El tío Marce continúa explicando a su alumno sobre la importancia de los sentidos en la escritura y la lectura.
Por Marcelo di Marco
A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, destacaba con ocres tonalidades la notable cubierta del libro de cuentos Diario de caza, de Carolina Favini, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.
—Creo que ya descubrí por qué funciona aquel asunto de los sentidos, máster —manifestole, una vez instalado en su pupitre—. Anduve pensando mucho en la película llamad… digo, titulada “Desaparecer por completo”. Y también anduve…
—… cierto, Pukkas, gran película. Después de que la mencionamos la vez pasada, estuve investigándola. En una entrevista a su director, la web Warp la considera como “uno de los thrillers más sólidos e inteligentes que ha dado el cine mexicano durante los últimos años”. De manera que convendrá seguir las obras de Luis Javier Henaine, que así se llama el director. En esa misma entrevista aseguró (con toda justicia, hay que reconocerlo) que su película “ofrece una experiencia sensorial única que vale la pena experimentar”. ¿Y qué era lo que me estabas diciendo no bien llegaste?
—Quería hablarle precisamente de ese asunto de la experiencia sensorial. Estaba por decirle que anduve repasando su libro “Atreverse a corregir”. Ahí usted y Nomi explican cómo involucrar al lector en nuestras ficciones. Me permito citar el final de la nota 8, “casualmente” titulada “El imperio de los sentidos”:
Asaltar los sentidos del lector. Todo se revitaliza gracias a esta técnica: el lector siente que es él el que mira, el que huele, el que oye… El relieve de la escritura de los grandes artistas pasa por reflejar, asalto sensorial mediante, esta ilusión de vida. He ahí el gran secreto del estilo.
—El gran secreto del estilo está ahí, Pukkas, y en otras partes también. Porque son realmente inagotables los elementos que concurren a formar en nuestro espíritu el estilo que más nos convenga aplicar para lograr la mejor obra, y son tan impredecibles las situaciones en que habremos de necesitarlos que jamás podremos abarcarlos en su totalidad. Por eso nos esperan innumerables encuentros como este, y reflexiones teóricas y lecturas críticas y pruebas de ensayo y error que se traducirán en muchísimas más columnas de “Con tener talento no te alcanza”. Columnas que a su vez contribuirán a que nuestros lectores puedan largarse a escribir, o a mejorar la calidad expresiva de su literatura, “si son favorables los astros”, como diría Borges. Pero gracias de todos modos por citarme.
—Es que creo que esa cita de su libro abrocha todo, maestro, y que además les sirve a nuestros lectores para entender por qué les gusta lo que les gusta. Sin ir más lejos y hablando de Roma, ayer me descubrí subrayando este momento de Borges, del poema “El mar”, vea: “¿Quién es el mar? / ¿Quién es aquel violento / y antiguo ser que roe los pilares / de la tierra y es uno y muchos mares / y abismo y resplandor y azar y viento?”. Cuando leí ese “roe”, sentí que algo me horadaba por dentro a mí también. Es decir, la imagen táctil evocó en mí esa sensación.
—Sin contar la efectividad de otros recursos que aparecen en ese mismo fragmento, Pukkas. Como, por ejemplo, la personificación que Borges nos mete de prepo en la cabeza y en el alma cuando pregunta quién es el mar, en lugar de qué es el mar. Y espero que no se te haya pasado por alto ese espléndido polisíndeton.
—¿Ese qué?
—¡No frunzas tanto la nariz, ácoro palustre, que el polisíndeton es una herramienta muy usada tanto en prosa como en poesía! Según la Academia, es el “Empleo repetido de las conjunciones en un texto para dar fuerza o energía a la expresión de aquello que se expresa, como en y avanza y levanta espumas, y salta y confía”. Reina el polisíndeton en estos dos versos del momento de Borges que vos destacaste, fijate: “y es uno y muchos mares / y abismo y resplandor y azar y viento?”. ¿Notás el ritmo que les imprime a los versos la repetición de la palabra “y”, es decir, de la conjunción? ¿Te das cuenta de por qué te digo que la evocación de un universo sensorial es crucial, sí, pero no lo es todo?
—Claro, máster, claro. Pero por favor no nos apartemos del tema de los sentidos, porque ahora voy a pedirle que no se me enoje si le digo que hay algo que le falta a su explicación.
—Veo que encontraste una buena ocasión para chucearme, soropete. Y qué es eso que le falta a nuestra explicación, si se puede saber.
—A usted y a su señora esposa les faltó mostrar por qué funciona el bombardeo de los sentidos cuando uno busca crear esa “realidad sensorial”, como la llama Stephen King. Pensando en “Desaparecer por completo”, se me fue ocurriendo una teoría.
—Bienvenida sea, Pukkas, porque no recuerdo si ya hablé en alguna parte del porqué de la eficacia de esa magia. Acaso dije algo al respecto en entrevistas posteriores al lanzamiento de los “Atreverse”, que ya llevan más de veinte años de publicados. Pero se da el caso de que el último libro mío sobre cuestiones de estilo y creación literaria es justamente ese, “Atreverse a corregir”, así que soy todo oídos.
—En un viejo manual leí en estos días que, según la psicología, sabemos que estamos vivos gracias a los sentidos. A los cinco sentidos me refiero, máster. No sé si esa idea sigue vigente entre los psicólogos de hoy, y acaso alguno de nuestros lectores lo desmienta o pueda agregar alguna precisión sobre el tema. Pero lo cierto es que a mí ese concepto tan fácil de entender me sirve para mejorar mis maneras de leer y de escribir. Mi ecuación es esta:
1. Gracias a que huelo, oigo, veo, degusto y toco, yo sé que estoy vivo. Obviamente, lo mismo le sucede al lector.
2. Mis personajes huelen, oyen, ven, degustan y tocan el mundo de mi cuento o de mi novela, gracias a que yo bombardeo sus sentidos. Por carácter transitivo, le hago experimentar al lector tales sensaciones.
3. Y si logro que el lector se identifique con esa manera que tienen mis personajes de ver el mundo, si percibe el mismo mundo que ellos perciben, eso significa que…
4. …para el lector mis personajes están tan vivos como él para sí mismo. Y, por lo tanto…,
5. …inconscientemente, los personajes dejan de estar hechos de tinta y de píxeles: se convierten, para el lector, en seres de carne y hueso; en gente tan viva como él.
—Debo reconocer, Pukkas, que, sometiendo la psicología experimental a un abuso de la simplificación, tu teoría es plausible. La Ley de Pukkas, podríamos denominarla.
—Me está jodiendo, máster.
—Para nada, mi querido. Esta misma mañana pude comprobar cómo una compañera tuya del Taller de Corte y Corrección logró mejorar bárbaramente cierta zona de un cuento suyo, aplicando la técnica que estamos estudiando. Cuenta Gabriela Di Giácomo la triste historia de un cantante de cumbia, un artista aficionado que entra en la oficina de un estudio de grabación, con la esperanza de que por fin alguien lo contrate. Esta es la versión original que Gaby había traído al grupo:
Sube las escaleras hasta llegar al cuarto piso de un edificio descascarado. Una chica de ojos negros, sombreados por largas pestañas, le abre la puerta.
—Sentate —le dice, ya dentro del hallcito y le señala la única silla—. La prueba de voces se está haciendo detrás del biombo. Cuando te toque te llaman por tu nombre artístico. ¿Qué es…?
—Enrique ponele.
—¿Solamente Enrique?
—Solamente Enrique.
La chica se alza de hombros, y anota en la compu.
A pesar del calor —un artrítico ventilador de techo no salva el expediente— tiembla. Cruza y descruza las piernas con la mirada clavada en el biombo. ¿Será otra pared, o su primera puerta?
—Ya veo para dónde va, Tío Marce.
—Convinimos con Gaby en que la escena resultaría más vívida si bombardeábamos los sentidos del protagonista. “Agregale olores”, le dije. “Y sobre todo sonidos, voces”.
—¿Y ella qué hizo?
—En el próximo capítulo te lo muestro, porque antes me gustaría proponerles a nuestros lectores que se encarguen también ellos de ejercitarse con esa consigna. Que trabajen en aquella escena cruzándola de imágenes sensoriales, y después les mostramos cómo la resolvió nuestra autora. Será muy instructivo comparar las versiones de ellos con la de ella, ¿verdad?
—Seguramente, máster. Pero… ¿Por qué habló recién de “próximo capítulo”?
—Porque a veces pienso que vos y yo estamos protagonizando una historia, Pukkas.
—No me asuste, maestro. ¿Una historia, dice?
—Una historia, efectivamente. Una novela, mejor dicho, cuyos capítulos son estas mismas columnas quincenales. Una novela que bien podría titularse…
—¿Con tener talento no te alcanza?
(continuará)