Interés general

Carta abierta al intendente municipal, Carlos Arroyo

Por Marcelo Sanjurjo

De mi consideración.

No nos conocemos personalmente.

Podría haber sucedido, En varias ocasiones me he presentado en sesiones del HCD con fines diversos.

Concretamente, asistir a actos en los cuales se distinguiera a algunos vecinos destacados (obviamente concurrí a aquellos en que los “destacados” también lo eran para mí), e incluso fui distinguido en una oportunidad con algunos de mis viejos compañeros de la música y de la vida. En todas esas sesiones usted no estuvo. Así que, en principio dos cositas: le concedo que el mismo criterio que utilicé para no concurrir a determinados eventos es el que usted utilizó para los mismos fines. Respetaría eso, si es que no fuera su obligación como representante del pueblo. El criterio está muy bien. La conducta no. Usted debía ir sí o sí. Para mí era – y sigue siendo- opcional.

Porque de lo que se trata, doctor Arroyo, es del simbolismo que representó por entonces usted en tanto edil, y hoy intendente, y no su persona física en sí.

No soy un ingenuo. Y usted tampoco lo es. Sólo nos distingue, desde el punto de vista cívico, lo que usted y yo representamos. Usted un gobierno, con todo lo que ello implica. Yo, mi propia voz y conducta.

¿Piensa usted acaso que a mí no me interesa que vengan inversores a instalarse en la ciudad? (genuinos, con sentido nacional, que den trabajo, aclaro) El problema es la táctica espantosa que pretende utilizar. Aún cuando fuese un chiste –cosa que no creo- , la vergüenza supera ampliamente al mal gusto. La imposible –por obscena y fascista- asociación entre “seducción a empresarios” y “mujeres bonitas a tal fin”” es inconcebible.

No es la primera vez que la incontinencia verbal se apodera de usted. Y arriesgo que, como todos, insultará y descalificará con firmeza para sus adentros cuando algo o alguien no está de acuerdo con sus ideas o propuestas. Está bien, forma parte de lo humano. Pero su investidura obliga a la reflexión, que no es, ni por asomo, arriar sus banderas.

No puedo pedirle lo que no es. Sería lisa y llana perversión. Pero sí puedo pedirle que antes de abrir la boca experimente la inigualable sensación de cotejar los daños que pudiere ocasionar.

Extranjeros, trabajadores, mujeres en riesgo, prostitutas…en fin, una serie de vecinos han sufrido su peor versión dialéctica. Es hora de terminar con eso. Y si no puede, no hable más.

Nadie le pide que hable. Que hablen sus acciones. Permítame decirle que usted es, como todo ser humano, víctima y destinatario de una crianza y educación a la que, con más o menos conciencia y espíritu crítico, responde habitualmente.

Ha escogido resaltar héroes y figuras con las que me permito discrepar civilizadamente. Alguna de sus elecciones representan precisamente la prevalencia de la “no discrepancia”, la exaltación de lo paternalista y autoritario. En fin, no nos hagamos los tontos a esta altura, representan el ideario dictatorial. Aún en pequeña escala, como sucede en nuestra ciudad.

Probablemente su universo de ideas no contemple la tolerancia hacia las minorías. Que es casi lo mismo que decir que no contemple la tolerancia. Porque este microcosmos pueblerino debiera albergarnos a todos, de palabra y de hecho, para sentirnos verdaderamente una sociedad. De momento sólo somos un amontonamiento de individuos. O así funcionamos, al menos.

Su misión es, o debiera ser, enaltecer valores de integración, de solidaridad, de sensibilidad, y hacer prevalecer lo correcto por sobre lo “normal”. “Las palabras son actos” advierte desde la historia Jean Paul Sartre (un “discapacitado” para algunos, como Wilde, Tolouse Lautrec, etc-). Desde el llano discrepo con tal afirmación, pero es absolutamente aplicable a aquellos ciudadanos a los que su pueblo les ha dado la oportunidad de representarlos políticamente.

La dictadura cívico-militar-eclesiástica 1976/83 instaló una idea-fuerza que creo nos acompaña ferozmente hasta nuestros días. “Un desaparecido no está ni vivo ni muerto, está desaparecido” vomitaba Videla haciendo aspas con las manos como intentando describir el limbo al que el mecanismo de terror estatal encarcelaba, torturaba y desaparecía.

Esa suerte de cuantificación macabra (hay quienes valen uno y quienes menos que ello) nos persigue como sociedad desde hace mucho tiempo.

Además de controlar la alcoholemia, los baches, las horas extras de sus empleados, la imprescindible austeridad con que debe manejar la economía municipal, debiera controlar sus palabras, que resuenan horrible en los oídos de todos aquellos que vivimos e intentamos sostener ciertos valores a lo largo del día. Y así todos los días. Somos muchos, créame.

Le aclaro finalmente que usted no me ha decepcionado. Jamás confié en usted y por ello, precisamente, decepcionarse es imposible. Simplemente le recuerdo que también es MI intendente, mal que me/nos pese. Y esa sola situación me hace merecedor de algo mejor que su irrefrenable verborragia filofascista. Porque también me permito decirle que para ser el mariscal Rommel no basta con tener su busto en el escritorio.

Las voces de la tilinguería local que lo soporta más por espanto que por amor, un día dejarán de sonar. Un día las burlas acerca de su impermeable azul, su porte primitivo y sus actos de gobierno tal vez sean recuerdo. Eso según quién lo recuerde. Mientras no contribuya a la integración, al respeto y la solidaridad entre sus conciudadanos, sólo será recordado por aquellos detalles cosméticos, que a fuerza de ser lo único que nos quede, sin duda habrán de ser poca cosa en su conciencia, siempre que recurra a ella, claro está.

Sinceramente

Marcelo Sanjurjo

DNI 13.879.084

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