Bueno, doce mil. Otro número redondo, en los que aprovechamos para felicitar a Gustavo, y en él a cada uno de los que ha contribuido, desde algún lugar, a este proyecto.
Algún borgeano, no sin razón, nos marcaría que somos fanáticos del sistema decimal. Hace años que las fotos de familia son “muchísimas”, hace miles de imágenes que la cantidad en sí, largamente impresionante, dejó de importar.
Les subo a continuación un relato, como forma de adherirme; no está directamente vinculado al a fotografía doce mil, postal clásica nocturna (pido las disculpas del caso a quien la envía, el Sr. Ariel, y a los foristas), pero sí, me parece, al espíritu de “fotos de familia”.
Cordiales saludos.
EVOCACIÓN DE LA ESTACIÓN NORTE
Para nosotros era un lugar muy especial, uno de esos sitios donde no podías experimentar sino felicidad. A nuestra escasa edad, significaba exactamente eso: la dicha de estar justamente donde uno quería. Sin embargo, debo reconocer que no podría probarlo con fotografías o filmaciones. No se vería más que una terminal ferroviaria de tamaño regular a chica, más bien de líneas sencillas, aunque con andenes bastante largos y una playa de maniobras también respetable… nada singular. Tanto es así que, ya por entonces, casi medio siglo atrás, se consideraba anticuada.
¿Dónde, entonces, estaba ese encanto, esa fascinación que nos ganaba, tanto a mi hermano como a mí? Claro, en llegar, en regresar, en asociar ese regreso a recuerdos de disfrute, de aventuras, de que ahí nomás estaban las playas esperándonos; en verano, sí, pero en cualquier otra época también. Ya la partida, desde el andén catorce de Plaza Constitución, resultaba gratificante, y el trayecto nos recordaba una toponimia amigable: Chascomús, Dolores, Maipú, Vidal, Vivoratá, entre otras denominaciones asociadas a que el placer nos aguardaba muy próximo.
La selección memorística abarcaba amigos, primos, abuelos, tíos. Y olas, plazas, pinos, arena, parques, escolleras, rocas, ramblas, torreones, puertos, lobos marinos, barrancas, caracoles y otras decenas de representaciones que esperábamos encontrar o redescubrir en cada nuevo regreso. En suma, a la ciudad feliz no podía sino corresponderle una estación de trenes también feliz.
A decir verdad, a la ida, una vez arribada la formación ferroviaria, no permanecíamos mucho en ella; a lo sumo, en caso de viajar en el “nocturno”, podíamos desayunar, generalmente cruzando la avenida. Pero las más de las veces, nos íbamos enseguida.
Y aquí venía otro detalle que nos diferenciaba de muchos de nuestros ocasionales compañeros de viaje: en efecto, nuestra condición de cuasi marplatenses más de una vez nos permitía despreocuparnos de la fila de taxis, ya que seguramente el tío Alberto o el tío Pedro nos estarían aguardando con su vehículo. También, por supuesto, contestábamos con un “no, gracias” a las ofertas de alojamiento con las que se solía abordar a los recién llegados.
Mar del Plata, sentíamos, siempre cumplía con nuestras expectativas infantiles. Tanto es así, que el regreso a la estación para tomar el tren que nos llevaría de vuelta a casa (los números de asientos se los podía retirar previamente en las oficinas ferroviarias de San Martín 2247, que tomábamos como un paseo más), días o semanas después, era sin reproches ni quejas. Más aún, representaba algunas pequeñas aventuras adicionales: por lo común, llegábamos con bastante antelación al horario de partida, y, mientras sonaba por los parlantes algún vals peruano, nuestros padres nos permitían atravesar el túnel que desembocaba en el segundo andén. No más allá y sin bajar a las vías, nos era advertido con énfasis; pero… si ellos entraban a la sala de espera tal vez uno podría aventurarse un poquito, e inspeccionar “otra de las playas” de la ciudad: la de maniobras ferroviarias.
Ese era el sitio de uno de los secretos entre Mar del Plata y yo. Desde una pequeña elevación, o bien subiendo a algún vagón, más o menos en dirección hacia Aragone, podía verse la parte superior de algunos edificios de la costa…; el Cosmos, el Elíades y algunos más. Sencillamente, imaginaba el mar a sus pies, y me despedía hasta la próxima.
Cumplido el rito, y antes de que anuncien la formación, era conveniente regresar, cruzando por el túnel en el sentido inverso. Aunque no habíamos faltado más que unos pocos minutos -para evitar que el personal ferroviario nos vea y expulse del lugar, o bien que se “avivaran” nuestros padres-, a veces instrumentábamos una pequeña coartada, que consistía en pasar de largo hacia Luro, y volver desde ahí, para, llegado el caso, argumentar que habíamos estado jugando por allí, donde poco después ubicaron a la locomotora histórica.
En el andén principal nos esperaba otro momento interesante, motivo por el cual, como buenos hijos, convenía acompañar al viejo. Era una fija que pasaría por el kiosko de diarios y revistas para comprar su ejemplar de “La Capital”, que le acortaría el viaje… y, estando ahí presentes, era inevitable que pediría también alguna otra publicación pensada para nosotros. Y, ahí contiguo, el local de venta de alfajores de donde llevaría alguna caja para regalar, y- otra vez- nosotros ahí como recordatorio para que también pida “algunos sueltos para los pibes”.
Tras ello, llegaba el momento de llevar los bártulos cerca de donde indicara la chapa señalizadora del número de coche correspondiente: creo recordar que a partir del 300 se numeraban los de pullman, del 400 los de primera, y del 500, los de clase turista. Minutos después, se interrumpía la música y llegaría un primer anuncio por alta voz. Algo así como… “Informa la oficina de trenes Mar del Plata Norte. En instantes será arrimado a plataforma número uno el tren número 310, expreso “Stella Maris”, que partirá con destino a Plaza Constitución a las 8:50 horas para arribar a la misma aproximadamente a las 14:21”.
Lentamente, la formación era colocada, cada vagón numerado en su lugar exacto, coincidente con la cartelería del andén, para el ascenso de los pasajeros. Ese punto ya no resultaba tan atractivo como en el viaje de ida: era el instante en que, finalmente, tomábamos conciencia de que nos íbamos. Por supuesto, hasta la próxima.
En suma… ¿qué le podíamos reprochar a la estación? Me parecía conocer cada detalle de las instalaciones ferroviarias… pero tal vez sería tedioso continuar describiéndolos. Cada detalle de aquellos, claro; de aquel tiempo y espacio del que nos separan cuatro largas décadas.
En mi vida adulta, las circunstancias me llevaron a regresar a la estación, de vez en cuando, aunque cada vez más esporádicamente. La desconocí hacia 2006, tan desangelada y oscura, una vez que llegué cerca de medianoche para volver a Buenos Aires en lo que fue mi último viaje en este tren; recuerdo que ya el taxista, antes de llegar, me sugirió esperar adentro.
Volví en el año 14: mi hija mayor partía en bus hacia un balneario relativamente cercano desde la entonces flamante ferroautomotora y la fuimos a acercar. Mientras la despedíamos, me pregunté si no sería allí, exactamente allí, en esa dársena, donde, cuarenta años antes, no estaba la “montañita” de la playa de maniobras desde la que divisaba los rascacielos céntricos.
Me contesté que esa era simplemente mi anécdota. Y que, ese mismo lugar, y tantos lugares en esta ciudad, que el tiempo inevitablemente va modificando, estarían propiciando muchas otras pequeñas historias, algunas inolvidables, para muchas otras personas, chicos y adultos, marplatenses y visitantes, como en el pasado, como en el futuro.
Porque Mar del Plata, en algún sentido, ha sido, es y será -tomando prestado un slogan de Buenos Aires-, una ciudad de todos los argentinos.
P.D.: me sigue persiguiendo la falta de vínculo entre este texto y la fotografía doce mil y la ironía de Borges… aunque al menos hay un punto común: la mención al edificio Cosmos. Subo también el texto a la 7142. Gracias.
Hermosa postal. Quizás caiga en algún error, pero tengo dudas si esta foto es de los años 70, ya que no veo el edificio Havanna ni tampoco el edificio del Cabo Corrientes, sospecho que debe ser de mediados de los años 60.
En postales similares a la presente,se lee en el dorso:
-Mar del Plata Vista Parcial Nocturna
-Ediciones Bellas Vistas
-Buenos Aires
-Impreso en Argentina
Pablo ,hermoso relato lo comparto plenamente . Personalmente mi relacion sentimental con la estacion,es consecuencia de que mis padres me llevaban a ver los trenes a la estación ,ya que viviamos muy cerca, mas precisamente en San Martín y Don Bosco , significaban una gran alegria para mi, alla por los finales de la decada del 50
Bueno, doce mil. Otro número redondo, en los que aprovechamos para felicitar a Gustavo, y en él a cada uno de los que ha contribuido, desde algún lugar, a este proyecto.
Algún borgeano, no sin razón, nos marcaría que somos fanáticos del sistema decimal. Hace años que las fotos de familia son “muchísimas”, hace miles de imágenes que la cantidad en sí, largamente impresionante, dejó de importar.
Les subo a continuación un relato, como forma de adherirme; no está directamente vinculado al a fotografía doce mil, postal clásica nocturna (pido las disculpas del caso a quien la envía, el Sr. Ariel, y a los foristas), pero sí, me parece, al espíritu de “fotos de familia”.
Cordiales saludos.
EVOCACIÓN DE LA ESTACIÓN NORTE
Para nosotros era un lugar muy especial, uno de esos sitios donde no podías experimentar sino felicidad. A nuestra escasa edad, significaba exactamente eso: la dicha de estar justamente donde uno quería. Sin embargo, debo reconocer que no podría probarlo con fotografías o filmaciones. No se vería más que una terminal ferroviaria de tamaño regular a chica, más bien de líneas sencillas, aunque con andenes bastante largos y una playa de maniobras también respetable… nada singular. Tanto es así que, ya por entonces, casi medio siglo atrás, se consideraba anticuada.
¿Dónde, entonces, estaba ese encanto, esa fascinación que nos ganaba, tanto a mi hermano como a mí? Claro, en llegar, en regresar, en asociar ese regreso a recuerdos de disfrute, de aventuras, de que ahí nomás estaban las playas esperándonos; en verano, sí, pero en cualquier otra época también. Ya la partida, desde el andén catorce de Plaza Constitución, resultaba gratificante, y el trayecto nos recordaba una toponimia amigable: Chascomús, Dolores, Maipú, Vidal, Vivoratá, entre otras denominaciones asociadas a que el placer nos aguardaba muy próximo.
La selección memorística abarcaba amigos, primos, abuelos, tíos. Y olas, plazas, pinos, arena, parques, escolleras, rocas, ramblas, torreones, puertos, lobos marinos, barrancas, caracoles y otras decenas de representaciones que esperábamos encontrar o redescubrir en cada nuevo regreso. En suma, a la ciudad feliz no podía sino corresponderle una estación de trenes también feliz.
A decir verdad, a la ida, una vez arribada la formación ferroviaria, no permanecíamos mucho en ella; a lo sumo, en caso de viajar en el “nocturno”, podíamos desayunar, generalmente cruzando la avenida. Pero las más de las veces, nos íbamos enseguida.
Y aquí venía otro detalle que nos diferenciaba de muchos de nuestros ocasionales compañeros de viaje: en efecto, nuestra condición de cuasi marplatenses más de una vez nos permitía despreocuparnos de la fila de taxis, ya que seguramente el tío Alberto o el tío Pedro nos estarían aguardando con su vehículo. También, por supuesto, contestábamos con un “no, gracias” a las ofertas de alojamiento con las que se solía abordar a los recién llegados.
Mar del Plata, sentíamos, siempre cumplía con nuestras expectativas infantiles. Tanto es así, que el regreso a la estación para tomar el tren que nos llevaría de vuelta a casa (los números de asientos se los podía retirar previamente en las oficinas ferroviarias de San Martín 2247, que tomábamos como un paseo más), días o semanas después, era sin reproches ni quejas. Más aún, representaba algunas pequeñas aventuras adicionales: por lo común, llegábamos con bastante antelación al horario de partida, y, mientras sonaba por los parlantes algún vals peruano, nuestros padres nos permitían atravesar el túnel que desembocaba en el segundo andén. No más allá y sin bajar a las vías, nos era advertido con énfasis; pero… si ellos entraban a la sala de espera tal vez uno podría aventurarse un poquito, e inspeccionar “otra de las playas” de la ciudad: la de maniobras ferroviarias.
Ese era el sitio de uno de los secretos entre Mar del Plata y yo. Desde una pequeña elevación, o bien subiendo a algún vagón, más o menos en dirección hacia Aragone, podía verse la parte superior de algunos edificios de la costa…; el Cosmos, el Elíades y algunos más. Sencillamente, imaginaba el mar a sus pies, y me despedía hasta la próxima.
Cumplido el rito, y antes de que anuncien la formación, era conveniente regresar, cruzando por el túnel en el sentido inverso. Aunque no habíamos faltado más que unos pocos minutos -para evitar que el personal ferroviario nos vea y expulse del lugar, o bien que se “avivaran” nuestros padres-, a veces instrumentábamos una pequeña coartada, que consistía en pasar de largo hacia Luro, y volver desde ahí, para, llegado el caso, argumentar que habíamos estado jugando por allí, donde poco después ubicaron a la locomotora histórica.
En el andén principal nos esperaba otro momento interesante, motivo por el cual, como buenos hijos, convenía acompañar al viejo. Era una fija que pasaría por el kiosko de diarios y revistas para comprar su ejemplar de “La Capital”, que le acortaría el viaje… y, estando ahí presentes, era inevitable que pediría también alguna otra publicación pensada para nosotros. Y, ahí contiguo, el local de venta de alfajores de donde llevaría alguna caja para regalar, y- otra vez- nosotros ahí como recordatorio para que también pida “algunos sueltos para los pibes”.
Tras ello, llegaba el momento de llevar los bártulos cerca de donde indicara la chapa señalizadora del número de coche correspondiente: creo recordar que a partir del 300 se numeraban los de pullman, del 400 los de primera, y del 500, los de clase turista. Minutos después, se interrumpía la música y llegaría un primer anuncio por alta voz. Algo así como… “Informa la oficina de trenes Mar del Plata Norte. En instantes será arrimado a plataforma número uno el tren número 310, expreso “Stella Maris”, que partirá con destino a Plaza Constitución a las 8:50 horas para arribar a la misma aproximadamente a las 14:21”.
Lentamente, la formación era colocada, cada vagón numerado en su lugar exacto, coincidente con la cartelería del andén, para el ascenso de los pasajeros. Ese punto ya no resultaba tan atractivo como en el viaje de ida: era el instante en que, finalmente, tomábamos conciencia de que nos íbamos. Por supuesto, hasta la próxima.
En suma… ¿qué le podíamos reprochar a la estación? Me parecía conocer cada detalle de las instalaciones ferroviarias… pero tal vez sería tedioso continuar describiéndolos. Cada detalle de aquellos, claro; de aquel tiempo y espacio del que nos separan cuatro largas décadas.
En mi vida adulta, las circunstancias me llevaron a regresar a la estación, de vez en cuando, aunque cada vez más esporádicamente. La desconocí hacia 2006, tan desangelada y oscura, una vez que llegué cerca de medianoche para volver a Buenos Aires en lo que fue mi último viaje en este tren; recuerdo que ya el taxista, antes de llegar, me sugirió esperar adentro.
Volví en el año 14: mi hija mayor partía en bus hacia un balneario relativamente cercano desde la entonces flamante ferroautomotora y la fuimos a acercar. Mientras la despedíamos, me pregunté si no sería allí, exactamente allí, en esa dársena, donde, cuarenta años antes, no estaba la “montañita” de la playa de maniobras desde la que divisaba los rascacielos céntricos.
Me contesté que esa era simplemente mi anécdota. Y que, ese mismo lugar, y tantos lugares en esta ciudad, que el tiempo inevitablemente va modificando, estarían propiciando muchas otras pequeñas historias, algunas inolvidables, para muchas otras personas, chicos y adultos, marplatenses y visitantes, como en el pasado, como en el futuro.
Porque Mar del Plata, en algún sentido, ha sido, es y será -tomando prestado un slogan de Buenos Aires-, una ciudad de todos los argentinos.
P.D.: me sigue persiguiendo la falta de vínculo entre este texto y la fotografía doce mil y la ironía de Borges… aunque al menos hay un punto común: la mención al edificio Cosmos. Subo también el texto a la 7142. Gracias.
Hermosa postal. Quizás caiga en algún error, pero tengo dudas si esta foto es de los años 70, ya que no veo el edificio Havanna ni tampoco el edificio del Cabo Corrientes, sospecho que debe ser de mediados de los años 60.
En postales similares a la presente,se lee en el dorso:
-Mar del Plata Vista Parcial Nocturna
-Ediciones Bellas Vistas
-Buenos Aires
-Impreso en Argentina
Hermosa semblanza Sr. Valaco. Emocionante
Mi agradecimiento al Sr. Pablo Valaco por tan entrañable relato.
Como siempre, hermosos y muy interesantes los textos de Pablo Valaco, un clásico de cada mil fotos!!!
Pablo ,hermoso relato lo comparto plenamente . Personalmente mi relacion sentimental con la estacion,es consecuencia de que mis padres me llevaban a ver los trenes a la estación ,ya que viviamos muy cerca, mas precisamente en San Martín y Don Bosco , significaban una gran alegria para mi, alla por los finales de la decada del 50