La Rambla Bristol fue la cuarta de las construídas en la playa del mismo nombre. La primera, de los años 80, fue destruida por el mar en 1890.
La segunda, bautizada por los porteños como Rambla Pellegrini, desapareció en un incendio el 8 de noviembre de 1905. La tercera, cuyo núcleo fue financiado por José Lasalle, el empresario de la ruleta, se inauguró en febrero de 1906, las tres fueron construidas con madera.
Pero desde el incendio de la Rambla Pellegrini había quedado latente la idea de construir sobre la playa un edificio de mampostería y hubo, cuando menos, un proyecto cuya realización no se pudo afrontar en ese momento. Luego de poco tiempo, sin embargo, se iniciaron las diligencias para materializar esa iniciativa, que fueron más o menos contemporáneas de la constitución del Club MdP . Y al respecto, la Ley provincial que autorizaba la construcción de la Rambla fue aprobada por la Cámara de Diputados el 13 de octubre de 1909 y el Senado la aprueba el 1° de marzo de 1910.
Esta Ley facultaba al gobierno a contratar un empréstito de siete millones de pesos, y el Club Mar del Plata tomaba a su cargo la obligación de cubrir el déficit que anualmente pudiera producirse por el servicio del empréstito.
Y cabe aclarar que los alquileres de los locales de la Rambla se utilizarían para pagar los intereses y amortizar la referida deuda. Al poco tiempo, sin embargo, el gobierno provincial integró la Rambla al Ministerio de Obras Públicas y luego al de Hacienda, y tomó a su cargo la garantía asumida en primera instancia por el Club.
Por la citada Ley de 1910 se creó una comisión de caballeros que debía contratar la construcción de la Rambla, recibirla y administrarla. El presidente de la comisión fue Ezequiel Paz y lo acompañaban Jacinto Peralta Ramos, José Luis Cantilo, Jorge Drago Mitre, Adolfo Dávila, Pedro Olegario Luro, Alberto Castaño, Federico Gómez Molina y José Guerrico. Y dejamos constancia de que cinco de los nueve miembros de la comisión, a saber, Ezequiel Paz, J. Peralta Ramos, J. L. Cantilo, P. O. Luro y Alberto Castaño tenían grandes chalets en Mar del Plata, de lo que sólo el del último subsiste, convertido en hotel, en Buenos Aires 2676.
La referida comisión adjudicó la obra a la Sociedad Francesa de Construcción y Obras Públicas, ligada en este caso a la firma porteña Castelo y Picqueres. El arquitecto fue Luis Jamín y la dirección de la obra quedó a cargo del ingeniero Carlos Agote. La piedra fundamental de la Rambla colocada el 2 de marzo de 1911 y el edificio se inauguró el domingo 19 de enero de 1913. Fuente: Arquitecto Roberto Osvaldo Cova-revista Toledo con Todos
Si hubo unas época en la que el país llegó a un apogeo –sea el que hubiere sido- esa época alcanzó una de sus cumbres en 1910, cuando se celebró el Centenario de la Revolución de Mayo. Y Mar del Plata no pudo dejar de reflejar ese clima. En 1910, en efecto, se inauguraron el Club Mar del Plata y el teatro Odeón, en ese año llegó el tren a la Estación Mar del Plata del Ferrocarril del Sud, se bendijo la primera capilla de Stella Maris y el gobierno de la provincia de Buenos Aires aprobó la construcción de la Rambla Bristol. Y la Rambla fue el espejo de la ciudad.
En 1913 creemos poder evocar que habrá sido el clima del llamado balneario cuando empezaron a llegar los veraneantes a partir del día de reyes, que marcaba el comienzo de la temporada. En verano 1910-11 estaba vigente la Rambla Lasalle. En el siguiente se debieron haber complicado algo las cosas porque en la fotografías de la construcción del edificio que tratamos se vislumbra el desmantelamiento del paseo anterior y, en la temporada 1912-1913, todo era nuevo y reluciente y se tocaba el cielo con las manos.
Entrar allí era casi como entrar en un templo. Y cambiando lo cambiable, multiplicando las descriptas impresiones por un número conveniente, algo así habrá sucedido con el paso de la modesta Rambla Lasalle a la deslumbrante Rambla Bristol.
Hay fotografías que muestran el edificio embanderado y tenemos referencias de alguien que escribió sobre el tema diciendo: Ha llegado la fecha indicada para entregar a la admiración popular una de las obras más notables del mundo como sitio de veraneo, la Rambla de Mar del Plata, obra de gusto artístico exquisito y exponente de riqueza y progreso será inaugurada hoy.
Y la ceremonia fue brillante: habló monseñor Terrero, el obispo de la Plata, que bendijo las instalaciones y el nombrado Ezequiel P. Paz –que era propietario del diario La Prensa- pronunció un discurso en el que destacó el significado del edificio. Hubo otros oradores y luego los principales invitados pasaron al local del Ocean Club, donde se brindó con champaña. Los obreros que trabajaron allí tuvieron también su fiesta, pues se congregaron para disfrutar de un almuerzo ofrecido por la Comisión de la Rambla.
No hay en la ciudad planos de la Rambla. En efecto, como pasa con casi todas las obras oficiales o las que , sin tener ese carácter fueron pensadas desde Buenos Aires, como las estaciones ferroviarias, algunas escuelas estatales, los cementerios, algunas obras ribereñas y hasta obras privadas con destinos diversos, no existen en la Municipalidad planos de la Rambla.
Desde hace mucho tiempo los buscamos, pero no hemos podido dar con ellos. Hace algunos meses fuimos, en su busca, con ilusorias esperanzas, a Obras Sanitarias. Esta repartición oficial, heredera de una tradición ingenieril de primer orden, donde cada elemento proyectado debía responder a normas taxativamente establecidas, no podía permitir que una obra de naturaleza de la que tratamos no tuviera planos exactos y aprobados de todos los sanitarios a instalar.
Durante años, frecuentamos los archivos de la entidad en la calle Belgrano.
Y en la calle Güemes, sin embargo, nos informaron –sin saber si hubo allí alguna vez planos de la Rambla- que por falta de espacio todos los planos de lo demolido en la ciudad fueron destruidos. Y solo cabe ponerse de pie y hacer un minuto de silencio.
Conocimos los exteriores de la Rambla desde que tuvimos memoria y vimos cientos de fotografías de ese carácter. ¿Cómo era, sin embargo, la Rambla Bristol? Años de observación de documentos –entre ellos, un par de planos de conjunto y un croquis de los locales de edificio-, y decenas de entrevistas a personas mayores que nos permiten, finalmente, tener una idea global de la obra aunque hay dudas imposibles de aclarar sin planos a la vista.
Y un anticipo general del caso podría ser el siguiente: la Rambla era una larga y estrecha faja de aproximadamente 400 metros de largo y 45 de ancho, compuesta por tres cuerpos, uno central y dos laterales vinculados con el primero por anchas escalinatas. A favor del desnivel existente entre la calle costanera –desaparecida hoy- y el nivel de la arena, el arquitecto Jamín proyectó la rambla con cuatro niveles principales: en el más bajo, sobre la playa, se establecieron los balnearios. Sobre ellos se situaron el paseo –con una zona cubierta y otra descubierta- y los locales principales del edificio.
A media altura de la planta de balnearios corría, unos 40 metros más atrás, la nombrada calle costanera y a ese nivel se abría otra galería cubierta a cuya vera se alineaba otra serie de locales. Sobre estos, en un cuarto nivel, había viviendas accesibles desde los nombrados locales principales. Y finalmente, a un nivel que quizás pudiera haber sido también el último citado, había dos cinematógrafos cuyas cubiertas planas eran las más altas del edificio entero.
Había en el conjunto patios interiores sobre los que tenemos noticias poco claras y presumimos que no eran, precisamente, los puntos más felices del proyecto. Los rasgos más notables de la Rambla, finalmente, además de su larga columnata, eran ocho cúpulas, cuatro sobre el lado del mar, de alto perfil, y cuatro sobre el lado de la ciudad, de planta oval y poca altura.
La planta a nivel de la arena estaba dividida en tres fajas longitudinales. La exterior alojaba principalmente a los balnearios públicos y particulares; la central era un largo pasadizo de 400 metros de longitud, iluminado por claraboyas, y la que seguía, abierta a él y ciega en su parte posterior, alojaba servicios sanitarios, depósitos y dependencias varias abundantes escaleras que conectaban ese nivel con el superior.
Con respecto a los balnearios, como hoy no existe nada semejante, es necesario remontarnos en el tama para comprenderlos. En efecto, a principios del Siglo XX se tomaban baños de agua salada con fines terapéuticos y, por lo que le toca, el modo de vida de los porteños elegantes, la ceremoniosa lentitud con la que vivían esos privilegiados de la fortuna, distaban mucho de las costumbres de hoy.
Por la mañana, se llegaba a la rambla vestido de calle –como se decía-, las mujeres con todos sus perifollos, zapatos, medias, una ropa interior mucho más abundante que la actual –incluido o no el corsé-, un vestido de mañana, muy complicado con relación a los de hoy y, por supuesto, sombrero y joyas infaltables.
Los caballeros, por su parte, iban de riguroso traje –o conjunto de saco y pantalón muy formales-, camisa, chaleco y corbata y, faltaría más, el consabido sombrero. Para bañarse en el mar, obviamente, había que cambiarse de ropa. Los hombres resultaban más favorecidos porque su traje de baño era sencillo, pero el de las mujeres, al principio, era casi tan abundoso como el vestido de calle, con zapatillas, medias, traje, gorra y capa. Y de ahí los caperos, que acompañaban a las señoras cubiertas con la capa hasta el borde del bañero. Y la ceremonia se revertía a la salida del mar, cuando la dama volvía al balneario para sacarse primero la capa y acto seguido la que luego comenzó a llamarse «malla», para volver a endosarse el vestido con el que había llegado la playa.
Antes de vestirse, claro, había que sacarse la arena de los pies con el agua de un recipiente preparado para eso.
Semejante ceremonia exigía una estructura montada para estos efectos y un personal que se ocupara de ellos. Y no olvidemos que en cada balneario había una persona que se encargaba de custodiar las joyas de sus clientes mientras estos tomaban su paño de mar.
Las personas mayores, por su parte, acostumbraban tomar baños de inmersión en los balnearios propiamente dichos, preparados para esas circunstancias, con agua dulce o de mar, frías o calientes. Terminadas las ceremonias, el personal se ocupaba de los trajes y las toallas que había que lavar y tender en espera del día siguiente.
Y nunca hemos dicho que la gente modesta alquilaba sus trajes de baño, capa incluida para las mujeres. Todo lo dicho sucedía en los balnearios públicos. Pero también existían, y se daba en alquiler, los balnearios privados donde había uno o más cuartos de baño, uno o más cuartos de descanso y sala de conversación. Y agregaremos ahora que muchos asuntos de la política o el gobierno del país se debatían en los balnearios, los clubes o las confiterías de la Rambla.
Sobre esta planta de balnearios se desarrollaba la planta principal del edificio, con su paseo descubierto, su galería cubierta y sus 45 locales; entre ellos sobresalían cuatro, por su tamaño, disposición y carácter especial. Eran, del Norte al Sur: la confitería La Brasileña, el Ocean Club, la confitería del Yacht Club y la Galería Witcomb.
Próximos al eje transversal del conjunto y obviamente conectados con la planta inferior estaban los grandes balnearios Bristol, de Giaccaglia Hermanos, y El Argentino, de Zárate Hermanos. Y por encima de ellos se abrían los dos cines antedichos, el Splendid y el Palace Theatre.
La planta al nivel de la calle constaba de una galería con arcos carpaneles detrás de la que se alineaban una cincuentena de locales. Sobre y otros había departamentos conectados con los negocios que, medio nivel más abajo, se abrían a la galería que miraba el mar.
Esos departamentos, de los que no podemos concretar tamaño y forma –dados los pocos datos al respecto-, tenían algunos de sus cuartos iluminados con claraboyas y, además de las escaleras que los conectaban con los antedichos negocios y con la planta de los balnearios, disponían de acceso a las terrazas que los coronaban, por lo que deducimos que miles de escalones de mármol de Carrara eran transitados arriba y abajo por todo el edificio.
Sin entrar en consideraciones sobre su calidad arquitectónica o constructiva, la Rambla era un edificios festivo, de recreo, un sitio para pasear, para ver y ser visto, para mirar el mar, para reunirse en los balnearios, las confiterías o clubes, para ir al cine, para facilitar los baños, para comprar, para ser atendido a cuerpo de rey. Sus paseos, sus galerías, sus salones, sus locales varios cumplían a la perfección lo que se esperaba de ellos. Y tampoco entraremos en consideraciones sobre la frivolidad de la vida que se vivía allí.
El edificio era de mampostería de ladrillos, con algunos muros, o parte de ellos, de piedra. Las fundaciones, en su mayor parte, se hicieron sobre pilotes formados por caños de hierro de un pie -30 centímetro- de diámetro, llenados luego con hormigón y hierro, aunque –según hemos visto después de algunos temporales previos al llamado refulado de la playa- la armadura de los pilotes no era demasiado canónica. Todas las columnas de la rambla tenían un alma metálica y todas las estructuras horizontales –entrepisos y cubiertas- eran de bovedillas de perfiles doble T que sostenían, no sabemos si en todos los casos –es lo que se ve en algunas fotografías de la construcción del edificio-, bloques prefabricados.
El exterior de la Rambla estaba terminado con el revoque llamado aquí símil piedra, compuesto por cemento blanco, polvo de piedra, arena dulce y óxidos varios que le daban color. Este revoque, de una dureza extraordinaria, era peinado con los llamados peines, láminas de acero no más grandes que la mano del que la manejaba, con dientes, a modo de peine, con los que raspaba el revoque fresco para eliminar las huellas del fratacho y darle así una textura pétrea-
Los albañiles italianos llamaban material a la mezcla que componía este revoque duro, para distinguirlo de la llamada cal, es decir, el revoque común compuesto por cal y arena.
El exterior de la Rambla estaba decorado, además, por cornisas y molduras, orlas, estatuas, mascarillas, delfines, angelotes, guirnaldas, balaustres y maceteros, todo de argamasa armada, las más de las veces, con refuerzos de hierro. Un rasgo particular de las fachadas lo constituían unas piezas cerámicas, de varios modelos, que ornamentaban el llamado friso, es decir, una faja vertical de poca altura que corría debajo de las cornisas que daban coronamiento a los frentes del conjunto.
Conocemos varios ejemplares de estas piezas, de diferentes colores y texturas, y podemos presumir que, para variar, fueron importadas. De este origen eran las baldosas cerámicas lisas que pavimentaban todas las superficies de circulación exteriores de la Rambla.
Parte de esas piezas se utilizaron en los años ’40 para construir algunas veredas interiores de la laza peralta Ramos. Pero el tiempo y las raíces dieron buena cuenta de ellas y, últimamente, muchas fueron removidas y –creemos- tiradas como material descartable cuando merecían ser salvadas de la desaparición. Algunas quedan, sin embargo, a 88 años de su primer destino.
Las piezas en cuestión, de durísimo gres, tienen marca. En su cara inferior se puede leer Louis Escoyez, Tetre, Belgique. Y nos complace la ironía: cuando se construyó la Rambla no había, en nuestro dilatado país, tierras aptas para fabricarlas…
Los rasgos más notorios de la Rambla eran, sin embargo, sus columnata y sus cúpulas. De las ocho, las más notables eran las cuatro de alto perfil que se levantaban sobre el lado del mar, en los flancos de las escalinatas Norte y Sur, y recordaban a las de las Exposiciones Universales europeas de la segunda mitad del siglo XIX, de neta raíz anglofrancesa. Estas cuatro altas y anchas cúpulas tenían una armadura de hierro del mismo cuño que la que sostiene la cúpula del Asilo Unzué. Con perfiles metálicos curvados y vinculados entre sí por planchuelas y remates.
Y tan del mismo cuño eran –proyectadas además, y casi contemporáneamente, por arquitectos franceses- que cubrían, unas y otra, octógonos con cuatro lados largos y cuatro cortos. El acabado de las que nos interesan era también metálico, de trabajado zinc, mientras que la del Asilo está cubierta por tejas de fibrocemento. Pero en unas y otra acentuaba aún más el parentesco la existencia de vitrales, planos los del asilo y algunos de los de la Rambla, y curvos los de las cúpulas propiamente dichas.
En cuanto a las cuatro cúpulas de planta oval que cubrían las llamadas rotondas situadas a ambos lados de las escalinatas Norte y Sur, sobre el Paseo Gral. Paz –que semejaban canastillas invertidas-, eran de poca altura y estaban compuestas por una estructura también metálica cubierta por chapas de zinc articuladas entre sí por costillas del mismo material, el todo terminado por un coronamiento bajo, una fuerte cresta de zinc con perforaciones circulares.
Y para terminar diremos que el edificio que tratamos, pomposamente inaugurado el 19 de enero de 1913, era considerado como la primera sección de un futuro conjunto mayor. Pero ese proyecto y otros, de los que conocemos dos, nunca se llevaron a cabo.Fuente: Arquitecto Roberto O.Cova, revista Toledo con Todos
La Rambla Bristol fue la cuarta de las construídas en la playa del mismo nombre. La primera, de los años 80, fue destruida por el mar en 1890.
La segunda, bautizada por los porteños como Rambla Pellegrini, desapareció en un incendio el 8 de noviembre de 1905. La tercera, cuyo núcleo fue financiado por José Lasalle, el empresario de la ruleta, se inauguró en febrero de 1906, las tres fueron construidas con madera.
Pero desde el incendio de la Rambla Pellegrini había quedado latente la idea de construir sobre la playa un edificio de mampostería y hubo, cuando menos, un proyecto cuya realización no se pudo afrontar en ese momento. Luego de poco tiempo, sin embargo, se iniciaron las diligencias para materializar esa iniciativa, que fueron más o menos contemporáneas de la constitución del Club MdP . Y al respecto, la Ley provincial que autorizaba la construcción de la Rambla fue aprobada por la Cámara de Diputados el 13 de octubre de 1909 y el Senado la aprueba el 1° de marzo de 1910.
Esta Ley facultaba al gobierno a contratar un empréstito de siete millones de pesos, y el Club Mar del Plata tomaba a su cargo la obligación de cubrir el déficit que anualmente pudiera producirse por el servicio del empréstito.
Y cabe aclarar que los alquileres de los locales de la Rambla se utilizarían para pagar los intereses y amortizar la referida deuda. Al poco tiempo, sin embargo, el gobierno provincial integró la Rambla al Ministerio de Obras Públicas y luego al de Hacienda, y tomó a su cargo la garantía asumida en primera instancia por el Club.
Por la citada Ley de 1910 se creó una comisión de caballeros que debía contratar la construcción de la Rambla, recibirla y administrarla. El presidente de la comisión fue Ezequiel Paz y lo acompañaban Jacinto Peralta Ramos, José Luis Cantilo, Jorge Drago Mitre, Adolfo Dávila, Pedro Olegario Luro, Alberto Castaño, Federico Gómez Molina y José Guerrico. Y dejamos constancia de que cinco de los nueve miembros de la comisión, a saber, Ezequiel Paz, J. Peralta Ramos, J. L. Cantilo, P. O. Luro y Alberto Castaño tenían grandes chalets en Mar del Plata, de lo que sólo el del último subsiste, convertido en hotel, en Buenos Aires 2676.
La referida comisión adjudicó la obra a la Sociedad Francesa de Construcción y Obras Públicas, ligada en este caso a la firma porteña Castelo y Picqueres. El arquitecto fue Luis Jamín y la dirección de la obra quedó a cargo del ingeniero Carlos Agote. La piedra fundamental de la Rambla colocada el 2 de marzo de 1911 y el edificio se inauguró el domingo 19 de enero de 1913. Fuente: Arquitecto Roberto Osvaldo Cova-revista Toledo con Todos
Si hubo unas época en la que el país llegó a un apogeo –sea el que hubiere sido- esa época alcanzó una de sus cumbres en 1910, cuando se celebró el Centenario de la Revolución de Mayo. Y Mar del Plata no pudo dejar de reflejar ese clima. En 1910, en efecto, se inauguraron el Club Mar del Plata y el teatro Odeón, en ese año llegó el tren a la Estación Mar del Plata del Ferrocarril del Sud, se bendijo la primera capilla de Stella Maris y el gobierno de la provincia de Buenos Aires aprobó la construcción de la Rambla Bristol. Y la Rambla fue el espejo de la ciudad.
En 1913 creemos poder evocar que habrá sido el clima del llamado balneario cuando empezaron a llegar los veraneantes a partir del día de reyes, que marcaba el comienzo de la temporada. En verano 1910-11 estaba vigente la Rambla Lasalle. En el siguiente se debieron haber complicado algo las cosas porque en la fotografías de la construcción del edificio que tratamos se vislumbra el desmantelamiento del paseo anterior y, en la temporada 1912-1913, todo era nuevo y reluciente y se tocaba el cielo con las manos.
Entrar allí era casi como entrar en un templo. Y cambiando lo cambiable, multiplicando las descriptas impresiones por un número conveniente, algo así habrá sucedido con el paso de la modesta Rambla Lasalle a la deslumbrante Rambla Bristol.
Hay fotografías que muestran el edificio embanderado y tenemos referencias de alguien que escribió sobre el tema diciendo: Ha llegado la fecha indicada para entregar a la admiración popular una de las obras más notables del mundo como sitio de veraneo, la Rambla de Mar del Plata, obra de gusto artístico exquisito y exponente de riqueza y progreso será inaugurada hoy.
Y la ceremonia fue brillante: habló monseñor Terrero, el obispo de la Plata, que bendijo las instalaciones y el nombrado Ezequiel P. Paz –que era propietario del diario La Prensa- pronunció un discurso en el que destacó el significado del edificio. Hubo otros oradores y luego los principales invitados pasaron al local del Ocean Club, donde se brindó con champaña. Los obreros que trabajaron allí tuvieron también su fiesta, pues se congregaron para disfrutar de un almuerzo ofrecido por la Comisión de la Rambla.
No hay en la ciudad planos de la Rambla. En efecto, como pasa con casi todas las obras oficiales o las que , sin tener ese carácter fueron pensadas desde Buenos Aires, como las estaciones ferroviarias, algunas escuelas estatales, los cementerios, algunas obras ribereñas y hasta obras privadas con destinos diversos, no existen en la Municipalidad planos de la Rambla.
Desde hace mucho tiempo los buscamos, pero no hemos podido dar con ellos. Hace algunos meses fuimos, en su busca, con ilusorias esperanzas, a Obras Sanitarias. Esta repartición oficial, heredera de una tradición ingenieril de primer orden, donde cada elemento proyectado debía responder a normas taxativamente establecidas, no podía permitir que una obra de naturaleza de la que tratamos no tuviera planos exactos y aprobados de todos los sanitarios a instalar.
Durante años, frecuentamos los archivos de la entidad en la calle Belgrano.
Y en la calle Güemes, sin embargo, nos informaron –sin saber si hubo allí alguna vez planos de la Rambla- que por falta de espacio todos los planos de lo demolido en la ciudad fueron destruidos. Y solo cabe ponerse de pie y hacer un minuto de silencio.
Conocimos los exteriores de la Rambla desde que tuvimos memoria y vimos cientos de fotografías de ese carácter. ¿Cómo era, sin embargo, la Rambla Bristol? Años de observación de documentos –entre ellos, un par de planos de conjunto y un croquis de los locales de edificio-, y decenas de entrevistas a personas mayores que nos permiten, finalmente, tener una idea global de la obra aunque hay dudas imposibles de aclarar sin planos a la vista.
Y un anticipo general del caso podría ser el siguiente: la Rambla era una larga y estrecha faja de aproximadamente 400 metros de largo y 45 de ancho, compuesta por tres cuerpos, uno central y dos laterales vinculados con el primero por anchas escalinatas. A favor del desnivel existente entre la calle costanera –desaparecida hoy- y el nivel de la arena, el arquitecto Jamín proyectó la rambla con cuatro niveles principales: en el más bajo, sobre la playa, se establecieron los balnearios. Sobre ellos se situaron el paseo –con una zona cubierta y otra descubierta- y los locales principales del edificio.
A media altura de la planta de balnearios corría, unos 40 metros más atrás, la nombrada calle costanera y a ese nivel se abría otra galería cubierta a cuya vera se alineaba otra serie de locales. Sobre estos, en un cuarto nivel, había viviendas accesibles desde los nombrados locales principales. Y finalmente, a un nivel que quizás pudiera haber sido también el último citado, había dos cinematógrafos cuyas cubiertas planas eran las más altas del edificio entero.
Había en el conjunto patios interiores sobre los que tenemos noticias poco claras y presumimos que no eran, precisamente, los puntos más felices del proyecto. Los rasgos más notables de la Rambla, finalmente, además de su larga columnata, eran ocho cúpulas, cuatro sobre el lado del mar, de alto perfil, y cuatro sobre el lado de la ciudad, de planta oval y poca altura.
La planta a nivel de la arena estaba dividida en tres fajas longitudinales. La exterior alojaba principalmente a los balnearios públicos y particulares; la central era un largo pasadizo de 400 metros de longitud, iluminado por claraboyas, y la que seguía, abierta a él y ciega en su parte posterior, alojaba servicios sanitarios, depósitos y dependencias varias abundantes escaleras que conectaban ese nivel con el superior.
Con respecto a los balnearios, como hoy no existe nada semejante, es necesario remontarnos en el tama para comprenderlos. En efecto, a principios del Siglo XX se tomaban baños de agua salada con fines terapéuticos y, por lo que le toca, el modo de vida de los porteños elegantes, la ceremoniosa lentitud con la que vivían esos privilegiados de la fortuna, distaban mucho de las costumbres de hoy.
Por la mañana, se llegaba a la rambla vestido de calle –como se decía-, las mujeres con todos sus perifollos, zapatos, medias, una ropa interior mucho más abundante que la actual –incluido o no el corsé-, un vestido de mañana, muy complicado con relación a los de hoy y, por supuesto, sombrero y joyas infaltables.
Los caballeros, por su parte, iban de riguroso traje –o conjunto de saco y pantalón muy formales-, camisa, chaleco y corbata y, faltaría más, el consabido sombrero. Para bañarse en el mar, obviamente, había que cambiarse de ropa. Los hombres resultaban más favorecidos porque su traje de baño era sencillo, pero el de las mujeres, al principio, era casi tan abundoso como el vestido de calle, con zapatillas, medias, traje, gorra y capa. Y de ahí los caperos, que acompañaban a las señoras cubiertas con la capa hasta el borde del bañero. Y la ceremonia se revertía a la salida del mar, cuando la dama volvía al balneario para sacarse primero la capa y acto seguido la que luego comenzó a llamarse «malla», para volver a endosarse el vestido con el que había llegado la playa.
Antes de vestirse, claro, había que sacarse la arena de los pies con el agua de un recipiente preparado para eso.
Semejante ceremonia exigía una estructura montada para estos efectos y un personal que se ocupara de ellos. Y no olvidemos que en cada balneario había una persona que se encargaba de custodiar las joyas de sus clientes mientras estos tomaban su paño de mar.
Las personas mayores, por su parte, acostumbraban tomar baños de inmersión en los balnearios propiamente dichos, preparados para esas circunstancias, con agua dulce o de mar, frías o calientes. Terminadas las ceremonias, el personal se ocupaba de los trajes y las toallas que había que lavar y tender en espera del día siguiente.
Y nunca hemos dicho que la gente modesta alquilaba sus trajes de baño, capa incluida para las mujeres. Todo lo dicho sucedía en los balnearios públicos. Pero también existían, y se daba en alquiler, los balnearios privados donde había uno o más cuartos de baño, uno o más cuartos de descanso y sala de conversación. Y agregaremos ahora que muchos asuntos de la política o el gobierno del país se debatían en los balnearios, los clubes o las confiterías de la Rambla.
Sobre esta planta de balnearios se desarrollaba la planta principal del edificio, con su paseo descubierto, su galería cubierta y sus 45 locales; entre ellos sobresalían cuatro, por su tamaño, disposición y carácter especial. Eran, del Norte al Sur: la confitería La Brasileña, el Ocean Club, la confitería del Yacht Club y la Galería Witcomb.
Próximos al eje transversal del conjunto y obviamente conectados con la planta inferior estaban los grandes balnearios Bristol, de Giaccaglia Hermanos, y El Argentino, de Zárate Hermanos. Y por encima de ellos se abrían los dos cines antedichos, el Splendid y el Palace Theatre.
La planta al nivel de la calle constaba de una galería con arcos carpaneles detrás de la que se alineaban una cincuentena de locales. Sobre y otros había departamentos conectados con los negocios que, medio nivel más abajo, se abrían a la galería que miraba el mar.
Esos departamentos, de los que no podemos concretar tamaño y forma –dados los pocos datos al respecto-, tenían algunos de sus cuartos iluminados con claraboyas y, además de las escaleras que los conectaban con los antedichos negocios y con la planta de los balnearios, disponían de acceso a las terrazas que los coronaban, por lo que deducimos que miles de escalones de mármol de Carrara eran transitados arriba y abajo por todo el edificio.
Sin entrar en consideraciones sobre su calidad arquitectónica o constructiva, la Rambla era un edificios festivo, de recreo, un sitio para pasear, para ver y ser visto, para mirar el mar, para reunirse en los balnearios, las confiterías o clubes, para ir al cine, para facilitar los baños, para comprar, para ser atendido a cuerpo de rey. Sus paseos, sus galerías, sus salones, sus locales varios cumplían a la perfección lo que se esperaba de ellos. Y tampoco entraremos en consideraciones sobre la frivolidad de la vida que se vivía allí.
El edificio era de mampostería de ladrillos, con algunos muros, o parte de ellos, de piedra. Las fundaciones, en su mayor parte, se hicieron sobre pilotes formados por caños de hierro de un pie -30 centímetro- de diámetro, llenados luego con hormigón y hierro, aunque –según hemos visto después de algunos temporales previos al llamado refulado de la playa- la armadura de los pilotes no era demasiado canónica. Todas las columnas de la rambla tenían un alma metálica y todas las estructuras horizontales –entrepisos y cubiertas- eran de bovedillas de perfiles doble T que sostenían, no sabemos si en todos los casos –es lo que se ve en algunas fotografías de la construcción del edificio-, bloques prefabricados.
El exterior de la Rambla estaba terminado con el revoque llamado aquí símil piedra, compuesto por cemento blanco, polvo de piedra, arena dulce y óxidos varios que le daban color. Este revoque, de una dureza extraordinaria, era peinado con los llamados peines, láminas de acero no más grandes que la mano del que la manejaba, con dientes, a modo de peine, con los que raspaba el revoque fresco para eliminar las huellas del fratacho y darle así una textura pétrea-
Los albañiles italianos llamaban material a la mezcla que componía este revoque duro, para distinguirlo de la llamada cal, es decir, el revoque común compuesto por cal y arena.
El exterior de la Rambla estaba decorado, además, por cornisas y molduras, orlas, estatuas, mascarillas, delfines, angelotes, guirnaldas, balaustres y maceteros, todo de argamasa armada, las más de las veces, con refuerzos de hierro. Un rasgo particular de las fachadas lo constituían unas piezas cerámicas, de varios modelos, que ornamentaban el llamado friso, es decir, una faja vertical de poca altura que corría debajo de las cornisas que daban coronamiento a los frentes del conjunto.
Conocemos varios ejemplares de estas piezas, de diferentes colores y texturas, y podemos presumir que, para variar, fueron importadas. De este origen eran las baldosas cerámicas lisas que pavimentaban todas las superficies de circulación exteriores de la Rambla.
Parte de esas piezas se utilizaron en los años ’40 para construir algunas veredas interiores de la laza peralta Ramos. Pero el tiempo y las raíces dieron buena cuenta de ellas y, últimamente, muchas fueron removidas y –creemos- tiradas como material descartable cuando merecían ser salvadas de la desaparición. Algunas quedan, sin embargo, a 88 años de su primer destino.
Las piezas en cuestión, de durísimo gres, tienen marca. En su cara inferior se puede leer Louis Escoyez, Tetre, Belgique. Y nos complace la ironía: cuando se construyó la Rambla no había, en nuestro dilatado país, tierras aptas para fabricarlas…
Los rasgos más notorios de la Rambla eran, sin embargo, sus columnata y sus cúpulas. De las ocho, las más notables eran las cuatro de alto perfil que se levantaban sobre el lado del mar, en los flancos de las escalinatas Norte y Sur, y recordaban a las de las Exposiciones Universales europeas de la segunda mitad del siglo XIX, de neta raíz anglofrancesa. Estas cuatro altas y anchas cúpulas tenían una armadura de hierro del mismo cuño que la que sostiene la cúpula del Asilo Unzué. Con perfiles metálicos curvados y vinculados entre sí por planchuelas y remates.
Y tan del mismo cuño eran –proyectadas además, y casi contemporáneamente, por arquitectos franceses- que cubrían, unas y otra, octógonos con cuatro lados largos y cuatro cortos. El acabado de las que nos interesan era también metálico, de trabajado zinc, mientras que la del Asilo está cubierta por tejas de fibrocemento. Pero en unas y otra acentuaba aún más el parentesco la existencia de vitrales, planos los del asilo y algunos de los de la Rambla, y curvos los de las cúpulas propiamente dichas.
En cuanto a las cuatro cúpulas de planta oval que cubrían las llamadas rotondas situadas a ambos lados de las escalinatas Norte y Sur, sobre el Paseo Gral. Paz –que semejaban canastillas invertidas-, eran de poca altura y estaban compuestas por una estructura también metálica cubierta por chapas de zinc articuladas entre sí por costillas del mismo material, el todo terminado por un coronamiento bajo, una fuerte cresta de zinc con perforaciones circulares.
Y para terminar diremos que el edificio que tratamos, pomposamente inaugurado el 19 de enero de 1913, era considerado como la primera sección de un futuro conjunto mayor. Pero ese proyecto y otros, de los que conocemos dos, nunca se llevaron a cabo.Fuente: Arquitecto Roberto O.Cova, revista Toledo con Todos
Extraordinario Lic. Somma!!!. Gracias por ilustrarnos sobre nuestra querida ciudad.