Cultura

Con tener talento no te alcanza: cómo nació este libro

En el capítulo 31, el Tío Marce revela a Pukkas cómo esta columna destinada a la enseñanza de la escritura se transformó en una novela.

Por Marcelo Di Marco

Entonces la voz de Tío Marce se volvió un remolino cada vez más vertiginoso, bien visible para los ojos de Francisco Javier –al menos, bien visible para los ojos de la mente de Francisco Javier–. Y el brillo de sus decibeles, ahora imposiblemente expuestos a la vista, iba superando las penumbras de los sombríos anaqueles plagados de telarañas, como también las montañas de libros enseñoreadas en dudoso equilibrio por cada rincón. ¡Todo se volvía luz, las tinieblas se disipaban más y más! Sintiéndose arrebatado por ese ímpetu, Pukkas se dejó llevar en alas de la voz persuasiva del máster, y en ese viaje nocturno las moles desbordantes de volúmenes mutaron en acantilados que atormentaba el mar. Y Pukkas supo que de algún modo estaba volando de sur a norte, a ras de las olas y como a bordo de una alfombra mágica, y que muy pronto se encontraría –se aparecería, mejor dicho– en el punto de partida de todo aquel delirio: el balneario Bahía Bonita.

Sí, evidentemente se alejaba a velocidad supersónica del atroz escenario de aquella biblioteca que parecía no terminar jamás. El espíritu de la noche más oscura le pesaba en los párpados bajo la forma de toneladas de arena húmeda –o eso fue lo que imaginó–, y la voz de Tío Marce le llegaba a los oídos como atravesando infinitas capas de felpa. Con alguna esperanza, se preguntó lejanamente si aquel tramposo no lo habría sometido a una sesión de hipnosis. Sólo así podría explicarse el misterio de su identidad -o de la falta de ella, para ser más exactos-.

—¿Y, Pukkitas? ¿Qué te pareció la ilustración del capítulo anterior? ¿Salimos bien vos y yo?

Al oír esas palabras, Francisco Javier parpadeó como quien vuelve al mundo de los vivos después de haber sufrido la más realista de las pesadillas. El aroma de la sal del mar le inundó la nariz, y el graznido de las gaviotas se mezcló con los decibeles, de nuevo audibles y no visibles, de la voz del máster, que ahora le mostraba cierta página de la sección Cultura de La Capital correspondiente a la edición del domingo 22 de septiembre de 2024.

—¿Te gusta cómo salimos en la ilustración de Jorge, Pukkas? —le insistió su personal trainer literario, o lo que fuese que significara en su vida, a partir de este punto de inflexión, aquel viejo timador.

Francisco estudió la imagen que tenía frente a sí: Jorge Estefanía, el mismo artista con quien, a fines del año pasado, él y el máster levantaron la copa para desearles a los lectores “un radiante y creativo 2024”, había interpretado extraordinariamente el momento en que Francisco Javier Pukkas veía, dentro del libro-espejo, la cara de Marcelo di Marco en lugar de la suya propia.

Pero esto es otro imposible, pensó. Esta situación, la misma escena que está dibujada en esta página, yo acabo de vivirla. O de soñarla, vaya a saber. ¿Cuándo tuvo tiempo el amigo del máster para mandarse semejante dibujo, y cómo hizo además el personal del diario para publicarlo en tiempo récord? ¡Qué asunto tan extraordinario!

—No tiene nada de extraordinario, Pukkas. Acordate de que para vos ya no corre el tiempo normal. Acordate del pacto gracias al cual vos existís. Te lo estaba contando la quincena pasada, ¿remember? Es decir, hace apenas minutos.

—¡El pacto, cierto! Me lo contaba recién… —Francisco Javier se quedó pensativo—. O hace quince días, ya no puedo asegurarlo. Me hablaba de la idea que usted tuvo de avisarles a los editores de esta sección que se estaba por radicar en Mar del Plata. ¿Y qué pasó entonces?

—Sucedió que al mes de mudarnos acá con Nomi recibí una amable respuesta de Dante Galdona, con la propuesta de publicar algo de mi autoría, de juntarnos a ver qué podíamos hacer. Después de conocernos en persona y de barajar proyectos, al final quedamos en que yo escribiría una columna quincenal con tips de escritura. La columna podría titularse Con tener talento no te alcanza, que, como bien lo señalaste en su momento, es uno de los lemas de nuestro taller. La idea era compartir con los lectores del diario nuevos trucos de escritura, recursos que fui aprendiendo en estas más de dos décadas, después de haber publicado mis cuatro manuales anteriores sobre producción literaria. Nunca había publicado en ninguna parte mi definición de literatura, por ejemplo. Entonces le dije a Dante que me gustaría armar las columnas siguiendo el formato de un diálogo que yo mantuviera con un alumno. Un… Un hipotético alumno.Y es ahí donde entrás vos, Pukkitas.

Francisco Javier tragó saliva, con la certeza de que estaba por recibir una información tan crucial que pondría en jaque la poca cordura que le quedaba.

—Ay, maestro… —dijo, perdiendo la mirada en el horizonte marino, como si con ese acto pudiese internarse en el mar y sumergirse para siempre en sus misterios—. Casi que no me gustaría seguir escuchándolo.

—Pero dejame que te lo cuente, Pukkas, porque de ese modo podrás enfrentar la verdad cara a cara. Además, como parte de la formación del escritor, a nuestros lectores les vendrá muy bien conocer la génesis de un libro: poca gente sospecha el trabajo, impresionantemente gozoso y doloroso al mismo tiempo, que lleva poner en sus manos un montón de hojas impresas y encuadernadas; pasando primero, como es obvio y natural, por su invención, su escritura y su corrección. A cualquiera que ame la literatura no puede dejar de interesarle saber cómo nacen los libros. Y eso, sin contar con el atractivo de que este libro no fue concebido desde el principio como un libro.

—Adelante entonces, Tío Impiadoso.

La mirada de resignación de Pukkas enterneció al máster, quien a fin de cuentas decidió seguir adelante según su propio estilo; es decir: diciendo las cosas sin anestesia.

—A Dante la idea le gustó de entrada, así que fui desarrollándola. Cuando él le mostró a su coequiper del diario la primera columna que yo había escrito, supe que estaba muy bien encaminado y que había caído en las mejores manos posibles. Porque Rocío Ibarlucía, que así se llama la coeditora de Dante, me sacó la ficha al toque, como dirías vos.

—Explíquese, máster.

—Haciendo gala de su perspicacia de editora, Rocío intuyó con mucha razón que todas las columnas estarían encabezadas por la misma parodia de amanecer, algo similar a lo que perpetra Cervantes cuando escribe sus mitológicas alboradas. Y te comento que, más que de Cervantes, la idea la tomé principalmente de ese cura juguetón que era el padre Leonardo Castellani, quien encabeza cada apartado de su libro El nuevo gobierno de Sancho con parodias como esta: “Apenas hubo el rubicundo Apolo asomado su soñolienta y bonachona faz por las puertas y balcones de Punta del Este, cuando se irguió el nuevo Gobernador del lecho donde yacía con un acceso de dengue y se encaminó a la Sala de las Sumas Examinaciones para despachar los asuntos del día”. ¿Me seguís?

—Mal que me pese, máster, lo sigo con mucha atención.

—Te cuento entonces otro elemento que vaticinó Rocío: cada columna la íbamos a terminar vos y yo cerrando nuestro diálogo con aquella oración, repartida entre los dos, que dice “Con tener talento…

—… no te alcanza”.

—¿Ves, Pukkas? Todo estaba pactado. Incluso tu nombre estaba pactado.

—Por qué lo dice, maestro. ¿Hay algo más que deba saber? ¡Cada revelación es una puñalada en el alma, lo suyo es un ejercicio de sadismo!

—Estoy seguro de que esta que viene te partirá la cabeza, Pukkitas. Rocío descubrió algo que no pudieron adivinar ni mis amigos más cultos. ¿Te la digo, o no te la digo?

El claro mediodía de invierno, que ahora se había vuelto primaveral, contrastaba con el ánimo de Pukkas. Era como si la alegría de las chicas de la orilla y del mar rielante entre las olas subrayara la tristeza en que él se estaba sumiendo a cada explicación del máster. No obstante, inclinó la cabeza en señal de aceptación.

—Rocío descubrió que vos te llamás Pukkas por cierto cadete de una academia militar austríaca.

—¡¡¡¿¿¿Quééé???!!! ¡Qué cazzo tengo que ver yo con la milicia, o cosa que se le parezca!

—Aparentemente nada, Pukkitas, pero dejame que te cuente. La relación maestro-discípulo que le propuse a Dante tiene una fuerte cuota lúdica, y se me ocurrió completar la broma bautizándote como Francisco Javier Pukkas. Un guiño para los lectores, una cita culta que a Rocío Ibarlucía no se le pasó por alto. Pero… a propósito de nuestros lectores, ¿te gustaría dejarles la resolución del enigma a ellos?

—Como a usted le parezca, máster -dijo Francisco, sintiéndose más desganado que nunca; pero, al mismo tiempo, espoleado por la extrema curiosidad.

—La idea es que respondan a este interrogante: ¿qué conocido discípulo de la historia de la literatura prestó sus nombres y apellido (un poco alterados, eso sí) para que vos termines llamándote como te llamás, eh?


Los capítulos anteriores pueden leerse siguiendo este enlace:

https://www.lacapitalmdp.com/temas/la-columna-de-marcelo-di-marco/

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