El joven director argentino, actualmente residente en Berlín, será el invitado de este sábado y ejecutará un interesante programa junto a la orquesta que dirige Juan Martín Miceli.
por Claudia Roldós
@clauroldosmdp
La Orquesta Sinfónica Municipal sigue trabajando en la temporada de presentaciones en el Teatro Colón y, para este sábado, contará con la presencia, como director invitado, del joven Beltrán González, egresado de la carrera de dirección orquestal de la Universidad de La Plata, actualmente profesor en la escuela Neue de Berlín y estudia en la Universidad der Künste de la misma ciudad. Antes tuvo un paso por el conservatorio de Strasbourg.
Convocado por el director de la Orquesta, Juan Martín Miceli, para la ocasión el equipo está preparando un repertorio que consideró “muy interesante”.
“Son tres obras bien distintas que se sitúan en dos momentos del siglo XIX. Hemos decidido hacer una primera parte más íntima y camarística, con dos obras que fueron compuestas casi en simultáneo”, adelantó González. El concierto abrirá con Blumine de Gustav Mahler. “Es un andante que originalmente era parte de la primera sinfonía pero que luego fue eliminado por el mismo Mahler”, dijo. Le seguirá Preludio a la siesta de un Fauno de Claude Debussy, “una pieza que coincide con el centenario de la muerte del compositor”.
Estas dos piezas “tienen muchas cosas en común, ya que fueron compuestas alrededor del año 1893, están basadas en obras literarias, y estaban pensadas para formar parte de una obra mayor y por diferentes situaciones han quedado como piezas en sí mismas. Además ambas tienen un carácter íntimo con grandes partes solistas”, describió.
La segunda parte del concierto constará de la séptima sinfonía de Beethoven, a la que caracterizó como “una obra extrovertida, directa y con grandes contrastes en su estructura. Se la considera una de las obras mas danzantes de Beethoven y, aunque no soy muy partidario de las definiciones categóricas, creo sí, que estamos ante la presencia de una obra explosiva que se abalanza directamente al oyente y lo envuelve con su carácter a veces despreocupado y jovial pero también serio y profundo”.
En una nota con LA CAPITAL el joven músico brindó detalles de sus primeros pasos en la música, su concepción del trabajo del director, la importancia del contacto con músicos de distintos lugares y el constante camino en la búsqueda de una excelencia imposible.
Desde los 13 años estudió en el conservatorio, primero piano y también clarinete y violín y destacó que si bien no es instrumentista, “lo que he aprendido de piano y de música en general en esos años sigue siendo importante y creo que ha influido en mis gustos musicales”.
– ¿Cómo surge la posibilidad de dirigir como invitado con la Orquesta Sinfónica de Mar del Plata?
– Gracias a una invitación del director titular de la orquesta, Juan Martín Miceli, me contactó y se mostró muy interesado en lo que estaba haciendo y me propuso hacer este concierto. Personalmente es una oportunidad increíble ya que es muy difícil para un director joven tener la experiencia de contacto con una orquesta profesional como la de Mar del Plata y en ese sentido quiero remarcar su generosidad y ganas de generar nuevas oportunidades.
– ¿En qué momento se dio la decisión de dedicarte profesionalmente a la música? y ¿cuándo diste el paso a la dirección orquestal?
– Se fue dando, pero recuerdo un día de verano, a los 15 años más o menos, cuando rendí varias materias libres en un solo día y me pasé en el conservatorio desde las 8 de la mañana, hasta las 10 de la noche, todo el día haciendo música. Recuerdo puntualmente estar volviendo a casa y darme cuenta que no estaba para nada cansado y que lo había pasado muy bien más allá de que eran situaciones estresantes. Ahí decidí dedicarme a la música. Primero quería dedicarme a la composición ya que siempre me gustó crear música, pero luego vi en la dirección un interés hacia el estudio de la partitura y la planificación, cosas que me encantan. Cuando terminé el secundario me anoté en la Universidad de La Plata en dirección orquestal.
– ¿Cuánto tiempo del día le dedicás a la música?
– Le dedico bastante tiempo, de diferentes formas. Entre las clases que tomo y las que doy y los ensayos estoy prácticamente todo el tiempo haciendo música. Luego se suma el tiempo de estudio y composición en casa, el tiempo que pueda. Por otro lado, mi novia es compositora y naturalmente conversamos todos los días sobre cosas que nos resultan interesantes. Más allá de esto veo importante desconectarse un poco, ya sea leyendo, viendo una película o simplemente charlando de otros temas o con gente de diferentes ámbitos, para evitar que hacer música sea algo viciado y mantener la frescura.
– ¿Cómo definís el rol del director, ese diálogo con los músicos y todos los instrumentos involucrados en esa conversación?
– El rol del director es bastante especial. Por un lado uno primero tiene un diálogo con la partitura, intentando entender el contexto en el cual se crea una obra, o buscando referencias, cartas o crónicas de la obra, o el compositor. Luego toda esa idea que uno generó hay que proponérsela a los instrumentistas que, en definitiva, son los que producen el sonido. Primero uno busca que ellos puedan tocar cómodamente y dar lo máximo, pero también proponer la idea que uno tiene sobre la pieza de la mejor manera posible y aceptar lo que ellos proponen. Ese diálogo para mí es esencial y creo que el rol del director es un poco el de guía espiritual, ya que en definitiva es el que abre una puerta hacia un lugar o sugiere algo, pero los que le dan el sentido son los músicos.
Desafío técnico, estético y práctico
– ¿Cuáles son los desafíos, desde la teoría y la práctica, para llegar a la excelencia en la disciplina?
– Personalmente creo que la excelencia como algo en sí mismo no existe, aunque naturalmente uno trata siempre de dar más ya sea desde lo técnico o desde lo estético. Creo que un gran desafío es generar una voz propia, reconocible. El desafío desde la práctica es cómo hacer que esta voz se vea reflejada en tu cuerpo cuando dirigís. Es una disciplina en la cual cuanto menos necesites hablar, mejor estás haciendo tu trabajo y eso, creo, puede tomar una vida tranquilamente.
– ¿Cómo es la experiencia de estudiar y dirigir en Alemania?
– Muy buena, realmente. No me gustan las comparaciones pero creo que la gran diferencia con respecto a Argentina es el grado de independencia que uno tiene como alumno. Realmente uno puede elegir sin problemas que áreas le interesan, cuáles no, hay infraestructura y los profesores alientan a que uno realice proyectos por fuera de las materias. En cuanto a dirigir creo que el hecho de que le den una gran importancia a la organización hace que ciertas cosas sean más sencillas. Uno sabe con meses de anticipación qué días se ensaya cuál obra y en qué lugar. Eso hace que, de entrada, la exigencia sea mayor, tanto para el director como para la orquesta.
– ¿Qué importancia tiene el contacto y el trabajo con distintos músicos, distintas orquestas, de distintos lugares del mundo?
– Es muy importante. Encuentro que cada lugar tiene su propio sonido, su propia tradición. En Europa es muy notoria aún entre países con culturas similares como Alemania y Austria, pero en Argentina sucede igual. Hay orquestas con gran tradición en ópera italiana que tienen un sonido del cual uno puede aprender mucho. Al mismo tiempo uno se tiene que adaptar y hasta cambiar gestos ya que tienen resultados distintos según quién esté tocando.
– ¿Qué te aporta la música desde lo espiritual?
– Creo que la música es una disciplina espiritual. Es una forma de conectarnos con cosas que no podemos explicar con palabras. Tratamos de buscar adjetivos para describirla pero en el fondo no podemos traducir en palabras lo que nos sucede. ¿Qué nos pasa con el comienzo de la primera sinfonía de Brahms? ¿O con un solo de Miles Davis o una zamba del Cuchi Leguizamón? Hoy lo podemos describir de una forma y mañana de otra. En el fondo creo que es algo que va más allá y ahí es donde se torna algo espiritual. Además en el hecho de hacer música se dan a veces conexiones, con la música como red, en los cuales el mundo se aleja un poco y uno realmente siente estar en otro lugar.