El estruendo del disparo resonó en las impecables canchas del Piso de los Deportes. La pelea entre un secretario gremial y un trabajador terminó de la forma más extrema y a la vez esperada. El dolor en el peronismo local por un episodio que atrajo, incluso, al gobernador Mercante para evitar una muerte trágica.
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Por Fernando del Rio
El coronel Domingo Alfredo Mercante llegó a Mar del Plata y se dirigió directamente al hospital. Pidió hablar con el director Jorge Reales, quien no se negó a recibirlo: nadie hubiera sido capaz de rechazar una charla nada menos que con el gobernador de Buenos Aires.
“Está muy complicado”, explicó el médico y Mercante le dijo que debía hacer todo el esfuerzo necesario para recuperar al paciente. El gobernador además le ofreció al prestigioso cirujano Ricardo Finochietto para que se lo consultara telefónicamente. Tras su imperativo paso por el Hospital, Mercante se fue y en horas del mediodía otro de sus recursos para salvar al herido descendió en un avión de la Policía en la ciudad. Era el doctor Fernando D’Amelio, jefe del servicio de cirugía de Hospital Policlínico de La Plata, el cual tras examinar al paciente entendió la gravedad del estado, pero igual informó al gobernador acerca de lo bien equipado que estaba el nosocomio local para hacer todo lo posible.
Nada alcanzó para revertir el proceso y el paciente murió de hemorragias internas propiciadas por las lesiones que le había provocado el proyectil calibre 38 en el abdomen. El parte médico previo al fallecimiento hablaba claramente del inexorable e inminente destino: “El paciente Rodolfo Raúl Gayoso ingresó al Hospital Mar del Plata con una fuerte hemorragia de la celda renal izquierda. No presentaba perforación intestinal, pero sí fue necesaria tras la primera operación una transfusión de siete litros de sangre. En una segunda intervención se le debió extraer el riñón izquierdo y se advirtió hemorragia pleural. Estado muy delicado.”
Gayoso murió en la madrugada del jueves 23 de octubre y el gobernador Mercante fue informado recién por la mañana del deceso. Su secretaria hizo algunas llamadas para que el flamante peronismo marplatense se encargara de todos los gastos del sepelio y acompañara a la familia.
La historia es, siempre, una construcción selectiva e interesada de quien se atreve alguna vez a reproducir. Donde haya un episodio registrado habrá una versión no oficial que lo contradiga, o al menos que lo relativice. Y cuando se trate de un crimen con un culpable y una víctima por lado, mucho más. Porque ¿qué tal si la víctima es menos víctima y el culpable apenas si puede llamarse culpable?
A las 17.20 del miércoles 22 de octubre de 1947, eso fue a tan solo cuatro años de su inauguración, el Piso de los Deportes era una verdadera maravilla de virtudes, vidas saludables y condición atlética. Los jóvenes llegaban allí a practicar patinaje, esgrima, lucha grecorromana, basquetbol, pelota a paleta o barras paralelas y anillas. Los trabajadores de lugar se esmeraban por tener todo en orden y asistir a los deportistas. Había cancheros, personal de limpieza, electricistas, equipo de mantenimiento, profesores de gimnasia. Y también había un mayordomo cuyas tareas de asistencia eran generales. A todos ellos los representaba en términos gremiales Rodolfo Gayoso, instituido como presidente de la Sociedad de Empleados del Piso de los Deportes.
Esa tarde, a esa hora, Gayoso volvió a cruzar palabra con el mayordomo Argentino Maggi. Entre ellos había una enemistad esparcida por cada rincón del templo del deporte de Mar del Plata y no había allí quien la desconociera. En el verano anterior ya se habían tomado a golpes de puño por motivos meramente vinculados a lo laboral: Gayoso pretendía la cesantía de Maggi en el cargo de mayordomo. Al verse ambos nuevamente en una de las escaleras internas, sucedió lo que todos los empleados sabían que iba a suceder, pero a diferencia de las anteriores la pelea no fue solo a puño cerrado. En verdad, sí, pero el puño cerrado esta vez resultó ser el de Maggi para aferrar un revólver calibre 38 largo.
Los dos hombres empezaron a discutir como siempre hasta que Maggi decidió actuar como nunca. Acaso recordando la trompada que Gayoso le había aplicado hacía solo tres días, el mayordomo prefirió pasar a un modo más activo y eso lo llevó a la peor de las opciones. En medio de las amenazas, Maggi extrajo el arma y, como si se tratara de un duelo en el lejano oeste, lo hizo más rápido que Gayoso, cuya pistola “Ballester Molina” calibre 45 estuvo algo remolona. El estruendo, el quejido y el borbotón de sangre llegaron casi al mismo tiempo.
Los empleados del Piso de los Deportes, muchos que respondían a Gayoso y otros que se conmiseraban con la situación de Maggi y sabían de la inevitabilidad de ese final, corrían por los pasillos, atravesaban las canchas y gritaban en busca de ayuda. Algunos justificaban el hostigamiento del herido frente a la intransigencia de Maggi y los demás pensaban que los puestos de trabajo debían ser respetados.
Maggi afrontó la suerte penal que le tocó después de bajar el arma ante la policía en el mismo Piso de los Deportes, mientras que a Gayoso le esperó una despedida honrosa, al menos entre los suyos. Como buen peronista entregado a la causa se le rindió homenaje en un velorio llevado a cabo en la sede de 25 de Mayo al 2800 y quien dio el discurso fue el precandidato a intendente Juan José Pereda. “Pierde el partido Peronista a uno de sus adeptos más firmes y convencidos de la justicia de los postulados de la Revolución”, fueron sus palabras finales.
En los días siguientes Pereda fue derrotado en internas por Carlos Aronna, pero los vaivenes de poder del peronismo impusieron su candidatura con la que triunfó el 7 de marzo de 1948 para convertirse en el primero de los tres intendentes peronistas que habría de tener Mar del Plata. En la euforia del triunfo, alguien recordó a Gayoso.
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