Las ventas se desploman, el salario también. El poder se compra, pero no se sostiene sin política. El resultado: un sinfín de arrepentidos.
por Agustín Marangoni
Hace tres años, en plena campaña electoral, la discusión de fondo en Argentina parecía ser ideológica. De un lado estaban los que querían menos presencia del Estado, bajo argumentos liberales. Menos subsidios, menos planes sociales, menos restricciones, menos impuestos. Del otro lado, los que defendían la figura de un Estado fuerte que abrazara la producción nacional y las políticas inclusivas en todos los segmentos sociales.
En esa discusión, que hoy quedó al desnudo ante el peso de la realidad concreta, Cambiemos mostró una faceta que ingresaba en la categoría Derecha sensible. Una plataforma de discurso que prometió darle más presencia a los mercados, pero sin recortar derechos ni conquistas sociales. Desde ese núcleo conceptual lanzó uno de los tantos slogans de campaña: “Nadie te va a quitar lo que tenés”. Daba la impresión que la derecha había tomado apunte de los motivos que llevaron al colapso de 2001. Ese colapso que la alejó del poder durante 12 años y le abrió las puertas de Casa Rosada a un presidente que no estaba en los planes de nadie. Los candidatos de Cambiemos se pasaron meses negando cualquier tipo de ajuste, disiparon los fantasmas de una devaluación violenta y del desembarco de entidades financieras que sólo buscaran rentabilidad en la especulación. En paralelo se prometió invertir en educación, en ciencia, en trabajo genuino y eliminar el impuesto a las ganancias. Lo dijeron. En mil formas y formatos. Es fácil rastrear el archivo.
Con esa campaña diseñada al centímetro, el apoyo empresarial de los medios masivos y el discurso pleno de adornos publicitarios, Cambiemos se hizo un lugar en las urnas y se quedó con el ballotage por menos de dos puntos. Nadie festejó en Plaza de Mayo el día que asumió Mauricio Macri. Es que nunca existió el macrismo. Cambiemos sólo le dio cuerpo a un antikirchnerismo que ya existía y no tenía referencia electoral. Ese proceso fue lo mismo que firmar un cheque en blanco: lo que sea pero distinto.
Cambiemos, a pesar de tener el respaldo económico suficiente para alcanzar los puestos ejecutivos, no supo construir poder. Compró la estrategia. Le faltó la sustancia. Y sin sustancia no hay opción a largo plazo. Se ve en las encuestas. La imagen de Macri se desplomó treinta puntos en los últimos diez meses. La caída no es consecuencia del azote sin pausa de los medios –como sí castigaron y siguen castigando al kirchnerismo– sino que es fruto del modelo económico implementado, la ausencia de resultados positivos y el incumplimiento categórico de las promesas de campaña. El pasado fin de semana largo, en Mar del Plata se registró un caída en las ventas comerciales del 14,15%, según la UCIP. Eso en términos netos. Si se hace el análisis tomando como referencia el índice inflacionario –que en la ciudad ya está casi en el 30% interanual y avanza al galope al 40%– la caída es todavía más dura.
Ni hablar del impacto del aumento de las tarifas, de la canasta básica, del endeudamiento externo, de la devaluación, de la pérdida de puestos laborales, de la recesión, del aumento de las tasas, de la pobreza y de la indigencia, del recorte en educación, en salud y la lista sigue hasta el fin de los días.
La situación lleva a la caída de los ahorros de la clase media y media baja. Si antes se podía guardar un resto para un viaje, por una emergencia, para un extra de cualquier índole, ahora ese dinero se diluye en el día a día. El paralelismo con el 2001 asusta: los ahorros también se van. Sin corralito terminan en las mismas manos. Se usan para pagar el gas, por ejemplo, que en Mar del Plata aumentó el 4830% en tres años. Los jubilados están soltando los ahorros para no atrasarse en las cuentas. Los que tenían algún dólar especialmente. Es un proceso que se ve en las casas de cambio formales e informales, todos los días y a un ritmo preocupante. Esa masa de votantes, tan convencida en 2015, hoy está distanciada de Cambiemos. Está peor que antes y descreída.
Fue astuto pensar una campaña bajo la promesa que se podía estar mejor. De hecho, ese discurso se instaló y avanzó con fluidez. La trampa de esa ecuación, con el modelo económico que logró vender, es que no tiene previsto construir más allá de la marquesina. Es fáctico: no hay un solo indicador que esté por encima del escenario de 2015. Cambiemos no hizo otra cosa que inaugurar un nuevo proceso histórico de concentración de riqueza. Ese mismo grupo de empresarios ricos prometió Pobreza cero. A tres años de las últimas elecciones presidenciales, queda en claro que el problema nunca fueron los pobres. El problema, en Argentina y en el mundo, siguen siendo los ricos.
Foto: AFP – Eitan Abramovich