Un jubilado recorre restaurantes familiares de Tokyo y se deja llevar por los platos típicos. Mientras descubre sabores lo asaltan delirios guerreros. Todo eso cuenta la serie Samurai Gourmet en capítulos de veinte minutos.
por Agustín Marangoni
Kasumi se viste apurado, cree que está llegando tarde al trabajo. Cuando aparece jadeando en el living de su casa con la corbata mal atada, su mujer se ríe y le recuerda que es el primer día libre del resto de su vida. Kasumi cambia el gesto. La rutina todavía está activada en su cerebro pero la verdad es que se jubiló el viernes anterior, a los sesenta años, después de casi cuarenta años como empleado de una multinacional tokiota. Kasumi suspira profundo, cambia el traje por un conjunto deportivo y sale a la calle con la intención poner el cuerpo en movimiento. Camina y piensa. Va hasta la parada del tren que tomó todos los días, se detiene en los carteles y en detalles que nunca había visto. Desde ahí, parado y sin rumbo, ve un restaurante típico japonés. Más de mil veces pasó por enfrente de ese restaurante mínimo a una cuadra de las vías del tren, pero nunca entró. Kasumi mira la hora, encoje los hombros y abre la puerta.
Una voz en off –él mismo– deja escuchar lo que piensa mientras revisa el menú. No hay platos sofisticados ni propuestas extravagantes, sólo clásicos. Kasumi busca una recomendación en lo que pide el resto de los clientes. Ve pasar dos vasos de cerveza. Mira la hora y entiende que es muy temprano para tomar alcohol. El sol brilla en lo alto del cielo, es lunes, no se puede permitir el placer de una cerveza, piensa. La imagen muta a colores sepia, la camarera, los cocineros y los comensales de golpe visten ropajes del siglo diecinueve. En la puerta, de pie y con su espada bien afilada, aparece un samurái que busca una mesa libre y pide una botella de sake. Tres personas lo regañan por tomar alcohol en un día laborable. El samurái los disuade con su mera presencia y sigue disfrutando del sake. La imagen vuelve a sus colores nítidos.
–Lo de recién no fue una alucinación. Es la imagen de lo que yo debo ser– piensa Kasumi. Entonces, con la valentía de un samurái, alza su mano y pide un vaso de cerveza.
El gesto de felicidad de Kasumi mientras toma esa cerveza es la clave de Samurai Gourmet, una miniserie que estrenó Netflix, integrada por doce capítulos de veinte minutos, en la cual se le rinde homenaje a los inmensos pequeños placeres de la vida cotidiana. En plena saturación de series y películas gastronómicas, esta propuesta es un paréntesis entretenido y diferente. La estructura narrativa es siempre la misma: Kasumi sale de su casa en busca de algo rico para comer. A veces descubre algún sabor, otras veces va en busca de alguno que le recuerdan los tiempos de su juventud. Cada plato es una historia. Cada historia tiene un momento de flaqueza emocional. Kasumi es tímido, culposo. Le falta decisión para ser él mismo. De ahí que alucina la aparición de un samurái que le marca el camino del bien: el camino de pedir lo que le gusta sin importarle el qué dirán, de resolver situaciones simples desde los principios más nobles.
Samurai Gourmet es una colección de fotografías sobre los mundos íntimos. Nada de lo que se muestra ingresaría en ese ranking gastado de platos lujosos y mesas de cinco cubiertos. La serie exhibe con suma delicadeza cómo se fríe una pieza de pollo en un restaurancito al paso, o cómo se prepara un típico ramen. Kasumi disfruta cada comida con una felicidad que conmueve. Incluso encuentra momentos brillantes en platos industriales, por ejemplo una vianda que le convidan durante el descanso de una escena de cine donde actúa como extra. La reflexión sobre los momentos, tan fundamentales como el propio sabor.
La serie fue en su origen un compilado de ensayos. Después tuvo su versión en manga. En 2012 se hizo lugar en la televisión japonesa y este año se expandió al mundo a través de la producción de Netflix. El truco de su universalidad está en la combinación justa de tradición, con lo cotidiano, con lo delicioso, con lo dramático. Una síntesis efectiva. También un acto de rebeldía.
Gochisōsama deshita.
[Gracias por la comida]