La muerte de Diego Maradona y diálogos imaginarios.
Se abrieron las puertas del cielo de par en par. “Doña Tota” y “Don Diego” están ahí para recibirlo, como sesenta años atrás en el Hospital Evita de Lanús Oeste. “¡Dieguito! ¿Qué hacés acá tan pronto?” Los rostros de alegría, como aquella vez, ahora se entremezclan con muecas de tristeza porque atrás quedaron millones de almas devastadas. “Es que, viejitos, los extrañaba”, se quebró. “No llores, aquí te cuidaremos como cuando eras niño”.
¿Quién lo hubiera dicho? El paraíso es lo más parecido a Villa Fiorito. Pocas cosas materiales, pero mucho amor. Y una pelota, claro, el D10S del fútbol no puede vivir sin la preciada redonda.
Pin, pum, pam, hace jueguitos. “¡Qué increíble, no me duelen las piernas, cuánto extrañaba hacer esto!”, goza el “10”. “Disfrutá, mi hijo, disfrutá, yo mientras tanto te preparo unas milanesas de surubí”, dice “Doña Tota” con un tono sobreprotector.
El cielo está alborotado. Ya todos saben de su presencia. Pero hay una regla inquebrantable: hay que mantener la PAZ. “Nadie te va a molestar, ‘Dieguito’”. Ellos siempre saben lo que él necesita, desde la primera vez que lo tuvieron en brazos.
Pasó un tiempo, no sé cuánto -allí no hay días ni noches- y Diego preguntó: ¿acá hay alguna forma de jugar un ‘picadito’? “Mira, hijo, en el cielo podrás hacer todo lo que desees. No te lo dijimos porque todavía no era tu voluntad, pero hay muchas personas aquí arriba que preguntaron por vos. “Está “el Tata’”, se entusiasmó. “Claro que sí, podés verlo cuando quieras”.
Se abrazaron como en México 1986. “¡Vos sabés cuánto pesa la Copa del Mundo, como yo, amigo querido!”, dijo Maradona. “Gracias a vos, todo gracias a vos”, respondió Brown todavía incrédulo por la presencia del todopoderoso. Diego lo percibe -todo lo percibe- y aclara: “tarde o temprano nos toca a todos”. ¿Admirable no? Está allá arriba y todavía se pone a la altura de cualquier mortal.
“¿Te acordás hermano ese frentazo que metiste? Hay que ganarle de arriba a los alemanes ehhh”. “Como me voy a olvidar de eso, Diego”. “Vamos a patear ahora ‘Tata’, ¿se puede?”. “Sí, será un orgullo volver a jugar al lado tuyo”.
“Viejitos, estuve con el ‘Tata’, ¡qué loco! Jugamos un partido contra unos ingleses, metí dos goles, ¡ya saben cómo! Estaba pensando que ahora puedo ver a Fidel… “Y podés hacerlo, Dieguito, él también estará feliz por reencontrarte”.
“¡Comandante!”. “Diego, amigo del alma. Tanto que luchaste en Cuba por tu recuperación y ahora mírate aquí”. “No lo tenía a usted para protegerme”. “¡Y elegiste el mismo día que yo!”. “Maestro, a usted lo sigo hasta el cielo. Ahora puedo cumplir con un viejo anhelo, quisiera que me presente al ‘Che’”. “Aquí está, dos mitos argentinos se saludan”.
Un momento histórico y ni una sola cámara de fotos para retratarlo. Qué picardía. Pero ellos lo prefieren así, en la intimidad. El abrazo los une físicamente por primera vez, pero ya estaban juntos en la piel. Todos conocen el tatuaje de la cara del “Che” en el brazo derecho de Maradona, pero nadie sabe -aquí abajo- que el líder de izquierda se había grabado a Diego con la Copa del Mundo después del ’86. “Hasta la victoria siempre”, se despidieron.
Diego jugó cientos, miles de partidos. Desparramó magia en los potreros del paraíso, vistió las camisetas tan amadas, ganó el Mundial de allá arriba tirando paredes con Di Stéfano. Ojo que ése es más difícil que el de acá porque se juega muy físico, como en los viejos tiempos. Fue tal la revolución que causó Maradona, entre argentinos, napolitanos, cosmopolitas, que la paz en el cielo se terminó.
“Saben una cosa, ‘viejitos’, me estoy dando cuenta que en la tierra vivía como acá arriba. “Claro ‘Dieguito’, si vos siempre fuiste un D10S. Nuestro D10S”.