Por Daniel E. Di Bártolo
El 2 de diciembre tendrá lugar la 50 edición de la Marcha de la Esperanza. Se trata de un acontecimiento de fé que expresa la religiosidad popular de las y los marplatenses y que vincula de un modo directo al que fuera Obispo de Mar del Plata, Eduardo Pironio, quien promovió la primera marcha en 1974 y que será beatificado el próximo 16 de diciembre en una ceremonia que se realizará en la Basílica de Luján. El milagro que le fue reconocido al Cardenal Pironio, refiere a la sanación de un niño al paso de la Marcha por el Hospital en el año 2006.
Diez años atrás, al anunciar la realización de la 40° Marcha de la Esperanza, el P. Gabriel Mestre, entonces Párroco de la Iglesia Catedral y Vicario General de la Diócesis de Mar del Plata, puntualizó que ese año se recordará de un modo particular al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio, que fuera Obispo de Mar del Plata entre 1973 y 1975 y creador de la Marcha de la Esperanza. Hoy, Gabriel Mestre es el Arzobispo de La Plata.
La ocasión es propicia para recordar ese acontecimiento y para bucear en la memoria con un sentido de vigencia histórica.
En la segunda mitad de 1974 un grupo de jóvenes provenientes del Movimiento Juvenil Diocesano y la Acción Católica de la Parroquia San José, coincidimos en la importancia que tendría para la Iglesia particular de Mar del Plata organizar una peregrinación mariana que, hundida en las raíces de la devoción popular a la Virgen María, expresara en forma pública la fe.
En aquella primera marcha se trazó el itinerario, que luego se mantuvo prácticamente inalterable a lo largo de cincuenta años. La idea era unir la gruta de Lourdes, enclavada en el barrio del Puerto, centro de devoción popular local, con la Iglesia Catedral, sede del Obispo, lugar visible de la presencia eclesial.
Entre la decisión de organizar la peregrinación y su realización pasaron pocas semanas. El Obispo, querido y recordado Mons. (luego Cardenal) Eduardo Pironio, había proclamado que los jóvenes y la religiosidad popular constituían las prioridades pastorales de la Iglesia Diocesana; sin dudas, la iniciativa combinaba ambos aspectos.
El Cardenal Pironio fue el creador de la Marcha de la Esperanza porque asumió e iluminó desde la fe las “semillas del Verbo” expresadas en la fuerza de la juventud y la piedad popular.
En interminables y numerosas reuniones fue tomando forma la propuesta. Diciembre es el mes de la Inmaculada Concepción, la fecha debía ser cercana a ese día; eso sí, un sábado para que se facilitara la concurrencia de aquellos que deseaban participar.
¿Y el nombre? Tuvo mucho que ver con la impronta del proceso histórico que vivíamos los argentinos: “marcha” expresó la idea de un pueblo que peregrina, que camina, que busca. Se retomó con singularidad la experiencia histórica de las peregrinaciones populares marianas que se extendían a lo largo y a lo ancho de Argentina y América Latina y se la unió con el sentido de un pueblo, sujeto y artífice de su propio destino.
Entonces “marcha”, ¿por qué?, allí surgió vincular la marcha a la “esperanza”. El clima eclesial estaba marcado por la profunda renovación espiritual del Concilio Vaticano II y con los compromisos asumidos por los Obispos Latinoamericanos en Medellín y los argentinos en San Miguel. Ese trípode doctrinario y el clima epocal de los 70, promovió en aquellos jóvenes la esperanza expresada en la construcción del hombre nuevo y de la sociedad más justa.
La mayoría de nuestros grupos juveniles, de la mano de la pastoral popular impulsada por el Obispo Pironio y su Vicario Mons. Hugo Sirotti, habíamos comenzado a desarrollar actividades pastorales en los barrios de la ciudad. Varias capillas, hoy Parroquias, surgieron en esos años con fuerte participación juvenil. (Luján en Martillo, Milagros en Las Avenidas, San Miguel en Los Pinares, entre otros).
La primera Marcha de la Esperanza tuvo como protagonistas centrales a los jóvenes y a las familias que se movilizaron desde los barrios de la periferia.
El cura salesiano José María “Chema” de la Cuadra, el recordado Padre Alfredo Ardanaz, el hermano marista Horacio Magaldi, la franciscana Ana María Losada, el “potrillo” Jesús Domaica, Antonio Gianmarino, fueron algunos de los “asesores” que compartían nuestra vida cotidiana y estuvieron a nuestro lado en la organización y realización de esa primera Marcha.
Aquella marcha se difundió de boca a boca en los barrios, los afiches se hicieron a mano (sí, a mano con marcadores) y se pegaron – no sin algún trastorno propio de la época -, en las paradas de colectivos y en los almacenes.
Los barrios habían concurrido identificados con sus carteles y banderas. Éramos poco más de 500 personas. Varios colectivos recorrieron los barrios para coordinar la concurrencia de grupos de familias. Salimos desde la Gruta de Lourdes, como lo habíamos planificado, una amenazante tormenta nos preocupó desde el principio.
Aquella primera marcha está guardada en los corazones de los que la vivimos. En la esquina de Santa Fé y Colón encendimos las antorchas caseras que acompañaron las cuadras finales. La lluvia esperó a que estuviésemos por llegar a la Catedral. La Misa, que iba a celebrarse al aire libre, tuvo que trasladarse al interior de la Iglesia que, en pocos minutos, estuvo llena de bote a bote.
“Los pobres y los jóvenes están en su casa”, dijo el Cardenal Pironio al iniciar la Misa. Esas palabras quedaron grabadas en nuestra conciencia. Era la síntesis de lo que motorizaba nuestro proyecto de vida. No entendíamos la fe sin el compromiso con la realidad y, en particular, con los más pobres.
Tan – o más – importante que la primera Marcha fue que tantos jóvenes tomaran la posta año tras año: en la oscuridad de la dictadura, en la frescura de la incipiente democracia, en la hegemonía del neoliberalismo, en la cornisa de la crisis, en los tiempos históricos de esperanza. Siempre hubo jóvenes, familias, abuelos, curas, religiosas, servidores, que dijeron presente.
Hoy, la Iglesia Universal es conducida por el Papa Francisco, con su testimonio, su mensaje, su fuerza. Alguien “venido del fin del mundo”, ha vuelto sobre los mismos orígenes del mensaje evangélico y ubicado a la pobreza, la sencillez, la alegría y la humildad en el centro de la atención mundial.
Esta 50° Marcha de la Esperanza, de la mano del recuerdo del Cardenal Pironio y de la inspiración del Papa Francisco, vuelve sobre su propio origen, nos convoca a reflexionar sobre “La alegría del Evangelio”, “el cuidado de la casa común” y nos insta a trabajar por la construcción del Reino de Dios y su justicia en la historia.
A pocos días que Eduardo Pironio sea Beatificado, su legado adquiere mayor significación y vigencia. Su breve paso por nuestra ciudad como Obispo dejó marcas indelebles: la Marcha de la Esperanza es una de ellas.
“Que triste debe ser llegar a viejo con el alma y las manos sin gastar”, decía nuestra canción predilecta de aquel tiempo: la “Polka del hombre nuevo”. Terminaba así: “por eso estoy aquí cantando, por eso estoy aquí soñando, por el hombre feliz, el hombre nuevo, el hombre que debo mi país, el hombre que debo mi país”.
Nota: esta nota actualiza la publicada en diciembre de 2013.