El fantástico balance de los Juegos Olímpicos de la Juventud.
Por Marcelo Solari
Los jóvenes deportistas pusieron el empeño y el esfuerzo. Entregaron lo mejor de cada uno para competir y disfrutar de un evento único luego de varios años de preparación y sacrificios varios. Fueron, qué duda cabe, con sus logros -o no-, sus emociones y la frescura propia de esa edad, actores principales de una película memorable.
Pero también, los III Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018 fueron, por cierto, los Juegos de la gente. La fiesta fue completa porque la repercusión fue sensacional. Y el público que colmó jornada tras jornada todas las instalaciones de las diferentes sedes le brindó el mejor marco y el mejor clima posibles a cada uno de los deportes en acción.
Podía suponerse, en la previa, que los espectadores iban a volcarse masivamente a algunos escenarios cuando llegaran las instancias finales por medallas o cuando hubiera involucrado alguno de los 142 atletas argentinos. Pero la respuesta de asistencia superó todas las previsiones. Aún las más optimistas. Porque la imagen de tribunas repletas fue una constante. Incluso en disciplinas que no son precisamente populares por estas tierras.
Es verdad que el ingreso gratuito a todas las sedes de competencia resultó un aspecto clave (y una decisión acertada desde la organización). Pero el impacto fue mucho más allá de esa condición de no tener que abonar para entrar a ver, disfrutar y aprender. Ejemplos abundan de múltiples actividades que se ofrecen sin cargo y ni así pueden presumir de haber concretado una convocatoria decente.
Ese mismo público que rebalsó la capacidad de las tribunas, además, también mostró un rasgo de madurez y educación poco frecuente en estas latitudes. Se comportó correctamente y alentó ruidosamente a nuestros atletas sin cometer excesos (dentro de los parámetros que nos caracterizan como sociedad). Eso sí, los controles en los accesos a los parques fueron rigurosos y efectivos. Lo cual conduce a una pregunta ineludible: ¿tan difícil es poder trasladarlo a la eterna problemática del fútbol? Pareciera que sí. En tanto y en cuanto no exista una firme determinación política y dirigencial, habrá que seguir conformándose con estadios sin hinchas visitantes.
Exito sin precedentes
Es una obviedad afirmar que la realidad del país está complicada y que la coyuntura económico-social no ayuda. Sin embargo, eso no impidió que la gente se involucrara de lleno para contribuir de manera determinante en la calificación de un éxito sin precedentes.
El propio presidente del Comité Olímpico Argentino (COA), Gerardo Werthein, divulgó en la conferencia de cierre de la primera justa olímpica en el país, que se había superado el millón de espectadores, una cifra que supera con creces las registradas en las ediciones anteriores (Singapur 2010 y Nanjing 2014).
Por supuesto que no faltaron los detractores. Siempre los hay. Aun cuando se pretenda refutar lo irrefutable. Y como no pudieron “caerle” a una organización que rozó la perfección, intentaron plantear dificultades y generar discordia donde nunca la hubo con rasgos de mezquindad y desconocimiento. Basta mencionar el ridículo planteo en contra de la vestimenta supuestamente provocativa de las chicas argentinas del beach handball (¡cuánta ignorancia, por Dios!).
Precisamente las Kamikazes (y también los varones), la atractiva modalidad hockey Five, el beach volley y el breaking tal vez hayan causado el mayor impacto dentro de las actividades no tan difundidas, ya que el atletismo, la natación, la gimnasia artística y el futsal también “explotaron”.
En toda esta consideración valiosa hacia la gente, sería una verdadera injusticia no incluir allí el papel de los más de 8.000 voluntarios que hicieron posible los YOG 2018. Siempre solícitos, responsables, bien predispuestos y con la mejor cara. Incluso cuando muchos de ellos superaron el umbral del cansancio porque además de estar varias horas al sol al servicio de los Juegos, después tenían que concurrir a sus propios trabajos. Nunca alcanzará el agradecimiento hacia los voluntarios. Una función que se graduó de indispensable en aquellos Panamericanos del ’95, en Mar del Plata.
Una vez más, Argentina demostró estar a la altura de una gran cita internacional. Un calificativo que no sólo surge de una percepción acaso localista, sino de los profusos elogios dedicados por Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), quien quedó “encantado” con esta edición de los Juegos de la Juventud, la más concurrida, la más urbana y la más igualitaria.