Otro de los jefes del Faro fue el señor Fernando Müller, quizás el mas conocido.
Una escritora marplatense de principios del 1900, la señora Carolina Adelia Alió, escribió en 1917 una hermosa historia sobre este “capitán” tan especial.
Aquí transcribo unos párrafos de un cuento que vale la pena leer.
“El capitán del Faro”
…
“Fernando Müller, “el Capitán del Faro”, que así se le llamaba por haber sido capitán en la marina mercante, era un hombre popularísimo en Mar del Plata, no sólo entre los que vivimos aquí todo el año, sino también entre los veraneantes. Más todavía: era una de las notas verdaderamente originales del balneario.
En el Faro Punta Mogotes ejercía su autoridad oficial en calidad de jefe, desde veinte o veinticinco años atrás. Y aunque pasaba la mayor parte de los días en la ciudad, tenía bien organizado el servicio entre los dos o tres empleados que le seguían en jerarquía y su pequeña guarnición de “marinieros”.
El viejecito era un hombre educado, afable, muy simpático y muy prolijo en el cumplimiento de las reglas de cortesía. Su alma tenía rincones bellos, plenos de ternura para todos los seres débiles. Quería mucho a las criaturas, a sus animalitos domésticos, y era muy sensible al encanto de los pájaros y de las flores que cultivaba con santa paciencia en aquellos arenales de la costa.
Derrochador de su buena voluntad para con todos, siempre estaba dispuesto a prestar servicios y no comprendía cómo es posible llegar a tener enemigos. Creía poseer mucho dominio sobre sí, y esto mismo aconsejaba a los demás en el famoso lema suyo que ostentaba en la medalla de su cadena de reloj y que también podía leerse trazado sobre un cartón, a la entrada de su pequeño escritorio blindado, allá en la torre del faro: “Hombre, no te enojes”.”
Carolina Adelia Alió. Mar del Plata, junio de 1917
Naufragio del vapor Mendoza, narración de John Hoffman, uno de los náufragos. 1914
-La noche del 10, comenzó sumamente fatal para los navegantes en aquellas costas. Una densa niebla impedía conocer el rumbo, y el mar estaba agitado. El capitán del “Mendoza” no dejó su puesto un instante, como sí algo aguardase. Buscaba el faro de Punta Mogotes, cuando un estremecimiento del buque nos puso en alarma. Habíamos encallado sin saber donde. El pasaje se alborotó. Hombres no acostumbrados a las cosas del mar, los viajeros mostraron su poca serenidad en forma airada. Las mujeres que llevábamos a bordo, lloraban tristemente. Fue preciso que el jefe del barco se armase de gran energía para calmar aquella tormenta de miedos e inquietudes humanas. . . Pudo aminorar la desconfianza, y se cenó con relativa tranquilidad. Al concluir la cena, cundió una voz de alarma. Todos corrimos. Acababa de abrirse un rumbo en la bodega, y era urgente apagar las máquinas. Apenas se había cumplido esta orden del capitán, el agua invadió la parle inferior del buque, cuya posición se iba agravando. Cuando llegó el “Mar del Plata”, tuvimos que trasbordar a pulso. Y al abandonar el “Mendoza”, habíamos salvado hasta la última cuchara de nuestro servicio, no así el cargamento de algodón que tenía en las bodegas. En tierra ya, todos volvimos la mirada hacia el mar, que horas antes nos había parecido un inmenso sepulcro abierto a nuestros pies… Hasta ese instante, nadie creyó que acabábamos de pasar sin novedad un gran riesgo, y al mirarse unos a otros, los viajeros parecían interrogarse con los ojos buscando un gesto o una señal que revelase la tranquilidad que por espacio di tantas horas había faltado.»
HOOOLA Recuerdo que lejos era ir al faro pero muy lindo con el 221 ómnibus blanco, por toda la costa y el esperando la llegada de los turistas. Saludos
Otro de los jefes del Faro fue el señor Fernando Müller, quizás el mas conocido.
Una escritora marplatense de principios del 1900, la señora Carolina Adelia Alió, escribió en 1917 una hermosa historia sobre este “capitán” tan especial.
Aquí transcribo unos párrafos de un cuento que vale la pena leer.
“El capitán del Faro”
…
“Fernando Müller, “el Capitán del Faro”, que así se le llamaba por haber sido capitán en la marina mercante, era un hombre popularísimo en Mar del Plata, no sólo entre los que vivimos aquí todo el año, sino también entre los veraneantes. Más todavía: era una de las notas verdaderamente originales del balneario.
En el Faro Punta Mogotes ejercía su autoridad oficial en calidad de jefe, desde veinte o veinticinco años atrás. Y aunque pasaba la mayor parte de los días en la ciudad, tenía bien organizado el servicio entre los dos o tres empleados que le seguían en jerarquía y su pequeña guarnición de “marinieros”.
El viejecito era un hombre educado, afable, muy simpático y muy prolijo en el cumplimiento de las reglas de cortesía. Su alma tenía rincones bellos, plenos de ternura para todos los seres débiles. Quería mucho a las criaturas, a sus animalitos domésticos, y era muy sensible al encanto de los pájaros y de las flores que cultivaba con santa paciencia en aquellos arenales de la costa.
Derrochador de su buena voluntad para con todos, siempre estaba dispuesto a prestar servicios y no comprendía cómo es posible llegar a tener enemigos. Creía poseer mucho dominio sobre sí, y esto mismo aconsejaba a los demás en el famoso lema suyo que ostentaba en la medalla de su cadena de reloj y que también podía leerse trazado sobre un cartón, a la entrada de su pequeño escritorio blindado, allá en la torre del faro: “Hombre, no te enojes”.”
Carolina Adelia Alió. Mar del Plata, junio de 1917
Naufragio del vapor Mendoza, narración de John Hoffman, uno de los náufragos. 1914
-La noche del 10, comenzó sumamente fatal para los navegantes en aquellas costas. Una densa niebla impedía conocer el rumbo, y el mar estaba agitado. El capitán del “Mendoza” no dejó su puesto un instante, como sí algo aguardase. Buscaba el faro de Punta Mogotes, cuando un estremecimiento del buque nos puso en alarma. Habíamos encallado sin saber donde. El pasaje se alborotó. Hombres no acostumbrados a las cosas del mar, los viajeros mostraron su poca serenidad en forma airada. Las mujeres que llevábamos a bordo, lloraban tristemente. Fue preciso que el jefe del barco se armase de gran energía para calmar aquella tormenta de miedos e inquietudes humanas. . . Pudo aminorar la desconfianza, y se cenó con relativa tranquilidad. Al concluir la cena, cundió una voz de alarma. Todos corrimos. Acababa de abrirse un rumbo en la bodega, y era urgente apagar las máquinas. Apenas se había cumplido esta orden del capitán, el agua invadió la parle inferior del buque, cuya posición se iba agravando. Cuando llegó el “Mar del Plata”, tuvimos que trasbordar a pulso. Y al abandonar el “Mendoza”, habíamos salvado hasta la última cuchara de nuestro servicio, no así el cargamento de algodón que tenía en las bodegas. En tierra ya, todos volvimos la mirada hacia el mar, que horas antes nos había parecido un inmenso sepulcro abierto a nuestros pies… Hasta ese instante, nadie creyó que acabábamos de pasar sin novedad un gran riesgo, y al mirarse unos a otros, los viajeros parecían interrogarse con los ojos buscando un gesto o una señal que revelase la tranquilidad que por espacio di tantas horas había faltado.»
Caras y Caretas
HOOOLA Recuerdo que lejos era ir al faro pero muy lindo con el 221 ómnibus blanco, por toda la costa y el esperando la llegada de los turistas. Saludos
Podemos agregar sobre el tema,entre otras,la foto n° 8973,enviada por el Sr. Ignacio Iriarte,donde además se pueden leer algunos comentarios:
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/8973