por Paulo Pécora
La película “Viejo calavera”, del cineasta boliviano Kiro Russo, que narra la historia de transformación de un joven marginal que pierde a su padre y debe empezar a trabajar en las profundidades de una mina de estaño, abrió con contundencia expresiva y visual la Competencia Internacional del 19no. Bafici, donde “Las cinéphilas”, de María Alvarez, se destacó en la Competencia Argentina.
Tras su paso por otros festivales internacionales, Russo trajo al Bafici un retrato admirable sobre la vida sacrificada de los trabajadores mineros bolivianos en las montañas, propio de un director que, pese a su juventud, se muestra sobrio y maduro en la elección de determinados espacios y personajes, y encuentra gran verosimilitud en el acercamiento casi documental a las situaciones que propone.
El largometraje de Russo es visualmente deslumbrante, posee recursos técnicos novedosos (el uso de una cámara de video hipersensible, por ejemplo, para poder grabar de día y de noche solo con luz natural) y despliega una puesta en escena hipnotizante, mientras la cámara se interna junto al protagonista en las cuevas de una mina donde su tío le consigue trabajo o en las noches profundas y estrelladas de las alturas donde vive.
Este cineasta boliviano formado en la Universidad del Cine de Buenos Aires y premiado en festivales en San Sebastián, Lisboa y Locarno, ya había explorado el particular universo de los mineros de su país en el cortometraje “Juku”, pero acá va más a fondo, poniendo el foco en el drama del insoportable Elder Mamani, un joven grosero, borracho, drogadicto, vago y ladrón, que atraviesa en la mina el camino hacia una transformación.
Luego de la muerte de su padre, el tío de Mamani le consigue trabajo en una mina de estaño, cuevas oscuras donde todos trabajan sin descanso, en condiciones precarias y peligrosas, pero Elder es tan rebelde que choca permanentemente con sus compañeros, generando conflictos y altibajos en su periplo personal de transformación y crecimiento.
En la Competencia Argentina se presentaron dos películas: “Hora – día – mes”, de Diego Bliffeld, una especie de discurso indirecto libre, existencialista y enfermizo, de un hombre que trabaja solo en un estacionamiento, y “Las cinéphilas”, un documental de María Álvarez que registra la vida y sigue los pasos -por Madrid, Buenos Aires y Montevideo- de distintas mujeres apasionadas por el cine.
“Hora – día – mes”, con textos de Marcelo Cohen, es un prometedor primer filme que transgrede con la rutina narrativa, aún abordando la rutina y la repetición como estrategia narrativa. Se trata de un relato principalmente en off, fragmentado, con eje en el empleado de un estacionamiento y su rutina abrumadora.
Da la sensación de que el espectador está invitado que participar del juego en forma activa, para seguir dos formas de relato, uno del sonido, con textos, música que saca partido de vibraciones y estridencias que rompen a su vez con la voz en off; y el otro de las imágenes, con encuadres casi publicitarios de los autos como objeto de devoción y ese empleado menesteroso pero reflexivo, interpretado a la perfección por Manuel Vicente.
En “Las cinéphilas” Álvarez retrata con frescura y cercanía a estas mujeres jubiladas de España, la Argentina y Uruguay, la mayoría de ellas viudas o divorciadas, que pasan casi todas las tardes en el cine, un poco por el amor a las películas y a los actores que las protagonizan, otro poco por una necesidad de contención y compañía, pero también como un modo de aprendizaje y formación permanente, casi como si el cine fuera un hogar y una escuela para ellas.
La directora las acompaña a la peluquería o a sus clases de canto, las sigue por la calle y las visita en sus casas, pero también está allí cuando una de ellas viaja al Festival de Mar del Plata y revela un minucioso método para armar su agenda de películas, o cuando otra sube los diez pisos hasta la Sala Lugones del Teatro San Martín de Buenos Aires o se pinta los labios en el baño del cine Chaplin de Montevideo.
En ese viaje lleno de frescura y humor se mezclan nombres de películas y directores, actores guapos y famosos, mapas insólitos, anécdotas personales, reflexiones filosóficas sobre el amor, la vida y la muerte, frases de personajes célebres en clásicos inolvidables, las nociones sobre el tiempo de Marcel Proust, alegrías, tristezas, mucha locura y cierta resignación frente a un futuro incierto, tal como ocurriría en varios de los filmes que ellas mencionan.
En la competencia Vanguardia y Género, en la que el Bafici reúne a las películas más arriesgadas y novedosas a nivel narrativo y estético que se están viendo actualmente en el mundo, se exhibieron el cortometraje experimental “Nuestra amiga la luna”, del español Velasco Broca, y el largometraje “People Power Bombshell: The Diary of Vietnam Rose”, del filipino John Torres.
Filmado en 16 milímetros blanco y negro, con una vieja cámara a cuerda, el corto de Broca es un filme mágico y enigmático, que propone conexiones oníricas entre dos universos diferentes y distantes, situado uno en algún lugar de la India, mientras que el otro parece formar parte de la imaginación de un hombre atormentado.
Paisajes y personajes misteriosos, composiciones pictóricas impensadas y el contexto milenario de la India acompañan a una trama no convencional, cercana al surrealismo, que va y viene de un espacio a otro en un tiempo donde pareciera no haber pasado, presente ni futuro, y todo sería un sueño.
También usando material fílmico como base, la película de John Torres es un interesante ensayo de lo que habitualmente se conoce como “found footage”, material encontrado o cine sin cámara, porque el director no precisó filmar ni un solo plano, sino que construyó una historia a partir del material inédito de una película inconclusa de otro director, Celso Advento Castillo.
“People Power Bombshell…” narra las vivencias y sufrimientos del elenco y equipo técnico de aquella película que nunca puso ser terminada y revela los pormenores de un rodaje que transcurrió en un lugar selvático de Asia, que al parecer narraba una historia de prostitución y trata de personas.
Pero lo más interesante de este ejercicio de montaje es que Torres decidió mantener en gran parte de las imágenes las huellas del paso del tiempo y las marcas del efecto oxidante de la humedad, como manchas, rayas y coloridas aureolas.
Télam.