por Walter Vargas
Aun cuando en un agónico arrebato de inspiración, de coraje o de azar venturoso, Boca hubiera alcanzado el empate con Racing, la conclusión habría sido la misma: a 96 horas del mano a mano con River no dio ninguna señal positiva.
Ninguna quiere decir, sencillamente, ninguna, en el grado máximo de literalidad que se dejó ver en una Bombonera en la que las mejores noticias estuvieron en las tribunas.
En el fervoroso coro de una hinchada de fidelidad probada, expectante, anhelante y también, desde luego, imperativa.
Los problemas de Boca no residen ni siquiera en una dimensión menor en el optimismo o el descreimiento de sus seguidores.
Por ocioso que parezca, y obvio, y de Perogrullo, tanto Gustavo Alfaro cuanto sus jugadores saben que el martes serán acompañados en estricta correspondencia con las circunstancias.
Pero los hinchas no juegan, juegan los jugadores, los que dispone Alfaro y a los que en su conjunto debe de dotar de herramientas, de recursos, de variantes, de modos, en definitiva de una impronta.
Y esos jugadores, y el equipo, que como es bien sabido equivale a algo más consistente que la suma de las partes, están hoy tan lejos de su mejor versión que no representaría una exageración señalar la fragilidad y carencia de norte.
Esto es: superado el lapso de una primavera de buenos resultados y de crecimiento en un par de fases de la Copa Libertadores y algunos tramos de la Superliga, Boca ha visto desvanecerse sus mejores atributos (orden, seguridad defensiva, aptitud para trabajar los partidos), sin gozar a cambio de la evolución que más de cuatro reclamaban entonces en términos de fluidez, capacidad de asociación, secuencia de pases y profundidad: juego, que le dicen.
¿Qué es hoy Boca, pues? Boca es un híbrido confuso en la concepción y tibio en la ejecución que para colmo de sus males ni siquiera expresa fortaleza mental.
Se alegará, con pretensión de puñetazo en la mesa, que en la formación del viernes hubo hubo unos cuantos suplentes, pero concedido y todo el alegato no dejará de tener patas cortas.
Primero porque algunos de los titulares del viernes también lo serán el martes y luego porque como mínimo hubo tres imaginados como eventuales cartas ganadoras en la tenida con River.
¿Sebastián Villa? Sólo aceptable, al tope de lo que es: un wing capaz de desequilibrar en el uno contra uno que rara vez termina bien una jugada. ¿Bebelo Reinoso? Un canto a la liviandad. ¿Mauro Zárate? El mismo Zárate de siempre, el que rinde culto a la acción individual, pero fuera de forma y de tono.
Y como hasta donde se sabe entre los preservados no hay ninguno capaz de cambiar la ecuación, la pelota debe de volver a pasar al campo de la expresión colectiva propiamente dicha, una zona en la que, las cosas como son, salta a la vista que para remontar la serie con River será menester no ya el emerger de un buen Boca, a secas: Boca deberá jugar su mejor partido en mucho, pero muchísimo tiempo.
Télam.