Por Jorge Raventos
A un mes de la fecha límite para la presentación de listas de precandidatos que competirán en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, la turbulencia interna de las principales fuerzas políticas se vuelve frenética.
CFK y el tercer tercio
En el Frente de Todos, aún contando con el peso arbitral centralizador que conserva la señora de Kirchner la resolución de las divergencias sobre candidaturas resulta trabajosa. El jueces 25, la vicepresidenta pudo exhibir su capacidad de convocatoria y la adhesión incondicional de su núcleo de seguidores en el acto en el que su corriente celebró el vigésimo aniversario del acceso de Néstor Kirchner al gobierno. Lo que no pudo, todavía, fue señalar un candidato y una estrategia electoral en condiciones de, por lo menos, evitar que su fuerza termine en el tercer puesto y que pierda la provincia de Buenos Aires.
Ella subió al escenario montado en la Plaza de Mayo a las tres principales figuras que podrían encabezar su oferta presidencial: el ministro de Economía, Sergio Massa; el ministro de Interior, Eduardo Wado De Pedro y el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero no señaló su preferencia.
Resulta tentador excluir uno de esos nombres, a partir de las definiciones programáticas que la señora reclamó como condición para la puja electoral . Los rasgos generales del programa dibujado por ella a mano alzada son clásicos K: intervencionismo estatal, proteccionismo y sustitución de importaciones, distribucionismo como base del crecimiento, demonización del Fondo Monetario Internacional. ¿Podría ser ese un programa electoral enarbolado por Sergio Massa, incluso suponiendo que su performance en la cartera económica consiga el objetivo de evitar un estallido y aun de alcanzar una mejora en los meses que restan? Todo parece indicar que no. Pero Massa juega en los próximos días cartas muy fuertes. Si por un lado apuesta a que el FMI le adelante los aportes programados hasta marzo de 2024 (y le admita emplear parte significativa de ellos en controlar los vaivenes del dólar), lo hace forzando notablemente los acuerdos con la entidad, un procedimiento que sintoniza con la idea de la señora de Kirchner de que ese acuerdo es impagable en las condiciones con las que fue firmado.
Massa apuesta también a ampliar la disponibilidad de divisas por fuera del acuerdo con el Fondo, a través de una combinación que incluye a China, al banco de los BRICS (la asociación que reúne a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y el protagónico apalancamiento del Brasil de Lula.
Si consigue completar esa prueba sin red y mantener al mismo tiempo el sistema de alianzas locales e internacionales que lo ha sostenido hasta el momento, es razonable que Massa aspire con fundamentos a tener una chance como candidato.
Hasta que el ministro de Economía consume su doble salto, quedan en juego los otros dos nombres que la señora invitó a su palco: Kicillof y De Pedro. Allí hay un dilema. Kicillof quiere ir por la reelección en la provincia, un distrito donde no hay balotaje y se alcanza la victoria por mayoría simple. Las encuestas le dicen que al día de hoy él puede alcanzar ese resultado. Alrededor y muy cerca de la señora de Kirchner –su hijo Máximo, por ejemplo- se opina que la victoria en Buenos Aires surge del arrastre que ejerza el candidato a presidente. Citan, por caso, el inopinado triunfo de un político de Saladillo de bajo perfil, Alejandro Armendáriz, beneficiado en las elecciones de 1983 por la candidatura presidencial de Raúl Alfonsín, que encabezaba la boleta. La idea sería, pues, que Kicillof que, según las encuestas, es el candidato que mejor conserva el voto de Cristina Kirchner, ayudaría mejor a ganar la provincia como candidato a presidente que como candidato a gobernador y perdido en la mitad de una boleta encabezada por un poco conocido Wado de Pedro como candidato a presidente. Le mejor sería invertir esos términos, razonan Máximo Kirchner y varios intendentes del conurbano.
La réplica de Kicillof es temible para un amplio sector de los intendentes: separar la elección provincial de la elección nacional. De ese modo, su nombre encabezaría la boleta del Frente de Todos (o el nombre que adopte el oficialismo) y aseguraría la victoria en el territorio donde el kirchnerismo espera atrincherarse ante la eventual (probable) derrota nacional.
Antes de resolver la incógnita del nombre hay aún otro dilema: ¿debe el candidato surgir del dedo de la señora en carácter de postulante único, o la candidatura debe resolverse a través de la competencia interna en las PASO, como quieren Massa y la mayoría de los jefes territoriales? Daniel Scioli, con su capital de lealtad partidaria y probada resiliencia, reclama la interna y sostiene que él mantendrá su precandidatura contra viento y marea.
La señora no sabe aún cómo arbitrar en estas cuestiones. No tiene nombre ni estrategia electoral. Lo que está dibujando en declaraciones y actos como el del jueves en Plaza de Mayo es el posicionamiento desde el cual piensa afrontar la derrota (el Frente de Todos convertido en tercer tercio) que espera sufrir en octubre, mientras le reclama a sus fans que “muevan lo que hay que mover” para eventualmente evitar ese destino.
Sus discursos y el programa que propugna son el primer paso organizativo de la resistencia.
Arsénico y encaje antigui
En la oposición, hasta la pequeña fracción en la que milita Ricardo López Murphy experimentó un sacudimiento que desalojó al economista de su rol de candidato a jefe de gobierno porteño y consiguió exasperarlo hasta el punto de calificar como “oportunistas y arribistas” a los autores de la maniobra, particularmente a su -hasta ese momento- compañero de ruta, Roberto “Pampito” García Moritán, empeñado en apropiarse de la candidatura arrebatada a López.
Si los ánimos están así de alborotados en una corriente a la que los analistas no le vaticinan precisamente una performance destacada, puede entenderse que la temperatura sea mucho más intensa en en el núcleo protagónico de Juntos por el Cambio, donde prevalece la convicción de una victoria segura y donde, por lo tanto, la pelea por las candidaturas equivale a la lucha por el poder que viene. Puesto que el triunfo sobre el kirchnerismo se da por descontado, el verdadero rival a derrotar es el competidor interno. Así se explica la creciente virulencia entre las dos grandes tribus actuales, la de Horacio Rodríguez Larreta y la de Patricia Bullrich, nombres y apellidos específicos de lo que solía enmascararse tras la metáfora de “palomas” y “halcones”.
Con un estilo guerra fría, las dos cabezas de sector, maquillan levemente las tensiones, pero los esfuerzos de diplomacia verbal que ensayan no hacen más que subrayar la agresividad recíproca. La batalla sin disimulos la libran las segundas líneas: los halcones pueden reclamar abiertamente a Rodríguez Larreta que renuncie a su candidatura o llamarlo “inspector de veredas”, las palomas, por su parte hostigan tanto a la expresidenta del Pro, que ella amenazó con “romperle la cara” a Felipe de Miguel, mano derecha de Larreta, si la seguía cruzando en programas de televisión.
Por detrás de los dos candidatos principales se mueve, entretanto, un no-candidato: Mauricio Macri. El expresidente, que aspira a mantener control sobre su fuerza política, respalda a Patricia Bullrich para ayudarla a derrotar a quien él vive como su principal competidor por el poder interno; con ese respaldo a ella busca, además, manejar palancas cruciales del próximo gobierno, sobre el doble supuesto de que su protegida triunfará en la primaria y también en la general.
Por debajo de la pugna que se libra en los planos superiores del Pro hay que registrar las que se producen en otras dimensiones de la coalición opositora (entre sectores del Pro y en varios escenarios provinciales). Seguramente, aunque cuando llegue el momento de cerrar las presentaciones la lógica del propio interés fuerce a todos a un armisticio, el camino hasta el cierre dará la oportunidad de tensiones mayores.
El desafío de Milei
Un dato que ayuda a contener esas contradicciones fuertes en el seno de Juntos por el Cambio es que lo que les aparecía como una pelea fácil con un kirchnerismo en dacadencia, se ha complejizado con la irrupción de la fuerza que conduce Javier Milei, que lejos de estar en declinación se muestra –a juzgar por la mayoría de las encuestas- en un ascenso con pocas interrupciones y le presenta a Juntos desafíos de otro carácter. A diferencia del fenómeno K, Milei no es “el otro” para el público opositor; más bien aparece como una rama diferenciada de la lógica Pro, un sector de “superhalcones”. En rigor, Macri y Patricia Bullrich, en parte para seducirlo y cooptarlo, en parte para neutralizarlo como competidor, contribuyeron a abrirle a Milei la tranquera imagimaria para acceder a su electorado. Ahora, con una fuerza que alcanza gran repercusión mediática y se presenta sin grandes conflictos internos, Milei puede crecer sobre el capital electoral de Juntos por el Cambio. Con el agregado de que también se enriquece con electorado del Frente de Todos, lo que lo convierte en un adversario inesperado que pone en dudas la victoria que Juntos por el Cambio daba por cierta mientras el rival a vencer era el oficialismo.
En la hipótesis de un balotaje protagonizado por Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza no está claro quién podría conquistar los votos del Frente de Todos que quedarían disponibles para la segunda vuelta. Si se juzga por lo que ha venido ocurriendo en los últimos meses, durante los cuales el oficialismo perdió una gran porción del caudal que había mostrado en 2019 y en 2021, lo que se observa es que esa deserción benefició más al partido de Milei que a Juntos.