por Walter Vargas
Los incidentes en los que se vieron involucrados Juan Manuel Insaurralde, Jonathan Silva y Ricardo Centurión han dejado la pelota picando para deducir que el plantel de Boca es un despliegue de maldad insolente, pero habría que cuidarse de asumir como una verdad fácil lo que en realidad es de abordaje complejo o en todo caso de pronóstico reservado.
Analizar cualquier tema relacionado con Boca, así como con los otros clubes grandes del fútbol argentino, exige una lupa adicional y una demora que no siempre permiten los tiempos de un siglo XXI en clave de Fórmula 1.
Y eso, la lupa adicional y la demora, no ya por una cuestión moral, sino metodológica: cajas de resonancia tan masivas, de efecto multiplicador inmediato, invitan a la tentación de la etiqueta impactante, del cheque al portador.
En ese contexto seduce más vincular un suceso con el otro, cerrar la cuenta y pasar la adición, en este caso específico a Guillermo Barros Schelotto por su eventual fracaso en el manejo de un grupo de futbolistas que, al parecer, se han desbandado.
Pero puestas en remojo las conclusiones categóricas y mejor examinada la cuestión encontramos, para empezar, que no hay vinculación directa entre uno y otro episodio.
Uno derivó de un entredicho en medio del entrenamiento (lo que en la jerga futbolera se da en llamar “una calentura) y el otro de una situación de origen desconocido que Centurión no quiso, no supo o no pudo manejar y desencadenó un arrebato de violencia.
Se supone que amén de la sanción de rigor Barros Schelotto ha propiciado una paz definitiva entre Insaurralde y Silva y que ha depositado en la psicóloga del club la evaluación de rigor y un eventual tratamiento de Centurión, un muchacho con problemas de conducta de vieja data, esos imposibles de maquillar con el estrellato y los contratos suculentos, que, sin embargo, y en contra de las deducciones apresuradas y los prejuicios, es muy querido por sus compañeros.
Y no se sabe mucho más que esto, o por lo menos mucho para colegir y dar por hecho que en el seno del plantel de Boca hay malestar y malhumor permanentes, que los jugadores no se llevan bien entre sí y tampoco con Barros Schelotto, con su hermano Gustavo y con el resto del cuerpo técnico.
“La relación en el vestuario es excelente”, sostiene Guillermo, algunos meses después de haber advertido que “se es jugador de Boca las 24 horas”: ¿una incongruencia o una premisa y un diagnóstico que van por carriles separados?
Es posible que el vestuario de Boca sea en general sereno, confortable y entrañable y si no fuera así el entrenador jamás lo admitiría de forma pública, un poco por prudencia y sensatez y bastante porque la autocrítica no consta entre sus virtudes más evidentes.
Como lo de Centurión parece tener entidad en sí misma, la pregunta más interesante emana del round entre el chaqueño Insaurralde y el platense Silva: grave (hablamos de fútbol profesional), fue grave, pero ¿grave y aislado o grave como la expresión de una olla en hervor?
Solo el Padre Tiempo pondrá las cosas en su lugar y establecerá hasta dónde la semana agitada que vivió Boca ha sido un eslabón entre otros que componen una cadena desdichada, pero entretanto cabe reponer lo obvio, que por curioso que parezca es lo que olvidamos más rápido: ¿dónde están los grupos humanos poblados de paz y amor por doquier a tiempo completo y por extensión ajenos a recelos, envidias, antipatías y cortocircuitos?
Télam.