por Marcelo Gobello
La vinculación de Astor Piazzolla con su ciudad natal, su identidad marplatense, queda patente en sus aficiones más queridas, sus costumbres más antiguas, sus cariños más fieles, y los aromas y paisajes de una niñez adorada.
En la calidez del propio hogar y con la ayuda de una partera, a eso de las dos de la mañana del 11 de marzo de 1921, la “petisa” Asunta Manetti dió a luz un varoncito, al cual le pusieron como primer nombre Astor el mismo que llevaba el mejor amigo de Vicente Piazzolla, el orgulloso padre – Astor Bolognini – y como segundo el de su abuelo Pantaleón. Fue justamente en su hogar natal de la calle Rivadavia 2527 donde Astor tuvo a su primer amigo de la infancia, aquel con el que compartió los primeros juegos y travesuras. Una de las tres habitaciones que alquilaba Doña Angela Bridarolli estaba ocupada por la familia Lombardo (la otra por la familia Cataldi), cuyo hijo menor, Jorge ( futuro intendente de la ciudad), era tan sólo unas semanas mayor que el vástago de los Piazzolla.
A principios del año 1930 los Piazzolla regresaron a Mar del Plata después de cinco largos años de vivir en New York. Si bien la ciudad ya estaba cambiando todavía mantenía ese refinado estilo europeo en sus paseos y costa.
Comenzó a cursar tercer grado (el único estudio formal que realizó en argentina durante toda su vida) en el Instituto Dans que quedaba en la esquina de Bolivar y Salta, a tres cuadras de su nuevo hogar.
Con sus ahorros, tan esforzadamente conseguidos, Nonino hizo honor a la profesión adquirida en el norte y abrió una peluquería (que contaba con un espacio para la vivienda) en la esquina de la avenida Independencia y la calle Moreno.
Otro “integrante” de la familia que había realizado el viaje desde Nueva York a Mar del Plata fue el bandoneón que Nonino le había comprado el año anterior en una casa de empeños de Manhattan, que si bien estuvo olvidado un tiempo, pronto salió a relucir. La nueva habilidad de Astor fue una sorpresa y el motivo de reuniones y demostraciones entre los parientes, pero más allá del toque de color o lo anecdótico, Nonino quiso que Astor retomara sus estudios musicales.
Así fue como se contactó con uno de los más reconocidos ejecutantes de bandoneón de la ciudad, que además daba clases particulares. El músico en cuestión se llamaba Libero Paoloni, quien alternaba sus presentaciones en distintos locales nocturnos marplatenses (como la recordada confitería “Munich” de la calle San Martín) con clases para alumnos particulares.
Con Libero Paoloni, Astor tomó sus primeras y fundamentales lecciones de cómo tocar el bandoneón y de cómo tocar el tango, algo que entonces no se estudiaba en ninguna academia o conservatorio.
Por regla general Paoloni iba dos veces por semana a la casa de los Piazzolla para darle clase a Astor, pero éste también solía ir a lo de Libero para recibir lecciones compartidas con otro joven aspirante a músico llamado Lelio Tedeschi.
Con los años Tedeschi se transformó en uno de los más importantes bandoneonistas de Mar del Plata, integrante de recordadas orquestas típicas locales como la Splendid, además de ser profesor de bandoneón y armonía de varias generaciones de músicos marplatenses.
A pesar de que Libero Paoloni le enseñó el abc del instrumento desde el propio Tango, Astor siguió sin gustar del mismo, sin sentirlo.
De todas maneras aprendió rápido los rudimentos del difícil instrumento y preparó sus dos primeras canciones como interprete: la ranchera Cadenita de Amor y el tango Vagabundo. Las estrenó durante una fiesta de cumpleaños en la Quinta de los Manetti acompañado por su tío Checo en acordeón; su familia y algunos amigos fueron su primer auditorio.
Lamentablemente la situación socioeconómica de la Argentina tampoco funcionaba bien en esos tiempos, la Crisis del Treinta se hacía sentir y la peluquería de Nonino no fue una excepción. Audaz y resuelto como siempre, Vicente decidió que el derrotero para su familia era regresar a Nueva York, retomar los contactos y empezar de nuevo.
En un par de semanas vendieron todo y emprendieron otro nuevo viaje en barco hacia el norte. Más confundido que triste, el pequeño Astor trató de asimilar la nueva/vieja realidad que se le imponía. Después de menos de un año de ausencia regresaba a Nueva York con el plus de haber aprendido a tocar el bandoneón y la llamita de la música finalmente prendida en su interior.
A principios del año 1937 la familia Piazzolla regresó definitivamente a Mar del Plata, a bordo del barco Southern Cross (Estrella del Sur), con un nuevo integrante además de Astor, Nonino y Nonina: el perrito Shorty (Cortito), amigo inseparable del adolescente (quien durante toda su vida mantuvo su amor y afición por los caninos).
Después de vivir unos días en lo de una prima los Piazzolla se instalaron en una nueva casa propia ubicada en la calle Alberti 1561 (también adquirieron el local lindero de Alberti 1555) que Nonino compró con parte de sus ahorros y del dinero que les dejara la venta de unos terrenos y un inmueble que habían pertenecido al ya fallecido Pantaleón.
El mismo estaba ubicado en la actual zona de la vieja Terminal de Ómnibus de la ciudad, a unos metros de la calle Alsina; allí Vicente abrió una nueva bicicletería, llamada “Casa Piazzolla”, y un bar restaurant (que funcionó tan sólo una temporada) bautizado con el nombre de “New York”, en homenaje a la querida ciudad que los había cobijado durante tantos años.
Sólo la música seguía siendo objeto genuino del interés de Astor, razón por la cual decidió volver a tomar clases para seguir avanzando. Su nuevo maestro fue el gran pianista y docente Nestor Romano, quien años más tarde sería el primer director de la Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata (además de recordado profesor de música del Instituto Peralta Ramos de los Hermanos Maristas).
Lenta pero profundamente, Astor fue ahondando en eso que el mismo describió como “la locura por el tango”. Ya sea escuchando las audiciones radiales, o por las muchas orquestas que visitaban Mar del Plata en sus giras (sobre todo durante las vacaciones de verano) el joven músico fue “entendiendo” (como le había profetizado Gardel) el tango y terminó fanatizándose con el mismo.
Seguía sin apreciar a los “tradicionalistas” del género, pero poco a poco fue quedando cautivado por la nueva escuela de los “evolucionistas”, quienes no se ceñían a los rígidos patrones rítmicos del pasado y trataban de ampliar nuevos horizontes estilísticos y artísticos en la música ciudadana.
La gran revelación ocurrió una calurosa tarde de mayo, durante la siesta, cuando escuchó por la radio al sexteto del violinista Elvino Vardaro. Fue en ese momento -escuchando al prestigioso grupo donde tocara el bandoneón Anibal Troilo- cuando Astor tuvo, según sus propias palabras, el gran “flechazo” con el tango.
La fecha exacta del acontecimiento (14 de mayo de 1938) quedó fijada para la historia, ya que ese mismo día Astor le escribió una nota a Vardaro (quien décadas después formaría parte de uno de sus conjuntos) para expresarle su admiración.
Con renovados bríos y entusiasmo pronto armó (inspirado en la formación de Vardaro) su primer conjunto musical tanguero, al que le puso como nombre “Cuarteto Azul”, aunque en realidad se trataba de un quinteto integrado por músicos amigos que también tocaban en otras formaciones.
También tuvo un breve pero inspirador paso por la Orquesta estable de la décana radio LU6 . El ingreso de Astor a la orquesta típica dirigida por el pianista y compositor Luis Savastano fue uno de los hechos determinantes para la inminente y casi inevitable decisión que debía tomar para seguir avanzando en su incipiente carrera: el viaje a Buenos Aires. La típica de Savastano era una de las más prestigiosas y requeridas en la ciudad de Mar del Plata a finales de la década del treinta, y lo siguió siendo por muchos años más.
Una vez que encontró su rumbo Astor no perdió el tiempo: además de estudiar, practicar, actuar y comenzar a crear arreglos propios, no desperdició ninguna oportunidad de ver en vivo a cuanta orquesta de Buenos Aires pisará la ciudad. Pronto tanto el joven músico como su familia y entorno supieron que la única manera de avanzar era viajando a Buenos Aires, y allí marchó en julio de 1939 para comenzar una historia increíble de esfuerzos y triunfos.
* Académico de la Academia Nacional del Tango y Director del teatro Colón