vimos “I” como Icaro. Francesa era, seguro, y no recuerdo si comentamos algo al salir, en cambio la veo hablando del enorme hecho del cine, de su nostalgia por la viejas películas, y desde ahí, como al pasar, de su admiración por Niní Marshall, por su talento.
Yo decía poco. Nunca fui callada, pero me apabullaba la riqueza de sus transcursos, la gente con la que se había codeado naturalmente, los que había recibido en su casa de Buenos Aires, asomada a las barrancas de San Isidro. Uno de sus amigos, Graham Greene, tenía allí su propio dormitorio, amueblado en Reina Ana y vestido con un chintz floreado perfectamente inglés. Yo había tomado nota de cada objeto de la vieja mansión en ausencia suya —”la señora está en París”—, durante las jornadas que había demandado esa primera etapa de la tarea que me había sido encomendada.
Ahora, de los tres días en la casa de Mar del Plata, de los momentos en que nos sentábamos ante aquella mesa imponente del comedor para comer o tomar el té —nunca para desayunar, ya que el café con tostadas, manteca y mermelada de naranjas amargas era servido en mi habitación, y creo estar viendo el servicio de loza Blue Willow con pequeñas piezas individuales—, mis imágenes a veces se volvían vagamente fantasmales: en aquel dormitorio, inundado de intensas fragancias vegetales avanzando en oleadas desde las ventanas, seguramente alguna vez habían dormido personajes importantes del arte y el pensamiento de cualquier latitud. Mi mente se apoyaba con tanta facilidad en la sustancia palpable, untuosa de un comentario, de lo leído u oído antes en otra parte, que lo real se desplomaba sin ruido dentro del espacio virtual pero casi concreto de mi imaginación.
Unos meses más tarde, Victoria —a la vista, supongo, de un grado convincente de eficiencia de mi parte— por su cuenta me encomendaría un nuevo trabajo, esta vez algo muy delicado: fotocopiar sus archivos de correspondencia, conservada en henchidos biblioratos. Yo retiraba del departamento de Silvina, su hermana, los bolsos con aquellos miles, diría, de cartas, algunas con membrete —como una para recordar, por supuesto, de Charles de Gaulle, u otra de Le Corbusier que incluía un pequeño dibujo a mano alzada mostrando cómo solucionaría él un problema urbanístico de Buenos Aires comentado por ella—, unas pocas mecanografiadas, la mayoría manuscritas. Solamente de Gabriela Mistral había dos de aquellas carpetas desbordantes de papel de avión; Virginia Woolf, en una de varias cartas, le agradecía la información sobre esas asombrosas aves americanas, los loros; Sartre, Camus, Roger Caillois, André Malraux, Rabindranath Tagore, William Faulkner, Colette…, más de un perfil seminal peregrinó por mis umbrales durante alguna charla en Mar del Plata o luego, mientras el ronroneo de la fotocopiadora —esquina de Tucumán y Leandro Alem, uso de la máquina, toneladas de papel incluido, sin cargo, sólo a cambio de una carta de agradecimiento a Xerox de parte de la señora Ocampo…, yo me daba maña y ella me miraba vagamente sorprendida— acompañaba mis
incompletos, casi espasmódicos curioseos del material.
Por otra parte, volviendo a Mar del Plata, mientras estuve allí con ella los temas no fueron constantes ni predecibles, pero indudablemente fueron suyos: la recuerdo comentando por ejemplo el mes de encarcelamiento en El Buen Pastor a causa de su última provocación al general Perón. Desde esa derecha elitista y poderosa suya que no precisaba andar demostrando nada, se había permitido descalificar públicamente la concesión del voto a la mujer por provenir de un presidente no democrático. Había sido la
irritación final y Perón pretendió quebrar su ariete soberbio y arrogante encerrándola junto con mujeres “de la vida”. El sutil corte de manga de Victoria fueron las reuniones conmemorativas que año tras año organizó para recordar junto con ellas la grata convivencia.
Y todo mezclado como en botica, durante otra sobremesa apareció el relato de un viaje a Rio de Janeiro con su amigo Igor Stravinsky, donde sobre la base de una única experiencia anterior en una composición de Honegger, se subió al escenario —espacio al que por vocación siempre había querido pertenecer— y recitó el texto de una obra que el maestro había terminado de componer en el piano de media cola de Villa Ocampo, la casa de San Isidro heredada del abuelo.
Mi trabajo en Villa Victoria —la casa de madera importada de Suecia en piezas para armar—, con el cual completaría lo ya hecho en San Isidro, era un inventario y una tasación aproximada de cuanto contenían las dos propiedades. Esto era necesario para que una compañía de seguros de incuestionable prestigio internacional pudiera emitir un seguro adecuado y resultaba de la decisión de Victoria de donar sus bienes a una institución aparentemente a salvo de la corruptela y las chantadas de los gobiernos y las instituciones oficiales y políticas argentinas de turno. En abril de 1973 esa institución, comprometida con las iniciativas culturales al más alto nivel mundial posible, era la Unesco. Por lo tanto, las casas, su contenido y la correspondencia de inestimable valor de la señora Ocampo pasarían a manos de la Unesco en el momento de su muerte.
La persona que organizó el operativo era director de Comunicaciones de la Unesco —uno de los tres funcionarios que compartían el segundo nivel de la verticalísima pirámide de poder dentro de la organización—. Se trataba de un abogado argentino que venía de desempeñarse como secretario de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires en muy rebeldes (y a veces divertidas) funciones cumplidas a un costado, jamás “bajo las órdenes” del intendente, el obviamente fascista pero inteligente general Iricíbar. Y digo divertidas porque cuando a un hombre no le interesa retener un cargo no hace concesiones y por ejemplo puede rehusarse a estampar su firma en el documento de censura de la primera novela de un joven escritor de talento, un tal Germán García… Yo vi con mis propios ojos los destacados en amarillo de las malas palabras y las referencias sexuales explícitas en un ejemplar de aquella primera novela. A los censores se les transforma la libido reprimida en espanto y, luego, en odio. Históricamente ha sido así, y “Monseñor” Tato no fue más lúcido ni más libre que los jerarcas del Santo Oficio. Finalmente, desde orígenes irreparablemente católicos que sin embargo no lo condenaron a la eterna miopía, y de antecedentes de clase con aspiraciones (generalmente satisfechas) a la determinación del pensamiento de sus portadores, resultó ser un peso pesado del ámbito de la cultura, mi amigo Alberto O.
Pero esa es otra historia, una de amor. Y no todas las historias de amor tienen un final feliz. Esta tampoco. Al menos para él, Alberto O., este hombre brillante, de sutil sensibilidad y vasta cultura, que se había enamorado de mí varios años antes, en aquella época dorada en que la juventud es eterna. Lo hizo —o le ocurrió—, enamorarse quiero decir, a pesar de todo, de sobrarle veinte años, de llevarle yo media cabeza (sólo de estatura, claro, dada mi “basta” cultura), de su estado civil once veces corroborado por diez hijas y un varón, de que jamás lo acompañé en aquel viaje de sus emociones. Para mí, producto de una historia familiar desesperante, su amor desinteresado resultó profundamente interesante.
Alberto empezó siendo mi maestro; después yo iba a decirle que me había enseñado a pensar, algo tonto a lo que contestaba que sólo me había dado información. Ambos sabíamos que eso no era cierto: yo abrevé en su lucidez, en su forma de fertilizarme la cabeza, de abrir ciertas puertas y hacerse a un lado, de echar una delicada luz sobre las ideas para mostrarme que en la verdad siempre se gesta la belleza —y viceversa— porque ambas están y son para bajar la guardia y gozarlas… Su pensamiento no era nunca convencional, y valga como mísero ejemplo aquello de que los argentinos éramos más europeos que los europeos, porque ellos eran italianos, franceses, ingleses, españoles… O aquella frase seguramente olvidada sobre todo por él de que los países que entraban en guerra de inmediato retiraban sus embajadores justamente cuando más falta les hacían.
Alberto O. era precedido por una nariz que no merecía y unas manos hermosas, más suaves que las mías, con aquellos largos dedos un poco espatulados, manos de lector, de ser pensante más que fabricante. Y aquella corte de cinco o seis fieles que año a año seguían sus cursos sobre historia de la cultura también tenía, y yo me incorporé sin darme cuenta a los entreactos de diez minutos de pasillo con que partía cada clase. El resto del grupo andaba cerca, tal vez observando desde afuera aquel círculo de privilegiados que continuaban hablando con él de Parménides, Proust o Caravaggio… Fui aceptada en el riñón sólo porque él me escuchaba —y me respondía— cuando en clase daba una opinión osada. Algunas veces la ignorancia deviene inocencia y quizás eso agregó destellos a mi juventud. Mucho no me importó nunca saber qué había visto desde su lado de la mesa, me bastaba con sentir que el despertar me seguía despejando los ojos clase a clase, o durante los almuerzos clandestinos que luego empezaría a proponer y que nunca pretendieron obtener nada de mí. Tiempo después supe, por ejemplo, que este hombre con un abuelo y un tío-abuelo de bronce, poetas seguramente celebrados con alguna calle o alguna plaza, él mismo bastante cercano a lo que se considera un prócer, había dicho de mí que era “neta” cuando no acepté su invitación a participar gratuitamente del viaje a Europa organizado cada año por la institución que presidía.
—Una tontería empobrecedora —contestó.
Y fui. Claro. No sólo porque tenía razón sino porque me moría de ganas. Dos largos, intensos, maravillosos meses de los que él nunca participaba. Recién al final ponía el moño a la experiencia con unas charlas en Madrid.
La entrecasa secreta de nuestra relación había empezado una tarde de lluvia cuando Alberto se levantó del sillón en el que estaba sentado detrás de su escritorio de abogado y vino hacia mí, sentada enfrente, con intención de darme un beso. Cuando el recorrido terminaba, su pie se enganchó en mi paraguas, colgado de una bandeja llena de papeles, y ambos nos quedamos paralizados mirándolos volar y caer de a poco.
Luego, para siempre, Alberto fue mi amigo querido, ahí para escucharme contar un dolor o una soledad, o para darme una mano. Y aquel recorrido meticuloso por las pertenencias de Victoria Ocampo, aquellos preciados honorarios en moneda internacional, fueron una de sus legítimas contribuciones a mi monedero.
Ella, Victoria, leyó una noche después de comer ciertos poemas míos que le entregué con mano tensa pero firme. Sentada en su sillón junto a un atril rodante que deslizaba bajo las patas con gesto habituado, encendió la lámpara de pie y se tomó un buen rato. Yo la miraba leer queriendo que le llevara la noche entera, le escrutaba la boca acechando gestos, la ida y vuelta de los ojos, noté que a veces releía un verso, quizá dos, vigilé los párpados por si se ajustaban para comprender mejor, una arruga
repentina separando en mitades el entrecejo, la cabeza concentrada, sin un sólo miedo en la vida: tenía mi alma en carne viva frente a ella, pero eso no importaba, en este mundo áspero las almas se reponen, la poesía no.
—Está bien —dijo—, seguí escribiendo. Todavía necesitás definir tu estilo, dominar el oficio, quizá tener más claro lo que querés decir, pero la fibra está ahí…, se reconoce; ciertos juegos con las palabras, hay imágenes…
Y entonces, como al pasar, Victoria me hizo una pregunta que provocó mi toma de conciencia, no de “lo que quería decir”, sino de lo que quería hacer con esto de andar por las palabras. Sin embargo no fue inmediato, no en ese momento por ejemplo. Hizo falta un hervor a fuego lento y con la tapa puesta, como los dulces, para que la cuestión generara por sí misma una respuesta, algo que, de todos modos, a ella no le habría interesado, yo no era nadie:
—¿Pensás seguir escribiendo poesía o te preparás para alguna forma de prosa? —fue la pregunta. Recuerdo hasta el ángulo de su cabeza mientras lo decía, la luz amarillenta y cálida de la lámpara formando desde atrás algo como un aura extraordinaria.
Me turbó tanto tener que definir de golpe un asunto que nunca me planteaba —como si la novela, mi pasión, fuese sólo para otros, algo inabordable— que en lugar de decir que no me atrevía a considerarlo disimulé la
opacidad del tema poniéndome a divagar sobre las diferencias entre prosa y poesía. Frente a Victoria Ocampo. Ella me prestó atención un momento pero creo que se distrajo enseguida.
Guardé mis papeles y le di las gracias. El día había terminado.
Luego, mientras la sensación de haber quedado desnuda, expuesta, le desviaba el carro al sueño, visiones de la casa de San Isidro se mezclaban en mis recuerdos de la quincena anterior: aquel busto de ella, aquella escultura que pudo más que la fiera venganza del tiempo y fijó en mármol blanco el perfil de su juventud, y al que Victoria coronaba displiscente con su sombrero de anchas alas cada vez que entraba del parque; su
dormitorio, un escenario de conmovedora sencillez, mucha luz, libros por todas partes, un televisor a lo lejos, de frente a la cama y a una silla con asiento de junco, una sillita cualquiera; la biblioteca en la habitación contigua, sólo libros y un escritorio para trabajar; los bellos pisapapeles de cristal del living; el piano que tocaba Stravinsky; los inodoros de porcelana inglesa empotrados en grandes pedestales cúbicos de roble; las hojas de los árboles arremolinadas en la galería, entre los grandes sillones de ratán y rafia y los maceteros cubiertos de noble verdín, y allá, abajo, en la base de las barrancas, el río color de león de Neruda y los perfiles advenedizos de las casas del Boating avanzando por la costa.
Al fin me dormí, seguramente, y al día siguiente terminé mi trabajo: la última habitación recorrida fue su dormitorio infantil, con el juego de dormitorio de la niña que fue alguna vez; estaba ahí: una camita angosta, mesa de luz, ropero, un pequeño escritorio con su silla, todo en pinotea lustrosa, y en el frente de cada pieza un papagayo o un loro pintados a través de la veta en deslumbrantes colores tropicales.
Mi tarea estaba cumplida.
Me despedí de ella mientras un taxi arrimaba a la puerta y no volví a verla hasta que varios días más tarde llevé a Sur el resultado de mi análisis: un inventario y una tasación que dejé en sus manos para que la aprobara u observara. Con lo único que no estuvo de acuerdo fue con el valor que calculé para la alfombra bella pero muy gastada que cubría el piso del comedor de Villa Ocampo, la casa de San Isidro:
—Agregale un cero, está medio raída pero es una Boukara auténtica —dijo. Lo demás debió parecerle bien pero no hizo comentarios.
Victoria Ocampo murió seis años después. Alberto O. renunció a su cargo en la Unesco más o menos en la misma época, ya que el director general que sucedió al que lo había designado resultó ser un personaje dado a los favoritismos que decepcionó a todos. Alberto no pudo hacer nada para defender los bienes donados por Victoria, que fueron desprotegidos, casi abandonados. Una ironía que debe haber amargado su “tránsito” en el más allá.
Victoria Ocampo, una mujer frontal, polémica, una precursora del feminismo, de la modernidad, de la lucha contra las fronteras arbitrarias del idioma y sobre todo de la estupidez humana, alguien que usó el poder que le fue dado por la cuna para favorecer el entendimiento entre
culturas, una transgresora que, para cierta mirada tanto de la izquierda como de la derecha, hizo todo mal, un ojo de águila para detectar y dar una oportunidad a los talentos nuevos.
La doctora Raquel Simoes, mi psicoanalista políticamente correcta de aquel momento, emitió una opinión breve y lapidaria cuando a mi regreso de Mar del Plata, todavía bajo los efectos hipnóticos de aquella personalidad, yo llevé a sesión algo como una excusa, no para su clase pero sí para sus aportes personales a la cultura argentina:
—Siempre eligió volver al país. Y no tenía por qué —dije.
—Sí que tenía —respondió ella—, acá era alguien que podía pisar fuerte, por mérito propio pero también por privilegios heredados; allá, en Francia por ejemplo, era sólo una más tratando de multiplicar sus conexiones y descollar.
Et voilà!
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AUTORA : Plante , Alicia.
EN : Diario “Página/12” del día 02-05-2007.
Podemos agregar a la presente la foto 4527,envida por el Sr. Fredy Caporal,cuyo epìgrafe dice:
“Victoria Ocampo en Villa Victoria,Mar del Plata, 1978.Foto de Pupeto Mastropasqua impresa como postal por el entonces Ente de Cultura de la Municipalidad”.
Podemos ver a Victoria Ocampo en Villa Victoria.Foto tomada por Dimitri Kesell en 1958 para la revista Life.
Foto nº 5254,enviada por el Sr.José Boesmi.
En la foto 5376,enviada por el Sr. Josè Boesmi,leemos en su epìgrafe:
Victoria Ocampo en Villa Victoria.Fotografía tomada en 1958 por Dimitri Kesell para revista Life.
En el magnífico relato de Alicia Plante sobre Victoria Ocampo, que acerca al blog el Sr. Julián, debo decir que hay un párrafo en que dice: “creo que vimos I como Ícaro”, refiriéndose a la película que vieron, pero si ese hecho transcurre en 1973, no puede ser esa película ya que es de 1979.(Además recordemos que Victoria falleció en enero de 1979)
Aquí (con el permiso del Sr. moderador) dejo un enlace para ver esta imperdible película subtitulada y completa.Una actuación magistral de Yves Montand como el fiscal investigando el asesinato de un jefe de estado. (Basado en el de Kennedy) https://www.youtube.com/embed/wBRqkxHHV3A
La legendaria villa es de madera,de dos pisos,está rodeada por un jardín de ensueños y fantasías donde se mezclan fragancias de hortensias,magnolias,dalias,romeros,lavandas y laureles.Francisca Ocampo de Ocampo,la compró,cuando corría la primavera década del siglo veinte,a la empresa inglesa Boultoun & PAUL,que por aquellos tiempos en que finalizaba la época victoriana y la dinastía Windsor se instalaba en el trono de Gran Bretaña,le proveía a la corona de casa para las colonias de África,Oriente o América.El país había celebrado con pompas el primer siglo de vida y Mar del Plata abandonaba rápidamente su fisonomía pueblerina.La costanera se poblaba de mansiones lujosas que recordaban las riberas francesas y en los espacios públicos del boulevard marítimo se inauguraban obras como el afrancesado Paseo Gral. Paz y las explanadas.En estos tiempos se construyeron el mítico Club Mar del Plata (1910),la Estación Mar del Plata Sud (1910),
la Capilla de Stella Maris (1910),el Unzué (1912) y nació el barrio de Playa Grande.La música aristocrática de la Belle Epoque llegaba al a villa balnearia fundada por Peralta Ramos que,por obra y gracia de las familias más acaudaladas del país,comenzaba a convertirse en la mítica Biarritz Argentina.Vale recordar unas pocas de las espectaculares villas de esos tiempos pletóricos: Villa Urquiza (1908),luego comprada y bautizada como Villa Silvina por Adolfo Bioy Casares y su esposa, Silvina Ocampo,hermana menor de Victoria;Villa Ortiz Basualdo (1909), y el Ocean Club (1912),que originalmente perteneció a la familia del Premio Nobel Luis Federico Leloir.Corría el año 1912 y la casa comprada por los Ocampo viajó en barco,desarmada como un rompecabezas,a través del Atlántico.Acá la armaron,en la manzana rodeada por las calles Arenales,Lamadrid,Matheu y Saavedra,una zona que por4 entonces se conocía como La loma del tiro de la paloma.Claro que años después,los límites de la propiedad se redujeron a la mitad y de esos tiempos quedó como testimonio el magnífico árbol que todavía custodia la calle Quintana,pavimentada en zigzag luego de que la propia Victoria peleara, a brazo partido,para que la Municipalidad desistiera de voltearlo.En la planta baja de la casa funcionaban el importante hall,una sala, comedor,dos dormitorios,escritorio,cocina,office y variadas dependencias pequeñas.Por afuera,la galería que ladea la casa por tres de sus cuatro lados.Para llegar al piso superior hay dos escaleras,la principal y de servicio,que llevan a una sala,el hall,los 6 dormitorios,4 baños y la sugestiva sala octogonal que invita a soñar despierto.Junto a la casa hay dos construcciones macizas de buen porte: la más pequeña,antiguamente usada para vivienda del casero,ahora se utiliza para recibir la visita de escritores y artistas que pasan pocos días en Mar del Plata.Ahí se alojó hace poco el historiador Félix Luna -que había llegado para dar una charla en la Villa-y,durante la última Navidad,el escritor Mempo Giardinelli.La otra construcción,donde estaba el antiguo garaje,deslumbra con la espectacular enamorada del muro que la recubre y la logia que cautiva la vista de los visitantes.
Victoria Ocampo recibió la villa como obsequio de Francisca Ocampo de Ocampo cuando comenzaban los años 20.Según cuenta la propia Victoria en una carta escrita al arquitecto Roberto Cova el 4 de diciembre de 1970, “mi padre,que tenía prisa en tener casa cerca de donde veraneaban sus padres,la encargó a Suecia o Noruega,no sé a ciencia cierta a cuál de esos dos países.Mi padre era ingeniero y pensaba construir otra casa de piedra en la segunda manzana que compró para mi tía abuela y madrina. Francisca Ocampo y Ocampo.Ignoro dónde están (si es que en algún lado están) los planos de Villa Victoria,así llamada por mi tía abuela,que me regaló la quinta.Averiguaré”.
Por cierto,los planos originales nunca aparecieron aunque por otros similares,que lograron obtenerse a mediados de la década pasada,se comprobó fehacientemente que el origen de la villa era inglés y no normando como pensaba su propietaria.En 1973,Victoria decidió donar la casa a la Unesco,junto con su residencia de San Isidro,conocida como Villa Ocampo.En 1981,cuando el organismo internacional decidió rematarla,es la comuna quien la compra.Aunque buena parte del mobiliario y los objetos de la villa pasaron a manos privadas.
Desde el 28 de Enero de 1981,cuando la adquirió la comuna marplatense, la villa luce muy distinta.Pero mantiene vivo el hechizo que siempre la caracterizó.Victoria Ocampo nació el 7 de Abril de 1890 en Buenos Aires.Era hija de Manuel Ocampo y Ramona Aguirre.En 1912 se casó con Jeromé Estrada–el mismo año en que se construyó la Villa Victoria–de quien se divorció ocho años después.Nunca volvió a casarse,aunque mantuvo un intenso romance con Julián Martínez a quien había conocido en Roma en 1913,de quien se distanció en 1929.La pareja estuvo más de una temporada en a villa y en la otra casa que Victoria tuvo en Mar del Plata.Pero claro que Victoria ya conocía Mar del Plata de mucho antes: aquí venía con su familia durante los veranos y,en su autobiografía, recuerda sus paseos y diversiones en la costa atlántica.Dos años después de haberse casado vuelve a la ciudad,lo que no es muy casual: en 1924 estalló la Primera Guerra Mundial y,como la mayoría de las familias adineradas que viajaban asiduamente a Europa,eligieron estas costas semejantes a las francesas y del Cantábrico que por entonces estaban de moda.Cuando recibió la villa de regalo,Victoria recién había cumplido poco más de treinta años de edad.Y hasta su muerte,jamás dejó de venir a Mar del Plata para compartir largas temporadas en la ciudad. Un largo idilio sólo interrumpido por el adiós definitivo del 21 de Septiembre de 1979,cuando falleció en Buenos Aires.Solía quedarse en la villa desde Diciembre hasta Mayo,cuando el invierno asomaba sus frías narices en el horizonte marino y los árboles parecían esqueletos.Pero la atracción de Mar del Plata era muy fuerte y a veces,durante el invierno,caía en la tentación de cambiar el aire porteño por el marplatense.Muchas veces viajaba desde Buenos Aires conduciendo su auto pero no venía sola: siempre la acompañaba Fani,su mucama.Aquí se convertía en una nativa más,aunque era difícil que pasara desapercibida ya que la delataban sus legendarios lentes,el aire elegante con el que se movía,la fortaleza vital que contagiaba a su paso.Paseaba por la Rambla,visitaba librerías,charlaba con los lugareños,iba al cine muy asiduamente y le gustaba ejercer la crítica cinematográfica como también hizo de joven Jorge Luis Borges.Jamás dejó de escribir sobre la casa y Mar del Plata.Prefería los médanos de las playas del sur–ahora Punta Mogotes–dominados por el faro y también las arenas de Playa Grande.Era buena nadadora,disfrutaba las caminatas por la costa y la ciudad bañada por los colores ocres del otoño.Sus palabras son recuerdos vivos.Emociones que todavía,en la villa,con los ojos cerrados,podemos compartir como un homenaje.
“Abandonado por los veraneantes y los turistas,Mar del Plata brilla bajo la luz de Abril”–escribe Victoria en 1940-.“El silencio gana terreno cada día y se instala alrededor de los árboles cuyas hojas amarillean,lentamente en calma (así me gustaría encanecer).Ese amarillo se ha bebido todo el sol del verano,hasta apoderarse definitivamente de él: es suave entre tanto verdes.El de las lambercianas se vuelve más aterciopelado y profundo, por contraste.Huele a resina cuando apartamos las ramas para acercar la cara al árbol como a un ramo”.Y luego continúa: “el otoño está en el jardín y el jardín me rodea como un lago.El viento pasa con distinta sonoridad entre los pinos y entre los plátanos.Mar en las casuarinas,enagua de seda en los phoenix.Los pájaros cantan ya muy poco.No me despiertan por la mañana.Quizá sea porque el follaje está menos espeso y se ven más: no tienen necesidad de llamarse”.La villa no sólo conserva el espíritu fértil de su dueña; en los rincones y galerías,las habitaciones y el parque aún perviven los ecos de quienes llegaron a la ciudad invitados por Victoria: artistas e intelectuales de renombre internacional que aquí descubrieron melodías y hechizos nuevos.Basta mencionar a Gabriela Mistral;Waldo Frank;Alfonso Reyes;Roger Caillois;Jorge Luis Borges-con quien Victoria mantuvo famosos contrapuntos-;Adolfo Bioy Casares; Eduardo Mallea;José Pepe Bianco,por citar algunos.También la leyenda dice que habrán conocido la villa,al menos de paso y a las apuradas,el famoso arquitecto Le Corbusier y también Rabindranath Tagore,quien durante 1924 pasó dos meses en el país y,como recuerda Victoria en sus Testimonios,“Mal repuesto de una gripe,le ofrecí que viniera a descansar unas semanas (o unos meses,o unos años,como él quisiera a una quinta de San Isidro.Allí se quedó todo el tiempo que estuvo en la Argentina,menos algunos días que pasó en Chapadmalal: dos meses”.
Los huéspedes de Victoria llegaban a la villa para descansar,para reconciliarse con la paz del alma y el cuerpo en los jardines de la villa alzada en el corazón de la Loma del tiro de la paloma.Entonces el barrio era calma pura,apenas había una o dos casas por manzana,como las vecinas Villa Mitre o Villa Silvina.Gabriela Mistral pasó el otoño de 1937 en la casa y ahí descubrió no sólo el temperamento americano de Victoria–a quien alguna vez,en Madrid,la poetisa chilena le había reprochado su afrancesamiento–sino,además,los encantos del bungalow rodeado por árboles dorados y jardines callados.La propia Gabriela Mistral recuerda las emociones vividas en la villa con un poema dedicado a Victoria y escrito,justamente,en una de sus habitaciones:
“Victoria,la costa a que me trajiste
tiene dulces los pasos y salobre el viento,
el mar Atlántico como crin de potros
y los ganados como mar Atlántico.
Y tu casa,Victoria,tiene alhucemas,
y verídicos tiene hierro hiero y maderas,
conversación,lealtad y muros…
…Gracias por el sueño que me dio tu casa,
que fue un vellón de lana merino;
por cada copo de tu árbol de ceibo;
por las mañanas que oí las torcazas;
por tu ocurrencia de fuente de pájaros,
por tanto verde en mis ojos heridos,
y bocanada de sal en mi aliento…”
Una anécdota protagonizada por Roger Caillois,y contada por la propia Victoria,alcanza para comprender el ánimo con el que los visitantes disfrutaban su estadía en la villa.“En Mar del Plata,un buen día apareció rapado.Tanto lo había embromado yo con su mecha sobre la frente que tomó la resolución heroica de demostrarme que ese adorno capilar no le preocupaba.Por cierto,a su debido tiempo,el mechón creció de nuevo”.Ecos y recuerdos de un lugar cuyo espíritu sigue palpitando tan vivo y cautivante como siempre.La estela dejada por Victoria Ocampo en la caja jamás se agota.Y para que la magia renazca y nos alcance sólo hace falta cerrar los ojos un momento,mientras el viento atraviesa las ramas del parque con suavidad,y dejar que nos contagie el embrujo de los sueños que nunca abandonan la villa.
(Carlos Balmaceda/Toledo con Todo)
-Victoria Ramona Rufina Ocampo Aguirre (1890/1979)
sus padres fueron:
.Manuel Silvino Cecilio Ocampo Ocampo,(1860/1931),hijo de:
Manuel Anselmo Gregorio Ocampo Lozano,(1833/1917) y Angélica Gabriela
.Ramona Maximina Aguirre Herrera,(1866/1935),hija de:
Emiliano Camilo Esteban de Aguirre Ituarte,(1821/1886) y Ramona Dolores Herrera Díaz Herrera,(1838/1902)
Victoria tuvo 5 hermanas:
.Angélica María Ocampo Aguirre,(1891/1980)
.Francisca María Ocampo Aguirre,(1894/–)casada con:
Benjamín Agustín Carmelo García Victorica,(1891/1972) con el que tuvo 2 hijas
Silvia Angélica García Victorica Ocampo
Victoria Francisca García Victorica Ocampo,casada con:
Vladimir Irman
.Rosa Ocampo Aguirre,(1896,París,Francia/1968),casada con:
Juan Carlos Bengolea Arning,(1892/1970),con el que tuvo 4 hijos:
Juan Carlos Bengolea Ocampo,casado con:
María Noemí Pereda Lastra,con la que tuvo 4 hijos:
Santiago Vicente Bengolea Pereda
Dolores Bengolea Pereda
María Bengolea Pereda
Rosa Bengolea Pereda
Abel Manuel Bengolea Ocampo,casado con:
Angélica de Gainza Castro,con la que tuvo 4 hijos:
Alberto J. Bengolea Gainza
Miguel Francisco Bengolea Gainza
Angélica M. Bengolea Gainza
Victoria C. Bengolea Gainza
Rosa María Bengolea Ocampo,casada con:
Alfredo Saturnino Zemborain Dose,con el que tuvo 5 hijos:
Claudia Zemborain Bengolea
María Zemborain Bengolea
Lila Zemborain Bengolea
Ana Zemborain Bengolea
Rosa Zemborain Bengolea
Angélica Rosa Bengolea Ocampo
.Clara María Leonor Ocampo Aguirre,(1898/1911)
.Silvina Inocencia Ocampo Aguirre,(1903/1993),casada con:
Adolfo Vicente Perfecto Bioy Casares,(1914/1999),con el que tuvo una hija:
Marta Bioy Casares Ocampo,(1954/1994)
-Victoria,se casò el 8-1-1912 con:
Luis Bernardo del Corazón de Jesús Estrada Gondra,(1881/1933),cuyos padres fueron:
Juan Bautista de Estrada Perichón de Vandeuil,y Augusta Gondra Alcorta.
En realidad Marta Bioy Ocampo no era hija de Silvina Ocampo, quien no podía tener hijos y para cuando nació Marta ya tenía más de cincuenta años. Marta había nacido en EE-UU. y la trajeron en uno de sus largos viajes. Era hija de Bioy y de una señora, según cuenta Jovita Iglesias en un libro. Jovita estuvo 50 años al servicio de Bioy y Silvina.
El libro mencionado en mi anterior comentario es “Los Bioy” (Tusquets Editores – 2002) y está firmado por Jovita Iglesias y la escritora Silvia Renée Arias.
Silvina Ocampo & Adolfo Bioy Casares: extraña pareja.Ella le llevaba once años,y desde que lo viò por primera vez,vestido de blanco,apuesto y hermoso como un dios,ya no pudo dejar de pensar en él.Se casaron y formaron una pareja particular.Ella,extraña y celosa,perdonaba todas las infidelidades de un hombre que,a pesar de todo,la adoraba.Siempre tiene frío.Esta noche,para sentarse a la mesa se volverá a envolver en su tapado de piel de tigre.Ha mandado encender la calefacción,pero no demasiado.Para qué andar gastando;cuanto menos tenga que abrir las bolsas de plástico llenas de plata guardadas en el ropero,mejor será.
Desde la muerte de Marta,su mujer,el padre de Adolfito vive con ellos. Cada día,al regresar de su bufete de abogado,se cambia de arriba abajo para pasar al comedor,se sienta ceremoniosamente en el lugar indicado y come mirando el plato,esquivándole a ella la mirada y sin sumarse a las risas de Adolfito y de Borges: Georgie.Por suerte para ella vendrán los Pepes;Pepe Bianco,el escritor,y Pepe Fernández,el muchachito risueño que toca el piano,el amigo de Wilcock.A los Pepes y a Johnny (para ellos Wilcock siempre será Johnny)los hace venir para alivianar el aire,para no estar aislada;su suegro por su lado,Adolfito con Georgie por el suyo, y ella, sola.Nada ha cambiado desde que era la hermana feúcha,la menorcita aplastada bajo el peso de las otras: Victoria,la brillante;Rosa,Pancha y Angélica,con su fama de ser la más inteligente de las cinco (la sexta ha muerto hace tiempo).Salvo Victoria,que reina majestuosa en San Isidro,sus hermanas siguen viviendo cerca,cada una en su piso, y ella arrinconada en el suyo. La calle Posadas prolonga la casa natal de la calle Viamonte.A falta de lugar en la banda poderosa de sus hermanas,Silvina siempre ha andado escabulléndose por los rincones,espiando,curioseando a los pobres,a los raros.Ahora podría compartir las rarezas de Georgie y Adolfito,pero algo en ella se resiste a divertirse igual.Sus rarezas no son las mismas.Anoche se han reído juntos los dos durante toda la comida,imaginando colores cambiados.”¿Y si el cielo fuera verde?”,decía Georgie.Ja,ja.”¿Y si el pasto fuera violeta?”,decía Adolfito.Ja,ja,ja.En ese momento,hasta la seriedad inabordable del suegro le ha resultado más afín que esos chistes de nenes genios.El suegro a ella no la quiere.Primero no la quiso por su amistad con Marta, demasiado íntima para su gusto. Pero el colmo para él fue asistir impotente al casamiento de su hijo, bellísimo,talentosísimo,riquísimo,con la feaza de los Ocampo,que tenía tanta plata como él,pero que le llevaba sus buenos años(las respectivas fechas de nacimiento,1903,1914,aún le suenan a insulto).Silvina no podrá hacerlo abuelo.La concentrada y oscura bronca ni siquiera se le calmará cuando Adolfito y Silvina viajen a Pau,Francia,para buscar a Marta,la hija.Se estremece sin pausa,tal vez de miedo.Esa tarde ha visto a Alejandra,la poeta.Alejandra Pizarnik.Con Alejandra se ríe, pero comparte sobre todo el temblor.Ella también es una criatura feíta y abandonada.Por eso la ama: otra nena genial,pero habitante de una región profunda que no acepta risitas de niños bien.No es que Alejandra sea compungida ni solemne,es que sus enigmas no son un juego.Los de ella tampoco.Enigmas espeluznantes de verdad,porque rozan la muerte: ¿qué son los cuentos de Silvina sino pequeños sepulcros adornados con plumas y piedritas,rituales de niña mala que ha matado un insecto y le rinde honores?.La primera vez que lo viò,en 1933,en casa de Marta, Adolfito llevaba una raqueta de tenis.Su belleza le resultó una puñalada.A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos.Pero algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible revelaban su desamparo. Silvina en eso no era diferente de cualquier otra mujer: podía resistirse a la salud,a la fuerza;al desamparo no.Por lo demás,en ese rostro tan fino se anunciaba un rasgo futuro,al que tampoco se resiste ninguna mujer: con el tiempo,a ambos lados de la boca,los músculos se le dibujarán con nitidez,labrándole dos surcos que no aludirán a vejez, sino a virilidad.Poco tiempo después,el muchacho estatuario publicaba La invención de Morel.Le propuso casamiento siete años más tarde.Ella se preguntó por qué razón la elegía,elegante,graciosa,creativa y Ocampo,pero madura,nada linda y de una sexualidad incierta.Sospechó que la elegía por razones literarias y,más oscuramente,para acercarse a su madre por caminos oblìcuos.Después ya no se preguntó más nada: Adolfito y Silvina se convirtieron en ese monstruo de dos cabezas llamado pareja.Aunque cada uno de los dos existió por separado-él con su guirnalda de amores,ella también enguirnaldada pero menos,apartada y secreta,jugando a las escondidas,como siempre-,los dos existieron en conjunto.En la pareja de Silvina y Adolfito cabían muchos.No por eso dejaban de ser la criatura bifronte denominada los Bioy.Silvina sabe todo,acepta todo y se calla,pero tiembla sin pausa.Tiene terror de las noches en las que él tarda en llegar.Para espiarlo,pone una silla delante de la puerta.El correrá la silla al abrir,y ella al oír el ruido se volverá a la cama a hacerse la dormida.Sentirse ridícula no disminuye la quemazón de la rabia.Quizá Georgie tenga razón cuando dice: “Yo sospecho que para Silvina Ocampo,Silvina Ocampo es una de las tantas personas con las que tiene que alternar durante su residencia en la Tierra”.Nadie podrá afirmar nunca cómo es Silvina;a lo sumo podrán preguntar: ¿cuál de ellas? Algunas Silvinas,por desgracia,se reconocen entre sí: la que al ver a Adolfo Bioy Casares con su raqueta de tenis sintióque su belleza la apuñalaba es la misma que por las noches espera su regreso,temiendo que alguien esta vez consiga retenerlo y ella lo pierda.Su cuarto está caldeado,pero se estremece como nunca.Puede entenderlo todo,hasta que Adolfito la traicione con su propia sobrina. Pero no hay adivino que no tiemble,y Silvina adivina lo que vendrá. Como si ya intuyera el peligro que representará para ella el amor de Adolfito por Elena Garro.La mujer de Octavio Paz,excelente autora de cuentos fantásticos,escribirá una novela titulada Recuerdos del porvenir.Silvina siempre ha tenido recuerdos del porvenir.Ahora cree recordar un futuro en el que Adolfito se habrá ido con la escritora mexicana,y entonces mete la cabeza entre sus pieles de fiera frágil.Si por lo menos Adolfito y ella hubieran continuado escribiendo de a dos. Si ella le hubiera demostrado que su guirnalda podía ser de mujeres, pero jamás de escritoras.Si ambos se hubieran convertido en otro monstruo de dos cabezas,pero esta vez literario: un Bustos Domecq formado por ambos Bioy.Al principio lo ha intentado: en 1946,Silvina ha escrito con Adolfito una novela policial de título elocuente,Los que aman odian.Ha sido una parodia,porque está escrita en broma,y porque Silvina se ha esforzado en adaptarse a los misterios de Bioy,que se resuelven gracias a una trama rigurosamente controlada,mientras que los de Silvina quedan flotando.Imposible competir con Georgie en ese terreno;la complicidad literaria ya no ha sido con ella,sino con él. ¿Pero entonces a ella qué terreno le queda,salvo escribir lo suyo en soledad?.Esa noche de 1954,Silvina entra en el comedor envuelta en sus tigres,como una actriz adulada que en el fondo se muere de timidez.El suegro,Georgie,los Pepes y Adolfito la esperan desde hace rato.Se levantan,corteses.El cocinero de toca y el maître d’hôtel de guante blanco que presenta la bandeja se han esmerado: el soufflé está en su punto,la comida transcurre como siempre,ritual inamovible en el que Georgie y Adolfito comparten ese sentido del humor que a ella la cansa. Como siempre también,después del último bocado el suegro se despide y Adolfito se retira con Georgie al salón del café.Los Pepes la rodean inquietos.Son los únicos que se han dado cuenta de su inusual palidez. Silvina cae desvanecida.Hay corridas y gritos;Adolfito se asoma con la cara desencajada.Se la llevan alzada,llaman a un médico que diagnostica meningitis.Abrazado a sus amigos,Adolfito llora como un chico repitiendo: “Pero yo qué voy a hacer si Silvina se va,qué voy a hacer sin Silvina”.Ella no puede oírlo.Si lo oyera entendería que su marido nunca se irá, porque sencillamente la adora.Poco tiempo después viajaron a Pau para buscar a la nena,Marta,nacida tres meses antes.Un viaje del que Silvina regresaría convertida en madre legal.Cosa inesperada,la hija de Adolfito con esa presunta costurera que cumplió con su pacto de hacer mutis por el foro,a Silvina se le metió en el alma.(Cuando con el tiempo lleguen los nietos,Florencio,Lucila y Victoria,se mostrará igual de cariñosa).Nadie la había creído capaz de sentimientos maternales,ni siquiera ella misma,y sin embargo sí,los tuvo. Al principio lo hizo por Adolfito: él deseaba hijos y le rogó que hiciera de madre de este bebé.Después lo hizo porque Martita le cayó bien.Descubrió el placer de celebrarle los cumpleaños,de llevarla al Zoológico.Y se rió durante años del día en que enfrentó a la beba por primera vez.Estaba colorada hasta las orejas y,de puro nerviosa,dijo la primera zoncera que se le ocurrió: “Qué naricita más chica tiene, ¿no será homosexual?” “No-le contestó Adolfito,muy serio,como si la pregunta le pareciera de lo más atinada-;es que es ñatita”.Extraña Silvina.Extraña relación de pareja que no se pareció a ninguna,pero que lejos de ser una tranquila amistad fue un agitado amor.Silvina Ocampo murió en 1994.Veinte días después de su muerte,su hija Marta murió atropellada por un automóvil.Bioy Casares las sobrevivió cinco años. Finalmente,había sido Silvina la que lo había abandonado a él.Cuando se hizo evidente que ella se tropezaba con las cosas,con las ideas,él contrató a unas cuidadoras encargadas de vigilarla.De creerle a su mucama Jovita,testigo de una de las Silvinas que compusieron a Silvina, la anciana señora no se lo perdonó.Nunca más volvió a hablarle. Arrodillado ante ella,el viejo señor le suplicaba llorando como un chico,igual que en 1954: “Silvinita,por favor,contestame,dame un beso, Silvinita,no me dejes aquí”.Ella le daba vuelta la cara,por una vez de viaje sin él.(Alicia Dujovne Ortiz/La Naciòn/6-2-2005).
Fabián Bioy Casares-El fallecimiento.
Dolorosamente ha repercutido en ambientes culturales la noticia de la muerte de Fabián Bioy Casares,a los 40 años,hijo del recordado escritor Adolfo Bioy Casares,fallecido el sábado último en París,donde residía desde 1989.Graduado de abogado,se radicó en Francia,donde trabajaba en un estudio jurídico,y anteriormente había vivido un tiempo en Madrid. Allí se había desempeñado en la galería Theo.Tras la muerte de su padre,en Marzo de 1999,se hizo cargo del legado literario del autor de “La invención de Morel”,junto con los nietos del escritor,hijos de Marta Bioy Casares,fallecida en un accidente en 1994,cuando su padre vivía.Fabián Bioy Casares había nacido de una relación de su padre con Sara J. Demaría.Mantuvo siempre un trato muy cordial con el escritor, aunque sólo a los 18 años,a partir del testimonio de dos amigos,supo de la relación filial que lo unía a su padre,quien luego reconoció el vínculo.Tras la muerte de Silvina Ocampo,esposa del escritor,y de su hija Marta,a quienes Fabián nunca conoció,los encuentros entre padre e hijo se hicieron más frecuentes.Según relató en una entrevista publicada hace unos años en La Prensa,Fabián Bioy Casares consideraba que “Dormir al Sol” era el libro preferido de todos los textos escritos por su padre.La primera vez en que se los vio juntos en público fue en 1997 en París,en la presentación de la obra de teatro “Lluvia de Fuego”,de Silvina Ocampo,cuando un fotógrafo se le acercó para tomarles una foto y Adolfo Bioy Casares presentó a Fabián como su hijo.Al año siguiente,lo reconoció legalmente y Fabián adoptó el apellido Bioy Casares.(La Nacion/16-2-2006).
Los Bioy-La guardiana de los secretos-
Jovita Iglesias fue durante más de medio siglo ama de llaves en la casa de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.Pero,en verdad,se convirtió en una especie de hija,hermana menor y madre adoptiva de ambos.Ahora, cuenta la vida cotidiana del matrimonio literario más importante de la Argentina en Los Bioy,un libro de memorias que escribió con Silvia Renée Arias.El resultado demuestra de un modo apasionante que la pareja de escritores fue fiel a sus estilos y a sus temas recurrentes sobre todo en la realidad.Durante más de medio siglo,Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo formaron el matrimonio literario más destacado de la Argentina.Tenían todo para sumir en la fascinación a sus colegas escritores,pero también al mundillo artístico y social de Buenos Aires. Autor de primer orden,amigo íntimo de Jorge Luis Borges y uno de los hombres más atractivos de Buenos Aires,Bioy-a quien le cabía como a pocos el título de la novela de Drieu La Rochelle,El hombre cubierto de mujeres-era,por si fuera poco,rico y pertenecía a una de las familias más prestigiosas de Buenos Aires.Silvina,por su parte,cuentista,poeta notable y hermana menor de la olímpica Victoria Ocampo,la fundadora de la revista Sur (un parentesco que no la alegraba demasiado),tenía una fortuna quizás aún mayor que la de Adolfito (como todos llamaban a Bioy),una prosapia que se remontaba a la época de la Conquista y un encanto irresistible que hacía olvidar lo que ella consideraba su “fealdad”.Los Bioy convirtieron sus sucesivas casas (la de Santa Fe y Ecuador,y la de Posadas) en centro de reunión de los hombres y mujeres más talentosos de Buenos Aires.Alrededor de la pareja se formó un círculo que desafiaba las convenciones porteñas y se regía por un código propio.Hoy,la mayoría de quienes lo integraron han muerto y muy pocos pueden rendir testimonio sobre las costumbres de esa especie de Bloomsbury local.Pero hubo un testigo privilegiado de lo que ocurría en el hogar de los Bioy: Jovita Iglesias de Montes Blanco,que trabajó y vivió con ellos durante medio siglo.Servidora,pero también íntima amiga,especie de hija,hermana y madre adoptiva de esa pareja cuyo carácter excepcional captó desde que los conoció en 1949,Jovita representó para Adolfito y Silvina lo que Céleste Albaret para Marcel Proust: el contacto con la realidad cotidiana.Ahora Jovita Iglesias cuenta la relación que la unió a sus “señores” en Los Bioy,el libro en que la periodista y escritora Silvia Renée Arias recoge las declaraciones de su amiga.Silvia Renée Arias trató a Bioy Casares durante los últimos cinco años de la vida del escritor.En ese lapso,se ganó la confianza de Jovita,lo que no es fácil,y fue tejiendo una sólida amistad con ella Por eso,tiempo después de la muerte de Bioy, Jovita la eligió para contar la historia de los cincuenta años de entrañable relación con Silvina y Adolfito.Por las historias que se cuentan (no por el estilo,directo y de una gran llaneza),el libro parece una obra escrita por Silvina Ocampo con la colaboración de Bioy Casares: una curiosa y apasionante cruza entre el culebrón mexicano y una comedia de Hollywood aderezada quizá con muchos toques del estilo de Groucho Marx.Los amores contrariados,la crueldad,la inteligencia, las pasiones desatadas,los celos corrosivos y el humor delirante se suceden en todas las páginas Aunque se habla poco de literatura y los grandes escritores son apenas la excusa para unas pocas anécdotas,el relato,que sigue los hechos simples de la vida diaria,muestra de un modo sesgado las raíces que nutrían la literatura de Silvina y de Adolfito.Más aún,las anécdotas revelan que la vida de los Bioy estaba teñida de esos estilos literarios,sobre todo del estilo de Silvina,y en los episodios narrados,que por momentos parecen extraídos de alguno de sus cuentos,uno reconoce a menudo las trazas del argumento de muchos de ellos.La historia misma de Jovita Iglesias antes de conocer a los Bioy tenía suficientes elementos literarios para satisfacer la fantasía de Silvina.El romanticismo de las novelas populares y las costumbres de las clases humildes en España brotaban entonces,como hoy,de las palabras de Jovita,que parecían pensadas para cautivar a la argentina. “Jova”,como la llamaban los Bioy,nació el 13 de Septiembre de 1925 cerca de Orense,Galicia,y llegó a la Argentina el 22 de Noviembre de 1949.Dejaba atrás,o más bien,en suspenso,un amor contrariado,pues en su pueblo,Jovita se había enamorado de un joven estudiante de medicina, César Arias Alvarez,heredero de una gran fortuna,cuyo padre se oponía a ese matrimonio por la diferencia social.César,en realidad,no hacía sino repetir la historia familiar.De joven,su padre se había enamorado de una mucama,había debido combatir la oposición de los suyos para poder casarse con la que sería la madre de César e irse de su casa española a México donde,por cuenta propia,se había hecho rico antes de volver a España.Años después los padres de César,olvidados de aquel pasado, habían decidido que el muchacho se fuera a México para terminar su carrera de médico y apartarlo de su novia.Jovita había partido para América porque pensaba que desde el extranjero le sería más fácil eludir los obstáculos familiares y unirse por fin a César.No fue así porque unos anónimos arteros enviados a César y a Jovita lo impidieron. Nunca se supo si esos anónimos habían sido enviados por la propia Silvina Ocampo o por Basilisa,una tía de Jovita,ambas temerosas de perder a la muchacha.En la Argentina,Jovita se fue a vivir a la casa de su tía Basilisa “Basi” de Vázquez,una mujer sin hijos,que más que amar idolatraba a su sobrina.Un mes después de llegada la muchacha a Buenos Aires,”Basi” le anunció que la llevaría a conocer a una de las mujeres más importantes del país,Silvina Ocampo.Los Bioy vivían entonces en un edificio de diez pisos en Santa Fe y Ecuador.Ocupaban los cinco pisos superiores y el primero,donde había una pileta de natación cubierta y un estudio en el que Silvina pintaba y escribía.”Basi” había conocido a Silvina a través de una cuñada suya.Desde chica,la menor de las Ocampo, atraída por el mundo menos convencional y más directo de las dependencias de servicio que aparecen a menudo en sus libros,trababa estrechas amistades con los servidores. La poca simpatía que tenía por su hermana Victoria,trece años mayor que ella, se debía no sólo a que ésta fuera una “mandona”,como Silvina y Bioy la calificaban,sino al hecho de que,en la niñez,le había arrebatado a su niñera,Fani,la persona que Silvina más quería después de sus padres.Cuando Victoria se casó se llevó con ella a Fani y Silvina jamás se lo perdonó.Jovita recuerda con precisión el primer encuentro con su señora: “Silvina llevaba puesto un camisón y deshabillé de nailon.Calzaba chinelas.Pero tenía tres gruesas gargantillas de oro,a cual más linda,y tres pulseras haciendo juego.Sabría después que dormía con esas alhajas, especialmente diseñadas para ella,porque tenían un broche de seguridad que ni ella sabía abrir”.Silvina,por su parte,le dijo a “Basi”: “Ah,te felicito,qué suerte tenés de tener una sobrina tan linda… Pero tené cuidado porque un día te la voy a robar”.Fue lo que hizo sin perder un minuto.Como “Basi” tenía que hacer una construcción en su casa y los Bioy iban a hacer un largo viaje a Europa,Silvina le propuso que se instalara,con su marido y su sobrina,en Santa Fe y Ecuador.De esa manera,se evitarían incomodidades y podrían vigilar al personal y cuidar los departamentos.Eso sí,tendrían que hacerlo de inmediato,al día siguiente,porque Silvina deseaba estar en compañía de Jovita algún tiempo antes de irse al extranjero.”Silvina era así-comenta Jovita-, quería que las cosas se hicieran ya.El señor era igual.No podía esperar”.Los tíos y la sobrina se instalaron así en casa de los Bioy. Afortunadamente,Adolfito también quedó encantado con Jovita,a la que, por otra parte,le encontraba mucho parecido con su madre,Marta Casares, que había sido íntima amiga de Silvina antes de que ésta se casara con su hijo.Desde el comienzo,Jovita fue víctima involuntaria de las exageraciones y del poco sentido práctico de su señora Cuando los Bioy se fueron de viaje,Silvina dio instrucciones de que pusieran 25 kilos de naftalina en el vestidor donde guardaba sus zapatos y los tapados de piel.Jovita dormía cerca de ese lugar y pronto cayó víctima de una melancolía y de una languidez invencibles.Más tarde supo que era alérgica a esas esferas blancas y terriblemente olorosas.Las dosis masivas y diarias de naftalina la atontaban como si fuera una polilla más.Los celos,la necesidad de apoderarse de los seres queridos y de manejar sus existencias son temas recurrentes en la obra de Silvina Ocampo,pero también lo fueron en su vida.A poco de vivir en casa de los Bioy,una noche,Jovita recibió la visita de la señora,que le confesó que nunca podría darle un hijo a Adolfito.Recuerda que le dijo “Lo voy a perder porque él quiere tener uno” y le contó que junto con Bioy se habían planteado la posibilidad de adoptarla.Jovita tenía entonces 23 años y quedó perturbada por esa proposición: “Me puse a llorar,le dije que no entendía y que no cambiaría nunca a mi madre pobre por una madre rica.”Silvina se quedó callada un momento y luego dijo: “Mirá si yo sabía a quién estaba eligiendo”.Años más tarde,los Bioy se pusieron de acuerdo para adoptar una hija biológica de Adolfito y una de sus amantes.Bioy había tomado esa decisión porque genuinamente deseaba tener descendencia,mientras que Silvina lo hacía porque temía perder a su esposo.Esa hija fue Marta Bioy.La diferencia entre el deseo de Adolfito y el de Silvina no dejaría de tener consecuencias en la vida cotidiana de la familia.Del libro de Jovita Iglesias y Silvia Renée Arias se desprende que siempre hubo entre Silvina y Marta una barrera, algo no dicho que contaminaba la atmósfera del hogar.A pesar del cariño que existía entre madre e hija adoptivas,era obvio que Marta representaba para Silvina la prueba viviente de una frustración y del hecho de que la voluntad de perpetuarse de Bioy había sido más fuerte que el pacto establecido con su esposa.La escritora,demasiado celosa para olvidar,se cobraba en detalles mínimos los recuerdos dolorosos, muchos de los cuales después se convirtieron en origen de sus cuentos y poemas.Adolfito,uno de los hombres más apuestos y seductores de Buenos Aires,adoraba a las mujeres.Silvina 11 años mayor que él,se consideraba fea(salía poco porque,según le explicaba a Jova,”¿adónde voy a ir con esta cara?”)y el hecho de haber conquistado a uno de los ejemplares masculinos más codiciados de la Argentina representaba para ella un triunfo envenenado.Debía defender su trofeo hasta de sus amigas más íntimas y,con frecuencia,era derrotada.Los Bioy disfrutaban mucho juntos,compartían intereses literarios,cierto tipo de humor y se burlaban de las convenciones.Vivían,como decía Victoria Ocampo, en una “torre de marfil,si es que alguna vez existió algo así”.Silvina aceptó como algo inevitable que él tuviera amantes.Hasta podría decirse,según conjetura Jovita en el libro,que las aventuras superficiales no la afectaban,siempre que no amenazaran esa extraña unión.Los temores de Silvina respecto a su marido no se debían sólo a sus rivales amorosas. También temía que lo raptaran para pedir rescate o que tuviera un accidente.En la vida en común,habían establecido una rutina.Después de almorzar y de una breve siesta,Bioy salía para ir al cine o para encontrarse con sus amigas pero debía regresar a la hora de la cena. Si Bioy se retrasaba,Silvina empezaba a dar vueltas alrededor de la puerta de entrada,inquieta y asustada,esperándolo.Un día,resolvió colocar un sillón frente al ingreso del departamento para poder aguardar más cómoda.Allí se instalaba.Tenía un oído privilegiado que le permitía oír cuando se abrían las puertas del ascensor en la planta baja. El amor y la ansiedad la habían llevado a identificar el ritmo y la fuerza con que Bioy abría y cerraba esas puertas.En cuanto se daba cuenta de que él estaba abajo,se levantaba del sillón y se perdía en alguno de los numerosos salones de la casa.Adolfito no se enteró nunca de ese ritual, que ahora revela este libro.Por su parte,Silvina también tenía relaciones amorosas con otras personas,como el mismo Bioy,cuidadoso de que su esposa no quedara como una de las tantas mujeres víctimas de sus maridos,declaró en una entrevista.Una carta de Alejandra Pizarnik a Silvina,que apareció en la correspondencia de la primera,publicada por Ivonne Bordelois,parecería probar que entre las dos escritoras hubo una relación más que amistosa.Jovita niega que Silvina haya tenido amores lesbianos,así como Céleste Albaret negó que Proust hubiera tenido hombres como amantes.Dice Jovita: “Nunca vi nada sospechoso en ese sentido.Venían a casa muchas amigas íntimas de la señora,pero yo nunca supe que ella tuviera esas mañas”.Así como en las tragedias clásicas los servidores son los confidentes de los amos,así como la Fedra de Racine se confiesa a Oenone,Silvina confiaba sus dudas más íntimas a Jovita.No podía prescindir de ella.Temía que se la arrebataran o que ella se fuera,ávida de libertad.Con el tiempo,Jovita se casó con José “Pepe” Montes Blanco,un compatriota al que había conocido en España y reencontrado en Buenos Aires.Aunque Pepe no tenía la mansedumbre de su esposa,Silvina,por supuesto,logró también cautivarlo.Se valió incluso del rechazo del hombre a volver a España para evitar que Jovita, siempre nostalgiosa de su país,pudiera concretar ese retorno.Con todo, Jovita relata un episodio alarmante.Un director de cine argentino radicado en Europa,encariñado amistosamente con ella,se escandalizaba de que los Bioy nunca le hubieran pagado un pasaje para que pudiera visitar su terruño.Más aún,le prometió que él se lo regalaría.Silvina escuchaba esos diálogos con bastante disgusto pero sin comentarios hasta el día en que el director le pidió los documentos a Jovita para hacer las reservas en un barco o en un avión.La reacción de Silvina no se hizo esperar.Le dijo al amigo entrometido en presencia de su entrañable servidora,que hoy recuerda aquel momento: “Te odio.Si Jovita se va a España,aquí no venís más.Tu amistad conmigo se cortó en este momento.Porque me estás sacando lo que más quiero”.Así fue como Jovita jamás regresó a España.Más adelante,el cineasta le enviaba cartas a Silvina y en el interior de los sobres incluía una hoja de saludos para Jovita.Silvina jamás se las diò.Jovita se enteró porque,en cierta ocasión,el director, de visita en casa de los Bioy,le preguntó: “Jovita,¿por qué no contestás nunca con una palabrita a mis mensajes?”.
Cautivos del pasado.Los hechos dramáticos que abundan en Los Bioy se hallan compensados por los momentos de felicidad sin nubes que Silvina y Adolfito,Pepe y Jovita pasaban en la estancia de Pardo y en Villa Silvina,la casa de los Bioy en Mar del Plata.Allí,disfrutaban del campo,del mar y de la amistad.La confianza entre los dos matrimonios era tan absoluta que en cierta ocasión en que los Bioy partieron hacia Europa,se olvidaron de dejar dinero a Jovita y a Pepe.No sólo,por distracción,no les habían pagado sus sueldos desde hacía tres meses, tampoco les entregaron la suma que necesitaban para llevar adelante la casa.Los Montes debieron recurrir a Genca,una de las sobrinas de Silvina,que también había sido amante de Adolfito,para poder pagar los gastos indispensables.Como Jovita y Pepe habían pasado a ser los más estrechos miembros de la familia,los Bioy se olvidaban de pagarles.A los parientes,uno no les paga.Silvina le hizo jurar a “Jova” que nunca la dejaría y que,si ella,como suponía,moría antes que Adolfito,tampoco dejaría a Bioy.Jovita lo juró.Silvina fue más allá.Le pidió que,en los momentos extremos de su vida,ella la alimentara y le diera su último bocado.Quiso la casualidad que fuera así.Jovita les diò los últimos bocados a Silvina y a Adolfito.Del mismo modo que los Bioy se olvidaban de pagar el sueldo a los Montes,tampoco los recordaron en sus testamentos,a pesar de que en repetidas oportunidades,cuenta Jovita, habían querido regalarles valiosas propiedades.En la Argentina,uno no necesita hacer testamento para legar a los familiares directos.Claro que los Montes no lo eran.Afortunadamente,Fabián Bioy Casares,el único hijo sobreviviente de Adolfito,fruto de otro de sus amores,dispuso que Jovita y Pepe recibieran un dinero con el que pudieron comprarse un pequeño departamento.Los dos ambientes donde hoy viven los Montes se encuentran casi completamente invadidos de cajas aún cerradas que contienen los recuerdos,las cartas,los papeles que fueron acumulando durante medio siglo de vida en común con sus señores.Todavía después de muertos,los Bioy los acompañan.Como en un cuento de Silvina,esas cajas invasoras los mantienen cautivos de un pasado deslumbrante,dramático y risueño a la vez,en el que aparecen,siempre vistos desde el ángulo de las dependencias de servicio,personajes como Borges,Manuel Puig,Mujica Lainez,Octavio Paz y su esposa,la bellísima Elena Garro (también amante de Bioy).Esa pila sellada de memorias,que el departamento apenas puede cobijar es un símbolo de los secretos más ardientes sobre los que Jovita todavía hoy guarda un silencio ejemplar.Una vez más,Silvina, clarividente,acertó: “Mirá si yo sabía a quién estaba eligiendo”. .
Hugo Beccacece/La Naciòn/Sup.Cultura).
…Silvina no podía quedar embarazada.A Jovita le habría confesado que tenía una recomendación médica para realizarse una pequeña operación y solucionarlo,pero que no se animaba.En sus historias,muchos de los personajes que ocupan el nudo serán niños.Italo Calvino encontrará en ellos “una ferocidad que siempre tiene que ver con la inocencia”.José Bianco,ya en la lectura de su primer libro,advertirá que Silvina “elige a los seres humildes,los simples de entendimiento y de corazón,los que están más próximos a los niños”.Pezzoni avanzará,tras citarlo,al decir: “Una diversa forma de moral puede insinuarse como explicación realista del proceso textual: la culpa.Silvina Ocampo,como sujeto anterior al texto,denunciaría oblicuamente el orden social al que pertenece,el orden que condena a la sumisión o a la marginalidad”….En 1954,los Bioy viajarían a Pau,Francia,para buscar a Marta (le pondrán el nombre en homenaje a la abuela): una recién nacida,hija extramatrimonial de Adolfo.“La casualidad existe y a veces conviene”.La madre biológica vivió un tiempo en Buenos Aires,y recibió a la nena en visitas hasta que se enamoró de un Colombiano y se fue con él a ese país.Desde entonces,Marta le daría trato como madrina,si bien su abuela de sangre jamás dejaría de ir a sus cumpleaños.Silvina le diò su apellido también,y la crió como su hija,con enorme cariño.“Amar a alguien no es bastante y quizá por previsión,para no perder lo amado,aprendemos a amar todo aquello que lo rodea cuando estamos con él”.Bioy tendría todavía otro hijo extramatrimonial.“El amor como el odio no es siempre prefecto”.“Silvina sabe todo,acepta todo y se calla,pero tiembla sin pausa.Tiene terror de las noches en las que él tarda en llegar.Para espiarlo,pone una silla delante de la puerta.El correrá la silla al abrir y ella al oír el ruido se volverá a la cama a hacerse la dormida. Sentirse ridícula no disminuye la quemazón de la rabia”,agrega, completando el cuadro, Dujovne Ortíz.Elena Garro,una de las grandes escritoras mexicanas del siglo XX,la excéntrica mujer de Octavio Paz que criaba gatos de a docenas,se enamoró también de Bioy Casares: “Estuvo cerca de dejar a Silvina Ocampo por ella y eso que Elena seguía casada con Paz”,dice la crítica Lucía Melgar.“Están en Princeton las cartas de Bioy que dan fe de esa relación”.Hay un poema que Silvina le dedica a Octavio: “El amor que solo es un espejo”,aparece como verso ahí….(fuente: Valeria Tentoni)
Los Bioy,(editorial Tusquets)-
Como decía mi tía Paca: en todas partes cuecen habas.Tusquets editores, la impecable publicó en Argentina,en Junio de 2002,un librito de 186 páginas (con muchas fotos en blanco y negro) titulado Los Bioy.Lo firmaban Jovita Iglesias y Silvia Renée Arias.La primera fue la criada gallega (Orense,España,1925) de la pareja de escritores argentinos formada por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.Y la segunda la periodista (especializada en Formula 1) que puso por escrito los recuerdos y cotilleos de la primera,a la que en la solapa del libro llaman: “ama de llaves,confidente y amiga de ambos”.
El libro,como si de la peor versión del Hola o del Diez Minutos se tratara,no es más que una sucesión de cotilleos,habladurías y maledicencias.Además,algunas de ellas son bastante poco verosímiles. Por ejemplo: Adolfo Bioy Casares (Adolfito en la intimidad del hogar) sería todo lo pichabrava que se quiera (que lo fue),pero siempre fue un caballero y nunca perdió la compostura y la buena educación.(No te rías,Daphne).Por eso,dudo mucho que le contara a Jovita,la criada de la casa,sus aventuras extramatrimoniales,como ella pretende hacernos creer en el capítulo 15 titulado: Bioy,el héroe de las mujeres.Esto es solo un ejemplo.Cuando se publicó este libro,Jovita ya tenía 77 años.Como este blog dista mucho de ser un nido de cotorras y marujas,aunque algunos digan lo contrario,no vamos a repetir los chismes que Los Bioy -esta gran contribución a la historia de la literatura-sacó a la luz para vergüenza y escándalo de los admiradores del gran escritor que fue Adolfo Bioy Casares.Vamos,solo,a reproducir aquí las primeras frases de algunos capítulos.Así ustedes pueden apreciar el tono y la elevada prosa que se gasta en este inclasificable–por ser benévolos-libro.En España solo se publicó,en 2003,un año después,una edición discretita y en bolsillo.Entendemos que este no es el libro del que más orgullosa debe sentirse doña Beatriz de Moura.
Aquí van solo los principios de algunos capítulos con la página y su título:
Pág. 31 Capítulo 3: Una hija en el afecto.
Después,una noche,la señora Silvina se presentó en mi cuarto.Yo dormía profundamente.Estaba allí porque,según dijo,de día no se podía hablar en esa casa y lo que tenía que decirme era un secreto entre las dos.Me senté en la cama y me confesó que desde el primer día que me vió le tuvo envidia a mi tía,porque yo era como la hija que mi tía no había podido tener.
-Yo tampoco puedo tenerlos–me dijo-.Nunca voy a poder darle un hijo a Adolfito y lo voy a perder porque él quiere uno.Según me contò el médico le había dicho que con una pequeña intervención quirúrgica…
Prensa rosa visceral,no me digan…
Pág. 67 Capítulo 8: Tocando el cielo con las manos.
Cuando Diana murió,fue terrible para todos.Habían llegado a quererla muchísimo.Bioy contaba que lo supo porque Silvina pasó a su lado y,con la cabeza gacha y en voz muy baja,le dijo: “Ha muerto”.
Diana era un perro.Perdón: una perra.
Pág. 89 Capítulo 10: La guardiana de la puerta.
En su cuento “Nueve perros”,Silvina escribe acerca de Áyax,el gran danés de Adolfito: “Cuando su amo se iba de viaje,yo tenía que dormir teniéndole la pata,porque su llanto era tan lastimero que me veía obligada a consolarlo de ese modo.“No llore–yo le decía-volverá pronto”
Situaciones similares sucederían algunos años después,cuando debía ser yo quien le dijera a Silvina: “No llore,señora,él volverá pronto”.Él era Adolfito,claro.
Este capítulo no tiene desperdicio.
Pág. 97 Capítulo 11: “Si adivinás qué hay aquí”.
Silvina tenía toda una historia con la ropa.Un día yo me había comprado un chleco muy lindo y ella me vio con él y me lo elogió.“Cómo me gustaría tener uno igual”,me dijo.“Voy a comprarle uno,no ha problema”, le contesté.Pero lo quería inmediatamente (en estas urgencias se parecía mucho a Bioy) y yo,que tenía algo que hacer en ese momento,me demoré un poco.No pasó más de media hora cuando vino a decirme: “Mirá que lindo chaleco tengo”.Le había cortado las mangas a una camisola larga,blanca,con cuello Mao que ella tenía y que le quedaba muy bien, que usaba siempre con pantalones,su prenda preferida.Era una idea descabellada,sobre todo tratándose de una de las camisolas que más le gustaban.
Nota : hemos reproducido íntegro este párrafo por su valor histórico. Departamentos de Literatura Latinoamericana de las universidades de Harvard y La Sorbona: de nada.
Pág. 103 Capítulo 12: Alejandra, un día de Septiembre de 1972.
Fue recién en 1988,al publicar Seix Barral parte de la correspondencia de Alejandra Pizarnik,cuando me enteré de que entre esta poeta y Silvina había habido una relación amorosa.
Lo juro,así comienza el capítulo.
Pág. 115 Capítulo 14: Una nuca peligrosa,un príncipe encantador.
Un día,antes de casarme,cuando yo todavía me escribía con Cesar Arias Alvarez,el mexicano,el señor me dijo:
-Mira como son las cosas.Vos estás enamorada de un mexicano,le escribís cartas,y yo estoy enamorado de una mexicana,a la que también le escribo cartas.Le pregunté,en broma,qué teníamos que hacer;cuál de los dos viajaba y traía al otro.Pero no me dijo su nombre,y para mí era simplemente “la mexicana”.Se trataba de Elena Garro.El señor la había conocido en el hotel George V,en París,en 1949.Ella tenía entonces 29 años,desde los 17 estaba casada con Octavio Paz,y Adolfito tenía 35.Él había comenzado a escribir,en Pardo,El sueño de los héroes.
L’amour… (Violines,please).
Pág. 123 Capítulo 15: Bioy, el héroe de las mujeres.
-Tengo un defecto,Jovita,una debilidad muy grande–me dijo el señor en una oportunidad.Y,sin que yo llegara a decir una palabra,agregó- : Me gustan tanto las mujeres,que si a un palo de escoba lo disfrazaran de mujer,me iría detrás de ese palo de escoba.
Se lo dijo “en una oportunidad”.
Pág. 137 Capítulo 17:Un reflejo en la ventana.
Voy a contar ahora cómo fue que Silvina dejó de dirigirle la palabra a Adolfito.¡Toma ya! Este es el mejor comienzo de capítulo de todos los tiempos.¿O no?
Pág. 155 Capítulo 19: Rutinas de un viajero incansable.
Las desdichas,las tragedias,habían caído todas juntas.Iba a ser duro de sobre llevar,para el señor y para todos en la casa.La muerte de Marta (hija natural de Bioy adoptada por el matrimonio)lo había sumido en una angustia terrible,pero un día me dijo:
-¿Querés que te diga una cosa? Nunca voy a superar la muerte de Marta, pero la impresión que me causó la falta de Silvina…Debe ser porque fue la primera.
Si así son los comienzos de los capítulos,imagínense el resto.
(Patrulla de Salvacion/Dic.2011)
VILLA VICTORIA , LA CASA MAS FEA DEL BARRIO…
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“…Cuando en 1927 Victoria Ocampo instaló su casa prefabricada en Mar del Plata, el balneario más elegante de la época, escandalizó a la sociedad local por su estilo moderno y de madera, tan diferente a todas las demás.
La casa fue importada desde Inglaterra, luego de ser adquirida a la firma Boulton & Paul ltd.
Cuenta Victoria que la gente se acercaba a preguntar si acaso eso era una fábrica o quizás un establo. La nueva construcción era conocida en aquellos tiempos como “La casa mas fea de la ciudad”.
Victoria Ocampo era una mujer de mundo, y una adelantada, en este y muchos sentidos.
Alguna vez describió a esta casa de verano como “Un cubo blanco y austero, de terrazas al sol y al mar…”
FUENTE : portierraporlatierra.blogspot.com.ar
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Publicidades de la Empresa “Boulton & Paul ltd”
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http://www.advertisingarchives.co.uk/preview/48394/1/Magazine-Advert/Boulton-and-Paul-Ltd/1900s.jpg
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Prof. Julián Mendozzi.
EL INVENTARIO GENERAL DE 1973 Y OTRAS HISTORIAS EN “VILLA VICTORIA”.
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“Cerrado por Victoria”
En 1973, con la idea de una donación a la Unesco, Victoria Ocampo hizo el inventario de sus posesiones en Villa Ocampo y en la casa de Mar del Plata. Todo debía ser incluido y tasado: desde las cucharitas hasta la alfombra. Además debía ser fotocopiada su abundante correspondencia. Esta es la crónica de ese inventario contada por una de sus protagonistas.
—Ya contaste bastantes cucharitas por hoy, ahora vamos al cine…
De pie en el último peldaño más o menos seguro de la escalera, giré la cabeza para mirar a Victoria Ocampo desde arriba: la idea me hizo gracia y sonreí. Para ella esa sonrisa debió confirmar que no estaba demasiado cansada, posiblemente la única objeción que habría aceptado una persona tan poco acostumbrada al desacuerdo.
—Hay que salir en veinte minutos —dijo, antes de pegar media vuelta y dejarme allí, apoyada contra aquellos armarios grises del office que se estiraban hasta el techo y contenían cientos de platos, tazas, soperas, fuentes, jarras, juegos incompletos de porcelana o loza inglesa que desde la mañana venía enumerando uno por uno, pieza por pieza, para incorporarlos a las hojas de mi lista encabezadas con el título ligeramente ampuloso pero correcto de “Vajilla”.
En realidad no sentí temor alguno de ir sentada a su lado en el auto: Victoria ya era vieja en 1973, pero manejaba con desparpajo y Mar del Plata no era todavía una ciudad que en abril tuviera mucho tráfico (como ella, desafiante, insistía en decir —”Tránsito” es tan fea, comentó entre dientes con aquella voz profunda que tenía, mientras estacionaba frente al cine y con absoluta indiferencia incrustaba la rueda trasera contra el cordón—; me hace pensar en el tránsito de la Virgen —agregó—, o peor, en el intestinal).
Creo que vimos “I” como Icaro. Francesa era, seguro, y no recuerdo si comentamos algo al salir, en cambio la veo hablando del enorme hecho del cine, de su nostalgia por la viejas películas, y desde ahí, como al pasar, de su admiración por Niní Marshall, por su talento.
Yo decía poco. Nunca fui callada, pero me apabullaba la riqueza de sus transcursos, la gente con la que se había codeado naturalmente, los que había recibido en su casa de Buenos Aires, asomada a las barrancas de San Isidro. Uno de sus amigos, Graham Greene, tenía allí su propio dormitorio, amueblado en Reina Ana y vestido con un chintz floreado perfectamente inglés. Yo había tomado nota de cada objeto de la vieja mansión en ausencia suya —”la señora está en París”—, durante las jornadas que había demandado esa primera etapa de la tarea que me había sido encomendada.
Ahora, de los tres días en la casa de Mar del Plata, de los momentos en que nos sentábamos ante aquella mesa imponente del comedor para comer o tomar el té —nunca para desayunar, ya que el café con tostadas, manteca y mermelada de naranjas amargas era servido en mi habitación, y creo estar viendo el servicio de loza Blue Willow con pequeñas piezas individuales—, mis imágenes a veces se volvían vagamente fantasmales: en aquel dormitorio, inundado de intensas fragancias vegetales avanzando en oleadas desde las ventanas, seguramente alguna vez habían dormido personajes importantes del arte y el pensamiento de cualquier latitud. Mi mente se apoyaba con tanta facilidad en la sustancia palpable, untuosa de un comentario, de lo leído u oído antes en otra parte, que lo real se desplomaba sin ruido dentro del espacio virtual pero casi concreto de mi imaginación.
Unos meses más tarde, Victoria —a la vista, supongo, de un grado convincente de eficiencia de mi parte— por su cuenta me encomendaría un nuevo trabajo, esta vez algo muy delicado: fotocopiar sus archivos de correspondencia, conservada en henchidos biblioratos. Yo retiraba del departamento de Silvina, su hermana, los bolsos con aquellos miles, diría, de cartas, algunas con membrete —como una para recordar, por supuesto, de Charles de Gaulle, u otra de Le Corbusier que incluía un pequeño dibujo a mano alzada mostrando cómo solucionaría él un problema urbanístico de Buenos Aires comentado por ella—, unas pocas mecanografiadas, la mayoría manuscritas. Solamente de Gabriela Mistral había dos de aquellas carpetas desbordantes de papel de avión; Virginia Woolf, en una de varias cartas, le agradecía la información sobre esas asombrosas aves americanas, los loros; Sartre, Camus, Roger Caillois, André Malraux, Rabindranath Tagore, William Faulkner, Colette…, más de un perfil seminal peregrinó por mis umbrales durante alguna charla en Mar del Plata o luego, mientras el ronroneo de la fotocopiadora —esquina de Tucumán y Leandro Alem, uso de la máquina, toneladas de papel incluido, sin cargo, sólo a cambio de una carta de agradecimiento a Xerox de parte de la señora Ocampo…, yo me daba maña y ella me miraba vagamente sorprendida— acompañaba mis
incompletos, casi espasmódicos curioseos del material.
Por otra parte, volviendo a Mar del Plata, mientras estuve allí con ella los temas no fueron constantes ni predecibles, pero indudablemente fueron suyos: la recuerdo comentando por ejemplo el mes de encarcelamiento en El Buen Pastor a causa de su última provocación al general Perón. Desde esa derecha elitista y poderosa suya que no precisaba andar demostrando nada, se había permitido descalificar públicamente la concesión del voto a la mujer por provenir de un presidente no democrático. Había sido la
irritación final y Perón pretendió quebrar su ariete soberbio y arrogante encerrándola junto con mujeres “de la vida”. El sutil corte de manga de Victoria fueron las reuniones conmemorativas que año tras año organizó para recordar junto con ellas la grata convivencia.
Y todo mezclado como en botica, durante otra sobremesa apareció el relato de un viaje a Rio de Janeiro con su amigo Igor Stravinsky, donde sobre la base de una única experiencia anterior en una composición de Honegger, se subió al escenario —espacio al que por vocación siempre había querido pertenecer— y recitó el texto de una obra que el maestro había terminado de componer en el piano de media cola de Villa Ocampo, la casa de San Isidro heredada del abuelo.
Mi trabajo en Villa Victoria —la casa de madera importada de Suecia en piezas para armar—, con el cual completaría lo ya hecho en San Isidro, era un inventario y una tasación aproximada de cuanto contenían las dos propiedades. Esto era necesario para que una compañía de seguros de incuestionable prestigio internacional pudiera emitir un seguro adecuado y resultaba de la decisión de Victoria de donar sus bienes a una institución aparentemente a salvo de la corruptela y las chantadas de los gobiernos y las instituciones oficiales y políticas argentinas de turno. En abril de 1973 esa institución, comprometida con las iniciativas culturales al más alto nivel mundial posible, era la Unesco. Por lo tanto, las casas, su contenido y la correspondencia de inestimable valor de la señora Ocampo pasarían a manos de la Unesco en el momento de su muerte.
La persona que organizó el operativo era director de Comunicaciones de la Unesco —uno de los tres funcionarios que compartían el segundo nivel de la verticalísima pirámide de poder dentro de la organización—. Se trataba de un abogado argentino que venía de desempeñarse como secretario de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires en muy rebeldes (y a veces divertidas) funciones cumplidas a un costado, jamás “bajo las órdenes” del intendente, el obviamente fascista pero inteligente general Iricíbar. Y digo divertidas porque cuando a un hombre no le interesa retener un cargo no hace concesiones y por ejemplo puede rehusarse a estampar su firma en el documento de censura de la primera novela de un joven escritor de talento, un tal Germán García… Yo vi con mis propios ojos los destacados en amarillo de las malas palabras y las referencias sexuales explícitas en un ejemplar de aquella primera novela. A los censores se les transforma la libido reprimida en espanto y, luego, en odio. Históricamente ha sido así, y “Monseñor” Tato no fue más lúcido ni más libre que los jerarcas del Santo Oficio. Finalmente, desde orígenes irreparablemente católicos que sin embargo no lo condenaron a la eterna miopía, y de antecedentes de clase con aspiraciones (generalmente satisfechas) a la determinación del pensamiento de sus portadores, resultó ser un peso pesado del ámbito de la cultura, mi amigo Alberto O.
Pero esa es otra historia, una de amor. Y no todas las historias de amor tienen un final feliz. Esta tampoco. Al menos para él, Alberto O., este hombre brillante, de sutil sensibilidad y vasta cultura, que se había enamorado de mí varios años antes, en aquella época dorada en que la juventud es eterna. Lo hizo —o le ocurrió—, enamorarse quiero decir, a pesar de todo, de sobrarle veinte años, de llevarle yo media cabeza (sólo de estatura, claro, dada mi “basta” cultura), de su estado civil once veces corroborado por diez hijas y un varón, de que jamás lo acompañé en aquel viaje de sus emociones. Para mí, producto de una historia familiar desesperante, su amor desinteresado resultó profundamente interesante.
Alberto empezó siendo mi maestro; después yo iba a decirle que me había enseñado a pensar, algo tonto a lo que contestaba que sólo me había dado información. Ambos sabíamos que eso no era cierto: yo abrevé en su lucidez, en su forma de fertilizarme la cabeza, de abrir ciertas puertas y hacerse a un lado, de echar una delicada luz sobre las ideas para mostrarme que en la verdad siempre se gesta la belleza —y viceversa— porque ambas están y son para bajar la guardia y gozarlas… Su pensamiento no era nunca convencional, y valga como mísero ejemplo aquello de que los argentinos éramos más europeos que los europeos, porque ellos eran italianos, franceses, ingleses, españoles… O aquella frase seguramente olvidada sobre todo por él de que los países que entraban en guerra de inmediato retiraban sus embajadores justamente cuando más falta les hacían.
Alberto O. era precedido por una nariz que no merecía y unas manos hermosas, más suaves que las mías, con aquellos largos dedos un poco espatulados, manos de lector, de ser pensante más que fabricante. Y aquella corte de cinco o seis fieles que año a año seguían sus cursos sobre historia de la cultura también tenía, y yo me incorporé sin darme cuenta a los entreactos de diez minutos de pasillo con que partía cada clase. El resto del grupo andaba cerca, tal vez observando desde afuera aquel círculo de privilegiados que continuaban hablando con él de Parménides, Proust o Caravaggio… Fui aceptada en el riñón sólo porque él me escuchaba —y me respondía— cuando en clase daba una opinión osada. Algunas veces la ignorancia deviene inocencia y quizás eso agregó destellos a mi juventud. Mucho no me importó nunca saber qué había visto desde su lado de la mesa, me bastaba con sentir que el despertar me seguía despejando los ojos clase a clase, o durante los almuerzos clandestinos que luego empezaría a proponer y que nunca pretendieron obtener nada de mí. Tiempo después supe, por ejemplo, que este hombre con un abuelo y un tío-abuelo de bronce, poetas seguramente celebrados con alguna calle o alguna plaza, él mismo bastante cercano a lo que se considera un prócer, había dicho de mí que era “neta” cuando no acepté su invitación a participar gratuitamente del viaje a Europa organizado cada año por la institución que presidía.
—Una tontería empobrecedora —contestó.
Y fui. Claro. No sólo porque tenía razón sino porque me moría de ganas. Dos largos, intensos, maravillosos meses de los que él nunca participaba. Recién al final ponía el moño a la experiencia con unas charlas en Madrid.
La entrecasa secreta de nuestra relación había empezado una tarde de lluvia cuando Alberto se levantó del sillón en el que estaba sentado detrás de su escritorio de abogado y vino hacia mí, sentada enfrente, con intención de darme un beso. Cuando el recorrido terminaba, su pie se enganchó en mi paraguas, colgado de una bandeja llena de papeles, y ambos nos quedamos paralizados mirándolos volar y caer de a poco.
Luego, para siempre, Alberto fue mi amigo querido, ahí para escucharme contar un dolor o una soledad, o para darme una mano. Y aquel recorrido meticuloso por las pertenencias de Victoria Ocampo, aquellos preciados honorarios en moneda internacional, fueron una de sus legítimas contribuciones a mi monedero.
Ella, Victoria, leyó una noche después de comer ciertos poemas míos que le entregué con mano tensa pero firme. Sentada en su sillón junto a un atril rodante que deslizaba bajo las patas con gesto habituado, encendió la lámpara de pie y se tomó un buen rato. Yo la miraba leer queriendo que le llevara la noche entera, le escrutaba la boca acechando gestos, la ida y vuelta de los ojos, noté que a veces releía un verso, quizá dos, vigilé los párpados por si se ajustaban para comprender mejor, una arruga
repentina separando en mitades el entrecejo, la cabeza concentrada, sin un sólo miedo en la vida: tenía mi alma en carne viva frente a ella, pero eso no importaba, en este mundo áspero las almas se reponen, la poesía no.
—Está bien —dijo—, seguí escribiendo. Todavía necesitás definir tu estilo, dominar el oficio, quizá tener más claro lo que querés decir, pero la fibra está ahí…, se reconoce; ciertos juegos con las palabras, hay imágenes…
Y entonces, como al pasar, Victoria me hizo una pregunta que provocó mi toma de conciencia, no de “lo que quería decir”, sino de lo que quería hacer con esto de andar por las palabras. Sin embargo no fue inmediato, no en ese momento por ejemplo. Hizo falta un hervor a fuego lento y con la tapa puesta, como los dulces, para que la cuestión generara por sí misma una respuesta, algo que, de todos modos, a ella no le habría interesado, yo no era nadie:
—¿Pensás seguir escribiendo poesía o te preparás para alguna forma de prosa? —fue la pregunta. Recuerdo hasta el ángulo de su cabeza mientras lo decía, la luz amarillenta y cálida de la lámpara formando desde atrás algo como un aura extraordinaria.
Me turbó tanto tener que definir de golpe un asunto que nunca me planteaba —como si la novela, mi pasión, fuese sólo para otros, algo inabordable— que en lugar de decir que no me atrevía a considerarlo disimulé la
opacidad del tema poniéndome a divagar sobre las diferencias entre prosa y poesía. Frente a Victoria Ocampo. Ella me prestó atención un momento pero creo que se distrajo enseguida.
Guardé mis papeles y le di las gracias. El día había terminado.
Luego, mientras la sensación de haber quedado desnuda, expuesta, le desviaba el carro al sueño, visiones de la casa de San Isidro se mezclaban en mis recuerdos de la quincena anterior: aquel busto de ella, aquella escultura que pudo más que la fiera venganza del tiempo y fijó en mármol blanco el perfil de su juventud, y al que Victoria coronaba displiscente con su sombrero de anchas alas cada vez que entraba del parque; su
dormitorio, un escenario de conmovedora sencillez, mucha luz, libros por todas partes, un televisor a lo lejos, de frente a la cama y a una silla con asiento de junco, una sillita cualquiera; la biblioteca en la habitación contigua, sólo libros y un escritorio para trabajar; los bellos pisapapeles de cristal del living; el piano que tocaba Stravinsky; los inodoros de porcelana inglesa empotrados en grandes pedestales cúbicos de roble; las hojas de los árboles arremolinadas en la galería, entre los grandes sillones de ratán y rafia y los maceteros cubiertos de noble verdín, y allá, abajo, en la base de las barrancas, el río color de león de Neruda y los perfiles advenedizos de las casas del Boating avanzando por la costa.
Al fin me dormí, seguramente, y al día siguiente terminé mi trabajo: la última habitación recorrida fue su dormitorio infantil, con el juego de dormitorio de la niña que fue alguna vez; estaba ahí: una camita angosta, mesa de luz, ropero, un pequeño escritorio con su silla, todo en pinotea lustrosa, y en el frente de cada pieza un papagayo o un loro pintados a través de la veta en deslumbrantes colores tropicales.
Mi tarea estaba cumplida.
Me despedí de ella mientras un taxi arrimaba a la puerta y no volví a verla hasta que varios días más tarde llevé a Sur el resultado de mi análisis: un inventario y una tasación que dejé en sus manos para que la aprobara u observara. Con lo único que no estuvo de acuerdo fue con el valor que calculé para la alfombra bella pero muy gastada que cubría el piso del comedor de Villa Ocampo, la casa de San Isidro:
—Agregale un cero, está medio raída pero es una Boukara auténtica —dijo. Lo demás debió parecerle bien pero no hizo comentarios.
Victoria Ocampo murió seis años después. Alberto O. renunció a su cargo en la Unesco más o menos en la misma época, ya que el director general que sucedió al que lo había designado resultó ser un personaje dado a los favoritismos que decepcionó a todos. Alberto no pudo hacer nada para defender los bienes donados por Victoria, que fueron desprotegidos, casi abandonados. Una ironía que debe haber amargado su “tránsito” en el más allá.
Victoria Ocampo, una mujer frontal, polémica, una precursora del feminismo, de la modernidad, de la lucha contra las fronteras arbitrarias del idioma y sobre todo de la estupidez humana, alguien que usó el poder que le fue dado por la cuna para favorecer el entendimiento entre
culturas, una transgresora que, para cierta mirada tanto de la izquierda como de la derecha, hizo todo mal, un ojo de águila para detectar y dar una oportunidad a los talentos nuevos.
La doctora Raquel Simoes, mi psicoanalista políticamente correcta de aquel momento, emitió una opinión breve y lapidaria cuando a mi regreso de Mar del Plata, todavía bajo los efectos hipnóticos de aquella personalidad, yo llevé a sesión algo como una excusa, no para su clase pero sí para sus aportes personales a la cultura argentina:
—Siempre eligió volver al país. Y no tenía por qué —dije.
—Sí que tenía —respondió ella—, acá era alguien que podía pisar fuerte, por mérito propio pero también por privilegios heredados; allá, en Francia por ejemplo, era sólo una más tratando de multiplicar sus conexiones y descollar.
Et voilà!
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AUTORA : Plante , Alicia.
EN : Diario “Página/12” del día 02-05-2007.
Prof. Julián Mendozzi.
Podemos agregar a la presente la foto 4527,envida por el Sr. Fredy Caporal,cuyo epìgrafe dice:
“Victoria Ocampo en Villa Victoria,Mar del Plata, 1978.Foto de Pupeto Mastropasqua impresa como postal por el entonces Ente de Cultura de la Municipalidad”.
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/4527
Podemos ver a Victoria Ocampo en Villa Victoria.Foto tomada por Dimitri Kesell en 1958 para la revista Life.
Foto nº 5254,enviada por el Sr.José Boesmi.
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/5254
En la foto 5376,enviada por el Sr. Josè Boesmi,leemos en su epìgrafe:
Victoria Ocampo en Villa Victoria.Fotografía tomada en 1958 por Dimitri Kesell para revista Life.
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/5376
Podemos agregar sobre Victoria Ocampo las siguientes fotos:
5779,remitida por el Sr. Jorge Redondo y las 6711/12,enviadas por el Sr. Nino Ramella:
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/5779
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/6711
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/6712
En el magnífico relato de Alicia Plante sobre Victoria Ocampo, que acerca al blog el Sr. Julián, debo decir que hay un párrafo en que dice: “creo que vimos I como Ícaro”, refiriéndose a la película que vieron, pero si ese hecho transcurre en 1973, no puede ser esa película ya que es de 1979.(Además recordemos que Victoria falleció en enero de 1979)
Aquí (con el permiso del Sr. moderador) dejo un enlace para ver esta imperdible película subtitulada y completa.Una actuación magistral de Yves Montand como el fiscal investigando el asesinato de un jefe de estado. (Basado en el de Kennedy)
https://www.youtube.com/embed/wBRqkxHHV3A
La legendaria villa es de madera,de dos pisos,está rodeada por un jardín de ensueños y fantasías donde se mezclan fragancias de hortensias,magnolias,dalias,romeros,lavandas y laureles.Francisca Ocampo de Ocampo,la compró,cuando corría la primavera década del siglo veinte,a la empresa inglesa Boultoun & PAUL,que por aquellos tiempos en que finalizaba la época victoriana y la dinastía Windsor se instalaba en el trono de Gran Bretaña,le proveía a la corona de casa para las colonias de África,Oriente o América.El país había celebrado con pompas el primer siglo de vida y Mar del Plata abandonaba rápidamente su fisonomía pueblerina.La costanera se poblaba de mansiones lujosas que recordaban las riberas francesas y en los espacios públicos del boulevard marítimo se inauguraban obras como el afrancesado Paseo Gral. Paz y las explanadas.En estos tiempos se construyeron el mítico Club Mar del Plata (1910),la Estación Mar del Plata Sud (1910),
la Capilla de Stella Maris (1910),el Unzué (1912) y nació el barrio de Playa Grande.La música aristocrática de la Belle Epoque llegaba al a villa balnearia fundada por Peralta Ramos que,por obra y gracia de las familias más acaudaladas del país,comenzaba a convertirse en la mítica Biarritz Argentina.Vale recordar unas pocas de las espectaculares villas de esos tiempos pletóricos: Villa Urquiza (1908),luego comprada y bautizada como Villa Silvina por Adolfo Bioy Casares y su esposa, Silvina Ocampo,hermana menor de Victoria;Villa Ortiz Basualdo (1909), y el Ocean Club (1912),que originalmente perteneció a la familia del Premio Nobel Luis Federico Leloir.Corría el año 1912 y la casa comprada por los Ocampo viajó en barco,desarmada como un rompecabezas,a través del Atlántico.Acá la armaron,en la manzana rodeada por las calles Arenales,Lamadrid,Matheu y Saavedra,una zona que por4 entonces se conocía como La loma del tiro de la paloma.Claro que años después,los límites de la propiedad se redujeron a la mitad y de esos tiempos quedó como testimonio el magnífico árbol que todavía custodia la calle Quintana,pavimentada en zigzag luego de que la propia Victoria peleara, a brazo partido,para que la Municipalidad desistiera de voltearlo.En la planta baja de la casa funcionaban el importante hall,una sala, comedor,dos dormitorios,escritorio,cocina,office y variadas dependencias pequeñas.Por afuera,la galería que ladea la casa por tres de sus cuatro lados.Para llegar al piso superior hay dos escaleras,la principal y de servicio,que llevan a una sala,el hall,los 6 dormitorios,4 baños y la sugestiva sala octogonal que invita a soñar despierto.Junto a la casa hay dos construcciones macizas de buen porte: la más pequeña,antiguamente usada para vivienda del casero,ahora se utiliza para recibir la visita de escritores y artistas que pasan pocos días en Mar del Plata.Ahí se alojó hace poco el historiador Félix Luna -que había llegado para dar una charla en la Villa-y,durante la última Navidad,el escritor Mempo Giardinelli.La otra construcción,donde estaba el antiguo garaje,deslumbra con la espectacular enamorada del muro que la recubre y la logia que cautiva la vista de los visitantes.
Victoria Ocampo recibió la villa como obsequio de Francisca Ocampo de Ocampo cuando comenzaban los años 20.Según cuenta la propia Victoria en una carta escrita al arquitecto Roberto Cova el 4 de diciembre de 1970, “mi padre,que tenía prisa en tener casa cerca de donde veraneaban sus padres,la encargó a Suecia o Noruega,no sé a ciencia cierta a cuál de esos dos países.Mi padre era ingeniero y pensaba construir otra casa de piedra en la segunda manzana que compró para mi tía abuela y madrina. Francisca Ocampo y Ocampo.Ignoro dónde están (si es que en algún lado están) los planos de Villa Victoria,así llamada por mi tía abuela,que me regaló la quinta.Averiguaré”.
Por cierto,los planos originales nunca aparecieron aunque por otros similares,que lograron obtenerse a mediados de la década pasada,se comprobó fehacientemente que el origen de la villa era inglés y no normando como pensaba su propietaria.En 1973,Victoria decidió donar la casa a la Unesco,junto con su residencia de San Isidro,conocida como Villa Ocampo.En 1981,cuando el organismo internacional decidió rematarla,es la comuna quien la compra.Aunque buena parte del mobiliario y los objetos de la villa pasaron a manos privadas.
Desde el 28 de Enero de 1981,cuando la adquirió la comuna marplatense, la villa luce muy distinta.Pero mantiene vivo el hechizo que siempre la caracterizó.Victoria Ocampo nació el 7 de Abril de 1890 en Buenos Aires.Era hija de Manuel Ocampo y Ramona Aguirre.En 1912 se casó con Jeromé Estrada–el mismo año en que se construyó la Villa Victoria–de quien se divorció ocho años después.Nunca volvió a casarse,aunque mantuvo un intenso romance con Julián Martínez a quien había conocido en Roma en 1913,de quien se distanció en 1929.La pareja estuvo más de una temporada en a villa y en la otra casa que Victoria tuvo en Mar del Plata.Pero claro que Victoria ya conocía Mar del Plata de mucho antes: aquí venía con su familia durante los veranos y,en su autobiografía, recuerda sus paseos y diversiones en la costa atlántica.Dos años después de haberse casado vuelve a la ciudad,lo que no es muy casual: en 1924 estalló la Primera Guerra Mundial y,como la mayoría de las familias adineradas que viajaban asiduamente a Europa,eligieron estas costas semejantes a las francesas y del Cantábrico que por entonces estaban de moda.Cuando recibió la villa de regalo,Victoria recién había cumplido poco más de treinta años de edad.Y hasta su muerte,jamás dejó de venir a Mar del Plata para compartir largas temporadas en la ciudad. Un largo idilio sólo interrumpido por el adiós definitivo del 21 de Septiembre de 1979,cuando falleció en Buenos Aires.Solía quedarse en la villa desde Diciembre hasta Mayo,cuando el invierno asomaba sus frías narices en el horizonte marino y los árboles parecían esqueletos.Pero la atracción de Mar del Plata era muy fuerte y a veces,durante el invierno,caía en la tentación de cambiar el aire porteño por el marplatense.Muchas veces viajaba desde Buenos Aires conduciendo su auto pero no venía sola: siempre la acompañaba Fani,su mucama.Aquí se convertía en una nativa más,aunque era difícil que pasara desapercibida ya que la delataban sus legendarios lentes,el aire elegante con el que se movía,la fortaleza vital que contagiaba a su paso.Paseaba por la Rambla,visitaba librerías,charlaba con los lugareños,iba al cine muy asiduamente y le gustaba ejercer la crítica cinematográfica como también hizo de joven Jorge Luis Borges.Jamás dejó de escribir sobre la casa y Mar del Plata.Prefería los médanos de las playas del sur–ahora Punta Mogotes–dominados por el faro y también las arenas de Playa Grande.Era buena nadadora,disfrutaba las caminatas por la costa y la ciudad bañada por los colores ocres del otoño.Sus palabras son recuerdos vivos.Emociones que todavía,en la villa,con los ojos cerrados,podemos compartir como un homenaje.
“Abandonado por los veraneantes y los turistas,Mar del Plata brilla bajo la luz de Abril”–escribe Victoria en 1940-.“El silencio gana terreno cada día y se instala alrededor de los árboles cuyas hojas amarillean,lentamente en calma (así me gustaría encanecer).Ese amarillo se ha bebido todo el sol del verano,hasta apoderarse definitivamente de él: es suave entre tanto verdes.El de las lambercianas se vuelve más aterciopelado y profundo, por contraste.Huele a resina cuando apartamos las ramas para acercar la cara al árbol como a un ramo”.Y luego continúa: “el otoño está en el jardín y el jardín me rodea como un lago.El viento pasa con distinta sonoridad entre los pinos y entre los plátanos.Mar en las casuarinas,enagua de seda en los phoenix.Los pájaros cantan ya muy poco.No me despiertan por la mañana.Quizá sea porque el follaje está menos espeso y se ven más: no tienen necesidad de llamarse”.La villa no sólo conserva el espíritu fértil de su dueña; en los rincones y galerías,las habitaciones y el parque aún perviven los ecos de quienes llegaron a la ciudad invitados por Victoria: artistas e intelectuales de renombre internacional que aquí descubrieron melodías y hechizos nuevos.Basta mencionar a Gabriela Mistral;Waldo Frank;Alfonso Reyes;Roger Caillois;Jorge Luis Borges-con quien Victoria mantuvo famosos contrapuntos-;Adolfo Bioy Casares; Eduardo Mallea;José Pepe Bianco,por citar algunos.También la leyenda dice que habrán conocido la villa,al menos de paso y a las apuradas,el famoso arquitecto Le Corbusier y también Rabindranath Tagore,quien durante 1924 pasó dos meses en el país y,como recuerda Victoria en sus Testimonios,“Mal repuesto de una gripe,le ofrecí que viniera a descansar unas semanas (o unos meses,o unos años,como él quisiera a una quinta de San Isidro.Allí se quedó todo el tiempo que estuvo en la Argentina,menos algunos días que pasó en Chapadmalal: dos meses”.
Los huéspedes de Victoria llegaban a la villa para descansar,para reconciliarse con la paz del alma y el cuerpo en los jardines de la villa alzada en el corazón de la Loma del tiro de la paloma.Entonces el barrio era calma pura,apenas había una o dos casas por manzana,como las vecinas Villa Mitre o Villa Silvina.Gabriela Mistral pasó el otoño de 1937 en la casa y ahí descubrió no sólo el temperamento americano de Victoria–a quien alguna vez,en Madrid,la poetisa chilena le había reprochado su afrancesamiento–sino,además,los encantos del bungalow rodeado por árboles dorados y jardines callados.La propia Gabriela Mistral recuerda las emociones vividas en la villa con un poema dedicado a Victoria y escrito,justamente,en una de sus habitaciones:
“Victoria,la costa a que me trajiste
tiene dulces los pasos y salobre el viento,
el mar Atlántico como crin de potros
y los ganados como mar Atlántico.
Y tu casa,Victoria,tiene alhucemas,
y verídicos tiene hierro hiero y maderas,
conversación,lealtad y muros…
…Gracias por el sueño que me dio tu casa,
que fue un vellón de lana merino;
por cada copo de tu árbol de ceibo;
por las mañanas que oí las torcazas;
por tu ocurrencia de fuente de pájaros,
por tanto verde en mis ojos heridos,
y bocanada de sal en mi aliento…”
Una anécdota protagonizada por Roger Caillois,y contada por la propia Victoria,alcanza para comprender el ánimo con el que los visitantes disfrutaban su estadía en la villa.“En Mar del Plata,un buen día apareció rapado.Tanto lo había embromado yo con su mecha sobre la frente que tomó la resolución heroica de demostrarme que ese adorno capilar no le preocupaba.Por cierto,a su debido tiempo,el mechón creció de nuevo”.Ecos y recuerdos de un lugar cuyo espíritu sigue palpitando tan vivo y cautivante como siempre.La estela dejada por Victoria Ocampo en la caja jamás se agota.Y para que la magia renazca y nos alcance sólo hace falta cerrar los ojos un momento,mientras el viento atraviesa las ramas del parque con suavidad,y dejar que nos contagie el embrujo de los sueños que nunca abandonan la villa.
(Carlos Balmaceda/Toledo con Todo)
-Victoria Ramona Rufina Ocampo Aguirre (1890/1979)
sus padres fueron:
.Manuel Silvino Cecilio Ocampo Ocampo,(1860/1931),hijo de:
Manuel Anselmo Gregorio Ocampo Lozano,(1833/1917) y Angélica Gabriela
.Ramona Maximina Aguirre Herrera,(1866/1935),hija de:
Emiliano Camilo Esteban de Aguirre Ituarte,(1821/1886) y Ramona Dolores Herrera Díaz Herrera,(1838/1902)
Victoria tuvo 5 hermanas:
.Angélica María Ocampo Aguirre,(1891/1980)
.Francisca María Ocampo Aguirre,(1894/–)casada con:
Benjamín Agustín Carmelo García Victorica,(1891/1972) con el que tuvo 2 hijas
Silvia Angélica García Victorica Ocampo
Victoria Francisca García Victorica Ocampo,casada con:
Vladimir Irman
.Rosa Ocampo Aguirre,(1896,París,Francia/1968),casada con:
Juan Carlos Bengolea Arning,(1892/1970),con el que tuvo 4 hijos:
Juan Carlos Bengolea Ocampo,casado con:
María Noemí Pereda Lastra,con la que tuvo 4 hijos:
Santiago Vicente Bengolea Pereda
Dolores Bengolea Pereda
María Bengolea Pereda
Rosa Bengolea Pereda
Abel Manuel Bengolea Ocampo,casado con:
Angélica de Gainza Castro,con la que tuvo 4 hijos:
Alberto J. Bengolea Gainza
Miguel Francisco Bengolea Gainza
Angélica M. Bengolea Gainza
Victoria C. Bengolea Gainza
Rosa María Bengolea Ocampo,casada con:
Alfredo Saturnino Zemborain Dose,con el que tuvo 5 hijos:
Claudia Zemborain Bengolea
María Zemborain Bengolea
Lila Zemborain Bengolea
Ana Zemborain Bengolea
Rosa Zemborain Bengolea
Angélica Rosa Bengolea Ocampo
.Clara María Leonor Ocampo Aguirre,(1898/1911)
.Silvina Inocencia Ocampo Aguirre,(1903/1993),casada con:
Adolfo Vicente Perfecto Bioy Casares,(1914/1999),con el que tuvo una hija:
Marta Bioy Casares Ocampo,(1954/1994)
-Victoria,se casò el 8-1-1912 con:
Luis Bernardo del Corazón de Jesús Estrada Gondra,(1881/1933),cuyos padres fueron:
Juan Bautista de Estrada Perichón de Vandeuil,y Augusta Gondra Alcorta.
En realidad Marta Bioy Ocampo no era hija de Silvina Ocampo, quien no podía tener hijos y para cuando nació Marta ya tenía más de cincuenta años. Marta había nacido en EE-UU. y la trajeron en uno de sus largos viajes. Era hija de Bioy y de una señora, según cuenta Jovita Iglesias en un libro. Jovita estuvo 50 años al servicio de Bioy y Silvina.
El libro mencionado en mi anterior comentario es “Los Bioy” (Tusquets Editores – 2002) y está firmado por Jovita Iglesias y la escritora Silvia Renée Arias.
Silvina Ocampo & Adolfo Bioy Casares: extraña pareja.Ella le llevaba once años,y desde que lo viò por primera vez,vestido de blanco,apuesto y hermoso como un dios,ya no pudo dejar de pensar en él.Se casaron y formaron una pareja particular.Ella,extraña y celosa,perdonaba todas las infidelidades de un hombre que,a pesar de todo,la adoraba.Siempre tiene frío.Esta noche,para sentarse a la mesa se volverá a envolver en su tapado de piel de tigre.Ha mandado encender la calefacción,pero no demasiado.Para qué andar gastando;cuanto menos tenga que abrir las bolsas de plástico llenas de plata guardadas en el ropero,mejor será.
Desde la muerte de Marta,su mujer,el padre de Adolfito vive con ellos. Cada día,al regresar de su bufete de abogado,se cambia de arriba abajo para pasar al comedor,se sienta ceremoniosamente en el lugar indicado y come mirando el plato,esquivándole a ella la mirada y sin sumarse a las risas de Adolfito y de Borges: Georgie.Por suerte para ella vendrán los Pepes;Pepe Bianco,el escritor,y Pepe Fernández,el muchachito risueño que toca el piano,el amigo de Wilcock.A los Pepes y a Johnny (para ellos Wilcock siempre será Johnny)los hace venir para alivianar el aire,para no estar aislada;su suegro por su lado,Adolfito con Georgie por el suyo, y ella, sola.Nada ha cambiado desde que era la hermana feúcha,la menorcita aplastada bajo el peso de las otras: Victoria,la brillante;Rosa,Pancha y Angélica,con su fama de ser la más inteligente de las cinco (la sexta ha muerto hace tiempo).Salvo Victoria,que reina majestuosa en San Isidro,sus hermanas siguen viviendo cerca,cada una en su piso, y ella arrinconada en el suyo. La calle Posadas prolonga la casa natal de la calle Viamonte.A falta de lugar en la banda poderosa de sus hermanas,Silvina siempre ha andado escabulléndose por los rincones,espiando,curioseando a los pobres,a los raros.Ahora podría compartir las rarezas de Georgie y Adolfito,pero algo en ella se resiste a divertirse igual.Sus rarezas no son las mismas.Anoche se han reído juntos los dos durante toda la comida,imaginando colores cambiados.”¿Y si el cielo fuera verde?”,decía Georgie.Ja,ja.”¿Y si el pasto fuera violeta?”,decía Adolfito.Ja,ja,ja.En ese momento,hasta la seriedad inabordable del suegro le ha resultado más afín que esos chistes de nenes genios.El suegro a ella no la quiere.Primero no la quiso por su amistad con Marta, demasiado íntima para su gusto. Pero el colmo para él fue asistir impotente al casamiento de su hijo, bellísimo,talentosísimo,riquísimo,con la feaza de los Ocampo,que tenía tanta plata como él,pero que le llevaba sus buenos años(las respectivas fechas de nacimiento,1903,1914,aún le suenan a insulto).Silvina no podrá hacerlo abuelo.La concentrada y oscura bronca ni siquiera se le calmará cuando Adolfito y Silvina viajen a Pau,Francia,para buscar a Marta,la hija.Se estremece sin pausa,tal vez de miedo.Esa tarde ha visto a Alejandra,la poeta.Alejandra Pizarnik.Con Alejandra se ríe, pero comparte sobre todo el temblor.Ella también es una criatura feíta y abandonada.Por eso la ama: otra nena genial,pero habitante de una región profunda que no acepta risitas de niños bien.No es que Alejandra sea compungida ni solemne,es que sus enigmas no son un juego.Los de ella tampoco.Enigmas espeluznantes de verdad,porque rozan la muerte: ¿qué son los cuentos de Silvina sino pequeños sepulcros adornados con plumas y piedritas,rituales de niña mala que ha matado un insecto y le rinde honores?.La primera vez que lo viò,en 1933,en casa de Marta, Adolfito llevaba una raqueta de tenis.Su belleza le resultó una puñalada.A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos.Pero algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible revelaban su desamparo. Silvina en eso no era diferente de cualquier otra mujer: podía resistirse a la salud,a la fuerza;al desamparo no.Por lo demás,en ese rostro tan fino se anunciaba un rasgo futuro,al que tampoco se resiste ninguna mujer: con el tiempo,a ambos lados de la boca,los músculos se le dibujarán con nitidez,labrándole dos surcos que no aludirán a vejez, sino a virilidad.Poco tiempo después,el muchacho estatuario publicaba La invención de Morel.Le propuso casamiento siete años más tarde.Ella se preguntó por qué razón la elegía,elegante,graciosa,creativa y Ocampo,pero madura,nada linda y de una sexualidad incierta.Sospechó que la elegía por razones literarias y,más oscuramente,para acercarse a su madre por caminos oblìcuos.Después ya no se preguntó más nada: Adolfito y Silvina se convirtieron en ese monstruo de dos cabezas llamado pareja.Aunque cada uno de los dos existió por separado-él con su guirnalda de amores,ella también enguirnaldada pero menos,apartada y secreta,jugando a las escondidas,como siempre-,los dos existieron en conjunto.En la pareja de Silvina y Adolfito cabían muchos.No por eso dejaban de ser la criatura bifronte denominada los Bioy.Silvina sabe todo,acepta todo y se calla,pero tiembla sin pausa.Tiene terror de las noches en las que él tarda en llegar.Para espiarlo,pone una silla delante de la puerta.El correrá la silla al abrir,y ella al oír el ruido se volverá a la cama a hacerse la dormida.Sentirse ridícula no disminuye la quemazón de la rabia.Quizá Georgie tenga razón cuando dice: “Yo sospecho que para Silvina Ocampo,Silvina Ocampo es una de las tantas personas con las que tiene que alternar durante su residencia en la Tierra”.Nadie podrá afirmar nunca cómo es Silvina;a lo sumo podrán preguntar: ¿cuál de ellas? Algunas Silvinas,por desgracia,se reconocen entre sí: la que al ver a Adolfo Bioy Casares con su raqueta de tenis sintióque su belleza la apuñalaba es la misma que por las noches espera su regreso,temiendo que alguien esta vez consiga retenerlo y ella lo pierda.Su cuarto está caldeado,pero se estremece como nunca.Puede entenderlo todo,hasta que Adolfito la traicione con su propia sobrina. Pero no hay adivino que no tiemble,y Silvina adivina lo que vendrá. Como si ya intuyera el peligro que representará para ella el amor de Adolfito por Elena Garro.La mujer de Octavio Paz,excelente autora de cuentos fantásticos,escribirá una novela titulada Recuerdos del porvenir.Silvina siempre ha tenido recuerdos del porvenir.Ahora cree recordar un futuro en el que Adolfito se habrá ido con la escritora mexicana,y entonces mete la cabeza entre sus pieles de fiera frágil.Si por lo menos Adolfito y ella hubieran continuado escribiendo de a dos. Si ella le hubiera demostrado que su guirnalda podía ser de mujeres, pero jamás de escritoras.Si ambos se hubieran convertido en otro monstruo de dos cabezas,pero esta vez literario: un Bustos Domecq formado por ambos Bioy.Al principio lo ha intentado: en 1946,Silvina ha escrito con Adolfito una novela policial de título elocuente,Los que aman odian.Ha sido una parodia,porque está escrita en broma,y porque Silvina se ha esforzado en adaptarse a los misterios de Bioy,que se resuelven gracias a una trama rigurosamente controlada,mientras que los de Silvina quedan flotando.Imposible competir con Georgie en ese terreno;la complicidad literaria ya no ha sido con ella,sino con él. ¿Pero entonces a ella qué terreno le queda,salvo escribir lo suyo en soledad?.Esa noche de 1954,Silvina entra en el comedor envuelta en sus tigres,como una actriz adulada que en el fondo se muere de timidez.El suegro,Georgie,los Pepes y Adolfito la esperan desde hace rato.Se levantan,corteses.El cocinero de toca y el maître d’hôtel de guante blanco que presenta la bandeja se han esmerado: el soufflé está en su punto,la comida transcurre como siempre,ritual inamovible en el que Georgie y Adolfito comparten ese sentido del humor que a ella la cansa. Como siempre también,después del último bocado el suegro se despide y Adolfito se retira con Georgie al salón del café.Los Pepes la rodean inquietos.Son los únicos que se han dado cuenta de su inusual palidez. Silvina cae desvanecida.Hay corridas y gritos;Adolfito se asoma con la cara desencajada.Se la llevan alzada,llaman a un médico que diagnostica meningitis.Abrazado a sus amigos,Adolfito llora como un chico repitiendo: “Pero yo qué voy a hacer si Silvina se va,qué voy a hacer sin Silvina”.Ella no puede oírlo.Si lo oyera entendería que su marido nunca se irá, porque sencillamente la adora.Poco tiempo después viajaron a Pau para buscar a la nena,Marta,nacida tres meses antes.Un viaje del que Silvina regresaría convertida en madre legal.Cosa inesperada,la hija de Adolfito con esa presunta costurera que cumplió con su pacto de hacer mutis por el foro,a Silvina se le metió en el alma.(Cuando con el tiempo lleguen los nietos,Florencio,Lucila y Victoria,se mostrará igual de cariñosa).Nadie la había creído capaz de sentimientos maternales,ni siquiera ella misma,y sin embargo sí,los tuvo. Al principio lo hizo por Adolfito: él deseaba hijos y le rogó que hiciera de madre de este bebé.Después lo hizo porque Martita le cayó bien.Descubrió el placer de celebrarle los cumpleaños,de llevarla al Zoológico.Y se rió durante años del día en que enfrentó a la beba por primera vez.Estaba colorada hasta las orejas y,de puro nerviosa,dijo la primera zoncera que se le ocurrió: “Qué naricita más chica tiene, ¿no será homosexual?” “No-le contestó Adolfito,muy serio,como si la pregunta le pareciera de lo más atinada-;es que es ñatita”.Extraña Silvina.Extraña relación de pareja que no se pareció a ninguna,pero que lejos de ser una tranquila amistad fue un agitado amor.Silvina Ocampo murió en 1994.Veinte días después de su muerte,su hija Marta murió atropellada por un automóvil.Bioy Casares las sobrevivió cinco años. Finalmente,había sido Silvina la que lo había abandonado a él.Cuando se hizo evidente que ella se tropezaba con las cosas,con las ideas,él contrató a unas cuidadoras encargadas de vigilarla.De creerle a su mucama Jovita,testigo de una de las Silvinas que compusieron a Silvina, la anciana señora no se lo perdonó.Nunca más volvió a hablarle. Arrodillado ante ella,el viejo señor le suplicaba llorando como un chico,igual que en 1954: “Silvinita,por favor,contestame,dame un beso, Silvinita,no me dejes aquí”.Ella le daba vuelta la cara,por una vez de viaje sin él.(Alicia Dujovne Ortiz/La Naciòn/6-2-2005).
Fabián Bioy Casares-El fallecimiento.
Dolorosamente ha repercutido en ambientes culturales la noticia de la muerte de Fabián Bioy Casares,a los 40 años,hijo del recordado escritor Adolfo Bioy Casares,fallecido el sábado último en París,donde residía desde 1989.Graduado de abogado,se radicó en Francia,donde trabajaba en un estudio jurídico,y anteriormente había vivido un tiempo en Madrid. Allí se había desempeñado en la galería Theo.Tras la muerte de su padre,en Marzo de 1999,se hizo cargo del legado literario del autor de “La invención de Morel”,junto con los nietos del escritor,hijos de Marta Bioy Casares,fallecida en un accidente en 1994,cuando su padre vivía.Fabián Bioy Casares había nacido de una relación de su padre con Sara J. Demaría.Mantuvo siempre un trato muy cordial con el escritor, aunque sólo a los 18 años,a partir del testimonio de dos amigos,supo de la relación filial que lo unía a su padre,quien luego reconoció el vínculo.Tras la muerte de Silvina Ocampo,esposa del escritor,y de su hija Marta,a quienes Fabián nunca conoció,los encuentros entre padre e hijo se hicieron más frecuentes.Según relató en una entrevista publicada hace unos años en La Prensa,Fabián Bioy Casares consideraba que “Dormir al Sol” era el libro preferido de todos los textos escritos por su padre.La primera vez en que se los vio juntos en público fue en 1997 en París,en la presentación de la obra de teatro “Lluvia de Fuego”,de Silvina Ocampo,cuando un fotógrafo se le acercó para tomarles una foto y Adolfo Bioy Casares presentó a Fabián como su hijo.Al año siguiente,lo reconoció legalmente y Fabián adoptó el apellido Bioy Casares.(La Nacion/16-2-2006).
Los Bioy-La guardiana de los secretos-
Jovita Iglesias fue durante más de medio siglo ama de llaves en la casa de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.Pero,en verdad,se convirtió en una especie de hija,hermana menor y madre adoptiva de ambos.Ahora, cuenta la vida cotidiana del matrimonio literario más importante de la Argentina en Los Bioy,un libro de memorias que escribió con Silvia Renée Arias.El resultado demuestra de un modo apasionante que la pareja de escritores fue fiel a sus estilos y a sus temas recurrentes sobre todo en la realidad.Durante más de medio siglo,Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo formaron el matrimonio literario más destacado de la Argentina.Tenían todo para sumir en la fascinación a sus colegas escritores,pero también al mundillo artístico y social de Buenos Aires. Autor de primer orden,amigo íntimo de Jorge Luis Borges y uno de los hombres más atractivos de Buenos Aires,Bioy-a quien le cabía como a pocos el título de la novela de Drieu La Rochelle,El hombre cubierto de mujeres-era,por si fuera poco,rico y pertenecía a una de las familias más prestigiosas de Buenos Aires.Silvina,por su parte,cuentista,poeta notable y hermana menor de la olímpica Victoria Ocampo,la fundadora de la revista Sur (un parentesco que no la alegraba demasiado),tenía una fortuna quizás aún mayor que la de Adolfito (como todos llamaban a Bioy),una prosapia que se remontaba a la época de la Conquista y un encanto irresistible que hacía olvidar lo que ella consideraba su “fealdad”.Los Bioy convirtieron sus sucesivas casas (la de Santa Fe y Ecuador,y la de Posadas) en centro de reunión de los hombres y mujeres más talentosos de Buenos Aires.Alrededor de la pareja se formó un círculo que desafiaba las convenciones porteñas y se regía por un código propio.Hoy,la mayoría de quienes lo integraron han muerto y muy pocos pueden rendir testimonio sobre las costumbres de esa especie de Bloomsbury local.Pero hubo un testigo privilegiado de lo que ocurría en el hogar de los Bioy: Jovita Iglesias de Montes Blanco,que trabajó y vivió con ellos durante medio siglo.Servidora,pero también íntima amiga,especie de hija,hermana y madre adoptiva de esa pareja cuyo carácter excepcional captó desde que los conoció en 1949,Jovita representó para Adolfito y Silvina lo que Céleste Albaret para Marcel Proust: el contacto con la realidad cotidiana.Ahora Jovita Iglesias cuenta la relación que la unió a sus “señores” en Los Bioy,el libro en que la periodista y escritora Silvia Renée Arias recoge las declaraciones de su amiga.Silvia Renée Arias trató a Bioy Casares durante los últimos cinco años de la vida del escritor.En ese lapso,se ganó la confianza de Jovita,lo que no es fácil,y fue tejiendo una sólida amistad con ella Por eso,tiempo después de la muerte de Bioy, Jovita la eligió para contar la historia de los cincuenta años de entrañable relación con Silvina y Adolfito.Por las historias que se cuentan (no por el estilo,directo y de una gran llaneza),el libro parece una obra escrita por Silvina Ocampo con la colaboración de Bioy Casares: una curiosa y apasionante cruza entre el culebrón mexicano y una comedia de Hollywood aderezada quizá con muchos toques del estilo de Groucho Marx.Los amores contrariados,la crueldad,la inteligencia, las pasiones desatadas,los celos corrosivos y el humor delirante se suceden en todas las páginas Aunque se habla poco de literatura y los grandes escritores son apenas la excusa para unas pocas anécdotas,el relato,que sigue los hechos simples de la vida diaria,muestra de un modo sesgado las raíces que nutrían la literatura de Silvina y de Adolfito.Más aún,las anécdotas revelan que la vida de los Bioy estaba teñida de esos estilos literarios,sobre todo del estilo de Silvina,y en los episodios narrados,que por momentos parecen extraídos de alguno de sus cuentos,uno reconoce a menudo las trazas del argumento de muchos de ellos.La historia misma de Jovita Iglesias antes de conocer a los Bioy tenía suficientes elementos literarios para satisfacer la fantasía de Silvina.El romanticismo de las novelas populares y las costumbres de las clases humildes en España brotaban entonces,como hoy,de las palabras de Jovita,que parecían pensadas para cautivar a la argentina. “Jova”,como la llamaban los Bioy,nació el 13 de Septiembre de 1925 cerca de Orense,Galicia,y llegó a la Argentina el 22 de Noviembre de 1949.Dejaba atrás,o más bien,en suspenso,un amor contrariado,pues en su pueblo,Jovita se había enamorado de un joven estudiante de medicina, César Arias Alvarez,heredero de una gran fortuna,cuyo padre se oponía a ese matrimonio por la diferencia social.César,en realidad,no hacía sino repetir la historia familiar.De joven,su padre se había enamorado de una mucama,había debido combatir la oposición de los suyos para poder casarse con la que sería la madre de César e irse de su casa española a México donde,por cuenta propia,se había hecho rico antes de volver a España.Años después los padres de César,olvidados de aquel pasado, habían decidido que el muchacho se fuera a México para terminar su carrera de médico y apartarlo de su novia.Jovita había partido para América porque pensaba que desde el extranjero le sería más fácil eludir los obstáculos familiares y unirse por fin a César.No fue así porque unos anónimos arteros enviados a César y a Jovita lo impidieron. Nunca se supo si esos anónimos habían sido enviados por la propia Silvina Ocampo o por Basilisa,una tía de Jovita,ambas temerosas de perder a la muchacha.En la Argentina,Jovita se fue a vivir a la casa de su tía Basilisa “Basi” de Vázquez,una mujer sin hijos,que más que amar idolatraba a su sobrina.Un mes después de llegada la muchacha a Buenos Aires,”Basi” le anunció que la llevaría a conocer a una de las mujeres más importantes del país,Silvina Ocampo.Los Bioy vivían entonces en un edificio de diez pisos en Santa Fe y Ecuador.Ocupaban los cinco pisos superiores y el primero,donde había una pileta de natación cubierta y un estudio en el que Silvina pintaba y escribía.”Basi” había conocido a Silvina a través de una cuñada suya.Desde chica,la menor de las Ocampo, atraída por el mundo menos convencional y más directo de las dependencias de servicio que aparecen a menudo en sus libros,trababa estrechas amistades con los servidores. La poca simpatía que tenía por su hermana Victoria,trece años mayor que ella, se debía no sólo a que ésta fuera una “mandona”,como Silvina y Bioy la calificaban,sino al hecho de que,en la niñez,le había arrebatado a su niñera,Fani,la persona que Silvina más quería después de sus padres.Cuando Victoria se casó se llevó con ella a Fani y Silvina jamás se lo perdonó.Jovita recuerda con precisión el primer encuentro con su señora: “Silvina llevaba puesto un camisón y deshabillé de nailon.Calzaba chinelas.Pero tenía tres gruesas gargantillas de oro,a cual más linda,y tres pulseras haciendo juego.Sabría después que dormía con esas alhajas, especialmente diseñadas para ella,porque tenían un broche de seguridad que ni ella sabía abrir”.Silvina,por su parte,le dijo a “Basi”: “Ah,te felicito,qué suerte tenés de tener una sobrina tan linda… Pero tené cuidado porque un día te la voy a robar”.Fue lo que hizo sin perder un minuto.Como “Basi” tenía que hacer una construcción en su casa y los Bioy iban a hacer un largo viaje a Europa,Silvina le propuso que se instalara,con su marido y su sobrina,en Santa Fe y Ecuador.De esa manera,se evitarían incomodidades y podrían vigilar al personal y cuidar los departamentos.Eso sí,tendrían que hacerlo de inmediato,al día siguiente,porque Silvina deseaba estar en compañía de Jovita algún tiempo antes de irse al extranjero.”Silvina era así-comenta Jovita-, quería que las cosas se hicieran ya.El señor era igual.No podía esperar”.Los tíos y la sobrina se instalaron así en casa de los Bioy. Afortunadamente,Adolfito también quedó encantado con Jovita,a la que, por otra parte,le encontraba mucho parecido con su madre,Marta Casares, que había sido íntima amiga de Silvina antes de que ésta se casara con su hijo.Desde el comienzo,Jovita fue víctima involuntaria de las exageraciones y del poco sentido práctico de su señora Cuando los Bioy se fueron de viaje,Silvina dio instrucciones de que pusieran 25 kilos de naftalina en el vestidor donde guardaba sus zapatos y los tapados de piel.Jovita dormía cerca de ese lugar y pronto cayó víctima de una melancolía y de una languidez invencibles.Más tarde supo que era alérgica a esas esferas blancas y terriblemente olorosas.Las dosis masivas y diarias de naftalina la atontaban como si fuera una polilla más.Los celos,la necesidad de apoderarse de los seres queridos y de manejar sus existencias son temas recurrentes en la obra de Silvina Ocampo,pero también lo fueron en su vida.A poco de vivir en casa de los Bioy,una noche,Jovita recibió la visita de la señora,que le confesó que nunca podría darle un hijo a Adolfito.Recuerda que le dijo “Lo voy a perder porque él quiere tener uno” y le contó que junto con Bioy se habían planteado la posibilidad de adoptarla.Jovita tenía entonces 23 años y quedó perturbada por esa proposición: “Me puse a llorar,le dije que no entendía y que no cambiaría nunca a mi madre pobre por una madre rica.”Silvina se quedó callada un momento y luego dijo: “Mirá si yo sabía a quién estaba eligiendo”.Años más tarde,los Bioy se pusieron de acuerdo para adoptar una hija biológica de Adolfito y una de sus amantes.Bioy había tomado esa decisión porque genuinamente deseaba tener descendencia,mientras que Silvina lo hacía porque temía perder a su esposo.Esa hija fue Marta Bioy.La diferencia entre el deseo de Adolfito y el de Silvina no dejaría de tener consecuencias en la vida cotidiana de la familia.Del libro de Jovita Iglesias y Silvia Renée Arias se desprende que siempre hubo entre Silvina y Marta una barrera, algo no dicho que contaminaba la atmósfera del hogar.A pesar del cariño que existía entre madre e hija adoptivas,era obvio que Marta representaba para Silvina la prueba viviente de una frustración y del hecho de que la voluntad de perpetuarse de Bioy había sido más fuerte que el pacto establecido con su esposa.La escritora,demasiado celosa para olvidar,se cobraba en detalles mínimos los recuerdos dolorosos, muchos de los cuales después se convirtieron en origen de sus cuentos y poemas.Adolfito,uno de los hombres más apuestos y seductores de Buenos Aires,adoraba a las mujeres.Silvina 11 años mayor que él,se consideraba fea(salía poco porque,según le explicaba a Jova,”¿adónde voy a ir con esta cara?”)y el hecho de haber conquistado a uno de los ejemplares masculinos más codiciados de la Argentina representaba para ella un triunfo envenenado.Debía defender su trofeo hasta de sus amigas más íntimas y,con frecuencia,era derrotada.Los Bioy disfrutaban mucho juntos,compartían intereses literarios,cierto tipo de humor y se burlaban de las convenciones.Vivían,como decía Victoria Ocampo, en una “torre de marfil,si es que alguna vez existió algo así”.Silvina aceptó como algo inevitable que él tuviera amantes.Hasta podría decirse,según conjetura Jovita en el libro,que las aventuras superficiales no la afectaban,siempre que no amenazaran esa extraña unión.Los temores de Silvina respecto a su marido no se debían sólo a sus rivales amorosas. También temía que lo raptaran para pedir rescate o que tuviera un accidente.En la vida en común,habían establecido una rutina.Después de almorzar y de una breve siesta,Bioy salía para ir al cine o para encontrarse con sus amigas pero debía regresar a la hora de la cena. Si Bioy se retrasaba,Silvina empezaba a dar vueltas alrededor de la puerta de entrada,inquieta y asustada,esperándolo.Un día,resolvió colocar un sillón frente al ingreso del departamento para poder aguardar más cómoda.Allí se instalaba.Tenía un oído privilegiado que le permitía oír cuando se abrían las puertas del ascensor en la planta baja. El amor y la ansiedad la habían llevado a identificar el ritmo y la fuerza con que Bioy abría y cerraba esas puertas.En cuanto se daba cuenta de que él estaba abajo,se levantaba del sillón y se perdía en alguno de los numerosos salones de la casa.Adolfito no se enteró nunca de ese ritual, que ahora revela este libro.Por su parte,Silvina también tenía relaciones amorosas con otras personas,como el mismo Bioy,cuidadoso de que su esposa no quedara como una de las tantas mujeres víctimas de sus maridos,declaró en una entrevista.Una carta de Alejandra Pizarnik a Silvina,que apareció en la correspondencia de la primera,publicada por Ivonne Bordelois,parecería probar que entre las dos escritoras hubo una relación más que amistosa.Jovita niega que Silvina haya tenido amores lesbianos,así como Céleste Albaret negó que Proust hubiera tenido hombres como amantes.Dice Jovita: “Nunca vi nada sospechoso en ese sentido.Venían a casa muchas amigas íntimas de la señora,pero yo nunca supe que ella tuviera esas mañas”.Así como en las tragedias clásicas los servidores son los confidentes de los amos,así como la Fedra de Racine se confiesa a Oenone,Silvina confiaba sus dudas más íntimas a Jovita.No podía prescindir de ella.Temía que se la arrebataran o que ella se fuera,ávida de libertad.Con el tiempo,Jovita se casó con José “Pepe” Montes Blanco,un compatriota al que había conocido en España y reencontrado en Buenos Aires.Aunque Pepe no tenía la mansedumbre de su esposa,Silvina,por supuesto,logró también cautivarlo.Se valió incluso del rechazo del hombre a volver a España para evitar que Jovita, siempre nostalgiosa de su país,pudiera concretar ese retorno.Con todo, Jovita relata un episodio alarmante.Un director de cine argentino radicado en Europa,encariñado amistosamente con ella,se escandalizaba de que los Bioy nunca le hubieran pagado un pasaje para que pudiera visitar su terruño.Más aún,le prometió que él se lo regalaría.Silvina escuchaba esos diálogos con bastante disgusto pero sin comentarios hasta el día en que el director le pidió los documentos a Jovita para hacer las reservas en un barco o en un avión.La reacción de Silvina no se hizo esperar.Le dijo al amigo entrometido en presencia de su entrañable servidora,que hoy recuerda aquel momento: “Te odio.Si Jovita se va a España,aquí no venís más.Tu amistad conmigo se cortó en este momento.Porque me estás sacando lo que más quiero”.Así fue como Jovita jamás regresó a España.Más adelante,el cineasta le enviaba cartas a Silvina y en el interior de los sobres incluía una hoja de saludos para Jovita.Silvina jamás se las diò.Jovita se enteró porque,en cierta ocasión,el director, de visita en casa de los Bioy,le preguntó: “Jovita,¿por qué no contestás nunca con una palabrita a mis mensajes?”.
Cautivos del pasado.Los hechos dramáticos que abundan en Los Bioy se hallan compensados por los momentos de felicidad sin nubes que Silvina y Adolfito,Pepe y Jovita pasaban en la estancia de Pardo y en Villa Silvina,la casa de los Bioy en Mar del Plata.Allí,disfrutaban del campo,del mar y de la amistad.La confianza entre los dos matrimonios era tan absoluta que en cierta ocasión en que los Bioy partieron hacia Europa,se olvidaron de dejar dinero a Jovita y a Pepe.No sólo,por distracción,no les habían pagado sus sueldos desde hacía tres meses, tampoco les entregaron la suma que necesitaban para llevar adelante la casa.Los Montes debieron recurrir a Genca,una de las sobrinas de Silvina,que también había sido amante de Adolfito,para poder pagar los gastos indispensables.Como Jovita y Pepe habían pasado a ser los más estrechos miembros de la familia,los Bioy se olvidaban de pagarles.A los parientes,uno no les paga.Silvina le hizo jurar a “Jova” que nunca la dejaría y que,si ella,como suponía,moría antes que Adolfito,tampoco dejaría a Bioy.Jovita lo juró.Silvina fue más allá.Le pidió que,en los momentos extremos de su vida,ella la alimentara y le diera su último bocado.Quiso la casualidad que fuera así.Jovita les diò los últimos bocados a Silvina y a Adolfito.Del mismo modo que los Bioy se olvidaban de pagar el sueldo a los Montes,tampoco los recordaron en sus testamentos,a pesar de que en repetidas oportunidades,cuenta Jovita, habían querido regalarles valiosas propiedades.En la Argentina,uno no necesita hacer testamento para legar a los familiares directos.Claro que los Montes no lo eran.Afortunadamente,Fabián Bioy Casares,el único hijo sobreviviente de Adolfito,fruto de otro de sus amores,dispuso que Jovita y Pepe recibieran un dinero con el que pudieron comprarse un pequeño departamento.Los dos ambientes donde hoy viven los Montes se encuentran casi completamente invadidos de cajas aún cerradas que contienen los recuerdos,las cartas,los papeles que fueron acumulando durante medio siglo de vida en común con sus señores.Todavía después de muertos,los Bioy los acompañan.Como en un cuento de Silvina,esas cajas invasoras los mantienen cautivos de un pasado deslumbrante,dramático y risueño a la vez,en el que aparecen,siempre vistos desde el ángulo de las dependencias de servicio,personajes como Borges,Manuel Puig,Mujica Lainez,Octavio Paz y su esposa,la bellísima Elena Garro (también amante de Bioy).Esa pila sellada de memorias,que el departamento apenas puede cobijar es un símbolo de los secretos más ardientes sobre los que Jovita todavía hoy guarda un silencio ejemplar.Una vez más,Silvina, clarividente,acertó: “Mirá si yo sabía a quién estaba eligiendo”. .
Hugo Beccacece/La Naciòn/Sup.Cultura).
…Silvina no podía quedar embarazada.A Jovita le habría confesado que tenía una recomendación médica para realizarse una pequeña operación y solucionarlo,pero que no se animaba.En sus historias,muchos de los personajes que ocupan el nudo serán niños.Italo Calvino encontrará en ellos “una ferocidad que siempre tiene que ver con la inocencia”.José Bianco,ya en la lectura de su primer libro,advertirá que Silvina “elige a los seres humildes,los simples de entendimiento y de corazón,los que están más próximos a los niños”.Pezzoni avanzará,tras citarlo,al decir: “Una diversa forma de moral puede insinuarse como explicación realista del proceso textual: la culpa.Silvina Ocampo,como sujeto anterior al texto,denunciaría oblicuamente el orden social al que pertenece,el orden que condena a la sumisión o a la marginalidad”….En 1954,los Bioy viajarían a Pau,Francia,para buscar a Marta (le pondrán el nombre en homenaje a la abuela): una recién nacida,hija extramatrimonial de Adolfo.“La casualidad existe y a veces conviene”.La madre biológica vivió un tiempo en Buenos Aires,y recibió a la nena en visitas hasta que se enamoró de un Colombiano y se fue con él a ese país.Desde entonces,Marta le daría trato como madrina,si bien su abuela de sangre jamás dejaría de ir a sus cumpleaños.Silvina le diò su apellido también,y la crió como su hija,con enorme cariño.“Amar a alguien no es bastante y quizá por previsión,para no perder lo amado,aprendemos a amar todo aquello que lo rodea cuando estamos con él”.Bioy tendría todavía otro hijo extramatrimonial.“El amor como el odio no es siempre prefecto”.“Silvina sabe todo,acepta todo y se calla,pero tiembla sin pausa.Tiene terror de las noches en las que él tarda en llegar.Para espiarlo,pone una silla delante de la puerta.El correrá la silla al abrir y ella al oír el ruido se volverá a la cama a hacerse la dormida. Sentirse ridícula no disminuye la quemazón de la rabia”,agrega, completando el cuadro, Dujovne Ortíz.Elena Garro,una de las grandes escritoras mexicanas del siglo XX,la excéntrica mujer de Octavio Paz que criaba gatos de a docenas,se enamoró también de Bioy Casares: “Estuvo cerca de dejar a Silvina Ocampo por ella y eso que Elena seguía casada con Paz”,dice la crítica Lucía Melgar.“Están en Princeton las cartas de Bioy que dan fe de esa relación”.Hay un poema que Silvina le dedica a Octavio: “El amor que solo es un espejo”,aparece como verso ahí….(fuente: Valeria Tentoni)
Los Bioy,(editorial Tusquets)-
Como decía mi tía Paca: en todas partes cuecen habas.Tusquets editores, la impecable publicó en Argentina,en Junio de 2002,un librito de 186 páginas (con muchas fotos en blanco y negro) titulado Los Bioy.Lo firmaban Jovita Iglesias y Silvia Renée Arias.La primera fue la criada gallega (Orense,España,1925) de la pareja de escritores argentinos formada por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.Y la segunda la periodista (especializada en Formula 1) que puso por escrito los recuerdos y cotilleos de la primera,a la que en la solapa del libro llaman: “ama de llaves,confidente y amiga de ambos”.
El libro,como si de la peor versión del Hola o del Diez Minutos se tratara,no es más que una sucesión de cotilleos,habladurías y maledicencias.Además,algunas de ellas son bastante poco verosímiles. Por ejemplo: Adolfo Bioy Casares (Adolfito en la intimidad del hogar) sería todo lo pichabrava que se quiera (que lo fue),pero siempre fue un caballero y nunca perdió la compostura y la buena educación.(No te rías,Daphne).Por eso,dudo mucho que le contara a Jovita,la criada de la casa,sus aventuras extramatrimoniales,como ella pretende hacernos creer en el capítulo 15 titulado: Bioy,el héroe de las mujeres.Esto es solo un ejemplo.Cuando se publicó este libro,Jovita ya tenía 77 años.Como este blog dista mucho de ser un nido de cotorras y marujas,aunque algunos digan lo contrario,no vamos a repetir los chismes que Los Bioy -esta gran contribución a la historia de la literatura-sacó a la luz para vergüenza y escándalo de los admiradores del gran escritor que fue Adolfo Bioy Casares.Vamos,solo,a reproducir aquí las primeras frases de algunos capítulos.Así ustedes pueden apreciar el tono y la elevada prosa que se gasta en este inclasificable–por ser benévolos-libro.En España solo se publicó,en 2003,un año después,una edición discretita y en bolsillo.Entendemos que este no es el libro del que más orgullosa debe sentirse doña Beatriz de Moura.
Aquí van solo los principios de algunos capítulos con la página y su título:
Pág. 31 Capítulo 3: Una hija en el afecto.
Después,una noche,la señora Silvina se presentó en mi cuarto.Yo dormía profundamente.Estaba allí porque,según dijo,de día no se podía hablar en esa casa y lo que tenía que decirme era un secreto entre las dos.Me senté en la cama y me confesó que desde el primer día que me vió le tuvo envidia a mi tía,porque yo era como la hija que mi tía no había podido tener.
-Yo tampoco puedo tenerlos–me dijo-.Nunca voy a poder darle un hijo a Adolfito y lo voy a perder porque él quiere uno.Según me contò el médico le había dicho que con una pequeña intervención quirúrgica…
Prensa rosa visceral,no me digan…
Pág. 67 Capítulo 8: Tocando el cielo con las manos.
Cuando Diana murió,fue terrible para todos.Habían llegado a quererla muchísimo.Bioy contaba que lo supo porque Silvina pasó a su lado y,con la cabeza gacha y en voz muy baja,le dijo: “Ha muerto”.
Diana era un perro.Perdón: una perra.
Pág. 89 Capítulo 10: La guardiana de la puerta.
En su cuento “Nueve perros”,Silvina escribe acerca de Áyax,el gran danés de Adolfito: “Cuando su amo se iba de viaje,yo tenía que dormir teniéndole la pata,porque su llanto era tan lastimero que me veía obligada a consolarlo de ese modo.“No llore–yo le decía-volverá pronto”
Situaciones similares sucederían algunos años después,cuando debía ser yo quien le dijera a Silvina: “No llore,señora,él volverá pronto”.Él era Adolfito,claro.
Este capítulo no tiene desperdicio.
Pág. 97 Capítulo 11: “Si adivinás qué hay aquí”.
Silvina tenía toda una historia con la ropa.Un día yo me había comprado un chleco muy lindo y ella me vio con él y me lo elogió.“Cómo me gustaría tener uno igual”,me dijo.“Voy a comprarle uno,no ha problema”, le contesté.Pero lo quería inmediatamente (en estas urgencias se parecía mucho a Bioy) y yo,que tenía algo que hacer en ese momento,me demoré un poco.No pasó más de media hora cuando vino a decirme: “Mirá que lindo chaleco tengo”.Le había cortado las mangas a una camisola larga,blanca,con cuello Mao que ella tenía y que le quedaba muy bien, que usaba siempre con pantalones,su prenda preferida.Era una idea descabellada,sobre todo tratándose de una de las camisolas que más le gustaban.
Nota : hemos reproducido íntegro este párrafo por su valor histórico. Departamentos de Literatura Latinoamericana de las universidades de Harvard y La Sorbona: de nada.
Pág. 103 Capítulo 12: Alejandra, un día de Septiembre de 1972.
Fue recién en 1988,al publicar Seix Barral parte de la correspondencia de Alejandra Pizarnik,cuando me enteré de que entre esta poeta y Silvina había habido una relación amorosa.
Lo juro,así comienza el capítulo.
Pág. 115 Capítulo 14: Una nuca peligrosa,un príncipe encantador.
Un día,antes de casarme,cuando yo todavía me escribía con Cesar Arias Alvarez,el mexicano,el señor me dijo:
-Mira como son las cosas.Vos estás enamorada de un mexicano,le escribís cartas,y yo estoy enamorado de una mexicana,a la que también le escribo cartas.Le pregunté,en broma,qué teníamos que hacer;cuál de los dos viajaba y traía al otro.Pero no me dijo su nombre,y para mí era simplemente “la mexicana”.Se trataba de Elena Garro.El señor la había conocido en el hotel George V,en París,en 1949.Ella tenía entonces 29 años,desde los 17 estaba casada con Octavio Paz,y Adolfito tenía 35.Él había comenzado a escribir,en Pardo,El sueño de los héroes.
L’amour… (Violines,please).
Pág. 123 Capítulo 15: Bioy, el héroe de las mujeres.
-Tengo un defecto,Jovita,una debilidad muy grande–me dijo el señor en una oportunidad.Y,sin que yo llegara a decir una palabra,agregó- : Me gustan tanto las mujeres,que si a un palo de escoba lo disfrazaran de mujer,me iría detrás de ese palo de escoba.
Se lo dijo “en una oportunidad”.
Pág. 137 Capítulo 17:Un reflejo en la ventana.
Voy a contar ahora cómo fue que Silvina dejó de dirigirle la palabra a Adolfito.¡Toma ya! Este es el mejor comienzo de capítulo de todos los tiempos.¿O no?
Pág. 155 Capítulo 19: Rutinas de un viajero incansable.
Las desdichas,las tragedias,habían caído todas juntas.Iba a ser duro de sobre llevar,para el señor y para todos en la casa.La muerte de Marta (hija natural de Bioy adoptada por el matrimonio)lo había sumido en una angustia terrible,pero un día me dijo:
-¿Querés que te diga una cosa? Nunca voy a superar la muerte de Marta, pero la impresión que me causó la falta de Silvina…Debe ser porque fue la primera.
Si así son los comienzos de los capítulos,imagínense el resto.
(Patrulla de Salvacion/Dic.2011)