UNA NOTA QUE CONTRASTA CON LOS RESTOS DEL “BRISTOL HOTEL” .
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“…¿Qué es el Bristol Hotel sino un casino? Habitaciones para trescientas personas ampliamente alojadas, salones de baile y de concierto, salas de juego; un servicio inmejorable hecho por los mejores mozos de besas, de frac, correctos, irreprochables, vajilla y cristalería traída de Londres, una cocina excelente; en una palabra, todas las exigencias de la alta vida satisfechas.
Pero hay más: gracias a las severas instrucciones del Sindicato que hizo construir el Bristol, el gerente de este Hotel, lo mismo que el Dr. Luro, no transige en cuanto a la calidad de las familias que solicitan albergue en el vasto establecimiento. No hay temor que en él logren introducirse damas de contrabando. La sociedad congregada allí está a salvo de encuentros desagradables. El mundo del Bristol Hotel es uniforme; pertenecen sus componentes a una misma categoría y se halla exento por consiguiente de contrastes inconvenientes ‘shocking’ según la expresión inglesa.
Por otra parte Mar del Plata se conserva virgen del contrato de esa falange de artistas y de ‘ternuras” de marca, que cual bandada de golondrinas alza su vuelo desde París para detenerse en las playas de Normandía.
El país es bastante rico para alimentar la vida y la animación, no en una sino en tres playas. Calcúlese que solamente en pasajes los turistas de Mar del Plata dejan a la empresa del Ferrocarril del Sud doscientos mil nacionales, y que cada uno de ellos, término medio, no gastan menos de veinte pesos al día en el Bristol Hotel, lo que haría elevar a dos millones la suma total requerida para satisfacer ese capricho de los baños de mar, capricho digno de fomentarse, pues además del placer inocente que proporciona, vigoriza el cuerpo, restauradas las fuerzas del organismo, gastadas en el medio ambiente de la ciudad, con el aire puro de la pampa y la onda saludable de la playa.
Si el género de vida que llevan los bañistas, si a las confortables condiciones del Bristol Hotel, cuya amplia hospitalidad no es posible discutir, si a los conciertos y a la ‘sauterie’ y a ‘la talbe d’hote’, se agrega la variedad novedosa de los trajes y el exquisito ‘pell-mell’ en que se bañan damas y caballeros púdicamente vestidos, se comprenderá que el Ministro de Francia Mr. Rouvier no eche de menos a Trouville y que prefiera Mar del Plata, obligado a elegir entre esta y aquella playa. Digámoslo de una vez. La vida está concentrada para los bañistas en el Bristol Hotel a cuyas comidas, bailes y conciertos acuden también las familias del Grand Hotel.
El comedor es un salón de vastísimas proporciones, cincuenta metros de largo por veinte de ancho. No tiene rival en Buenos Aires, y sólo se le podría comparar en extensión el café de los 36 billares. Las paredes blancas se hallan desnudas de todo adorno. Para el próximo verano estarán decoradas suntuosamente. Ahora, tal cual está, por la noche, iluminado por un centenar de lamparillas incandescentes, reúne alrededor de sus mesas unas trescientas personas, -las damas con sus trajes risueños, frescos, sencillos, sin los adornos que comportan solo las telas de precio, con flores en el corpiño o en el cabello y vestidas para el concierto y la ‘sauterie’ que se efectúan todas las noches; los hombres de jaquet abierto y chaleco blanco, y uno que otro de ‘smoking-coat’, un saco sin solución de continuidad entre el cuello y la solapa, afectando el corte de un frac y ceñido al talle…”
UNA NOTA QUE CONTRASTA CON LOS RESTOS DEL “BRISTOL HOTEL” .
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“…¿Qué es el Bristol Hotel sino un casino? Habitaciones para trescientas personas ampliamente alojadas, salones de baile y de concierto, salas de juego; un servicio inmejorable hecho por los mejores mozos de besas, de frac, correctos, irreprochables, vajilla y cristalería traída de Londres, una cocina excelente; en una palabra, todas las exigencias de la alta vida satisfechas.
Pero hay más: gracias a las severas instrucciones del Sindicato que hizo construir el Bristol, el gerente de este Hotel, lo mismo que el Dr. Luro, no transige en cuanto a la calidad de las familias que solicitan albergue en el vasto establecimiento. No hay temor que en él logren introducirse damas de contrabando. La sociedad congregada allí está a salvo de encuentros desagradables. El mundo del Bristol Hotel es uniforme; pertenecen sus componentes a una misma categoría y se halla exento por consiguiente de contrastes inconvenientes ‘shocking’ según la expresión inglesa.
Por otra parte Mar del Plata se conserva virgen del contrato de esa falange de artistas y de ‘ternuras” de marca, que cual bandada de golondrinas alza su vuelo desde París para detenerse en las playas de Normandía.
El país es bastante rico para alimentar la vida y la animación, no en una sino en tres playas. Calcúlese que solamente en pasajes los turistas de Mar del Plata dejan a la empresa del Ferrocarril del Sud doscientos mil nacionales, y que cada uno de ellos, término medio, no gastan menos de veinte pesos al día en el Bristol Hotel, lo que haría elevar a dos millones la suma total requerida para satisfacer ese capricho de los baños de mar, capricho digno de fomentarse, pues además del placer inocente que proporciona, vigoriza el cuerpo, restauradas las fuerzas del organismo, gastadas en el medio ambiente de la ciudad, con el aire puro de la pampa y la onda saludable de la playa.
Si el género de vida que llevan los bañistas, si a las confortables condiciones del Bristol Hotel, cuya amplia hospitalidad no es posible discutir, si a los conciertos y a la ‘sauterie’ y a ‘la talbe d’hote’, se agrega la variedad novedosa de los trajes y el exquisito ‘pell-mell’ en que se bañan damas y caballeros púdicamente vestidos, se comprenderá que el Ministro de Francia Mr. Rouvier no eche de menos a Trouville y que prefiera Mar del Plata, obligado a elegir entre esta y aquella playa. Digámoslo de una vez. La vida está concentrada para los bañistas en el Bristol Hotel a cuyas comidas, bailes y conciertos acuden también las familias del Grand Hotel.
El comedor es un salón de vastísimas proporciones, cincuenta metros de largo por veinte de ancho. No tiene rival en Buenos Aires, y sólo se le podría comparar en extensión el café de los 36 billares. Las paredes blancas se hallan desnudas de todo adorno. Para el próximo verano estarán decoradas suntuosamente. Ahora, tal cual está, por la noche, iluminado por un centenar de lamparillas incandescentes, reúne alrededor de sus mesas unas trescientas personas, -las damas con sus trajes risueños, frescos, sencillos, sin los adornos que comportan solo las telas de precio, con flores en el corpiño o en el cabello y vestidas para el concierto y la ‘sauterie’ que se efectúan todas las noches; los hombres de jaquet abierto y chaleco blanco, y uno que otro de ‘smoking-coat’, un saco sin solución de continuidad entre el cuello y la solapa, afectando el corte de un frac y ceñido al talle…”
FUENTE : Diario “El Censor” del día 04-02-1889.
Prof. Julián Mendozzi.
Impresionante nota de colección, descripción detallada de la época. Muchas gracias por compartirla !
Sr. Ricardo Diez , gracias a Ud. por su interés en el artículo .
Lo saludo atte.
Prof. Julián Mendozzi.