La columna de Marcelo di Marco suma una nueva lección del Tío Marce a su alumno Pukkas, en este caso, sobre la importancia de la corrección tras escribir un texto. Para ello, acude a dos grandes maestros de la escritura: Stephen King y Abelardo Castillo.
A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, despertaba cobrizas chispas en los refuerzos de bronce del Buck 110 de Pablo, asimismo despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.
—¿Empezó de talante este nuevo año de 2024, maestro? —inquiriole, una vez instalado en su pupitre—. Lo pregunto porque me encantaría pedirle algunos nuevos ejemplos bien concretos que nos muestren a nuestros lectores y a mí cómo la literatura de cada cual se mejora gracias a la técnica suya de exprimir naranjas. ¿Puede ser?
—Encantadísimo de mostrarte ese buen jugo, Pukkas, y hasta me da la sensación de que me leíste el pensamiento: es precisamente lo que quería hacer no bien llegaras. Pero antes decime una cosa: ¿de dónde sacaste la palabra “talante”, que hace mil años que no se la oigo decir a nadie?
—Se la escuché a un monje en una parroquia de Parque Luro, Tío Marce. Resulta que acompañé a misa a una de mis… amigas, y cuando el cura dijo “talante” tomé nota en el celu. Hablaba de la buena disposición que tiene, o que debería tener, una persona de fe. Creo que se llama fray Federico. O fray Francisco, no me acuerdo bien.
—¿Conque una de tus “amigas”, pedazo de zurumbo? Ya me imagino los titulares: “Francisco Javier Pukkas, seductor de catequistas, novicias y legionarias”. Qué raro que la iglesia no se hundió hasta los cimientos no bien cruzaste el umbral.
—¡Ufa, maestro, usted siempre bardeando! Se ve que hoy no anda de talante.
—Ojo, Pukkitas, que con talante andamos todos. Lo que nos distingue es que andemos de buen o de mal talante. Acá lo dice en el sitio de Fundéu, que depende de la Real Academia: talante es el “modo o manera de hacer una cosa”. Pero la palabra “talante”, así solita, no te sirve. Tenés que completar el significado de lo que querés decir, usando algún adjetivo que lo mande para abajo o para arriba al dueño del talante en cuestión. Uno puede entonces andar de buen talante, de mal talante, de talante criticón o de talante violento. O de Talante Pukkas, según podrían catalogarlo los investigadores de tus extrañas pautas conductuales.
—Bueno, Tío Marce, nadie es perfecto. Si nos ponemos a buscar el pelo en el huevo, usted acaba de cometer un dequeísmo. Y no me mire con esa cara de extrañeza, porque es cierto. Recién dijo “hasta me da la sensación de que”, en lugar de “hasta me da la sensación que”. Si se toma la molestia de leer unos cuantos renglones arriba en esta columna que estamos protagonizando hoy, se dará cuenta. Lo dijo en la primera oración de su primer parlamento.
—De lo que yo me doy cuenta, Pukkas, es de que las buenas gentes están erizadas de suspicacia frente al dequeísmo. O, mejor dicho, a lo que creen que es un dequeísmo. Hablan cada vez con menos precisión y usando un vocabulario jibarizado en calidad y cantidad; pero siempre que oyen un “de que”, ya están levantando su dedito acusador. Más de una vez me descubrí respondiendo al e-mail de algún lector diciéndole “Me alegra que mis libros de escritura te sirvan” en lugar de “Me alegro de que mis libros de escritura te sirvan”. Y eso, por el simple hecho de que puede llegar a pensar que soy un mal coordinador de taller literario por haber usado un “dequeísmo”. Lo que no saben los Oficiales de la Brigada Gramatical Iletrada es que existe algo llamado queísmo, que es el mal uso de la conjunción “que” en lugar de la secuencia “de que”. Y te devuelvo la gentileza advirtiéndote que vos cometiste un queísmo. Y no me mires con esa cara, porque es cierto. Si te tomás la molestia de leer unos cuantos renglones arriba en la columna que estuvimos protagonizando la quincena pasada, te darás cuenta. Lo dijiste en la primera oración de tu ejercicio de mejoramiento del estilo.
—“Si te venís unos días a casa, vas a estar encantada que caminemos juntos por la orilla del mar, aunque todavía haga frío”.
—¿Qué tendría que haber escrito, maestro? ¿“Vas a estar encantada de que caminemos”, etcétera?
—Exacto. Y las razones podés encontrarlas haciendo clic en estos dos links, que te van a llevar al Diccionario Panhispánico de Dudas: https://www.rae.es/dpd/que%C3%ADsmo y https://www.rae.es/dpd/deque%C3%ADsmo. Y después, cuando te baje la espuma, pasaré a mostrarte los ejemplos que te tenía preparados.
—Le debo una disculpa, maestro. A veces olvido que, con cuarenta y cinco años de dar talleres, y con varias ediciones encima de sus cuatro libros sobre escritura, usted se ha ganado el derecho de enseñarle a más de uno.
—No hagas tanta alharaca, Pukkitas, y no me dores la píldora, que la mejor manera de disculparte es prometiéndome que la próxima vez vas a poner el cerebro en funcionamiento antes que la lengua en movimiento, como dice el refrán.
—Prometido. Lo que pasa es que usted, cuando la vez pasada le presenté ese texto que me hizo ganar un montón de amigas, me dijo que estaba todo bien.
—No fueron esas mis palabras, Pukkas. Aunque, sí, confieso que tu texto estaba bien. Cumplía con la consigna de jerarquizar la información exprimiéndola para que deje de ser informativa. De hecho, “ganaste”, como decís vos. Pero te faltó volver a ese texto para revisarlo “con un ojo más frío”, como diría Stephen King. Te perdiste la oportunidad de hacer lo que cualquier escritor comprometido con sus lectores y con su arte necesita hacer antes de mandarle a la editorial o al concurso un trabajo que considera terminado.
—¿Y qué es eso que el escritor necesita hacer, maestro?
—Stephen King lo dice en su prólogo a “El pistolero”, la revisión de 2003. Fijate, y pensá que no es casual que ya lo haya citado dos veces en lo que va de la mañana: “He tenido la oportunidad de hacer lo que todo escritor quiere hacer con un trabajo que, aunque acabado, aún necesita una puesta a punto y un pulido final: corregirlo”. Vos ya estás lo suficientemente integrado al trabajo como para no tener que aclararte que las cosas no salen de la nada.
—Eso es cierto, máster. Pero debo confesarle que durante mucho tiempo, antes de sumarme al taller, yo pensaba que los grandes genios de la literatura escribían todo de una. Jamás había sospechado la cantidad de clavos y tornillos que se necesitan para llegar a esa “verdad literaria” de que habla García Márquez.
—Ah, ya me acuerdo. Te estás refiriendo a lo que mencionamos hace unos meses: la carpintería de la escritura. Vos podés tener un texto que funciona, como ya te dije. Pero… A ver, dejame hacerte una pregunta: ¿te gustan los huevos fritos?
—Los amo con todo mi corazón, maestro. Me flipa mojar el pan en ese oro líquido y denso que te hace agua la boca. Aunque… ¿qué tienen que ver los huevos fritos con lo que estamos hablando?
—Todo, Pukkas. Todo tiene que ver. Descuento que los comés con sal, pero no sé si probaste a echarles en la yema un par de gotas de Tabasco. ¿Lo probaste?
—Nunca, Tío Marce, y ya me imagino cómo pueden llegar a quedar con ese toque mínimo. Supongo que les levantará el sabor enormemente. Pero lo importante es que ya sé para dónde va usted. En realidad, no me está hablando de huevos fritos.
—Claro que no, Pukkitas. Te estoy hablando del mejoramiento de las cuestiones lexicales y sintácticas que atraviesan las historias, de la coherencia argumental que manifiesten o no a cada página, de la expresividad con que logremos transmitírselas por escrito a nuestros lectores. En pocas palabras, estamos refiriéndonos a un aspecto clave que muchos autores noveles (y no tanto) suelen descuidar: la dimensión ética y estética implicada en el reconocimiento de que la literatura es, en la base de la pirámide, información jerarquizada por medio de la belleza. Y eso, sin una corrección responsable y bien dirigida, no se puede conseguir. Al menos en un cien por cien.
—Me hace acordar de aquellas palabras de Abelardo Castillo que usted citó en Taller de Corte y Corrección. Las sé de memoria. ¿Me deja que las recite para quienes todavía no leyeron su libro? En todo caso, los ejemplos que pensaba mostrarme quedarán para la próxima.
—Adelante, porque con ellas Abelardo nos ayuda a comprender que los escritores geniales son geniales, precisamente, porque corrigen hasta el hartazgo.
—Acá voy, máster: “En la literatura y en la vida en general, hacer menos de lo que se puede hacer me parece que es un rasgo de mala conducta”. Linda frase para despedirnos hasta la próxima, ¿cierto?
—Claro que sí, Pukkitas, porque viene a recordarnos que “Con tener talento…
—… “no te alcanza”.
(*) En 1997, Marcelo di Marco (www.tcyc.com.ar) revolucionó la enseñanza de la escritura creativa al publicar Taller de Corte y Corrección. Vigente desde hace más de un cuarto de siglo, la más reciente edición de esta guía para la creación literaria data de 2022: a finales de junio entró en la Colección Best Seller del sello Debolsillo (Penguin Random House), y se agotó en menos de dos meses.
Jorge Estefanía, quien nació en Otamendi y vive en Mar del Plata, es dibujante, caricaturista, escritor, bajista y profesor de Educación Física. En 2022, publicó por Gogol Ediciones “La luz que cayó del monte”, libro de cuentos basados en la obra de H. P. Lovecraft.