Los conjuntos cerrados—o gated communities en inglés—son un fenómeno global que ha encontrado un suelo fértil para expandirse de manera alarmante en América Latina. Estas comunidades varían en tamaño, densidad y forma. Sin embargo, comparten algunos atributos: son áreas residenciales cercadas con muros o rejas, portones controlados por seguridad privada y acceso restringido. Ofrecen servicios urbanos como espacios verdes y zonas comunales exclusivamente para sus residentes y—si bien en sus orígenes estaban compuestos por agrupaciones de casas aisladas—cada vez son más frecuentes los conjuntos con edificios multifamiliares.
Estas extensas áreas residenciales crean paisajes urbanos homogéneos, segregados y aislados, convirtiéndose en el antónimo de las ciudades. ¿Qué implicaciones tiene construir nuestras ciudades a partir de pequeñas anti-ciudades?
Los conjuntos cerrados en América Latina
Los conjuntos cerrados han existido durante décadas en todo el mundo, pero no fue sino hasta los años 70 y 80 que tomaron fuerza. Es difícil saber cuántos desarrollos como estos existen en América Latina, ya que se trata de un fenómeno poco documentado y no existen consensos en su definición. Sin embargo, existen aproximaciones para algunas de las principales ciudades en la región. Por ejemplo, Buenos Aires cuenta con 500 desarrollos. Por su parte, Bogotá cuenta con datos más precisos gracias a un estudio detallado de Fernando de la Carrera.
De 1950 a 2011, se han construido más de 3000 conjuntos cerrados en Bogotá, y desde el año 2001 es la tipología más común a desarrollar. De los aproximadamente 7.8 millones de bogotanos, el 25% hoy vive en un conjunto cerrado. Este tipo de desarrollos estaba tradicionalmente dirigido a grupos de altos ingresos, pero hoy en día hacen parte de la oferta inmobiliaria para los grupos de menores ingresos que añoran las rejas—las cuales, más allá de una cuestión de seguridad, se han convertido en un símbolo de status social. Como dice De la Carrera, este modelo puede ser visto como el nuevo paradigma para el desarrollo de las ciudades en América Latina bajo un pretexto engañoso de crecimiento y progreso.
4 consecuencias negativas de vivir tras las rejas
Estudios sobre el desarrollo de este tipo de conjuntos coinciden en que las razones para esta tendencia son al aumento de la desigualdad social, la falta de presencia del Estado, la percepción de inseguridad, la búsqueda de la homogeneidad social y comunitaria, y la búsqueda de un estatus socioeconómico más elevado, entre otros. Sin embargo, es importante detenerse y mirar las consecuencias que estas estructuras tienen sobre el tejido urbano y social de nuestras ciudades:
- Segregación socio-espacial: Los conjuntos cerrados son un síntoma más de la desigualdad social que se manifiesta a través de diversas formas de segregación espacial en las ciudades latinoamericanas. La construcción de barreras y la presencia de seguridad privada garantizan la división sistemática de los estratos sociales. Los espacios públicos y, por tanto, espacios de encuentro social están privatizados y fragmentados. Este tipo de desarrollo promueve la construcción de ciudades excluyentes poniendo en peligro la calidad de vida de todos sus habitantes.
- El uso excesivo del automóvil: Las comunidades cerradas son estructuras que promueven el uso de vehículos particulares ya que son por lo general áreas exclusivamente residenciales que requieren de largos desplazamientos a tiendas, lugares de trabajo y otros servicios. Asimismo los cerramientos crean aceras inseguras y poco agradables para los peatones que se encuentran caminando por fuera de los conjuntos cerrados.
- Inseguridad: A pesar de ser construidos para crear un ambiente más seguro para sus residentes, los conjuntos cerrados paradójicamente crean espacios más inseguros para quienes están por fuera de las rejas, poniendo el beneficio individual sobre las necesidades colectivas de la ciudad. Es así como en muchos casos se crea un espiral de declive en la seguridad ciudadana en áreas circundantes a estos desarrollos. Como decía Jane Jacobs, la falta de “ojos en las calle” genera problemas de seguridad en el espacio público.
- Impacto ambiental: El auge de los conjuntos cerrados ha hecho de ellos una de las células de crecimiento urbano localizadas en las zonas periféricas de la ciudad. En Bogotá, los conjuntos cerrados representan el 0,45% de todos los proyectos de vivienda entre 1950-2022, sin embargo ocupan el 23% de la superficie dedicada a la vivienda en el mismo período. En este sentido, esta tipología se puede considerar como una amenaza al medio ambiente, ya que este tipo de expansión urbana de baja densidad representa un uso poco eficiente del suelo.
¿Qué pueden hacer los municipios para contrarrestar esta tendencia?
- Prevenir e incentivar: Las ciudades pueden utilizar instrumentos de planificación urbana para dirigir el desarrollo urbano en una dirección diferente. Por ejemplo, mediante normas urbanísticas que incentiven desarrollos densos con usos mixtos, bloques con fachadas paramentadas que eviten retrocesos y antejardines cercados.
- Desincentivar: Los municipios deben evitar la promoción indirecta de conjuntos cerrados, como es el caso de normas que regulan el desarrollo de áreas suburbanas en los municipios aledaños a Bogotá; o en Tegucigalpa, donde en el 2012 se llevó un cabo el Programa Barrios Más Seguros en el que se permitía cerrar vías públicas con portones y trancas a ciertas horas del día.
- Buenas prácticas: El sector de vivienda pública puede desempeñar un papel importante en la prestación de buenos ejemplos de desarrollo de viviendas abiertas de alta calidad, y ser un referente de modelos urbanos sostenibles e incluyentes que promuevan la cohesión social y la equidad.
Hoy estamos construyendo las ciudades de mañana. Cada reja que se erige hoy probablemente va a permanecer, ya que cambiar la estructura urbana creada por comunidades cerradas no será tarea fácil. Si no queremos vivir en ciudades fragmentadas, en pequeñas islas, en la anti-ciudad, resulta urgente cambiar el paradigma en los modelos residenciales de nuestras ciudades latinoamericanas y buscar alternativas que apoyen la construcción de ciudades amables e incluyentes.