Panorama político nacional de los últimos siete días
Por Jorge Raventos
El comicio del domingo 22, como era previsible, precipitó un nuevo (y significativo) movimiento en el proceso de reconfiguración del sistema político.
La victoria de Sergio Massa en la primera vuelta electoral fue, si se quiere, la causa emergente de ese movimiento reciente. Para muchos actores y analistas, ese triunfo fue algo sorpresivo. Esta página no estuvo en el lote de los sorprendidos. Una semana atrás señalábamos aquí: “A horas de la primera vuelta electoral, la mayoría de las encuestas y los pálpitos de los analistas asignan a Javier Milei la segura participación en el balotaje y coinciden en que la competencia central es la lucha por el segundo puesto, es decir por la condición de desafiante del libertario. Sin embargo, convendría no dar nada por absolutamente seguro. La primera vuelta ya mostró que podía ocurrir algo inesperado. En aquel caso, el ascenso de Milei. Valdría la pena preguntarse si la hora de lo inesperado ya pasó definitivamente. ¿Han sido acaso abolidos los milagros? Como dijo el arzobispo porteño, monseñor Jorge García Cuerva, no hay que dejar el Evangelio en la puerta del comicio”.
El razonamiento apuntaba, obviamente, a la candidatura de Massa, proyectada hacia arriba tanto por el liderazgo evidenciado por el candidato como por el evidente despertar de las estructuras sindicales y territoriales del peronismo que habían sentido el golpe sufrido en las primarias de agosto y volvieron a ejercitar la enseñanza de Juan Perón (“la organización vence al tiempo”). A esas condiciones hay que agregar la inconsistencia de las fuerzas competidoras, con los libertarios exhbiendo arrogancia y chapucería (“Ganamos en primera vuelta” y propuestas de ruptura con El Vaticano, con China y con el Mercosur y de derecho a la renuncia a la paternidad) y la candidata de lo que todavía era Juntos por el Cambio farfullando denuestos contra los molinos de viento de un kirchnerismo que ya se ha convertido en una etapa del pasado, una ausencia.
Decíamos entones: “Massa deja entrever que si alcanza la victoria y es presidente contará con una colaboración relevante de Roberto Lavagna pero no quiso abundar en detalles de la función que le reserva ni tampoco dar nombres de otros convocados porque –dijo, diferenciándose de sus competidores que lo han hecho- ‘no soy de los que ofrecen liebre antes de cazarla‘. Si consigue capturar la liebre el domingo, Si hoy consigue capturar la liebre y logra una buena performance que lo ponga en el balotaje, Massa empezará a detallar sus ideas sobre el gobierno de unión nacional. En ese momento él iniciaría su etapa decisiva y confirmaría la centralidad de su figura (un rol que se magnificaría si llegara a desplazar de la primera colocación a Milei, posibilidad que inesperadamente sugirió Victoria Villarruel al reponderle a un reportero del canal de La Nación que su partido, La Libertad Avanza, estará en el balotaje “segundo, pero seguro”). Como Massa (y a diferencia de su propio compañero de fórmula), Villarruel no alardea de haber cobrado una presa que todavía está vivita y coleando”
¿VENTAJITA? ¡VENTAJÓN!
La boleta de Massa obtuvo el domingo 22 una formidable recuperación de más de 10 puntos porcentuales en relación con la primaria de agosto. La diferencia que obtuvo Massa ahora sobre Milei (que quedó estancado en su porcentaje de agosto) fue de casi siete puntos (más de un millón y medio de votos) y de 13 puntos (tres millones y medio de votos, bastante más que una “ventajita”) sobre Patricia Bullrich, que retrocedió sobre el caudal de Juntos en la primaria.
El rápido escrutinio del domingo 22 representó un golpazo tanto para los libertarios como para el macrismo. Antes de presentarse ante sus respectivos públicos, hubo una comunicación reservada entre Javier Milei y Mauricio Macri, en la que ambos acordaron que los respectivos mensajes postelectorales (el del libertario y el de la candidata macrista) dejarían entornada la puerta de una convergencia, por la que el expresidente venía trabajando desde meses antes. El 25 de agosto lo dejamos consignado en una nota titulada: ¿Panliberalismo o unión nacional?. Allí indicamos que “el expresidente parece querer orientar un panliberalismo ‘con gallo o con gallina‘ (para usar una expresión acuñada casi un siglo atrás por su desestimado Hipólito Yrigoyen); pretende participar en una etapa de cancelación del peronismo en la que el eje sean las fórmulas liberal-ordenancistas que prescriben tanto Milei como los halcones del PRO, quizás el punto de reordenamiento de una nueva fuerza política o una nueva coalición, en la que no lo perturben los socios moderados de Juntos por el Cambio.”
QUE SE VENGAN TODOS
El domingo por la noche Milei acudió al micrófono de su búnkerpara empezar a cumplir su compromiso con Macri, ansioso por encontrar una muleta con la que recuperar la marcha después de la derrota. Para eso, recitó el papel que había escrito con la ayuda (y vigilancia) de su hermana (“La Jefa”) y sus excompañeeros de trabajo en la corporación de Eduardo Eurnakián, Nicolás Posse y Guillermo Francos. Ese círculo no quería correr el riesgo de algún desborde temperamental que arruinara el plan de acción para el balotaje. Se vió entonces a un Milei sin motosierra, encastado (valga el neologismo): un “gatito mimoso” -como lo había definido Miryam Bregman en los debates- que tendía pontones para seducir a muchos que apenas dos días antes había incinerado en sus discursos. El libertario concentró su ataque en “el kirchnerismo”, adoptando así el relato que en otro búnker voceaba Patricia Bullrich. Curiosamente, mientras sus seguidores coreaban “Que se vayan todos”, el verso de batalla de los libertarios, el fraseo de Milei sugería un “que se vengan todos”. En rigor, casi todos: como Macri, Milei no quiere la compañía de los “colectivistas” del radicalismo y del ala moderada del Pro.
En verdad, eran éstos mismos los que ya anticipaban que nunca avalarían una sociedad con Milei, alguien que ha vituperado a Raúl Alfonsín y a la UCR.
Sabiendo que tanto los radicales como la Coalición Cívica de Lilita Carrió, el Encuentro Republicano Federal de Miguel Pichetto y una porci’on significativa del Pro ( desde Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal a colaboradores directos de Macri como el ex secretario de Cultura Pablo Avelluto) rechazaban votar por Milei o inclusive tomar una opción en la segunda vuelta: (todos favorecían una postura “ni-ni” , ni mileísmo ni kirchnerismo, para ponerlo en los términos der Gerardo Morales), Macri se dispuso velozmente a provocar la reunión en la que la ex candidata Patricia Bullrich sellaría el respaldo a los libertarios de Milei y Victoria Villarruel.
SOLOS EN LA MADRUGADA
El martes, cerca de la medianoche, en vísperas de una reunión de la mesa del Pro y de otra, análoga, de la UCR, Mauricio Macri apuró en su domicilio ese encuentro presencial entre Milei y su candidata, que ya había sido informada de su papel: debía prepararse para ofrecer su apoyo espontáneo a Milei en la segunda vuelta y a escenificar una ceremonia previa de mutuo perdón, en la que el libertario se disculparía de haberla tratado de montonera, de acusarla de poner bombas en jardines de infantes y otras parecidas, y ella de enrostrarle que ha sido un títere y un cómplice de Sergio Massa y que éste le había confeccionado las listas de candidatos.
Fue un perdón de trámite rápido, como esos casamientos en Nevada de las películas americanas.
Ironías de la historia: el viernes 20, en el acto de cierre de la campaña de Bullrich, en Lomas de Zamora, Mauricio Macri, coincidiendo con aquellas acusaciones de su candidata, había afirmado que “Milei no tiene estructura y es fácilmente infiltrable”.
Un diagnóstico que, parece, es tan bueno para un barrido como para un fregado: Macri ya ha conversado con el libertario para ubicar dos o tres de sus alfiles en el eventual gobierno de Milei. Claro que para eso Macri y Patricia deberían aportarle por lo menos unos dos millones de votos y hacer una vaquita para los gastos de la campaña: ¿acaso Milei no vendía los cargos?
ENTRISMO Y HECHOS CONSUMADOS
En cualquier caso, esa madrugada Macri aceleró los tiempos para adelantarse a las reuniones previstas por los partidos de la coalición para el día siguiente, porque sabía que en ellas su postura no obtendría aprobación. Optó por el hecho consumado y así provocó el estallido de Juntos por el Cambio con la conformación que tenía hasta las elecciones: él y Patricia Bullrich, acompañados por un núcleo de incondicionales se eyectaron de la coalición y se dirigen ahora a una especie de “entrismo” en la fuerza libertaria (operación altamente condicionada por el resultado de la segunda vuelta, a la que Massa llega con una ventaja que complementa su distancia en votos: mientras sus rivales tienen que borrar con el codo las agresiones que se propinaron en los rounds anteriores, él, que siempre se cobijó bajo la línea de la unión nacional, y por lo tanto se mostró siempre en tono no agresivo y cooperativo, puede encarar la etapa final sin reconstruir su discurso.
EL INVENTO DE LANUSSE
El 8 de septiembre, en esta página, considerábamos que “si ese tercer puesto (que las encuestas pronosticaban ya a Bullrich) se confirmara, no cabe descartar que la coalición que hasta hace pocos meses se consideraba destinada a conquistar la presidencia termine disgregándose en distintas direcciones. El radicalismo, que cuenta hoy con tres gobernadores (Corrientes, Jujuy, Mendoza) y ha venido fortaleciendo su estructura, podría terminar el proceso electoral sumando entre uno y tres mandatarios y procurándose un destino con autonomía del macrismo (tal vez en alianza con las palomas del PRO). El macrismo y los halcones del PRO podrían estrechar sus relaciones de parentesco con los libertarios”.
Pero, en rigor, Juntos por el Cambio sobrevivirá a esta operación: la UCR, Coalición Cívica, un gran fragmento del Pro, el Encuentro Republicano Federal de Miguel Pichetto y, sobre todo, los gobernadores de ese signo y la mayoría de sus congresistas coinciden en mantener la neutralidad en la segunda vuelta y ser protagonistas de una oposición moderada, abierta a los consensos realistas pero no dispuesta a ser cooptada por visiones extremas o fundamentalismos. Se consolidaría una fuerza moderada, con algunos legisladores menos pero mucho más homogénea.
Macri, Bullrich y Milei practican una aritmética electoral que suele inducir a equívocos: suman los votos de todas las fuerzas que no ganaron y las colocan en un conjunto al que le adjudican unánimes pulsiones antiperonistas; con ese razonamiento se imaginan cosechando una marea de votos con los que triunfar frente a Massa.
En rigor, el balotaje fue introducido en la política argentina con un objetivo antiperonista. El gobierno militar que presidió el general Alejandro Agustín Lanusse lo incorporó en un estatuto de pretensión constitucional y supuso que con ese instrumento terminaría con la superioridad electoral del justicialismo. En aquella primera versión una segunda vuelta era indispensable si el ganador de la primera no obtenía el 51 por ciento de los votos. Lanusse sabía que la mayoría de los ciudadanos no era peronista (y acertaba en eso), pero deducía que toda esa mayoría votaría unificadamente contra el peronismo. En este punto lo engañó su deseo. Si Juan Perón consiguió en septiembre de 1973 el 62 por ciento de los votos no fue porque la mayoría del país se hubiera vuelto peronista, sino porque Perón consiguió el respaldo de una legión de argentinos de otras ideas. Unos meses antes, en marzo, con Perón todavía proscripto, Héctor Cámpora alcanzo casi el 50 por ciento de los votos (49,5 por ciento) y no hubo balotaje porque Ricardo Balbín, el candidato radical que había sido doblado en sufragios, se dio cuenta de que la política tiene lógicas que la aritmética no entiende y renunció a participar en la segunda vuelta. Algo similar a lo que acaba de hacer en la Ciudad de Buenos Aires Leandro Santoro, al reconocer directamente, declinando el derecho al balotaje, la victoria de Jorge Macri, que consiguió 49,5 por ciento de los votos (0,5 % menos de lo que exige la ley) y una diferencia a favor de 17 puntos..
El escrutinio del 19 de noviembre medirá una vez más el teorema de Lanusse y quizás se vuelva a descubrir que, en política, dos más dos no necesariamente resultan cuatro. También pueden dar tres. ¿Cuánto vale en rating un Milei sin motosierra, sin dolarización y aliado a un ala de lo que definió como “casta”?¿Cuánto, una Bullrich atada a la órbita de Macri y sin Juntos por el Cambio?¿Cuánto, esa alianza inverosímil, esa fata morgana que ambos candidatos postergados teatralizaron el miércoles para la audiencia de TN? Bullrich lo comparó con el abrazo Perón-Balbín de los años 70. Más allá de la distancia entre los personajes históricos y la crasa actualidad, vale recordar que los dos grandes líderes políticos (uno, del peronismo, el otro, del no-peronismo) no venían de insultarse dos días antes, sino de haber vivido ambos, así fuese en distinta medida e intensidad, la larga experiencia de gobiernos de facto, represión y proscripciones. La evocación de aquel encuentro de 1973 y hasta la cita forzada de San Martín a la que apeló la candidata lucen como intentos patéticos de proveer de épica a una farsa (dicho en términos dramáticos).
VENCEDORES Y VENCIDOS
Los hechos empiezan a marcar que, en la reconfiguración en marcha, que se volverá más intensa después del 19 de noviembre, la cuestión federal tendrá una marcada importancia y el papel político de los gobernadores ( y, en general, de las jefaturas territoriales) crecerá.
Eso se ha vuelto notorio no sólo por el rol que jugaron las estructuras territoriales en la gran performance de Massa, sino por el papel que ya mismo han comenzado a desempeñar los gobernadores en ejercicio y los recién electos de Juntos por el Cambio para afrontar el episodio de ruptura encabezado por Macri y Bullrich. Esta liga se pronunció por la continuidad de la coalición y por la neutralidad en la segunda vuelta.
Si tanto la deriva aislacionista de Bullrich-Macri como el, digamos, triunfalismo precoz, prematuro, de Milei han sufrido un revés en las urnas, habría que registrar también entre los derrotados a muchos exponentes de lo que muchos periodistas profesionales consideran prensa facciosa. En estos días se expresó sobre el tema Marcelo Longobardi quien aludió a “la gran contribución que gran parte del periodismo argentino hace a esa cuestión tan facciosa” (y habló de “alchauetes y no sé si no son alcahuetes rentados”).
Se trata de una partícula de la prensa, empeñada en dictarle línea a la política y en censurar con preceptos pretendidamente morales (a menudo mal conjugados) a la ciudadanía, que puede oírlos pero no los escucha. Las caras largas y las expresiones taciturnas que el viernes por la noche exhibían, por caso, Macri y la doctora Bullrich competían con los rostros decepcionados de ciertos columnistas y comentadores que intentaban en vano disimular su pesar con sonrisas forzadas. El voto ciudadano desafiaba sus pronósticos y, más sensiblemente, desmentía la pretensión de disfrazar sus deseos como material informativo,
De cara a la segunda vuelta se verá si esos comportamientos empiezan o no a cambiar. Desaparecida la antigua grieta, no sería saludable que prosperase una de nuevo tipo en su reemplazo.