Por Hugo Segovia (*)
La importancia de Mar del Plata quedó evidenciada en los últimos días previos al acto eleccionario del 27 de octubre: los principales candidatos hicieron en ella los actos de cierre de la campaña.
La autora de una novela que fue best-seller hace unos años, “La canción del mar”, decía: “Mar del Plata es un espejo del país. La veo así porque es algo eterno, todos los argentinos pensamos en ella, todos alguna vez hemos veraneado o hemos soñado con veranear en Mar del Plata; tuvo muchas etapas en ese sentido en distintos momentos en que, por tal o cual cambio, el verano se vivió de manera diferente, como cuando aparece la ruta 2 que se abre como etapa diferente de una época problemática”.
Es la séptima ciudad del país en lo que se refiere a población, la cual se multiplica en los veranos en los cuales viene a ser como la capital del país, ya que políticos, artistas y deportistas recalan en ella aunque, también, durante todo el año es la sede de innumerables congresos de las distintas disciplinas. También, lamentablemente, es la ciudad que tiene más desocupados.
Es la sede, desde 1957, de una diócesis que no se reduce a ella sino que abarca los partidos de Alvarado, Balcarce, Lobería, Madariaga, Necochea, Mar chiquita, Pinamar y Villa Gesell. Es lo que en su primera pastoral, monseñor Gabriel Mestre señalaba bellamente: “El mar y sus playas, las sierras y los fértiles campos pero de manera particular la variedad de su gente venida de distintos lugares geográficos, culturales y existenciales que enriquecen a nuestra Iglesia”. Palabras que, a lo largo de dos años, le permitirían repetir aquello del padre Brochero: “Conozco al oeste de la tierra como a mi sotana”.
Alguien que nos conoce
A fines de 2019, Mar del Plata recibió la noticia de que el papa Francisco la había considerado en condiciones de contar con un obispo auxiliar. El 5 de noviembre eligió al padre Darío Rubén Quintana, de 48 años, que no es alguien lejano ya que, nacido en Buenos Aires, tenía 7 años cuando su familia se radicó en la ciudad y aquí cursó sus estudios primarios y secundarios como alumno del Colegio de la Obra Don Orione. A los 18 años ingresó al postulando San Ezequiel Moreno de la Orden de los Padres Agustinos Recoletos cursando los estudios de filosofía y teología en la Universidad Católica hasta ser ordenado sacerdote en 1997.
Diversas tareas en San Martín y Buenos Aires y desde 2009 hasta 2012 como párroco de Nuestra Señora de Fátima de nuestra ciudad. Después fue vicario de la provincia Santa Tomás de Villanueva de la Orden de los Agustinos Recoletos y, en el momento de la última elección, prior del seminario de su orden y a la vez párroco de Nuestra Señora de Luján en la diócesis de San Martín.
Sabemos que los obispos auxiliares se asignan por diversos motivos como pueden ser la extensión de las diócesis o la multiplicidad de tareas que debe atender el obispo diocesano aunque también puede ser por la edad o sus problemas de salud, cuestiones que se dan en este caso.
Gracias a Francisco
En 1975, Pablo VI designó a monseñor Rómulo García como auxiliar de monseñor Pironio que era también entonces presidente del Celam y se lo requería con mucha frecuencia para predicar los Ejercicios Espirituales de Cuaresma al Papa y a la Curia romana así como su participación en el Sínodo de 1974 para la evangelización. Además eran tiempos muy sombríos y bastaría recurrir a su “Meditación para tiempos difíciles”, para tener un testimonio de ello.
Esta elección se entrecruzó con la elección que el mismo Paulo VI hizo de monseñor Pironio para hacerse cargo de la prefectura de la Congregación para los Religiosos. Monseñor García fue ordenado el 24 de setiembre en Bahía Blanca mientras que, en enero de 1976, fue elegido para sucederlo.
En agosto pasado hablábamos del cúmulo de tareas, no sólo a nivel diocesano, de monseñor Mestre. No obstante la importancia de la ciudad con lo cual comenzábamos, nuestro obispo, al anunciarnos la elección del auxiliar nos habla de la pequeñez evangélica de la misma y nos da pie para agradecerle al papa Francisco, más aún, esta elección de ahora. Monseñor Quintana entra a formar parte del colegio apostólico y nos ayuda ello a hacer visible algo que decía el cardenal Etchegaray: “La fraternidad episcopal es una realidad sacramental”.
En este tiempo de preparación para el sínodo diocesano también nos ayuda a entender mejor la gracia y el don de la sinodalidad. Siendo monseñor Quintana miembro de una orden religiosa, que tiene una historia rica y exigente, es como si nos remontáramos a aquel Pironio que tanto tuvo que ver con la vida religiosa en el pos concilio. Pensábamos también las muchas veces que, el ahora nuestro obispo auxiliar, habrá enseñado lo que Santo Tomás de Villanueva decía de los obispos: “Un buen pastor debe reunir cuatro condiciones: el amor, la vigilancia para estar atento a las necesidades de las ovejas, la doctrina y la santidad de vida. Un prelado debe tratar con los justos y con los pecadores”.
Todo ello nos da alegría y entusiasmo para repetir: ¡Tenemos obispo auxiliar!
(*) Presbítero