Diego García Lorente escribió "El recuerdadero" a pedido de Enrique Baigol, el actor marplatense de 92 años que interpreta a un escritor desmemoriado. Cómo llegó a esta historia, que sube a escena los domingos, por qué le interesan temas como la culpa y la memoria y su vida entre España y Mar del Plata.
“Ese deseo de estar haciendo teatro…”, comenta en confianza. “Es un desafío mayúsculo el estar en escena, qué necesidad tiene Enrique de estar padeciendo el estrés de estar frente a un público que le está pidiendo que no se olvide nada, la obra de alguna manera depende de él, si se olvida o tiene una laguna no puede seguir. ¿Qué otra cosa que amor por el teatro es eso, no?”.
Conmovido, el dramaturgo y actor Diego García Lorente habla de su maestro y amigo, Enrique Baigol, un veterano teatrista de Mar del Plata que a los 92 años es su compañero en la obra “El recuerdadero”, pieza que dirige Héctor Martiarena y en la que también actúa Gabriela Benedetti.
Escrita por el mismo García Lorente, el espectáculo nació a pedido de Enrique, quien dirigió varias veces a Diego e incluso lo formó en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Antes de la llegada de la pandemia, el intérprete de enorme trayectoria confió en la pluma de su amigo para alcanzar un nuevo desafío actoral.
García Lorente junto a Enrique Baigol y Gabriela Benedetti.
El parate obligado por la enfermedad respiratoria que asoló al mundo demoró los planes del grupo, hasta que finalmente el estreno se produjo hace pocas semanas en El Séptimo Fuego (Bolívar 3675), sala en la que se verá durante todo el verano (los domingos de enero y febrero a las 21).
Con toques de un estilo grotesco y humor, “El recuerdadero” es la historia del añejado escritor Kraus Kosta, quien postrado en una silla de ruedas vive con la rígida Karmina, su enfermera-ama de llaves. La llegada de un supuesto biógrafo, Gómez, que busca reconstruir la vida del autor altera los planes de kosta y de Karmina. Nadie es fiel a lo que muestra, los personajes mutan y el deseo de escribir un libro con las claves de la vida del letrado se vuelve un proyecto casi imposible.
¿Qué es lo que recuerda Kosta, recuerda la verdad, o prefiere olvidar para no desentrañar una vida atravesada por el horror de la última dictadura? ¿Qué lo une a Karmina, quién es Gómez en realidad? Preguntas que aparecen al igual que los ecos de la memoria aparentemente débil de Kosta, mientras la historia se arma como un rompecabezas y se dilucida al final.
El rol de Martiarena también es clave. Ubicado entre el público, sostiene la memoria del Kosta y se convierte en la voz de su conciencia, casi como un personaje más.
“No escribo para vender entradas, a veces me cuesta conciliar las dos cosas”
“Una de las cosas que me llevó a escribir el personaje de Kosta fue el factor de la edad de Enrique, tenía que buscar un personaje que tuviera la edad de Enrique, que tuviera un pasado que fuera carne de drama, de teatro, a partir de ahí empezó la invención de este supuesto escritor y a partir de ahí empezaron a conjugarse los personajes”, cuenta a LA CAPITAL.
“Es un placer trabajar con Gabriela y con el Negro Martiarena y laburar con Enrique es muy emocionante. Para mi es más importante el hecho de la vivencia dramática con él que la obra en sí, conmueve más el esfuerzo y la vitalidad que le pone que lo que dice la obra, es un combo matador”, sigue el dramaturgo.
-¿En qué medida el personaje de Kraus Kosta está desmemoriado y enfermo de Alzheimer y en qué medida no quiere recordar y miente?
-Es todo a la vez. Es lo que más me interesa, justamente.
-¿Es la ambigüedad?
-Claro, porque lo que no se acuerda no lo quiere decir. Sabe que se olvida cosas pero a veces prefiere negar esas cosas. Dice “yo a veces siento remordimiento” y eso también es memoria pero memoria maligna. Tiene ese remordimiento por algo que hizo pero que olvidó, pero tampoco sabe cómo lidiar con eso, porque se le está pidiendo también un esfuerzo sobrehumano sobre cuestiones que nadie sabe si hubiese podido soportar.
-Aparecen temas como la memoria, la culpa, la mentira, lo que no se dice, ¿por qué te interesa transitarlos?
-Porque son parte esencial de nuestra vida, cada uno de estos temas son la columna vertebral de nuestro transcurrir diario, según cómo estén acomodadas estas cosas en nuestra alma, en nuestra integridad es la vida que llevamos. La mentira, la culpa en algún lugar están ejerciendo su presión para que no puedas tener una vida tranquila.
“Pánico de que la próxima escena no salga”
“Los años en España no fueron fáciles”, dijo.
Nacido en Bahía Blanca, menor de siete hermanos, García Lorente llegó a “El recuerdadero” a sus 50, después de haber transitado muchas escrituras. Su camino como dramaturgo arrancó con “El truco, génesis de los sentimientos reprimidos o las dificultades del actor”, un unipersonal de humor que montó en La Cuadrada, en los ’90, después de egresar de la Escuela Municipal de Arte Dramático.
Más tarde vinieron “Cuadrilátero”, “Depensión”, “Amurados”, “Mamíferos. Esperpento criollo”, “Zurdo siniestro” y “La reina del mar”, también interpretó y dirigió la obra de Quique Fernández “Plaza Avellaneda”.
Como dramaturgo, se define siempre a tientas, cerrando sus historias a medida que escribe y siempre temeroso del punto ciego. “Hay como una especie de dramaturgo siniestro que va largando muy poco a poco, me digo ‘ahí viene, ahí viene’, porque por ahí tenés pánico de que la próxima escena no salga”, confiesa.
En el medio de esa lista de espectáculos, se mudó dos veces a España –atravesado por las crisis económicas- y regresó otras dos. Algunas de las piezas que montó en Mar del Plata también las llevó a las ciudades ibéricas en las que vivió, como Almería, Barcelona, Madrid y Granada. En 2019 decidió radicarse definitivamente en Mar del Plata. Pasó la pandemia en una especie de “limbo”, con la sensación de estar cumpliendo “una extraña condena”. Pero no perdió tiempo: escribió su quinta novela, “El vientre de la escollera”, aún inédita y ambientada en Mar del Plata.
García Lorente reconoce que su estética –teatral y literaria- exuda cierto “realismo exacerbado”, un grotesco, casi una brutalidad que se instala en sus personajes. “Mamíferos”, ambientada en un basural, con una extraña relación entre madre e hijo, fue un claro ejemplo de ese estilo rústico que pulió en sus otras obras, incluso en el personaje de Gómez que interpreta ahora en “El recuerdadero”. También acá aparece esa manera cruda de abordar el rol.
“Mamíferos nos gustaba mucho, pero no tuvo suerte esa obra, pasa que yo no escribo para vender entradas, a veces me cuesta conciliar las dos cosas”, explica. “Si una obra funciona y se convierte en masiva y genera dinero no me voy a enojar, al contrario, va a ser una felicidad terrible. Pero tengo una tara, no aprendí a pensar el teatro de esa manera”.
“Zurdo siniestro” y “Plaza Avellaneda” fueron obras que puso en escena en España, lugar en el que se ganó la vida en la gastronomía y en el que también aprovechó a profundizar su formación actoral.
“Los años en España no fueron fáciles, me fui con una mano atrás y otra adelante, como se dice, viví de prestado, no me quedó otra que agarrar lo que viniese. Trabajé de mozo, no sabía llevar una bandeja, se me caían las cosas de las manos… adaptarme a la gastronomía fue un proceso difícil. Estuve en Almería, después me mudé a Barcelona, luego a Granada, más tarde a Madrid, donde trabajé en la noche, en bares”.
Hasta que empezó a conectar los veranos de allá con los veranos de acá y vivió de temporada en temporada. “Con Plaza Avellaneda nos fue bien, hicimos muchas funciones en Madrid, pero el teatro independiente de Madrid es muy diferente al de Mar del Plata”, dice.
-Es diferente ¿en qué sentido?
-En que acá, en Mar del Plata, hay un público, allá hay un público muy minoritario que consume teatro independiente y además la idea del teatro independiente como lo concebimos nosotros es totalmente distinta. En España existe el teatro menos comercial, todo el mundo busca ganar dinero, ganarse la vida con lo que hace y no está mal. Es lo que teóricamente correspondería, pero bueno, acá sabemos de entrada que no tenemos esa posibilidad. O al menos yo, yo no hago teatro por dinero, hago lo que me sale y lo que siento, entonces nunca pienso en el dinero. Y eso allá jamás es un punto de partida. Plaza Avellaneda era una obra muy argentina, no éramos actores conocidos y el público se nos agotó.